SIN EMPATE

La reactivación en curso está parcialmente divorciada de las mayorías sociales.

¿Creció el macrismo producto de fuerzas metafísicas universales que están llevando al mundo inexorablemente a la derecha? ¿O cayó la adhesión de los propios votantes a la gestión del Frente de Todos? Algunos análisis comparativos muy convincentes hablan de esta segunda opción. Si esto es así, corresponde volcar la mirada hacia estos 20 meses de gobierno y escudriñar la relación entre la gestión y los problemas de sus votantes. Se podría decir que el gobierno llegó a la elección con la consigna “vacunación + reactivación”, como propuesta central.

El problema es que la vacunación se da por hecha, como en buena medida lograda, pero no es la única acción de gobierno evaluada. Y en cuanto a la reactivación, nos puede entusiasmar a los economistas, a los empresarios y trabajadores directamente involucrados que empiezan a ver sus frutos, pero no al amplio y heterogéneo electorado, al cual sus resultados no le han llegado en forma contundente. La reactivación que está en marcha es muy positiva, pero dada la estructura económica del país, y la cantidad de trabajo informal y empleo precario, no parece que esté impactando en las grandes mayorías.

El mercado no está generando los puestos de trabajo y los ingresos que se necesitan para sostener una reactivación robusta que baje sustancialmente el desempleo y la pobreza. Si se quieren lograr resultados efectivos en el corto plazo deberían pensarse ambiciosas políticas públicas, que garanticen un alivio claro a esa situación. Nada que no se haya discutido en la actual gestión, pero que por alguna razón fue descartado.

En ese sentido, la apuesta a un keynesianismo tradicional (atenuado en el actual gobierno por el miedo a los mercados especulativos) no parece estar teniendo los efectos generales de bienestar esperados por los funcionarios. En otras palabras: la reactivación en curso está parcialmente divorciada del estado de las mayorías sociales.

Sólo con “vacunación + reactivación” no se puede ganar, y el gobierno debería ser capaz de transmitir una visión esperanzadora sobre lo que se puede conseguir en los próximos dos años. Porque además hay que ofrecer una expectativa lo suficientemente atractiva para que sea interesante votar al Frente y no quedarse en la casa. ¿Qué se va a hacer en los próximos dos años? ¿Qué mejoras claras y visibles habrá? ¿No se podrán formular dos o tres propuestas que estimulen el deseo de apoyar con claridad al Frente de Todos, y que jamás podrían ser implementadas por Juntos? ¿Alguien piensa que con expectativas cero se pueden ganar elecciones?

Heredarás macrismo

Si, como se suele decir, la campaña del macrismo la financió el FMI otorgándole un crédito impagable a la Argentina, la campaña del Frente de Todos fue en buena medida realizada por el propio macrismo, con su pésima gestión económica y social. Esa gestión horrible, generó el alejamiento de la Alianza Cambiemos de franjas electorales de alta volatilidad. Sobre ese cuadro, se pudo realizar una oferta electoral competitiva, cuya arquitecta fue Cristina, aprovechando el buen nombre que el kirchnerismo volvió a insuflarle al peronismo en materia de atención a los problemas sociales.

Pero siempre debe recordarse: las políticas neoliberales, por ser genéticamente ruinosas para las mayorías, alejan a los votantes. De la convivencia quietista con sus efectos económicos y sociales, no pueden esperarse grandes victorias electorales. Los efectos del macrismo quedaron, y son los que los votantes piden remover. No un relato sobre por qué no se pudo. Una buena parte del electorado juzga por los efectos palpables de las acciones públicas, y no por disquisiciones políticas estratégicas. No tiene capacidad de distinguir si en un precio inaccesible estuvo presente la acción del Estado o la decisión de las empresas. En todo caso tiene al gobierno para responsabilizarlo por la carestía infernal. Y si la percepción es que estamos estancados en 2019 y no tenemos voluntad concreta ni planes visibles para salir de ese estado de postración, no habría demasiada razón para apoyar a un gobierno de esas características.

Estamos en emergencia

El gobierno encabezado por Alberto Fernández no estaría percibiendo la situación de emergencia social existente, que involucra no sólo a los pobres extremos –enfoque característico de los organismos internacionales de crédito- sino a franjas amplias de clase media y media baja. ¿Hay emergencia o no hay emergencia? El gobierno pareció hasta el momento no estar dispuesto a romper con el talante gradualista en cuestiones muy sensibles. Necesita recuperar la confianza popular para señalar que se ocupa de protegerla de las inclemencias de la economía. ¿O es que el valor de la “confianza” sólo rige en relación a los “mercados” y a su tasa de ganancia esperada?

Afortunadamente el mero hecho electoral de las PASO –una democracia reducida a su mínima expresión siempre es mejor que el “reseteo autoritario” con el que sueña parte de la derecha local-  sirvió como encuesta contundente sobre el estado de ánimo colectivo. Con la ventaja de que no se cristalizó aún en un cambio en la correlación de fuerzas institucionales. Al comienzo de la pandemia, Alberto Fernández supo acertar en una serie de expresiones que lo mostraron garante de la salud pública, dispuesto a tomar las medidas que hicieran falta para resguardarnos. No estaba nada mal, incluso en futuros términos electorales. Pero ¿en qué tramo de estos 20 meses se perdió la posibilidad de construir la imagen del gobierno protector, del gobierno que cuida, del gobierno que mira y atiende los problemas de la mayoría? ¿Cuánto tuvo que ver con esto el deseo de moderar la audacia para agradar a los factores de poder conservadores?

Una tipología de políticos en la globalización

Hace ya muchas décadas que empezaron a menguar los políticos que se autorespetaban y defendían el valor de la actividad política. Perdieron autonomía intelectual y personal frente al mundo de los negocios, y se subordinaron a él. Cada vez hay más políticos dispuestos a inmolarse para proteger a alguna fracción del capital, y menos que aspiran a sobrevivir y triunfar en sus propios términos.

El Presidente De la Rúa pudo haber hecho muchas cosas para no caer. Pudo haber echado a Cavallo, pudo haber levantado el corralito, pudo haber inventado algo desde la política. Pero prefirió ser el pararrayos de la ira popular antes que dejar caer a los queridos bancos extranjeros, que no estaban dispuestos a devolver los dólares a los ahorristas argentinos. Se inmoló, frente al toro embravecido de la furia popular, con tal de que no se advirtiera quienes habían estafado masivamente a la población. Desde aquel entonces, la tradición de ser aspirantes a fusibles de los pésimos planes neoliberales parece haberse extendido.

Los políticos hechos a medida de los intereses corporativos, adoctrinados en el neoliberalismo, prefieren desvanecerse en la nada antes que afectar los intereses de algún sector del capital. Prefieren ir mansamente a la pira, antes que develar la verdadera trama que sostiene la desigualdad económica y social. Se verá cuánto de eso hay en el actual gobierno, y en qué medida vive aún la política como ejercicio creativo y autónomo de los poderes fácticos.

Intereses comunes

Los intereses comunes de todas las fracciones del Frente de Todos deberían tener primacía en esta situación. El más módico de todos es seguir teniendo vigencia política, ganar las elecciones e incrementar su poder institucional. No conocemos que alguien esté proponiendo suicidarse políticamente en los próximos tiempos. Pero un objetivo económico-social que también es un denominador común en todo el FdT  es mejorar muy básicamente la situación de las mayorías. No estamos hablando de grandes gestas de liberación nacional o social, o de la construcción de una burguesía nacional, o de cualquier otra meta estratégica ambiciosa.

Simplemente ampliar un poco los ingresos salariales, las jubilaciones, la AUH y otras transferencias, mejorar las condiciones de vida generales, ampliar el mercado interno, amparar a los muchos castigados por la historia económica reciente. El Frente de Todos, sin embargo, se ha encontrado con una cerrada resistencia del establishment argentino a toda acción reparadora. No sólo en grandes cuestiones, como la expropiación de Vicentín, sino en cuestiones elementales, como es el precio de alimentos y medicamentos. Todo aumento nominal de ingresos ha sido rápidamente devorado por el incesante incremento de precios.

Una fracción económica ha proclamado su libertad para remarcar precios de acuerdo a sus preferencias, independientemente de consideraciones de costos y de las condiciones sociales vigentes. El gobierno no ha sabido enfrentar esta situación, cosa que no es simplemente un error más, sino que erosiona el lugar que sus votantes le asignaron en la vida política argentina al Frente de Todos: ser el compensador del desastre neoliberal.

El sueño no realizado de la derecha argentina fue crear un sistema bipartidista neoliberal, con dos grandes expresiones políticas que en el terreno económica adopten un mismo programa, que corresponda a los deseos de las diversas fracciones empresariales concentradas. Si Cambiemos, Juntos por el Cambio, o Juntos, son la expresión pura de ese fallido programa, la idea es que no pueda haber una fuerza alternativa en serio a esa suma de aspiraciones de los hombres de negocios.

Entre los actores dedicados a acotar los cambios posibles y a reforzar el rumbo hacia una economía concentrada y raquítica, están tanto los límites que pretende poner el FMI a las acciones del Estado argentino, como la amenaza constante de salto cambiario en el dólar marginal y de violenta suba de precios por parte de sectores concentrados locales. Esos mecanismos no han sido siquiera parcialmente desarticulados. En ese sentido, sería clave una estrategia para garantizar que los precios y el acceso a un conjunto de bienes básicos de consumo masivo estén garantizados para las mayorías, pase lo que pase con el FMI y los oligopolios formadores de precios. Ese es el escudo que debería construir un gobierno popular para empezar a ser menos dependiente de la acción disciplinadora de los poderes fácticos. Hay numerosas ideas para eso, provistas por personalidades como el ingeniero Enrique Martínez, el ex intendente Francisco Durañona o empresarios y cooperativas nacionales que tienen propuestas prácticas y viables para generar alimentos y distribuirlos en forma descentralizada y a precios más que accesibles. Se trata de abordar decididamente, con terquedad, un tema en el que se expresan algunas de las peores debilidades de la iniciativa política de la actual gestión.

Congelar la foto distributiva del 9 de diciembre de 2019, al menos hasta que ellos retomen plenamente el poder, es la consigna de los sectores de la derecha económica. Eso implica la neutralización de toda ambición transformadora de la actual gestión, su condena a la impotencia económica y a la irrelevancia política. En esa puja entre el ser y el no ser, entre el trascender y el no trascender, está instalado el gobierno de Alberto Fernández.

 

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