Actos de presencia

Qué estaba en juego en la primera marcha contra Milei

 

Las fuerzas de seguridad lograron lo que su ministra buscaba evitar: el corte del tránsito en los accesos a la Plaza de Mayo. Lo hicieron en otro emblemático 20 de diciembre, durante el aniversario de la masacre desatada por el gobierno que la misma Patricia Bullrich integró en aquel 2001.

Tal ilusión de control tuvo ribetes de farsa, en el día en que se recuerda la jornada más trágica derivada de una acción de gobierno en la democracia que cumple 40 años.

La contradicción flotó sobre un charco de egos: el del gobierno nacional, con la pretensión de marcar la cancha ante futuras medidas impopulares, y el de dirigentes de izquierda que buscaban posicionarse a la vanguardia de la lucha de clases. Cada uno alcanzó, en parte, su objetivo. La estrategia oficial logró restarle masividad. La persistencia militante resguardó la ocupación de la calle.

 

Foto: Luis Angeletti.

 

Más allá, en los márgenes de donde se toman las decisiones, cada mediocre con un pequeño espacio de poder sumó lo suyo: cuando los policías motorizados se formaron junto a la 9 de Julio, cortaron el tránsito tanto en la paralela Bernardo de Irigoyen como en la calle México. Cuando cambió el semáforo, empezaron los bocinazos de quienes ascendían por la avenida ocupada por las motos. El último de los uniformados volteó para insultar a los choferes y decirle al efectivo a pie que ordenaba el tránsito: “No los dejés pasar, que se queden ahí, así aprenden”. Era quien comandaba la moto patente A059CQB, camarada de otro que se tatuó en sus brazos los versos del himno: “Coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”.

Quedaron a una cuadra de la avenida que concentraría el acceso de manifestantes. Por sus radios se propaló: “Nos retiramos de Belgrano e Irigoyen sin obturar, comando unificado”. Ya sobre la transversal, un copiloto de la moto patente 9TGN filmaba; otro recordaba por megáfono la orden de subir a las veredas. Varias filmaciones, desde tres drones, fueron compartidas con la televisión afín al discurso del orden.

En la avenida que lleva el nombre del creador de la bandera se cortó la circulación vehicular, aún cuando mucha gente avanzaba por las aceras, sobre todo mujeres de pelo negro atado, con remeras de colores y sandalias, ninguna con criaturas ni identificaciones partidarias.

Las banderas rojas con letras amarillas estaban enrolladas en un camión. Otras estaban en camionetas provenientes de un local cercano al Cementerio de Flores.

 

Foto: Alberto Moya.

 

En el cruce con la Diagonal Sur, a las 16.06, se daría el primer conato, del que muchos se enteraron cuando oyeron gritos de muchedumbre, que alertaban acerca de gente golpeada. Correspondía al primer forcejeo, que terminó con dos detenidos y distrajo a los efectivos de seguridad. Ese momento se extendió por cinco minutos, suficiente para que los móviles de TV pudieran pedir aire para transmitirlo casi en directo.

Dos puntos de vista valen destacar: el más cercano corroboró que el dispositivo fue eficaz en acorralar a unos pocos manifestantes; es lo que veían por monitores los máximos funcionarios del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). En cambio, quienes estaban más distantes, aunque en la calle, comprobaron tanto la distracción de los uniformados como la efectividad de las organizaciones populares.

Las fuerzas de seguridad que debían imponer el protocolo se diferenciaban por sus vestimentas: los policías pertrechados de negro; los gendarmes de verde y los vestidos de jean y zapatillas con camperitas rompe-viento, que ostentaban las siglas PFA. Estos exhibieron la mayor dificultad para actuar coordinados; tendieron a correr hacia el foco de atención hasta que alguien les pegó el grito “en línea”, y recuperaron su posición junto a la vereda. Sólo entonces los gendarmes avanzaron codo a codo con paso redoblado. Eran las 16.18.

 

Foto: Luis Angeletti.

 

Los que sostenían el estandarte del Polo Obrero dejaron avanzar a su primer hombre por un costado, seguido por quienes se le encolumnaron en una fila paralela al cordón. De ese modo, sortearon a los uniformados y otra vez desplegaron la insignia a todo lo ancho.

Pasaron a cantar “la calle es nuestra, la puta que lo parió”. Ya con entusiasmo avanzaron eufóricos por la diagonal Julio Argentino Roca, se abrieron ante el monumento al genocida, como hace el agua ante cualquier obstáculo, y repetían “pi-que-teros, carajo”.

Encararon los dirigentes del PO, MST y PTS, cuyos rostros son reconocibles para compañeros y movileros. Sin identificaciones, fundidos en abrazos, cada tanda que arribaba a la Plaza de Mayo, por el costado del Cabildo, estallaba en un aplauso emocionado por haber logrado el módico objetivo de poner pie en un territorio propio.

Cuando faltaban cinco minutos para las cuatro y media de la tarde, la derecha política aprendió una de las primeras lecciones de la jornada: lo razonable de la postura de Horacio Rodríguez Larreta respecto de que no es posible reprimir a muchos. Por algo Diego Kravetz, el funcionario de Seguridad de la Ciudad que recorría la zona a pie, se limitó a responderle a C5N: “Pregúntenle a la ministra”.

 

 

Falta discernir cuánto tiempo tardará aquella sensatez en imponerse por sobre el extremismo de Patricia Bullrich. A exactos 22 años de la tragedia fundacional del siglo XXI, no es seguro que hayan aprendido ni olvidado nada.

 

 

Foto: Luis Angeletti.

 

 

 

En la Plaza

Media hora después, la calma era expectante, ni siquiera tensa. Tampoco amilanó la llegada de una decena de carros hidrantes, ni la de igual cantidad de camiones verdes de GNA. Los gendarmes se posicionaron en paralelo al cordón de la Plaza, desde el Cabildo hacia la Rosada con efectivos codo a codo a lo largo de 30 metros. Algunos parecían muy jóvenes, varias eran mujeres, con notoria diferencia de altura y contextura. Fueron insultados, fotografiados y objeto de alguna burla, pero nunca agredidos. Pronto se retiraron, parecía que sólo fueron a hacer acto de presencia.

La Plaza estuvo sin rejas. La Casa Rosada tenía un vallado simple con 63 uniformados adelante separados cada metro y medio. No fue necesaria ninguna medida extra, porque los manifestantes no se acercaron a la sede del PEN. Los habitués a la zona del Bajo creyeron que se había cancelado la concentración porque no veían gente; sólo cuando treparon la empinada calle pudieron divisar a la muchedumbre junto al Cabildo en torno a un escenario móvil donde nace la Avenida de Mayo.

Allí, cada partido político tenía asignada una franja de suelo. Los del MST, frente a la Catedral, bajaron desde el pasto, para ocupar el espacio que un dirigente delimitó con sus brazos extendidos hacia las primeras baldosas.

Entre medio se acomodaron las agrupaciones menos nutridas o los independientes con carteles escritos a mano. Un papel escrito con birome puso entre comillas: “Milei, ‘yo’ no soy la casta”. Otros carteles de mano rezaban: “No al ajuste de Milei, no al protocolo de Bullrich”. Una vecina de Floresta sostenía un cartón que resignificaba la alusión de Mauricio Macri a personajes de literatura mítica: “La Patria es el Orco”. Un vecino reescribió “Milei” en lugar de “Macri” en su viejo cartel:

 

Foto: Alberto Moya.

 

El espacio empezó a llenarse de color: una bandera violeta del Sindicato de Telecomunicaciones; una amarilla de la Coordinadora Sindical Clasista; otra lila de Marabunta; una negra con letras rojas de la Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo (CADeP); otra con letras blancas sobre un anaranjado claro del plenario de Trabajadores de Jubilados, un lienzo que supo tener color del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL); Lxs Guerrerxs del Bajo Flores…

Los trabajadores de la venta de comestibles veían a su modo eso del “mercado”. Ofrecían una rosca de chipa a 600 pesos o “dos por una luca”; un poquito más grandes que las ofrecidas en Constitución, pero al doble de valor. Las botellitas de agua o gaseosas salían a 1.000 pesos, pero la principal marca capitalista costaba 1500. Pertenecer tiene su precio.

Las procedencias eran de lo más variadas, con la Defensoría de Género Feminismo Clasista por la Autodefensa; Apagón Cultural; los médicos del gremio CICOP; la Comisión Interna del Hospital Italiano; el Movimiento Barrial de Trabajadores (MBT); CUBa MTR; Movimiento Teresa Rodríguez, Votamos por el Cambio Social; Centro de Profesionales por los Derechos Humanos, CeProDH; Alternativa Ancla, Agencia Nacional Clasista Antiburocrática, adherida al MST en el FIT; Movimiento Territorial de Liberación (MTL) Rebelde; el MAS; la Corriente Sindical 18 de Diciembre; Músicos Organizados, la lista Naranja en el SADeM; el Bloque Piquetero; SUTEBA multicolor de La Matanza y Tribuna Docente, ligadas al PO; La Naranja del Subte; el Cuerpo de Delegados de la Unión Ferroviaria; Izquierda Socialista; Convergencia Socialista; Unidos y Adelante; la John William Cooke; Alternativa Docente; La Naranja Telefónica.

 

Foto: Alberto Moya.

 

Mientras aguardaban el discurso de cierre, las personas hablaban desde su parecer, sin discursos unificados. Frente a la Rosada, había quien le reprochaba a los uniformados mientras otro le negaba importancia a cualquier acusación; una pareja pedía que le tomaran fotos con el edificio de fondo; frente a ellos, a metros del Banco Nación, una carpa de “pueblos indígenas” recuerda que hace casi tres años esperan una audiencia con quien sea el ocupante de la sede de gobierno.

A los oradores que comenzaron a hablar a las 17.20 tampoco se los oyó en silencio, como si fuese menos importante la palabra que la reunión. Entre el murmullo se colaron las consignas del escenario contra los formadores de precios, el monocultivo que “si contamina no es progreso”, la solidaridad con el pueblo palestino (que arrancó aplausos) y la repetida “que la crisis la paguen los ricos”. Ni el cántico “Que se vayan todos” halló eco. Sí, una reversión: “Milei, basura, vos sos la dictadura”, cantada de principio a fin de la pacífica movilización.

Tal mote para el titular del PEN se vería reforzado esa noche desde que abrió la cadena nacional para “comunicar… el camino de la reconstrucción”, tan similar al primer comunicado del Proceso de Reorganización.

En los alrededores, por todos los barrios de la Ciudad más anti-peronista de la República, una sociedad que parecía no haber aprendido nada respondió de igual modo que tras la cadena nacional de 2001, con el ruido de cacerolas vacías. Ese cierre para la jornada del 20D, que se reprodujo en el conurbano, se repitió en todo el país la noche siguiente.

A su modo, la memoria histórica pugnaba por hacerse oír: “Nosotros tampoco olvidamos nada”.

 

 

 

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