A un solo tiro de distancia

La fractura política enraizada en el pensamiento de suma cero: si gano yo, perdés vos

 

En la superestructura que corona el proceso de la acumulación a escala mundial, se enfrenta una alternativa espinosa, con variantes intermedias nada edificantes. La oscuridad del sistema represivo fascistoide, donde la desigualdad congelada expande los vientos que enfrían las almas, tiene enfrente las realidades y las promesas del ya no tan nuevo Estado industrial y su democracia animada por el poder compensador. ¿Hacia dónde finalmente rumbeará el asunto? Hay síntomas e indicios para hacerse la película con cada de estos dos polos, tan contradictorios entre sí. Lo único seguro es que la democracia industrial es una hazaña de la consciencia política, en tanto —y al contrario— el lado oscuro de la fuerza es la apoteosis de la alienación humana. Mientras que de lo segundo los comicios presidenciales de hoy domingo insinúan ser una prueba irrefutable, de lo primero también, pero por el gris de ausencia.

La derecha global avanza sobre los medios para delinear el mensaje. Por caso, informó hace unos días el Wall Street Journal que Tucker Carlson recaudó 15 millones de dólares para su nueva empresa de medios. Esa cosecha de fondos la operó 1789 Capital, un emprendimiento financiero empeñado en proyectos que impongan la visión derechista en la opinión pública y, a su vez, reduzcan a la nada las ideas progresistas, aunque más no sea que desprendan un aroma ligero. Lo lidera Omeed Malik, un ex ejecutivo del Bank of America convertido en financista de empresas de derecha. Invierten en una ‘economía paralela’ de empresas favorables a los conservadores. La empresa de Carlson se centrará en las suscripciones de vídeos online y se espera que busque cientos de millones más en inversiones adicionales para expandirse hacia otros rubros del negocio de los medios y no solo en los Estados Unidos.

La consciencia política de las mayorías, al menos en Occidente, está lejos de pasar por su mejor momento. Eso se refleja en visiones y propuestas que por su grado de desapego a la realidad resultan francamente debilitantes. Desde hace bastante tiempo el decrecimiento fue de menor a mayor y es una bandera bajo la cual se enlista una porción nada desdeñable de personas que no simpatizan con la derecha pero que, independiente de su voluntad, le hacen el juego abrazando este tipo de iniciativas. Otro punto a considerar es la indiferencia con la que objetivamente se asume la violencia política contra las mujeres. Cualquiera sea el origen de la desigualdad y el colectivo al que va dirigida, su prevalencia es un indicador indiscutible de todo lo que falta hacer en materia de trabajo político para que la democracia industrial sea algo más que un simple conjunto de promesas que nunca llegan y que estas eventuales frustraciones no lleven al ciudadano de a pie a derrapar mal. A falta de pan, muy malos son los tortazos.

 

¿Hasta acá llegamos?

Unos años atrás, el afamado especialista en distribución del ingreso Branko Milanovic renegaba con la ilusión del decrecimiento en un mundo pobre y desigual, para detener y revertir el cambio climático. La recreación de esa polémica muy actual es un aporte para identificar por dónde es que se filtra y horada las cabezas de los ciudadanos de a pie la derecha revanchista. En otras palabras, por dónde —en este campo— es que la alienación le va ganando la partida a la consciencia política.

Milanovic define decrecimiento “como la decisión de fijar el PIB (Producto Interno Bruto) global en su nivel actual (suponiendo —por el momento— que la cantidad de emisiones contaminantes también se fije en el nivel actual)”. Esa categorización para Milanovic deja en claro que sus interlocutores partidarios del decrecimiento no son “conscientes de cuán desigual y pobre (sí, pobre) es el mundo hoy y cuáles serían las compensaciones si realmente decidiéramos fijar al nivel actual el volumen de bienes y servicios producidos y consumidos en el mundo”.

Milanovic alerta que sin crecimiento hay que ecualizar la distribución del ingreso, porque si no “estamos condenando a la pobreza abyecta permanente a alrededor del 15 % de la población mundial que actualmente gana menos de 1,90 dólares al día y a una cuarta parte de la humanidad que gana menos de 2,50 dólares al día”. Entonces, es menester sopesar la factibilidad de su implementación a la vista de los resultados a los que conduce ese re-alineamiento, en la hipótesis de un mundo que opte por no crecer más de lo que creció hasta ese momento.

A los que se apresuran a manifestar que eso es sencillo de hacer ejerciendo la voluntad política de tasar impositivamente a los ricos a favor de los pobres, Milanovic los pone al tanto de que si se busca que todos los seres humanos alcancen el nivel de ingreso medio actualmente existente en los países occidentales (del cual se encuentra lejos la mayoría de la humanidad), hay que estar advertido de que “el ingreso medio después de impuestos en Occidente es de alrededor de 14.600 dólares por persona al año”, por lo que para que el 90 % de la gente aumente sus ingresos hasta ese nivel, habría que hacer explotar “nuestro PIB (mundial) varias veces (2,7 veces para ser exactos)”.

Como eso rompe el chiste del decrecimiento, hay que ver cómo queda la cosa al distribuir lo que hay. El ingreso medio global es de 5.500 dólares anuales. Al dividir y repartir así entre toda la humanidad, el PIB global se podría “sacar adelante al 72 % inferior, pero también tenemos que reducir los ingresos de todos los que están arriba para que el mundo entero viva en la media global”. Para el 28 % que está con ingresos superiores a la media mundial le significaría que estos se reduzcan “casi dos tercios”. Como se trata de no crecer, Milanovic previene que el “empobrecimiento de Occidente se produciría mediante una reducción gradual y sostenida de la producción y los ingresos hasta que todos los ‘ricos’ pierdan lo suficiente como para caer al nivel de la media global”. Es decir, en la hipótesis igualitaria del decrecimiento se produciría “sólo un tercio de los bienes y servicios que Occidente produce ahora”. Menos cortes de pelo en Francia o menos baños turcos en Londres o menos subtes en New York no significan más autos en Nigeria o tablas de surf en Recife.

La inmersión en el baño de realidad mocionada por Milanovic se enanca en “considerar la enormidad de lo que aquí se propone. El Gini global debería llegar a cero, desde el valor actual de 65. El mundo tendría que pasar de un nivel de desigualdad mayor que el de Sudáfrica a una igualdad completa que nunca ha existido en ninguna sociedad registrada. Los países tienen dificultades para implementar políticas que reduzcan el Gini en 2 o 3 puntos, y aquí proponemos recortar 65 puntos del Gini (…). Además, se prevé que la población mundial aumentará en varios miles de millones. Nuestra dotación fijada en el importe absoluto tendrá que sustentar a más personas; en otras palabras, el ingreso medio tendrá que bajar”.

Tras revisar estas hipótesis fantásticas —y ciertamente fantasmagóricas—, Milanovic infiere que frenar el crecimiento y la redistribución del ingreso que supone “resulte algo que sea siquiera vagamente probable que encuentre apoyo político en ninguna parte, incluidos los propios defensores del decrecimiento, muchos de los cuales tendrían que reducir su consumo quizás entre un 80 y 90 %”. Y agrega: “Tendría más sentido, si queremos pensar seriamente en cómo reducir las emisiones, no caer en las ilusiones del decrecimiento en un mundo muy pobre y desigual, sino pensar cómo se podrían gravar los bienes y servicios con mayores emisiones para reducir su consumo (…). Obviamente, debemos pensar en cómo se pueden aprovechar las nuevas tecnologías para hacer que el mundo sea más respetuoso con el medio ambiente. Pero el decrecimiento no es el camino a seguir”.

 

Mujeres políticas bajo ataque

Frente al avance del lado muy oscuro de la fuerza, prejuicios como los que resume el decrecimiento le dan de comer en gran forma a la derecha. No hay que perder de vista que ni bien puede, ni bien encuentra el menor resquicio, el carácter afirmativo de la cultura se filtra a favor de conservar lo que debe necesariamente ser cambiado y opera mediante el expediente de exacerbar la desigualdad. Buena prueba de ello es el atroz atentado fallido contra la vida de Cristina, cuando se lo enfoca como tendencia, conforme la conceptualizan, en un trabajo académico, Daniele Gianmarco, profesor de las universidades Bocconi y de Milán, Gemma Dipoppa, profesora de la Universidad de Brown, y Massimo Pulejo, investigador post-doctoral de Universidad De Milán.

El trabajo de estos abogados y politólogos dado a conocer un mes atrás se titula: “¿Atacar a las mujeres o sus políticas? Comprender la violencia contra las mujeres en la política”, y toma como punto de partida que los informes de organizaciones internacionales han puesto de relieve la violencia desproporcionada que enfrentan las mujeres en el ámbito político en comparación con sus homólogos masculinos. A pesar de la gravedad de este problema, la comprensión del alcance y las causas subyacentes de la violencia contra las mujeres en la política sigue siendo sorprendentemente limitada. Se enfocan a ampliar esta estrechez, estudiando lo sucedido con las alcaldesas en regiones de Italia, para desde ahí comprender las razones de por qué la participación política de las mujeres sigue siendo baja, dado que —por ejemplo— ocupan sólo una cuarta parte de los escaños parlamentarios en todo el mundo.

Los autores muestran que en Italia, las alcaldesas elegidas en pequeñas aldeas tienen aproximadamente tres veces más probabilidades de sufrir un ataque que los alcaldes elegidos en lugares similares. Encuentran que lo más probable es que las mujeres sean atacadas debido a su identidad de género, ya que las decisiones políticas no son un factor significativo para explicar la brecha de género en los ataques. Al respecto manifiestan: “Nuestras observaciones sugieren que los perpetradores utilizan la violencia como una forma de reacción contra la representación política de las mujeres. Por lo tanto, es probable que su objetivo sea reducir el número de mujeres en puestos de poder. De hecho, los datos respaldan esta interpretación”.

El trío de las probabilidades que se extraen de su estudio sugieren “que experimentar violencia tiene un efecto desalentador en las mujeres políticas, induciéndolas a auto-seleccionarse para dejar el cargo”. Estos académicos italianos manifiestan: “Al mostrar que las mujeres políticas son atacadas independientemente de sus elecciones políticas, nuestro estudio implica que la violencia de género es una forma de reacción cultural, que se aborda mejor a través de intervenciones educativas. A corto plazo, nuestros hallazgos resaltan la importancia de implementar medidas efectivas de seguridad pública para las mujeres recién elegidas. Además, abogamos por iniciativas institucionales destinadas a frenar la dispersión de mujeres políticas que han sufrido violencia política, ya que las leyes de género han demostrado ser efectivas en otros contextos”.

 

Suma cero

La guerra psicológica de la derecha, los desvaríos iconoclastas de algunos sectores tropa propia de la democracia industrial, el freno a la exacerbada violencia política de género, ¿a quiénes de los ciudadanos de a pie interpelan para convertirlos coyunturalmente en feroces reaccionarios que van contra sus propios intereses? Sahil Chinoy y Stefanie Stantcheva, de Harvard, Nathan Nunn, de British Columbia, y Sandra Sequeira, de la London School of Economics, en un reciente paper titulado: “El pensamiento de suma cero y las raíces de la fractura política de los Estados Unidos”, intentan encontrar una respuesta a ese interrogante, extensible a lo que sucede con el autoritarismo en los otros rincones del planeta.

Toman como disparador una “hipótesis propuesta por primera vez por el antropólogo George Foster (que) puede ayudar a arrojar luz sobre las dinámicas sociales, políticas y culturales contemporáneas de los Estados Unidos. Foster planteó la hipótesis de que muchas sociedades albergan una percepción del mundo de ‘suma cero’ (…). Esta visión del mundo implica que las ganancias de algunos son invariablemente las pérdidas de otros, basándose en el supuesto subyacente de que la producción social es limitada y que los esfuerzos y los intercambios, en lugar de crear valor, simplemente lo reasignan (…). Investigaciones recientes plantean la posibilidad de que sus ideas sean generalizables”. Los académicos creen que su análisis ha demostrado que “las diferencias en el pensamiento de suma cero están conectadas con fuerzas históricas de manera sistemática. Los individuos hoy en día son más de suma cero si tienen antepasados que vivieron en un entorno, o si experimentaron directamente, eventos que fueron más de suma cero”.

El cuarteto explica: “Nuestro análisis se basa en nuevos datos de compulsas integrales de aproximadamente 20.400 encuestados estadounidenses, que miden hasta qué punto ven el mundo en términos de suma cero, sus opiniones políticas, preferencias políticas e información valiosa sobre las características de sus antepasados”. Constatan que hay una fuerte y sólida relación entre el pensamiento de suma cero y las opiniones sobre la política y las políticas. Así, “las personas que ven el mundo en términos más de suma cero tienden a creer que las políticas que redistribuyen el ingreso de los ricos a los pobres y que ayudan a los grupos desfavorecidos desempeñan un papel importante. También apoyan políticas de inmigración más restrictivas. El pensamiento de suma cero no es principalmente una cuestión partidaria”.

Dicen estos académicos que sus “hallazgos resaltan el papel que desempeñan las diferencias en las percepciones sobre la naturaleza básica de las interacciones humanas. Sugieren que la opinión de cada uno sobre una amplia gama de cuestiones sociales, políticas y económicas puede estar fuertemente influenciada por la medida en que uno percibe que los logros de la sociedad se obtienen a expensas de otros (es decir, el pensamiento de suma cero) (…). En particular, dada la naturaleza fundamental del pensamiento de suma cero, ¿podría también explicar otros fenómenos económicos, políticos o sociales asociados con él? El populismo, las teorías de la conspiración o el nativismo tienen sus raíces en la creencia de que un grupo gana a expensas de otros, ya sea una élite global, el ‘Estado profundo’ o aquellos de otros países. Dadas las crisis actuales que enfrenta el mundo, también surge la pregunta natural de cómo se relaciona el pensamiento de suma cero con las opiniones sobre el cambio climático y la desigualdad global”.

En la difícil coyuntura mundial del año 1969, los Rolling Stones sacaron el álbum Déjalo sangrar, cuya primera canción es “Dame refugio”, en la que Mick Jagger, autor del tema junto a Keith Richards, canta: “La guerra, niños, está a solo un tiro de distancia” y “Te digo… el amor, hermana/ Está a solo un beso de distancia”. La didáctica del desarrollo para que sea puesto en práctica nos cobija y nos aleja de la mezquindad de la suma cero y sus desagradables consecuencias políticas. La suma cero solo puede imponerse si el optimismo de la voluntad es doblegado por la pesimista razón de que no se puede hacer funcionar la sociedad sobre los datos verdaderos del capitalismo realmente existente.

 

 

 

 

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