A medio siglo de Ezeiza

El prólogo a la última edición de un libro fundamental

 

El martes se cumplirán 50 años del regreso definitivo de Perón a la Argentina y de la emboscada tendida a un sector de sus partidarios. Ese fue el tema de mi libro Ezeiza, publicado en 1985. El jueves 22 lo presentaremos en el Centro Cultural Kirchner, en el ciclo de revisión de mi obra, producido por Diego Sztulwark, Daniel Tognetti y Camila Perochena. Participarán representantes de distintas generaciones: Luli Trujillo, Magdalena Gainza y Mónica Peralta Ramos. Lo que sigue es el prólogo que escribí para la edición definitiva de aquella investigación, que comenzó la misma noche del 20 de junio de 2023.

 

El equívoco de los paradigmas

El ex vocero de Esteban Caselli en la embajada de la Argentina menemista ante el Vaticano, Ceferino Reato, sostiene que Ezeiza “nació con vocación de paradigma: ya en el primer párrafo de su Introducción, Verbitsky sostiene que esa matanza ‘cierra un ciclo de la historia argentina y prefigura los años por venir. Ezeiza contiene el germen del gobierno de Isabel y López Rega, la AAA, el genocidio ejercido a partir del nuevo golpe militar de 1976, el eje militar-sindical en que el gran capital confía para el control de la Argentina’”. Añade que mi libro, “es el paradigma compartido por casi todos los historiadores y periodistas que han estado escribiendo sobre la década del setenta” y que si yo no lo hubiera terminado “a mediados de los '80, habría tal vez incluido al menemismo, el delarruismo, el duhaldismo y el macrismo en ese eje del mal porque lo que está ofreciendo es una manera determinada, más bien maniquea, de recuperar la historia reciente”.

La respondió el profesor de filosofía Oscar Cuervo [1]: “Lo que dice Verbitsky no es lo que quiere interpretar embrolladamente Reato. No es el libro Ezeiza lo que Verbitsky quiere imponer como modelo paradigmático de interpretación de la historia reciente (por otra parte: ¿qué autor podría lograr eso con su libro, el constituirse en un paradigma aceptado por ‘casi todos’? ¿Mediante qué recursos podría lograr un libro auto-engendrarse con vocación de paradigma?). Lo que Verbitsky dice en la frase citada es algo más sencillo —y tan discutible como cualquier otra hipótesis—: que en el episodio de Ezeiza empieza a configurarse un proceso de alineamiento de fuerzas que se extenderá en los años siguientes de la dictadura”.

Según Cuervo, “a Reato le gustaría erigir con su libro un nuevo paradigma que reemplace al del autor de Ezeiza, y para ello traza un ‘eje del mal’ que parte del asesinato de Rucci por obra de los montoneros y continúa en la propia escritura del libro Ezeiza, hasta llegar al ‘poder hegemónico’ del kirchnerismo actual. Este eje se extiende a lo largo de 35 años y por momentos parece que el sujeto permanente de esta operación criminal/discursiva fuera el propio Verbitsky. Se trata claramente del maniqueismo del que Reato acusa a su oponente, en el que no importa tanto dilucidar lo que ocurrió con Rucci como instrumentar el sentido de este episodio histórico como clave del presente”.

Cuervo se pregunta por la finalidad de la operación de Reato (nombre que me es imposible no asociar a los primeros versos del Golem de Borges), y enumera:

  • vender muchos libros,
  • perdurar en el tiempo, “al menos tanto como perduró Ezeiza”.
  • “Reabrir la causa judicial de la muerte de Rucci. Para eso no hace falta vencer el presunto paradigma Verbitsky, sino lograr nuevas pruebas que reactiven la investigación”.
  • “Lograr un debate sobre la figura jurídica de los crímenes de lesa humanidad, para extenderlo a los delitos cometidos por las organizaciones armadas de los '70” [como intenta La Nación, desde que la Corte Suprema de Justicia declaró en 2005, en una causa que yo presenté como presidente del CELS, que esos delitos no pueden ser amnistiados ni su persecución cesa por el paso del tiempo].
  • “Pero eso no se logra con anécdotas familiaristas sobre lo buen padre que era Rucci o lo leal que le era a Perón. La figura de lesa humanidad se delinea en un discurso jurídico que trasciende cualquier caso particular”.

 

Acerca de la autocrítica

Por cierto, jamás he tenido la presunción de instalar un paradigma, que no es una obra individual ni voluntaria, sino colectiva e indeliberada, que requiere tiempo para sedimentar en el humus de la sociedad. Tampoco mencioné ningún eje del mal, otro tópico de Reato, distante de mi estilo narrativo.

Lo que sí hice fue responderle cuando en 2014 zapateó sobre el féretro de Juan Gelman, en una seguidilla de por lo menos cinco artículos denigratorios que se apresuró a publicar en tres diarios distintos (buscando el efecto que un ministro alemán del segundo tercio del siglo XX atribuyó a la repetición), para ofrecer sus propios libros como modelo antagónico a la actitud de Juan. En realidad, la actitud que él atribuye a Juan, a quien le reprochó que nunca hubiera hecho una autocrítica, pecado en el que sin ingenuidad involucró al kirchnerismo y a la mayoría de los organismos de derechos humanos.

Reato se pregunta: “¿Por qué ocultar o disimular su militancia como ‘oficial’ montonero”? Según el columnista de La Nación, Perfil e Infoemba:

  • “Luego de romper con Montoneros, en 1979, Gelman se dedicó a la escritura y no quiso hablar de su experiencia armada”.
  • “Estos guardianes de la memoria histórica construida por el kirchnerismo, con la imprescindible colaboración de la mayoría de los organismos de derechos humanos, consideran que de esos temas no hay que hablar. Comparten con Gelman el convencimiento de que no hay autocrítica que realizar”.
  • “Gelman no hizo autocrítica sobre su militancia en Montoneros –donde llegó a ‘teniente’ y a integrar el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero– porque pensaba que no tenía nada que criticarse. (…) Si fuera por ellos, nadie debería recordar los atentados de las guerrillas. (…) Mi posición es que un periodista debe preocuparse sólo por llegar lo más cerca posible de la verdad”.

 

Contraderrota

Con el propósito de asistirlo en ese intento, le recordé que la autocrítica de Gelman comenzó antes de la ruptura con Montoneros y le valió una ridícula condena a muerte de su conducción. Afirmar que desde entonces Juan no habló de la experiencia armada ni la criticó requiere, por ser benévolo, de una alta dosis de ignorancia. Para subsanarla transcribí algunas definiciones que constan en un libro-entrevista de 1987: Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la Revolución Perdida.

 

Juan Gelman. Si esto no es una autocrítica...

 

 

Según Gelman:

  • “No sólo habría que analizar los errores de Perón (…) sino también los de la propia organización que decidió profundizar –y mal– el enfrentamiento que ya existía”.
  • “Lo que hubo fue soberbia. No sólo la soberbia política que se dio al comienzo, sino también la que derivó luego hacia la soberbia militarista. (…) Se cayó en una suerte de enfrentamiento cupular. Se supuso que en la medida en que Perón se inclinaba a la derecha –apoyando a López Rega, jefe de la Triple A– el único medio de contrabalancear ese tipo de tendencia era tirarle un cadáver cotidiano sobre la mesa”.
  • “El primer grupo de resistencia armada como tal –los Uturuncos– fue precedido por la resistencia de los obreros peronistas que asumieron las formas de la violencia en 1956, tres años antes de la revolución cubana. Aun así, digamos que, como factor impulsor de la historia que habría de seguir, lo de Cuba planteó un ejemplo claro, aunque también influyó en los errores posteriores del movimiento armado en la Argentina y en toda América Latina.”
  • “Era el error enorme de suponer que la revolución cubana había sido solamente Fidel Castro y Sierra Maestra” [ignorando] las luchas populares en las ciudades. (…) Otro de los grandes errores fue suponer que lo de Cuba había sido un foco. Se quiso creer y ver a la revolución cubana como lo que no era. Creencia a la que ayudaron los propios cubanos.”
  • “La mala lectura de la revolución cubana produjo un nefasto voluntarismo político.”
  • “Uno de los factores de la derrota fue la subestimación del enemigo, que se explica por desconocerlo y también por la soberbia militarista que luego se apoderó de Montoneros.”
  • “La imagen es muy linda. Pero para que una chispa incendie una pradera en primer lugar tiene que existir la pradera, en segundo lugar la pradera tiene que estar seca, no tiene que llover y, además tenés que saber dónde tirar la chispa. Era y es metafísico plantear la revolución en esos términos, (…) Este y otros errores no les caben solamente a un grupo o algunos grupos en los años 60, sino también al mismo movimiento comunista internacional, que se equivocó larguísimo tiempo en la caracterización del movimiento popular y en la situación de América Latina, al considerarnos países coloniales, (…) al poner en pie de igualdad a un continente donde se inaugura el neocolonialismo mundial con Asia y África, donde efectivamente, el colonialismo funcionaba y había tropas extranjeras y virreyes.”
  • “La respuesta que Montoneros da a todo eso es incorrecta, ya que empieza a practicar una política elitista y, en el fondo, antipopular. (…) A pesar de todas las persecuciones, en 1974 había márgenes democráticos para seguir avanzando en la lucha de masas y en la organización de las bases. Pero es entonces cuando la conducción autoclandestiniza a Montoneros, autoclandestiniza la organización militar y deja con el culo al aire a las organizaciones de masa, configurando así una política suicida: la estructura de base no tenía medios para escapar a la persecución de la Triple A. La gente que trabajaba en las villas miseria, en los frigoríficos, en las fábricas, el único modo que tenía de salvarse era salir de sus lugares y por lo tanto dejar su trabajo. Pero, ¿dónde iba a encontrar otro?”
  • “Este grueso error significó dejarle el campo político a la derecha. Concepción que pese a las diferencias de contexto vuelve a repetirse durante el comienzo de la dictadura militar, cuando Montoneros confía su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas al plano estrictamente militar. (…) Frente a determinadas acciones, como los casos de Mor Roig o José Ignacio Rucci, hubo opiniones encontradas, pero de ningún modo debatidas a fondo en la organización.”
  • “Montoneros pone en práctica el uso de la pastilla de cianuro: la cuestión entonces era suicidarse para no caer en manos del enemigo y no batir. (…) Efectivamente había gente de Montoneros que era capturada y cantaba (…). La conducción de Montoneros consideraba que todo esto era un problema de debilidad ideológica. Como bien señaló Rodolfo Walsh, (…) el problema real era el de una línea política equivocada y así lo demostró la historia posterior.”
  • “Santo Tomás De Aquino hablaba de la salvación individual y de elevar el alma a partir del sacrificio del cuerpo, y tipos como Mario Firmenich formularon una concepción similar, pero en el plano revolucionario. De ese modo se entró en la alucinación de pretender formar militantes de acero, militantes revolucionarios, sobre una base totalmente individualista y mesiánica.”
  • “Los métodos aplicados a la organización revolucionaria revelan los vicios que tenía la formación ideológica de esa conducción [con una] formación ligada al misticismo y a la religión, tomada como ellos la tomaron.”
  • “En el comportamiento general de golpear, de endurecer a la organización, de hacerla casi religiosa, hubo una finalidad política relacionada con lo que antes decíamos sobre el modo de concebir el poder, (…) elitista, contrarrevolucionario y antipopular.”
  • “Un obrero que era simpatizante de la organización y dirigente natural de una fábrica de 2.000 trabajadores (…) fue incorporado a la organización, que era absolutamente vertical, también asumía formas militares, con grados, rangos y taconeos. Por supuesto, el que ingresaba lo hacía con el grado ínfimo de aspirante a oficial, desde el punto de vista de la mentalidad militar era un suboficial que aspiraba a ser oficial. A partir de allí se entraba en una cadena de obediencia a los grados superiores. Aquel obrero fue incorporado con ese grado y participaba en reuniones de ámbito; en esas condiciones estaba hasta que la conducción de Montoneros resuelve que hay que lanzar una huelga en la zona. (…) El obrero lo miró y le contestó:

—Vos estás ligeramente en pedo. Yo no tengo condiciones para hacer una huelga en la fábrica ni vestido de mono. De manera que yo eso no lo voy a hacer.
Como yo soy capitán y vos sos aspirante, tenés que obedecer.
–Vos serás capitán y yo aspirante, pero chupame la pija, porque yo esa cosa no la voy a hacer.

No se hizo. Este es un ejemplo que sirve para explicar cómo Montoneros se cagaba en el referente de masas. En vez de promover la organización de las masas, teniendo en cuenta a sus representantes naturales, sus necesidades y reivindicaciones, pretendió absorber en una organización jerárquica a los dirigentes de base para transmitir órdenes a las masas, pasar decretos, bajar línea y movilizarlas, supuestamente a través de sus dirigentes”.

  • “Si lo de Rucci había conmocionado tan mal, después ocurrió un error tremendo al suponer que iba a producirse algún tipo de repercusión popular dando muerte a Mor Roig porque se cumplía un año de los crímenes de Trelew del 22 de agosto. No hubo ninguna adhesión popular. De ahí que esta sea una muestra más de esa política a la que califico de cupular, aunque tal vez para ser exactos, habría que llamarla elitista y en el fondo, foquista”.
  • “La cuestión para la conducción montonera era continuar en una disputa de cúpulas, lejana de la discusión y la acción de las bases. Y en las bases, no se aplicaban políticas que disputaran el liderazgo de Perón en la conciencia de las masas, sino simples hechos espectaculares. Lo de Rucci iba a cercenar el apoyo de la clase obrera y lo de Mor Roig los apoyos de la clase media, con las consecuencias naturales que se desprenden de ese debilitamiento”.
  • “Pensar que la alianza de la burocracia sindical con el lopezreguismo era una cosa inmutable y sin fisuras. No entendieron que López Rega no tenía ninguna base de masas y que la burocracia sindical sí. Esa burocracia sindical, con todo lo que era y representaba, no podía ser confundida necesariamente con lo otro, ya que debía responder a las presiones de las masas, como se vio en las huelgas y movilizaciones de junio de 1975, que ‘casualmente’ dieron por tierra con López Rega”.
  • “El fusilamiento de Pedro Eugenio Aramburu fue todo un símbolo para las masas peronistas: ese había sido un hombre que dirigió la dictadura que sustituyó a Perón y cuya muerte tuvo un significado enorme para el pueblo. [Pero] no es lo mismo Aramburu que Dirk Kloosterman, ni es lo mismo Aramburu que Rucci. De modo que no puede ponerse un signo igual entre aquella primera acción de Montoneros, que tuvo un impacto político grande, y otras cosas”.
  • “En el fondo de este problema sobrevuela la concepción foquista por la cual es la lucha militar la que impulsa a la lucha de masas, cuando resulta que, de hecho, esto es absolutamente al revés. (…) Si tal o cual organización de masas pide que se organice tal o cual acción militar, son las masas las que asumen las tareas de autodefensa y el aparato militar puede entrenar y luego acompañarlas, pero nunca dominar. Ese ejemplo de subordinación de las acciones militares a las políticas sí existió en la primera etapa de la resistencia peronista, cuando en las acciones violentas siempre se dio la vinculación entre la lucha armada, la de masas y la sindical. Digamos entonces que se asistió a un proceso de degradación política en el cual se terminó por llegar a una conducción militarista similar a la del enemigo, en la cual se copia hasta sus grados. (…) Y cuando lo que predomina es lo militar, sólo se desemboca en un enfrentamiento entre aparatos, donde es evidente que siempre van a ganar las Fuerzas Armadas”.
  • “El líder unificador era efectivamente Perón y lo que él hacía no era otra cosa que dar unidad a la clase obrera y a buena parte de las clases medias, (…) aunque digamos que, en las concepciones de Perón, la hegemonía de esa alianza no correspondía a la clase obrera. Por lo tanto, había que partir de esa comprensión para saber cómo promover dentro del Movimiento una política que, sin romper la unidad, invirtiera poco a poco los términos; pero no a partir de disputarle la conducción abruptamente al líder reconocido por aquellos sectores sociales (…). Eso obligaba a una lucha política muy difícil, ya que por supuesto es mucho más fácil tirar tiros”.
  • “En 1974, las organizaciones armadas que habían tenido un papel muy claro en la resistencia obrera contra la dictadura de Juan Carlos Onganía dejan de ser protagonistas y, apenas un año después, son los obreros los que toman la primacía. Es este último elemento lo que más miedo le da a los militares y lo que quiebra la tranquilidad de los Ricardo Balbín, que empieza a inventar aquello de la guerrilla industrial. Es por eso que el golpe de 1976 fue esencialmente antiperonista y antiobrero”.
  • “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia obrera; se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa para que equilibrase el juego político entre la derecha y la izquierda. (…) No formó parte de una concepción política en relación con las masas, sino de una estrategia cupular”.

El análisis de Juan fue tan poco complaciente que su propio editor, Eduardo Luis Duhalde, tomó distancia y en la contratapa del volumen se preguntó: “¿Es exacto que de nuestra autocrítica los opresores sólo pueden recoger las migajas?” y agregó: “Gelman ejerce su crítica amarga –¿siempre justa?– contra aquella organización”.

 

Fuego cruzado entre los custodios del palco y el CdO en el Hogar Escuela.

 

 

Una respuesta anticipada

Gelman se anticipó así a desmenuzar los cuestionamientos que Reato le haría 27 años después, cuando ya no pudiera responderle. Escribió que la reflexión crítica y autocrítica debía realizarse sin culpa:

  • “No hacerlo como los cuervos políticos que están esperando las críticas más o menos internas o cercanas, íntimas, como las que se hacen sobre Montoneros para regodearse con su derrota y decretar el fin de las utopías. (…) Más interesa que las críticas y autocríticas se hagan con la voluntad de revertir esta situación y no incurrir en la autoflagelación pública”.

Y como de costumbre, fue a fondo:

  • “Recuerdo una nota firmada en la Argentina por Beatriz Sarlo que hizo la crítica de las cartas de Rodolfo Walsh cuando se enteró de la muerte de su hija. Entonces Beatriz Sarlo las calificó de ‘voluntad de estetizar la muerte’. Sería muy sencillo despachar el asunto diciendo que esta señora es una pelotuda; pero esta señora, digamos, no es ninguna pelotuda. Lo que hace en realidad es negar toda una situación social compleja, abstraerla de muestro contexto político, sacar a Walsh de eso, sacar de eso a la muerte de su hija y plantear, en una especie de isla edénica, que se produce la muerte de la muchacha sin saber quién la mata ni por qué, ni cómo. (…) Lo que quieren analizar es el texto en sí mismo y por sí solo, absolutamente y sin contexto para hallar por fin que esas cartas de Rodolfo son un simple canto a la muerte. Esta gente, más que a reflexionar, se dedica a parcelar, a castrar la reflexión. Ellos están en su derecho, pero de ahí a que uno les dé bola”.

Estas afirmaciones que Reato ignoraba le resbalaron e insistió en que no constituían una autocrítica, porque Gelman no confesó crímenes, no se arrepintió ni pidió perdón.

 

La confusión con el sacramento católico

Así confunde la autocrítica (que diversos movimientos políticos y escuelas psicológicas utilizan como herramienta para descubrir y superar errores e insuficiencias en la propia actividad) con el sacramento católico de la reconciliación o la penitencia, que abre la puerta a la salvación individual. La reconciliación se consuma al confesar los pecados ante el sacerdote, cuya absolución confiere al penitente el perdón de Dios.

La autocrítica de Gelman (como la de Rodolfo Walsh o la mía) fueron contemporáneas a los hechos y prosiguieron después. La continuidad en la organización no implicó convalidar las políticas que objetamos y se explica por la pertenencia a un proyecto colectivo, la lealtad a quienes murieron defendiéndolo y el intento de modificar las cosas mientras fuera posible. Las definiciones de Gelman son de una contundencia que pone en ridículo cualquier intento de negarlas.

La compunción póstuma exigida a Gelman equivale a que en nombre de los errores y del dolor, padecido e infligido, se abomine de toda lucha, pasada o futura, por el mejoramiento de las condiciones políticas y sociales. Eso es desconocer la historia de los pueblos, que en vez de resignarse al statu quo debido a los errores de los militantes o los dirigentes se las ingenian para corregirlos y avanzar.

Reato niega adherir a la doctrina de los dos demonios y para probarlo alega que le parecen “mucho peores los delitos realizados desde el aparato del Estado”. Se le olvidó que ya en la primera página del informe Nunca Más, de 1984, Ernesto Sábato enunció esa doctrina en sus mismos términos: “A los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor”. ¿O tampoco lo habrá leído?

 

Lilia y Lila

Ya sin argumentos, Reato construyó su argumento sobre un dato falso, alegando que me autocritiqué en silencio. Lo hice en los ámbitos de militancia correspondientes, con identificación de autor y asumiendo las consecuencias. Uno de esos documentos se publicó luego en el exterior mezclado con los de Rodolfo Walsh, a quien le fue atribuido por error, dado que apareció en una misma carpeta con los suyos, porque así los habían archivado en la ESMA luego de secuestrarlos en la casa de San Vicente. El error fue aclarado por la última esposa de Walsh, Lilia Ferreyra, en una entrevista que le realizó otra compañera sobreviviente de ese campo clandestino, Lila Pastoriza.

 

Rodolfo y Lilia, en 1974.

 

Lilia dice que “uno de los documentos –Observaciones sobre el documento del Consejo del 11/11/1976– no había sido escrito por Rodolfo sino por Horacio Verbitsky. Se trata de un error que, aunque en varias oportunidades se intentó aclarar, hasta hoy subsiste [2]. Así y todo, en casos como éste, la confusión no es inocente y se la utiliza para desacreditar a sus compañeros de militancia. Por otro lado, en los textos escritos por Verbitsky que se atribuyen a Rodolfo, pienso que más allá de las dificultades propias de la recuperación de materiales clandestinos, también tiene que ver con que Rodolfo y Horacio conformaban una suerte de tándem en cuanto al compromiso político en proyectos periodísticos como el Semanario CGT y Noticias, es decir que había ya una línea respecto de contenidos y de escritura que facilitaba confundirlos”.

Recuerda Lila Pastoriza, que también participó en la creación de ANCLA y la Cadena Informativa, dos de los instrumentos que Rodolfo creó para vencer al terror, que se basa en el aislamiento y la incomunicación:

–Una situación similar se da también con otro documento redactado por Horacio Verbitsky que se atribuye frecuentemente a Walsh, “ESMA – Historia de la guerra sucia en la Argentina”, un texto difundido clandestinamente en octubre de 1976 con información valiosísima aportada en buena medida por el soldado conscripto Sergio Tarnopolsky y el ex guardiamarina Mario Galli, ambos asesinados. Verbitsky lo incluyó en el libro Rodolfo Walsh y la Prensa Clandestina, 1976-78, junto con numerosos materiales de esa experiencia colectiva impulsada por Walsh...

–Precisamente, por pudor, y porque el objetivo era resaltar el rol de Rodolfo en la prensa clandestina, se incluye el trabajo de Horacio sobre la ESMA, como también su ensayo sobre San Martín, sin su firma. Y así se va construyendo esta confusión. Creo que, retomando lo que antes decía yo sobre la necesidad de coherencia en la memoria y la historia, es necesario definir claramente la autoría de textos que han sido y son de importancia para el conocimiento y profundización de lo que significaron los años 70 en nuestros países— concluye Lilia [3].

 

Lila Pastoriza.

 

 

Política e ideologismo

La denuncia de los crímenes de la dictadura no implicaba una aceptación acrítica de la línea de la organización. Al mes siguiente de aquella investigación sobre la ESMA, hice circular entre los compañeros y jefes un breve documento titulado “Política e ideologismo”, en el que ordené las críticas que ya había formulado a la conducción de Montoneros, entre junio y octubre de 1976.

 

 

 

Allí señalé como fuente de una serie de errores y desvíos la incorrecta estimación del peronismo como un proceso agotado. El documento advierte que no se supera la realidad en base a esquemas ideales. Por el contrario, esta sustitución debilita la identidad y aleja a la organización de su tarea principal en la nueva etapa: resistir junto al pueblo a la dictadura.

  • El ideologismo supone un empobrecimiento para el peronismo montonero, una asimilación al modo de pensar de la “izquierda no fecundada por el peronismo”, aquella que concibe la ideología “como un producto terminado, que puede aprenderse en un libro y reduce la realidad a términos maniqueos, de blanco y negro, lo cual es particularmente grave en un país tan complejo como el nuestro, donde las contradicciones sociales cubren una amplia gama de grises”.
  • “Al estimar el agotamiento del peronismo, olvidamos que carecíamos, por el momento, de alguna realidad mejor, pateamos la escalera y nos colgamos del pincel”.
  • “Este extrañamiento de la realidad nos condujo a procurar acuerdos máximos con pocos [como el PRT y el PO] cuando la nueva dictadura militar sentaba las condiciones para buscar acuerdos mínimos con muchos”.
  • Un indicador de este desvío ideologista en Montoneros, es “el excesivo embeleso con las palabras” cuando no son las palabras “sino los hechos, los que cuentan”.
  • Además, los efectos de la represión son ya dramáticos: “los compañeros no caen en combate, ni dirigiendo conflictos, ni pintando paredes, sino cubriendo citas”. Es urgente, por tanto, que Montoneros dé una respuesta política y no ideológica a la situación.
  • “Según nuestros últimos documentos, el socialismo sería ahora no sólo una bandera estratégica, sino también táctica. Por ello no habría más objetivos intermedios ni de transición. Pero sin objetivos intermedios no hay política de poder. Hay Teología y no Historia”.
  • “Es posible que la falta de objetivos intermedios no perturbe el análisis teórico, pero se siente en el momento de formular planes sectoriales y acciones políticas con participación de las masas”.

También señalaba

  • “La imposibilidad de sostener la línea operativa iniciada en Formosa,
  • el balance triunfalista de 1975,
  • el callejón ideologista en que se encerró el análisis de la caída y la traición de Quieto,
  • la sucesión de caídas y cantadas, que reclaman una autocrítica y una explicación profundas”, igual que la frase ‘no hay que abandonar ninguna posición sin librar combate’. ¿Qué quiere decir eso, quedarse en casa aunque haya caído alguien que la conoce?”

Entre las propuestas, figuraba:

  • moderar el ritmo de funcionamiento, con más seguridad y menos centralización,
  • mayor esfuerzo para romper el cerco informativo, “con el gravísimo riesgo de limitar la construcción organizativa a sus aspectos técnicos, o metodológicos, de modo que lo construido sería foquista y endeble”.
  • mayor sensibilidad ante la caída de compañeros.
  • Aun cuando la clase obrera “sigue siendo peronista”, es el sujeto que debe hegemonizar el proceso.

Este documento que evoca Lilia lo elevé a la conducción de Montoneros el 22 de diciembre de 1976. Da cuenta de las modificaciones parciales e insuficientes que asumió el Consejo, porque “no responden a una autocrítica profunda sobre los graves errores” y recomienda desandar el camino militarista que piensa la guerra en términos abstractos, e incluso delirantes, a favor de un retorno a la política, es decir, a definiciones claras y sencillas que permitan compartir con el pueblo la etapa de la resistencia a la dictadura.

  • “Lo principal son las definiciones políticas. Si son correctas, en pocos años un pequeño grupo llega a conducir una organización poderosa; si son incorrectas, esa organización hasta puede desaparecer. Esta es una enseñanza de nuestra propia historia”.
  • “En nuestro país es el Movimiento el que genera la vanguardia y no a la inversa como en los ejemplos clásicos del marxismo”.
  • “Si esto no se tiene en cuenta, la literatura china o vietnamita no nos sirve, porque tiende a confundir nuestra lucha social con una guerra colonial, en la que tiene sentido la organización en Partido, Movimiento, Frente de Liberación y Ejército, porque se presupone la unidad del pueblo detrás de una conducción reconocida contra el invasor extranjero”.
  • “Nosotros en cambio, tenemos que comenzar por ganarnos la representación de nuestro pueblo, a partir de los elementos de nuestra realidad, que es la de una lucha de clases, con niveles crecientes de violencia, que nos proponemos masificar, no una guerra colonial”.
  • “Al aplicar mecánicamente conceptos de otras realidades incurrimos en los mismos errores que antes le criticábamos al ERP. Al confundir nuestra identidad, y la del pueblo, las masas no son un espacio seguro, y ese es nuestro principal problema”. [Las Fuerzas Armadas padecieron un equívoco simétrico. Empachadas de literatura contrarrevolucionaria francesa y doctrina contrainsurgente estadounidense creyeron ser parte de la Tercera Guerra Mundial contra el comunismo pero recién cuando la cacería concluyó y comenzaron a pagar sus consecuencias advirtieron que “no enfrentamos a extranjeros, éramos todos nacionales. (…) Los desaparecidos en Argelia eran desaparecidos en el territorio de otra Nación, que se liberó luego de haber sido un apéndice de Francia. En cambio, en la Argentina, cada desaparecido tenía padres, hermanos, tíos, abuelos, que actuaron políticamente con un gran resentimiento, natural” llegó a admitir en la senectud uno de los principales carniceros del régimen, el general Albano Harguindeguy en la entrevista que obtuvo la periodista francesa Marie-Monique Robin [4], allí donde el militar cumplía su arresto domiciliario. De este modo, retomó un rancio debate entre facciones internas de la dictadura. Ninguna repudió los métodos que todas practicaron con criminal entusiasmo, pero algunos tuvieron mayor previsión sobre sus efectos. Los métodos coloniales de Indochina y Argelia “nos sirvieron para librar una guerra. Ganamos la guerra pero perdimos la paz. (…) Todos eran sospechosos. Lo sucedido fue una violación de los derechos humanos reconocidos por las Naciones Unidas”, dijo Harguindeguy].
  • “En 1974, al morir Perón, queríamos el golpe para ‘evitar la fractura en el pueblo’. En 1975, al analizarse la posibilidad del golpe, la conducción dijo que las armas principales del enfrentamiento serían militares. La regional Buenos Aires escribió que el golpe era el último desatino de la historia. Si no hacemos una autocrítica a fondo de esos errores, seguiremos equivocándonos”.
  • “Hasta el 24 de marzo de 1976 planteábamos correctamente la lucha interna por la conducción del peronismo. Después, cuando las condiciones eran inmejorables, desistimos de esa lucha, y en vez de hacer política, de hablar con todo el mundo, en todos los niveles, en nombre del peronismo, decidimos que las armas principales eran las militares y dedicamos nuestra atención a profundizar acuerdos ideológicos con la izquierda, olvidando que son las masas las que deciden cuál proyecto de vanguardia es válido”.
  • “La insistencia en la creación del Movimiento Montonero con sus ramas indica una insuficiente comprensión. Así como perdimos casi todo el año 76 en la tarea interna de organizar el partido, corremos el peligro de perder parte del 77 tratando de organizar el inexistente Movimiento Montonero, en vez de invitar a participar en la resistencia al existente Movimiento Peronista. (…) No hay que crear estructuras ideales que no llegarán a tener existencia real, sino formular propuestas para conducir a lo que existe. (…) En vez de estudiar las características del enfrentamiento en nuestro país, queremos generar las condiciones para que sea distinto y podamos aplicar las fórmulas clásicas de otros países. Nos parece tiempo perdido tratar de convertir este enfrentamiento social en una guerra colonial”.
  • Esta ignorancia del proceso nacional es grave y tiene consecuencias que hay que corregir con urgencia, sigue mi autocrítica. Para ello es preciso abandonar el militarismo, comenzando por abandonar el lenguaje militar con el que se habla de política, y admitir que la realidad ha desmentido las “hipótesis de guerra”.
  • El encerrarse en ideologismos conduce al peligro de conformarse con una falsa idea de la realidad. No es cierto, como se afirma en los documentos oficiales montoneros, que las FF.AA. estén aisladas o carezcan de política. Esta descripción cuaja mejor con la realidad de Montoneros.
  • En todo caso, “la única derrota seria de los militares está en el tema de los derechos humanos, pero aun así creemos que no es para tanto. Se trata de una política del imperialismo, que aprieta con dos pinzas: la económica y la de los derechos humanos, para mejor someter a nuestros países. Los mandan a matar y después los aprietan porque matan. Ahora van a institucionalizar los derechos humanos, creando comisiones dirigidas por ellos, para regular las denuncias como mejor les convenga”. El documento considera que “hay que ser más humildes”, resistir junto con en el pueblo a la dictadura y cierra con una advertencia sobre la tortura: “nos parece grave afirmar que las delaciones se producen por debilidades ideológicas y cerrar ahí el tema”, lo cual solo revela una concepción omnipotente. [Hoy no sostendría esa caracterización sobre los Derechos Humanos, que fueron un instrumento fundamental en la resistencia a la dictadura y que le dieron un sentido nuevo a la democracia posdictatorial y a su propia forma de verla. Pero ni siquiera creo que aquel escrito de hace cuatro décadas sea antagónico con mi participación posterior en el movimiento de Derechos Humanos, que resignificó con su práctica aquel objetivo inicial del imperialismo, sirviéndose de su fuerza para desestabilizarlo. La gran figura que entendió antes que nadie esa posibilidad y que trabajó para realizarla fue Emilio Fermín Mignone].
  • La diferencia de criterio con la línea militarista que seguíamos, en detrimento de la acción política, figura como causa del cambio de encuadre que me propusieron, de miembro de la organización a militante en el frente de masas. Me lo comunicaron con una expresión más exacta que las de Reato: “Por falta de confianza en la conducción”.

 

El tema de la violencia

En entrevistas posteriores algunos periodistas con aviesas intenciones y otros, más jóvenes, con sana curiosidad plantearon el tema de la violencia. Mi respuesta fue que antes de hablar de situaciones personales, es imprescindible ubicar procesos históricos colectivos. La violencia fue parte de la acción política argentina desde que yo nací hasta que terminó la dictadura, cuando ya tenía 41 años. En 1955, por azar, sobreviví al bombardeo de Plaza de Mayo. Iba al colegio a tres cuadras, entraba al turno de la tarde a la una del mediodía y salí de la boca del subterráneo que daba a la Plaza a las 12 y media, cuando comenzaban a caer las bombas. No entendía qué pasaba y caminé hacia la Plaza. Me salvó un transeúnte que me hizo correr por la Diagonal hacia el Obelisco.

De ahí en adelante, esa fue la marca central en la vida política del país hasta el gobierno de Isabel Perón, López Rega, la triple A. No había un solo grupo político argentino que no usara la violencia. Incluso, antes. El atentado en la Plaza de Mayo de 1953, realizado por el Ingeniero Roque Carranza, luego Ministro de Alfonsín, es otro ejemplo. No se concebía la política en la Argentina sin determinados grados de violencia. A una marcha se iba con palos, con cadenas, con bolitas para que patinaran los caballos de la policía, con pañuelos mojados y limones para contrarrestar los gases lacrimógenos, con bombas molotov, con armas de puño.

La proscripción del peronismo, los fusilamientos, los secuestros, las torturas, van formando la conciencia colectiva. La resistencia peronista es profundamente violenta antes de que surgiera la guerrilla y antes de la revolución cubana, como describen Pino Solanas y Octavio Getino en La hora de los hornos. Recuerdo todavía las imágenes del incendio en 1960 de los depósitos de Shell en Córdoba, que ardieron durante varios días, cuando gobernaba Arturo Frondizi en la Nación y Arturo Zanichelli en la provincia y las denuncias cruzadas contra sindicalistas y servicios militares de inteligencia, que no permitieron saber quién lo había hecho. Todo eso explica Ezeiza y prefigura lo que vendrá después.

El ministro de gobierno de Zanichelli era el abogado católico Miguel Hugo Vaca Narvaja, padre de doce hijos, que en 1962 fue el último ministro del Interior de Frondizi antes de que lo derrocaran. Vaca Narvaja fue secuestrado en su hogar dos semanas antes del golpe del 24 de marzo de 1976. Lo decapitaron al estilo del Estado Islámico y conservaron su cabeza en formol como trofeo. Su hijo homónimo, defensor de presos políticos, fue detenido en 1975 y asesinado en agosto del año siguiente en un falso intento de fuga durante un traslado.

Esa era la moneda corriente de la vida política argentina. Tal historia de violencia de décadas abarca a todos los sectores. Nadie que haya participado en la política de esos años puede excluirse. Eso es lo que vivimos.

Cuando termina la dictadura y se traza el balance del terrible daño que hizo, comienza un proceso de aprendizaje democrático por parte de toda la sociedad. Yo aprendí también en ese proceso. Y desde entonces no hay nadie que plantee la violencia como modo de construcción política. A un costo altísimo, esto ha sido socialmente desterrado.

 

 

 

 

[1] http://tallerlaotra.blogspot.com/2008/10/operacin-ceferino.html

[2]  Uno de sus párrafos aparece como cita de Walsh en la nota “Los verdaderos cómplices de la dictadura” (Infobae, 17/03/2013).

[3] . El diálogo completo puede verse aquí: https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-216542-2013-03-25.html

[4] “Escuadrones de la muerte. La Escuela Francesa”

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