Tocate una de Tchaikovsky

La música del genial compositor, símbolo cultural de Rusia

 

Telón para los Juegos Olímpicos más extraños de la historia. No hubo público, se realizó en 2021 (aunque toda la gráfica decía “Tokio 2020”) y, para que todo sea más irreal, de golpe irrumpió un nuevo y poderoso participante llamado COR.

Lo explico muy brevemente por si alguien se lo perdió. Por ciertos casos de dopaje durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2016, evento que en la Argentina pasó desapercibido –como todo juego invernal–, Rusia fue suspendida para participar de Tokio 2020. Una medida que terminó siendo salomónicamente ridícula, porque sus atletas igualmente estuvieron en la cita, aunque en representación no de su país, sino del Comité Olímpico Ruso (sigla COR), lo cual es exactamente lo mismo. Esto trasuntó en una situación deliciosa toda vez que un ruso se hacía con una medalla dorada. Subidos al podio, a cada ruso ganador se lo homenajeó con el debido ceremonial: medalla y arreglo floral. Pero como la bandera no podía ser la rusa, y el himno tampoco, se utilizó en cada premiación un fragmento (en una versión bastante vulgar, hay que decirlo) del famoso Concierto para piano de Tchaikovsky. A mi resultó grato porque me gusta mucho Tchaikovsky y porque tengo una visión algo incómoda acerca de la utilización de los himnos en el terreno deportivo.

Años viendo juegos olímpicos y mundiales de fútbol y apenas puedo reconocer algún que otro himno además del argentino: el chileno (por una cuestión familiar), el francés (porque es La Marsellesa), el estadounidense (saldo de décadas de penetración cultural) y también el ruso (potente herencia tan soviética como la costumbre de cosechar medallas olímpicas) y, aun así, siento más cercanía por lo ruso con un simple orejazo del concierto de Tchaikovsky. A lo que quiero llegar con esto es que a oídos de cualquier extranjero las canciones patrias no son necesariamente los heraldos musicales de una nación. No creo que mucha gente que no sea argentina reconozca nuestro himno. Es más factible que conozcan Adiós Nonino o Alfonsina y el mar.

Lo que sucede con muchas melodías de Piotr Ilich Tchaikovsky es que forman parte de la memoria musical de cualquier oyente común, aunque, en algunos casos, desconozca su título y su autoría: una zona de semi anonimato que consagra la popularidad de una obra musical. El cine, como es debido, también hizo su aporte para que así sea con innumerables inclusiones en bandas de sonido de las composiciones de Tchaikovsky y con adaptaciones de El Cascanueces o de El lago de los cisnes, entre otras.

En el terreno de las películas biográficas sucedió un hecho bastante excepcional, ya que en apenas dos años hubo dos magníficas producciones sobre la vida del compositor. La primera de ellas se llamó Tchaikovsky, de 1970, espléndida y rigurosa en sus casi tres horas de duración. Fue filmada en los cascos históricos y los salones de Moscú y San Petersburgo con el protagónico de Innokenti Smoktunovski, toda una leyenda de la actuación rusa, y de la célebre bailarina Maya Plisetskaya como Desirée, el primer amor frustrado del músico.

 

Afiche de la película rusa Tchaikovsky, de 1970.

 

 

La otra cinta biográfica es de 1971, dirigida por el incorregible británico Ken Russell con el título The Music Lovers, que en la Argentina fue estrenada con la infeliz traducción de La otra cara del amor. Aquí tenemos en el rol principal a Richard Chamberlain y a la majestuosa Glenda Jackson en el papel de Nina, compañera del fracaso matrimonial de Tchaikovsky. La historia entre ellos dos constituye el núcleo dramático del film. El músico acepta desposarla luego de un intercambio epistolar, no tanto por amor, sino más para guardar las apariencias. Mientras espera la respuesta, ella vive un romance tras otro con militares u hombres de alta sociedad de una Rusia zarista entregada a la fiesta y los placeres.

 

 

Afiche de The music Lovers, de 1971.

 

 

Esta biopic desenfrenada, vertiginosa y por momentos caótica, cuyo guión está basado en un volumen que recopila sus cartas privadas, busca llevarnos hacia los fantasmas interiores que habitaron la vida tortuosa e inestable de Tchaikovsky y que explican, un poco, la naturaleza de su música. La temprana muerte de su madre, su homosexualidad enmascarada, la relación idílica con su mecenas (la famosa Madame von Meck) y su naufragio matrimonial lo llevarán una y otra vez a pozos depresivos de los que emergerá de la mano de su genio artístico.

Una parte mayúscula de la carrera del director Ken Russell estuvo vinculada a la música. Antes de abordar a Tchaikovsky, ya había rubricado varios documentales sobre grandes compositores. Esta vez contó con un presupuesto gigantesco, que sirvió para reconstruir magistralmente la época zarista con sus trajes, calles, casas y sus iglesias ortodoxas. Luego, Russell continuó con las películas musicales con títulos no tan buenos como Lisztomanía y Mahler y también se acercó al universo rock en Tommy, con música de The Who. Queda entonces muy claro que el título The Music Lovers (Los amantes de la música) define por sobre todas las cosas al mismísimo Russell, un poseído por este arte a quien se lo intentó menoscabar con el apodo de “precursor del videoclip”. Definitivamente, Russell tiene todo el derecho a sentir que hay un lazo entre él y Tchaikovsky, porque ambos fueron criticados en su tiempo por su tendencia a una estética desproporcionada, calificada de fútil y vacía por sus detractores. Debemos estar agradecidos de que hayan continuado con sus caminos artísticos.

 

Ken Russell en 1971.

 

 

Músico y cineasta confluyen en una escena puntual: una de las expresiones de fervor musical más maravillosos que he visto en el cine y que vale por sí toda la película. Se trata de una secuencia sin diálogo que dura cerca de veinte minutos, en la cual Tchaikovsky ejecuta su música mientras cada personaje de su círculo afectivo muere de placer imaginando una situación íntima con el compositor. Son esos momentos ingrávidos y apacibles a los que sólo nos puede llevar la música, lapsos en los que la emoción nos vuelve traslúcidos y vulnerables a la vez.

La música que suena en esta escena –como ya se habrá figurado el lector– es el Concierto para piano de Tchaikovsky, la misma que eligieron para coronar a los atletas rusos en los Juegos Olímpicos más extraños de la historia.

 

 

 

Ficha técnica

Título original: The music lovers / Año: 1971 / Duración: 123 min. / País: Gran Bretaña / Dirección: Ken Russell / Guión: Melvyn Bragg, Catherine Drinker Bowen, Barbara Von Meck / Fotografía: Douglas Slocombe / Reparto: Richard Chamberlain, Glenda Jackson, Max Adrian, Izabella Telezynska, Kenneth Colley, Christopher Gable.

 

 

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