No hay tiempo como el presente

La música que escuché mientras escribía

 

Esta semana volvemos a Bach, de quien es imposible cansarse.

En un aparador de casa hay una frase que alguien desconocido escribió antes de que Bach naciera. La veo todos los días y no deja de fascinarme. Con el inglés y la caligrafía de entonces dice: No hay tiempo como el presente. Alguien conocido y querido la revivió en ese mueble ordinario, ennoblecido por la belleza agregada que lo transformó en algo único. Esa sentencia valió en todo tiempo y lugar y sobrecoge pensar en quienes vivieron en esa sucesión de presentes únicos que es el pasado.

La semana pasada publicamos en El Cohete a la Luna un artículo científico según el cual hacia 2100 la elevada temperatura hará imposible la vida humana en el planeta. La esperanza de que sea un error permite seguir adelante sin tirarse por la ventana mañana mismo. Sólo la confianza en que algo modificará el curso de catástrofe sin que los humanos cambien nada permite seguir ocupándonos de las cosas importantísimas a las que dedicamos nuestros esfuerzos como si la especie fuera eterna. Veo corretear alrededor a mis nietxs y no puedo evitar la congoja. Si la predicción es exacta, ls niets de ells podrían ser la última generación humana.

Y aún así, seguimos atareads cada cual en sus asuntos. La especie reproduce la historia de cada individuo que una vez descubierta la idea de la muerte se pregunta cuál es el sentido de la vida y si vale la pena vivirla, y sin embargo logra olvidar ese destino inexorable y seguir adelante. Ontogenia y filogenia, como aprendimos en el secundario.

Las reacciones ante la compañía musical para la escritura y la lectura de estas notas son diversas. Miles la agradecen y alguns incluso buscan antes la música que el texto. Hay indiferentes, como ante todo, y enojads que se pelean con el resto por razones que sólo ells comprenden. Como se decía cuando yo era joven, cada loco con su tema. Esta sí, con O.

Estos fragmentos me producen placer y son parte fundamental de la alegría de estar vivo, sin ninguna otra pretensión.

Pero también son una celebración del tiempo que nos tocó vivir, aunque no estemos en el mejor momento y lugar. Tiempo terrible en tantas cosas, pero maravilloso en otras. No estoy seguro si lo escribí antes, pero me arriesgo a repetirlo porque no encuentro mejor forma de decirlo. Hace medio siglo el periodista francés Jean-Jacques Servan Schreiber terminó su libro El desafío americano describiendo una fabulosa biblioteca universal, que en el futuro podría consultarse desde el hogar mediante un cable telefónico y un teclado. Las diferencias con la World Wide Web o www. que se inventó dos décadas después son de detalle.

Uno de los detalles es la música. Para quienes conocimos la radio a galena y los discos de pasta, que podían escucharse con púa de madera, de acero o de diamante, las posibilidades actuales son un prodigio. Aprovechando semejante privilegio del que carecieron todos nuestros antepasados, seleccioné distintas versiones de una misma obra, las Variaciones Goldberg, que Bach compuso en 1741 para uno de sus discípulos.

La primera versión que se grabó es la de Rudolf Serkin, en 1928, en rollos de pianola. Su progresión vertiginosa fue tan elogiada como criticada.  Es impactante, pero ¿era necesario hacerlo así?

 

 

Cinco años después lo hizo Wanda Landowska (1933), en clavecín como en la época de Bach.

 

 

También en orden cronológico, el primero que la grabó en un piano fue el chileno Claudio Arrau, en 1942.

 

 

Después vinieron Glenn Gould, en 1954, y Rosalyn Tureck, en 1957.

 

 

La versión de Gould no es la canónica, sino una grabada en vivo en Salzburgo en 1959. Esta es una traición deliberada al talento canadiense que se retiró de las salas de concierto para dedicarse sólo al estudio de grabación, que consentía su perfeccionismo obsesivo. Me pregunto qué diría hoy, a 25 años de su muerte prematura, cuando los robots y la inteligencia artificial pueden lograr mejor que una persona esa precisión que él perseguía, pero son incapaces de la conexión emocional que entablan público e intérprete, aún con errores.

 

 

No sabía en qué fecha las grabó Barenboim, pero por su aspecto pensé que sería a fines de los '80 o principios de los '90. Las tocó en el Teatro Colón después de la dictadura, pero no en esta versión, que según los títulos finales se habría registrado en Munich en 1992, a los 50 años de Barenboim. Un tesoro adicional son los comentarios del pianista sobre la música en los primeros diez minutos. Lamentablemente están en inglés y sólo traducidos al francés. Allí dice que para tocar Bach hay que tratar al pianoforte (ese es su nombre original, suave y fuerte) como si fuera una orquesta. Vaya si él lo hace. En la introducción lo ejemplifica con pasajes de distintas variaciones donde el piano remeda la sonoridad de otros instrumentos, el clavecín, el oboe, la trompeta, las cuerdas.

 

 

No encontré la versión de las Variaciones grabada por otro monstruo, Sviatoslav Richter, pero aquí hay fragmentos de otras composiciones de Bach afines con ellas, como para tener un atisbo. El contraste entre las manitos de Barenboim y las manazas de Richter es llamativo, pero está claro que en el amor a la música el tamaño no importa.

 

 https://twitter.com/juan_miceli/status/760224783304953856

 

De yapa, tres curiosidades:

*  Una transcripción para trío de cuerdas, por Mischa Maisky en cello, Dmitry Sitkovetsky en violín y Gerard Causse en viola.

 

 

*  Un fragmento que pude encontrar de la italiana María Tipo (lo tengo completo, pero no a mano).

 

 

* Quince minutos interpretados por el que muchos sitúan en el podio de los mejores pianistas de jazz, John Lewis, y su esposa, la intérprete croata Mirjana Vrbanic (creo que ella en clave).

 

 

Cualquiera sea la fecha de vencimiento del planeta, que nadie diga que mientras duró no fue bueno, gracias a tipos como Bach.

 

 

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