A los golpes con las feministas

La semana feminista concentrada en los desacuerdos sobre el golpe de Estado en Bolivia

 

Esta semana feminista está tomada por completo por el golpe de Estado en Bolivia. En mi corta experiencia dentro del feminismo he encontrado más desacuerdos que acuerdos, pero qué novedad, eso ocurre con cada uno de los movimientos políticos, no hace falta mencionar a ninguno para que la lectora ya se figure la bolsa de animales. Respecto al golpe de Estado en Bolivia también hay diferencias, por qué no. Lo que nos interesa es cómo esas posiciones contrastadas, en especial de las feministas locales en Bolivia, nos ayudan a pensar problemas del feminismo político, o aquel que se declara con posición política, en todos los territorios. Por ejemplo, pensar el poder, la institucionalidad y la autonomía dentro de la democracia. Si bien entre esas posiciones hay ¡cada una! que nos dan ganas de abdicar del feminismo, no es la idea ejecutar la misma operación que acá mismo vamos a criticar: gastar toda la pólvora en quienes tenemos más cerca y dejar pasar de largo al fascismo, que mientras nosotras nos deconstruimos le corta las trenzas a una chola y planta los evangelios en la currícula escolar.

Entonces a través de tres nudos atragantados hace una semana, que son nudos retóricos duros de desatar, vamos a recorrer estas posiciones encontradas. 1) ¿El gobierno de Evo fue revolucionario? 2) ¿Fue un golpe? 3) Los feminismos, y especialmente las mujeres, ¿vamos a proponer algo superador?

 

1 ¿El gobierno de Evo fue revolucionario? Menudo objetivo. Debemos definir primero qué se entiende por revolución, no lo haremos, que cada lectore lo imagine. Para María Galindo, feminista radical opositora al gobierno de Morales desde el primer momento, todo “embanderamiento de las ideas, los cuerpos y los espacios” es fascista. Para ella, artífice de la organización Mujeres Creando, antaño compañera de ruta de la argentina Sonia Sánchez en el archiconocido manifiesto “Ninguna mujer nace para puta”, Evo representa una concentración de poder intolerable. El caudillo es “la figura portadora del mito del 'Presidente indígena' cuyo único poder simbólico es el color de la piel, pues lleva adelante un gobierno habitado por un círculo corrupto de intelectuales y dirigentes que lo veneran porque lo necesitan como careta”, dice en este texto publicado en un portal web porteño. En otro texto llamado “La orfandad que deja el caudillo” describe a Evo Morales como una figura protectora que luego de la salida a México, la gente añora como añora a un padre golpeador que se fue a buscar cigarrillos.

 

María Galindo.

 

Por su parte, la mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar, feminista que vivió muchos años en Bolivia, fundó el Ejército Guerrillero Tupac Katari y fue esposa durante 15 años de Álvaro García Linera, considera que el gobierno del MAS fue “diez años de agravios de Evo y su forma machista-leninista pseudo plurinacional de organizar el mando político, la economía y la vida pública”. En este texto, Gutiérrez Aguilar repasa la crónica de los últimos meses en la política boliviana y distingue cuatro actores fundamentales: el gobierno de Evo, el espacio del candidato Mesa, el espacio de Camacho y “una creciente articulación de feministas y mujeres en lucha haciendo enormes esfuerzos por reunirse para debatir y enlazarse”, esfuerzos entre los que cita una acción de Mujeres Creando del 30 de octubre, donde se realizó un “aborto colectivo de los caudillos ecocidas”. Evo uno de ellos.

Silvia Rivera Cusicanqui, una reconocida socióloga boliviana, de quien puede leerse un perfil acá, denuncia la degradación del gobierno de Evo Morales. Rivera Cusicanqui es crítica del gobierno del MAS casi desde un primer momento, cuando comenzó a señalar el colonialismo dentro del gobierno que se pretendía descolonizador. En este video tomado el 12 de noviembre en el marco de la Asamblea de las mujeres, organizada por Mujeres Creando, se refiere a prácticas de cooptación de indígenas por parte de estructuras mafiosas enquistadas en las fuerzas militares bolivianas, y afirma que en 2006, cuando ascendió al gobierno el MAS, se hizo “creer que estábamos ante un gobierno revolucionario al estilo cubano”, pero no era tal cosa. Otra de las afirmaciones que realiza la autora valorada por el feminismo popular y comunitario local es que el gobierno provocó una borrachera generalizada, que “van a los lugares con latas de alcohol, ese mismísimo mecanismo que han utilizado los colonizadores en el siglo XVII: desarmar comunidades poniéndoles latas de alcohol”.

 

Silvia Rivera Cusicanqui.

 

Por su parte, la integrante del Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia, y de Feministas de Abya Yala Adriana Guzmán, la voz feminista más potente en contra del golpe de Estado, al menos hacia el exterior, considera que “lo que no ha hecho Evo es tocar los privilegios de los terratenientes y los oligarcas de Santa Cruz, que es de donde sale este golpe racista”. Para ella, según cuenta en esta nota, “no se ha cambiado la matriz económica del país, sigue siendo extractivista, sigue beneficiando a los ricos. Ahí está el límite del Estado, que gobernando para todos también tiene que gobernar para los ricos y los violadores, por ejemplo”. Sin embargo, más allá de las críticas destaca que “nosotras ahora nos miramos al espejo sin vergüenza, nos nombramos, discutimos. Esa transformación atenta contra la forma de vida de los empresarios porque les impide explotarnos”.

 

2- ¿Fue un golpe? Aquí las posiciones feministas comienzan a disgregarse. Galindo en la nota ya citada que titula “La noche de los cristales rotos” —haciendo referencia a un pogrom ocurrido en Alemania la noche del 9 de noviembre de 1938— dice que el golpe es la mitad del problema. “Evo ha denunciado ante la comunidad internacional que se trata de un golpe de Estado impulsado por la CIA y la oligarquía fascista terrateniente cruceña y eso es en parte cierto, pero es sólo la mitad del conflicto”. La otra mitad, según se desprende del análisis y la escritura de Galindo, es el cauce natural de los hechos si lo que hay es un gobierno fascista. El desenlace violento era de algún modo lo esperable, según sus palabras el propio masismo llevó a Bolivia a este “callejón sin salida”. En este contexto, luego del anuncio de Morales convocando a nuevas elecciones, luego de que comunicara su renuncia bajo la presión de altos mandos militares, de que uno de los referentes opositores ingresara a la casa de gobierno con una Biblia, que se quemaran whipalas, la feminista anarca dice que “lo más subversivo es no tener bando”. Además Galindo observa que Morales usó el racismo desatado durante el período post eleccionario como una propaganda de gobierno, “convirtiendo el racismo en un acto eficiente para el propio gobierno” y que todo el conflicto puede explicarse como una pelea de gallos entre dos caudillos: uno con cara de indio y otro blanco, rico y con una cruz en la mano. “Solicitamos un ring donde todos los actores en conflicto se agarren en un duelo a muerte entre ellos y a nosotr@s nos dejen en paz”, sostiene Galindo. ¿Quiénes somos nosotrxs? ¿Nosotrxs somos las mujeres? ¿Somos los indios? ¿Y si ese nosotrxs refiere a lxs feministxs?

 

Adriana Guzmán.

 

Adriana Guzmán le responde: “Esta idea de que todos son lo mismo nos pone a las feministas por encima del bien y del mal, no podemos posicionarnos del lado ni del proceso ni de ningún lado, creemos que esa es también una herencia de un feminismo colonial. Porque las feministas no estamos por encima de lo que está pasando, porque es a nuestras hermanas y a nuestros hermanos que están agrediendo. Y decir que todo es lo mismo no nos parece ni suficiente ni que aporta a la resolución de los conflictos ahora”. Para ella, efectivamente se trató de un golpe de Estado “racista, patriarcal, eclesiástico y empresarial”. “Lo que estamos discutiendo es que no podemos dar paso al fascismo fundamentalista”, dice en esta entrevista.

Raquel Gutiérrez Aguilar, en cambio, es tajante cuando escribe el mismo 10 de noviembre que “la cúpula del MAS que hoy renunció, dejó un país incendiado e hirviendo la caldera del odio. Ellos no sufrirán las consecuencias de lo que venga. Cómodamente podrán continuar contando su historia del 'golpe-cívico', negando su responsabilidad y regodeándose en su papel de víctimas, soñando que algún día volverán otra vez como redentores”. Para la socióloga y filósofa especializada en movimientos indígenas en América Latina, el golpe es una historia, un cuento que cuentan los dizque golpeados.

 

Raquel Gutiérrez Aguilar.

 

En la misma línea, la de que el golpe es un relato que sirve en términos de propaganda, Rivera Cusicanqui considera que “la hipótesis que me parece peligrosa es la del golpe de Estado, que quiere empaquetar enterito a todo el gobierno de Evo Morales. Toda la degradación legitimarla con la idea de golpe de Estado, es criminal”. Aunque para ella también la otra hipótesis, que con Evo lejos se abre un período de pureza democrática, es igualmente errada. Lo correcto para Cusicanqui, en coincidencia con varias de las feministas que pusieron su opinión a circular, es una tercera o cuarta posición sobrevoladora, capaz de impugnar por igual a Evo, a Camacho y a la CIA.

 

3- La política de las mujeres o el feminismo como solución. Otra vez empecemos por Galindo. Dice acá: “Soy, entre muchos de mis oficios, testigo directa cotidiana de lo difícil que es sacarse un macho de encima para una mujer que sufre violencia y no deja de salírseme de la cabeza esa imagen cuando pienso en Bolivia. (…) por muy increíble que parezca, somos las mujeres las que tenemos la clave de cómo quitándote un macho de encima no tienes por qué caer en el macho siguiente”. La analogía entre políticos poderosos y varones golpeadores de mujeres es archivisitada, su efectividad gráfica sin embargo es tramposa: diluye la potencia expresiva de la denuncia cuando efectivamente estamos frente a un varón golpeador, construye un regocijo victimista del pueblo feminizado y miente un secreto que tendrían guardado en su útero las mujeres para acabar con los abusos.

Como Galindo, y en su apoyo, Gutiérrez Aguilar también se refiere a “construir alguna mediación a partir de las mujeres para la situación de desastre que se vislumbraba”. Según su análisis: “La aparición de Camacho-redentor desafía a Evo-verdugo y silencia a Mesa-víctima. Así, la mediación de la palabra feminista/femenina se hace cada vez más urgente y, a la vez, resulta más difícil”. Otra vez en la lectura espontánea emerge el feminismo homologado a lo femenino, y convocado como Deus ex machina capaz de mediar, como si no tuviera intereses, actores y una historia superpuesta a la de los demás participantes.

También para Silvia Rivera Cusicanqui la salida es romper el mapa. “(…) Es falso que el MAS es lo único que tenemos como posibilidad de lo interétnico, de lo plural, de lo pluricultural. Esa pluralidad es la que tenemos que recuperar, hermanas, y también la posibilidad de hermanarnos entre mujeres e indias e indios”, dice en plan resiliencia. La solución no será posicionarse ni apoyar (ya dijo que la víctima exageraba), Rivera Cusicanqui arroja hacia el futuro la posibilidad de recuperar esperanza y hacer política feminista. Mientras tanto Donald Trump descorcha, el corcho deja ciegos a cientos de chilenos y empieza la balacera en Cochabamba.

Una mujer se autoproclamó Presidenta. Jeanine Áñez tomó el control del espacio vacante que dejó el desplazamiento forzado del gobierno que hace 12 años sacó a Bolivia de la fantasía blanca, y lo hizo negando la identidad indígena. Las chicanas aparecieron rapidísimo: ¿querían ovarios? Ahí tienen. En las calles de Bolivia se desató una cacería de wiphalas, hubo 5 muertes el viernes en Cochabamba y la cuenta sigue creciendo. ¿Qué tipo de feminismo es el que en este escenario continúa remarcando —ante todo— el machismo del gobierno indígena? ¿Puede el feminismo ir por una carretera paralela a la del pueblo? ¿Cómo puede un feminismo popular entrar a la arena política y asumir una posición estratégica para rechazar lo peor y apoyar lo menos peor sin traicionar sus mínimos acuerdos? También, para seguir arrojando interrogantes que permitan incluso pensarnos a nosotras (las feministas del territorio donde el Estado argentino está asentado), corresponde una lectura aún más situada y coyuntural de la que pretenden las feministas por la autonomía. ¿Es este el momento para intervenir como maximalistas? Como vimos, los diversos feminismos son críticos a Evo desde el primer momento. Pero ahora la visibilidad de la posición crítica resulta amplificada en un contexto de polarización y urgencia casi bélica. Entonces, como feministas, ¿podemos advertir que nuestras críticas hoy tienen efectos particulares? ¿Que en esta coyuntura la voz anti-Evo provoca otros sentidos, como quitarle apoyo a la resistencia a un golpe que se manifiesta racista, sanguinario, fascista?

En esta confusión de argumentos y posiciones, podemos identificar dos estrategias. Por un lado, una posición responsable, que sin escatimar el relato de los bemoles del proceso de gobierno del MAS, se posiciona contra el golpe en un contexto de urgencia; y, por otro lado, una posición que por momentos parece hacer leña del árbol caído sin medir las consecuencias o trata al ascenso del fascismo como algo que le ocurre a otros. “Las feministas tenemos muchas críticas a Evo Morales, por su machismo”, dice Adriana Guzmán; críticas porque mantuvo la verticalidad, el clientelismo, el extractivismo, pactó con mafias de toda índole. “Pero hay algunas feministas que se quedan solo en eso”. La pregunta es entonces cómo no quedarnos solo en “eso”, o cómo hacer para que “eso” sea solo una de las tiras de una trenza, imposible de armar sin otras tiras. Siempre que lo que queremos sea que se multipliquen las trenzas.

 

 

 

 

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