A los bandazos

La banda cambiaria, un recurso más para conseguir la factoría de bajos salarios

 

Durante el transcurso de la semana, en dos columnas aparecidas en los matutinos porteños, el historiador italiano Loris Zanatta y, en coautoría, el historiador Roberto Cortés Conde y el economista Gerardo della Paolera, se dieron a la faena de plasmar en una suerte de remediavagos lo que entienden son los problemas estructurales que encapotan las buenas intenciones presidenciales. Examinando esos abordajes, el alcance de la banda cambiaria se inscribe como un recurso más para conseguir la factoría de bajos salarios, razón de ser y sello distintivo del gatomacrismo.

 

Ménage à trois

Zanatta discurre en La Nación (19/09/2018) acerca de “La epopeya que necesita el capitalismo latinoamericano”. Indica que en Latinoamérica hay “un cambio cultural en curso [en el que] parece haber crecido la intolerancia hacia la corrupción”. A su vez se registra en las encuestas “un crecimiento sin precedente en el consenso de los latinoamericanos hacia la iniciativa individual y la economía de mercado” al que califica de “estelar en el contexto de países en los que el mercado fue más pisoteado por el populismo”. Rasgos que en su óptica sugieren que el anticapitalismo atávico de la región va quedando atrás junto con los empresarios patrimonialistas y corporativos. Infiere, entonces, que “quién dispara contra el capitalismo, dispara contra el pájaro equivocado”. Esos son los elementos de la epopeya a la que exhorta, puesto que generan “espacio suficiente para líderes, movimientos y gobiernos dispuestos a enarbolar esas banderas, a poner la cara y desafiar las ideologías anticapitalistas que han demostrado infinitas veces ser los custodios más celosos de la herencia patrimonialista y corporativa”. Convoca a los “demócratas liberales” a realizar la hazaña.

Cortés Conde y Della Paolera fueron parte de los 200 intelectuales que en noviembre de 2015, de cara al balotaje, firmaron una carta invitando a votar a Macri. Ahora, en la columna que ambos publicaron en Clarín (20/09/2018), enumeran las ideas principales que animaron una serie de ensayos de distintas autorías sobre la historia económica argentina, reunidos en un flamante volumen que los tiene a los dos como editores. La pregunta que funge de título de la columna: “¿En qué puede ayudar la historia a la política económica?”, conduce a la conclusiva respuesta “de que las políticas adoptadas desde la Segunda Guerra en adelante llevaron a una dominancia fiscal sobre la política monetaria del Banco Central, lo que fue un factor permanente de la continuación hasta hoy de procesos inflacionarios negativos para la inversión y el crecimiento”. Eso en razón de que las “creencias incorporadas a la mentalidad argentina [de] que para superar la etapa agrícola hacia un estadio industrial sólo se lograría por medio de medidas proteccionistas que importaran una reasignación de recursos del agro a la industria […] fue una de las causas de la adopción equivocada de políticas económicas por un conocimiento parcial sin fundamento empírico”. Tal visión dio pie a “políticas económicas que se prolongaron en el tiempo [las que] produjeron serias distorsiones al sostener artificialmente actividades de baja productividad y poco competitivas lo que fue negativo para el crecimiento”.

 

Nada que ver

En el terreno estructural, la epopeya reclamada por Zanatta es una pasión inútil, porque objetivamente los empresarios son apropiadamente desarrollados allí donde se encuentran. Los empresarios se preocupan muy poco de desarrollar su país o uno cualquiera. El desarrollo, cuando acontece, es un subproducto involuntario de la acumulación que titularizan.

Ocurre que el desarrollo no es otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas susceptibles de ser desarrolladas son la fuerza de trabajo y los medios materiales de producción (producidos por los seres humanos). Entonces lo que se desarrolla es, por un lado, la calidad de la fuerza de trabajo (grado de calificación) y, por el otro, la calidad y cantidad (en el sentido de mayor magnitud) de los instrumentos de producción. Como lo que determina el ingreso es el consumo, y la inversión es una función creciente del consumo, por paradójico que pueda parecer, en el mundo de hoy el desarrollo capitalista depende de la claridad política de la clase trabajadora en el seno del movimiento nacional. Porque consumo al alza significa salarios al alza y ese nivel proviene de la disputa política. Los empresarios no conceden aumentos de salarios de forma voluntaria para desbloquear el sistema y desarrollar sus respectivos países. Eso sí, la ingenuidad de Zanatta no disimula el rencoroso racismo discriminador de su planteo.

En cuanto a la necia y sempiterna negación de la realidad proteccionista por parte de los librecambistas argentinos, se les puede aplicar lo mismo que Lord Robert Skidelsky (PS, 14/08/2018) les reconvino a los liberals norteamericanos sobre Trump: “Está bien que los liberals ejerzan su derecho a atacar la política trumpista. Pero deberían abstenerse de criticar el proteccionismo trumpista hasta que tengan algo mejor que ofrecer”. Ni allá ni acá lo tienen.

Por otra parte, estos tipos de análisis limitan a factores históricos internos la determinación de la brecha que nos separa de los países desarrollados. La cuestión de las asimétricas reglas de juego que operan en las relaciones internacionales en las que se generó y mantiene el desarrollo desigual, es como si no existieran. En esto, ninguno de los dos análisis es muy original. Recrean lo que hace seis décadas el economista Kenneth Boulding categorizó como historia cultural diferencial. Desde entonces, la hipótesis está siempre presente en la explicación del subdesarrollo, aunque más implícita que explícita. Incluso reverdeció hace unos años de la mano del ensayo Por qué fracasan los países, de los economistas Daron Acemoglu, del MIT, y James A. Robinson, de Harvard.

La idea básica de la historia cultural diferencial es que en el fondo de la cuestión el atraso se debe a una propensión congénitamente desigual al ahorro y a la acumulación en la población que lo padece. Los pueblos pobres lo son porque sus antepasados consumieron más de lo que debían. Cuando es la pobreza la que reproduce la pobreza, el planteo es el último absurdo y desprende un fuerte tufo racista, aunque no necesariamente lo emane en todos los casos. De paso, anótese que los setenta años que invoca el gatomacrismo para esquivar su completa responsabilidad de la crisis tiene ahí su refinamiento teórico.

Lo cierto es que los seres humanos que hoy viven en la parte desarrollada del mundo no se conforman con heredar y disfrutar la riqueza supuestamente atesorada por los antepasados sumamente previsores. Desean seguir enriqueciéndose, para lo cual extraen del producto global de la actualidad diez o veinte veces más que sus pares de la periferia. En conjunto, ambos tipos de seres humanos poseen una virtud media comparable. Además, uno y otro no pueden poner en el crisol de la producción mundial corriente más que el mismo insumo: una determinada cantidad de horas de sus tiempos. ¿Poner ambos grupos lo mismo y llevarse unos, diez o veinte veces más que los otros? Una tal concepción del pecado original resulta así lo suficientemente cuestionable en el plano ético porque constituye una justificación. La historia cultural diferencial encubre que unos no se habrían podido enriquecer y seguir haciéndolo y otros empobrecer y seguir pobres sin el concurso del factor externo. Esto es: el orden internacional existente y la transferencia unilateral de la riqueza que genera. Es una historia sin fundamentos históricos.

 

Vamos las bandas

La crisis disparada por la balanza de pagos en la que estamos inmersos sucedió porque el gatomacrismo tiene como objetivo consolidar una factoría de bajos salarios y creía que podía hacer la transición, esto es: achicar el mercado interno, sin mayores inconvenientes. Para cumplir sus objetivos tenían que abrir la economía y eso produce déficit comercial. Eligio dejar flotar el tipo de cambio porque temía que de fijarlo los especuladores le atacarían la balanza de pagos. Desde el primer momento el destino necesario e ineluctable de esta política era la fijación del tipo de cambio. Es que dejar que el mercado fije los precios relativos de los bienes y optimice de esta manera la asignación de los factores, es discutible pero coherente. El hecho de someter a la paridad monetaria y por ende a la unidad de medida a las fluctuaciones del mercado es el disparate inflacionario que estamos viviendo, al que ahora van a acotar entre bandas.

Como la realidad es dura de eludir en el mientras tanto, lo fijó de una manera torpe y costosa, a fuerza de endeudamiento externo estéril y LEBACs, cuyos desastrosos resultados están a la vista. Ahora va a proceder con banda cambiaria, empujado a los golpes por los datos de la realidad y el FMI. Por un tiempo es factible que se atenúe la profunda contradicción de mantener el dólar como moneda de reserva y al mismo tiempo permitir que flote entre bandas. Al fijar las bandas, el Central se reserva expresamente la posibilidad de intervenir poco a poco y entre límites. Es tradición que se mantengan en secreto esos límites, para dejar, según dicen, un margen de funcionamiento que haga un simulacro de mercado de cambios, del que el Banco Central espera obtener indicaciones útiles para modular sus propias intervenciones. En los hechos, lo único que las autoridades monetarias pueden obtener de este mercado simulado es el reflejo subjetivo de su propio comportamiento; alimentado por una exorbitante tasa de interés. Nada inesperado para un gobierno que entre sus antecedentes municipales registra como un logro a la bicisenda.

Lo que se está buscando es reducir las importaciones por debajo de las exportaciones. En otras palabras: seguir aumentando el desempleo. Si no fuera por esto último, no se percibiría una diferencia entre la austeridad presupuestaria en que el gobierno está empeñado en conseguir a toda costa y la austeridad de una protección aduanera lisa y llana. La protección actuaría de forma directa sobre las importaciones, y por ende sobre el superávit de los intercambios, y tendría los mismos efectos de los que se busca obtener en forma indirecta y aleatoria mediante la deflación del presupuesto, pero con más empleo.

Pero los intelectuales orgánicos del gatomacrismo nos aleccionaron sobre el error estratégico del mercado interno y Sergio Berensztein (La Nación, 21/09/2018) notifica acerca de la “sorprendente seguridad y una autoestima que sobreviven más allá de los resultados” en el elenco oficial. Berensztein, asimismo subraya el “trascendente papel civilizatorio que se ha dado a sí mismo” el gobierno. Curioso. Unos creyendo que se trata de una minoría reaccionaria inútil y dañina que perdió el rumbo. Los susodichos creídos de que están enfrascados en un choque de civilizaciones. Como para la crisis, con las infatuaciones tampoco se andan con chiquitas.

 

 

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