Marca de época: sin llegar a definir, el sustantivo abstracto “locura” cataloga de estados de ánimo singulares a momentos históricos colectivos, de estilos de comunicación política a devenires socioeconómicos domésticos. Polisemia desatada a expensas de una creciente construcción ideológica individualista, obtiene de la psicología un manojo de conceptualizaciones a las que extirpa especificidad, remplazada con juicios de valor. De este modo, “locura” deja de aludir al original genérico de la enfermedad mental para aludir a cualquier grado de disfunción, desorden o aún actitud discordante con el sentido común del hablante; es decir, una ramplona opinión personal. Procedimiento similar al aplicado sobre “histeria”, “paranoia” u “obsesión”, categorías arrancadas del glosario psicopatológico para cumplir una mera función adjetiva. Propiamente dicha, la “locura” designa distintas enfermedades mentales asociadas a la psicosis, sus derivaciones y síntomas.
Afianzados en el lenguaje popular, tales usos bizarros llegan edulcorados dentro de una poética asociada a la libertad creativa, en el mejor de los casos, y al padecimiento autorreferente en los otros. Fenómeno sociológico, manierismo cultural, vaciamiento de contenidos poco atendido por la ciencia, convoca la esporádica atención de la producción artística. Precisa síntesis la ejemplifica el infuso escritor Fogwill (Quilmes, 1941- Buenos Aires, 2010) al referirse a la celebrada canción Balada para un loco de Ferrer y Piazzolla: “¿Por qué si es ‘para un loco’ la canta un loco? Será loco pero boludo no, porque va bajo la luna de Callao como si supiera que por Crovara, o por las callecitas de Soldati, nadie le iba a festejar el chiste ni los ripios del verso”.
Introducida en la experiencia cultural de los intercambios sociales desde los inicios a través del Quijote, la locura en sus diversas expresiones se presenta en la literatura a través de personajes y situaciones. Como en la vida misma, toda narrativa porta zafes, derrapadas, delirios, contingentes idas y vueltas, desconexiones, su ruta, porque así es la condición humana. Desde cierta perspectiva todo mortal es un cacho psicótico y, en consecuencia, irse al joraca le puede pasar a cualquiera. El asunto es en qué grado, con con qué frecuencia y cómo salpica a los semejantes. Quien pegó una patinada semejante a los veintidós añitos, mientras cumplía con el servicio militar, fue el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), quien realizó una pasantía de un mes como paciente becado en el manicomio militar de Melilla. Experiencia que en su momento le llevó a descubrir dos cuestiones cruciales: que locura y literatura gozan de una ligazón ineludible y que “el arte de la ficción tiene más posibilidades de acercarse a la verdad que cualquier representación de la realidad”.

En esta vía, los textos literarios aportan claves ineludibles a fin de dilucidar con fundamento aspectos disfuncionales, incomprensibles, disidentes con la prueba de realidad, en forma parcial o integral de la conducta humana. En su tan habitual como ameno estilo articulatorio entre ficción, ensayo y crítica, con tal espíritu, Vila-Matas selecciona cinco textos, confiando en la avidez del lector para extraer elementos certeros a fin de caracterizar modalidades de personajes cotidianos, de modestos ciudadanos a poderosos mandatarios. Si sigue siendo cierto que, para modernos: los clásicos, abre esta esta notable antología con el célebre cuento de Antón Chéjov (Rusia, 1860 - Alemania 1904) “Pabellón número 6”, escrito en 1896. La historia alude a un espacio difícil de discernir si se trata de un hospital o una prisión, apenas poblada por cinco internos psiquiátricos, cada cual representante de una división del trabajo de abyección personal. El foco narrativo se centra en uno de ellos, “el único de ascendencia respetable”, monotemático con un discurso de contradictorio clasismo, preso de un creciente delirio persecutorio, todo enmarcado en una impecable impostura argumentativa.
Cúspide literaria del sarcasmo, mofa implacable a todas pacatería, chacotero y de delicioso castizo, “El licenciado Vidriera” de Miguel de Cervantes (Alcalá de Hinares, 1547 - Madrid, 1616) fue publicado en 1613 dentro de las Novelas ejemplares, poco después de El Quijote. Narra la trayectoria del humilde labriego Tomás Rodaja quien, tras manducar un membrillo encantado desarrolla un delirio en el cual su cuerpo se torna de vidrio y corre el riesgo de quebrarse en cualquier momento. Locura que, lejos de condenarlo al ostracismo, lo catapulta a cierta fama al responder cualquier pregunta “con grandísima agudeza e ingenio: cosa que causó admiración a los más letrados de la universidad y profesores de la medicina y filosofía”. Original y dicharachero, el ejercicio sistemático del disparate lo constituye en la figura emblemática más del recién llegado a la elite que del nuevo rico; un coloso de cómo alcanzar fama y poder diciendo pavadas.
Laure Adler (Caen, 1950), periodista, filósofa, feminista y gestora cultural multipropósito, especializada en historia política de las mujeres, es mundialmente reconocida por sus biografías de Simone Weil, Hannah Arendt y Marguerite Duras (Saigon, 1914 -Paris, 1996). De esta última, Vila-Matas selecciona fragmentos entrañables de la última década de una vida tan lúcida como activa, dedicada de lleno a la escritura de sus célebres novelas y guiones cinematográficos (Hiroshima mon amour, Moderato cantabile, El amante, etc.). Se centra en un episodio de 1990 en ocasión de que su editor realiza varias marcaciones al original de El amante de la China del Norte. La catástrofe se desata, Marguerite “lloraba como una chiquilla castigada injustamente y sollozaba: ‘Te das cuenta, había cortado, reescrito, tachado en rojo, como en las tareas escolares'”. La crisis se agiganta hasta que allegados, amigos, incluso la ciencia no demoraron en caracterizar como delirio paranoico. Adler desprende la fragilidad emocional agazapada detrás de la fortaleza intelectual; la emergencia de un cuadro sintomático agudo, preocupante, ante un acontecimiento de incidencia desproporcionada para el común de los mortales, decisivo en el rasgo de la escritura vivido como principio y fin de todas las cosas. Derrape y vuelco en una personalidad considerada sensata, inteligente y centrada que, sin dejar de serlo, se encuentra afectada por un factor inesperado.

Urbanista, arquitecto, teórico de la construcción ciudadana, fundador de uno de los estudios de arquitectura globales más celebrado, Rem Koolhaas (Roterdam, 1944) publica en 1978 Delirio en Nueva York, que incluye “Dalí y Le Corbusier conquistan Nueva York”, sendas chacotas teóricas cuya seriedad hace las delicias de especialistas y neófitos desde hace décadas. Original artista plástico el catalán, no menos disruptivo el arquitecto suizo; idolatrados y demonizados ambos por a veces coincidentes, a veces divergentes parroquias, reforzaban dicotomías detestándose mutuamente en forma desembozada. Koohlaas ordena y reconstruye lo que son más diferencias que similitudes, enfrascadas en hipotéticos corpus teóricos; el Método Paranoico Crítico del pintor; el Purismo, método de objetivación promulgado por el arquitecto en base a una versión personalísima y protestante del cubismo. A su improbable modo, los contrincantes cumplieron su propósito, “Dalí de un modo conceptual, mediante una apropiación interpretativa (‘Nueva York, ¿por qué, por qué erigiste mi estatua tiempo atrás, antes de que yo naciera…?’) y Le Corbusier (‘los rascacielos son demasiado pequeños’), proponiendo literalmente destruirla”. Respuestas ambas de tamaña desmesura y frenesí, llaman a silencio cualquier amague de retruécano; artilugio ideal para poner fin toda discusión, aún política.
Por último aunque fue el primero, Erasmo de Roterdam (Roterdam, 1469 - 1536) le dedica su obra maestra Elogio de la locura a su amigote Tomás Moro, fue publicada por vez primera en 1511 en París. Irónica provocación a las clases dominantes, en los fragmentos seleccionados por Vila-Matas para la ocasión, formula una suerte de animismo lingüístico y cede la voz a una dama sustantiva: la Estulticia. Por más que aluda a la necedad, la bobería y la falta de inteligencia, Erasmo la aplica como sinécdoque de hacerse el boludo, dejarla pasar, evitar inconvenientes que interrumpan la farra: “Soy la única, sí, la única que, cuando quiero, hago reír a los dioses y a los hombres (…) un poco el papel de sofista”. Ejercicio consciente del “como si”, adopta el juego en tanto dogma y máscara de ignorancia contra todo estoicismo, autorizándose a los placeres mundanos. Sin ambición revolucionaria, no obstante, su franqueza revoluciona. “Les diré, resumiendo, sin mí no existiría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y sólida. Sin mí el pueblo no aguantaría por mucho tiempo a su príncipe, ni el amo al criado, la criada a la señora, el maestro al discípulo, el amigo al amigo, el casero al inquilino, el camarada al camarada, el anfitrión al invitado. Ciertamente no podrían aguantarse si no se engañaran mutuamente, adulándose unas veces, condescendiendo otras, y finalmente —digámoslo así— untándose con la miel de la estulticia”. Al fin y al cabo, ejercicio ya no de la verdad absoluta, sino práctica de la verdad, a secas.

Para la psiquiatría más dura, la locura se encuadra dentro de la psicopatía y se caracteriza por una conducta impulsiva, imposibilitada de posponer sus impulsos, carente de consideración de lo que ello puede acarrear a los semejantes. Irresponsabilidad para prever los efectos de sus actos, mantiene una hiperactividad destinada a evitar el intolerable aburrimiento, que disfraza con un despliegue argumentativo despegado de la realidad, ingenioso y seductor, aunque impersonal, trivial y descomprometido hasta el mismísimo delirio.
La descripción fría no alcanza, como en la literatura, a cubrir los matices y, menos que menos, las falsificaciones funcionales a sostener vulgares caprichos y abundantes ignorancias. En este aspecto los cinco textos recopilados por Enrique Vila-Matas en La locura, el libro, brindan un amplio y elegante abanico de varianzas. Material multifacético, al enhebrar distintos rasgos se torna factible confeccionar un mosaico más ameno, donde reconocer personajes francamente dotados de tales sintomatologías, no menos que a los fabuladores.
FICHA TÉCNICA
La locura
Enrique Vila-Matas
Buenos Aires, 2025
167 páginas
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