Acuerdo del amo y el esclavo

La Argentina productiva está en peligro

"Invitación al desarrollo".

 

¿Qué podría salir mal de un acuerdo entre el jefe prepotente de un Imperio acorralado por el ascenso de otra potencia, y un acólito colonizado de un país periférico en pleno proceso de destrucción nacional?

¿Qué podría salir mal en las negociaciones entre un Estado que tiene una formidable burocracia profesional, acostumbrada a concebir políticas globales de largo plazo, alineadas con el interés de una poderosa burguesía expansionista, y un Estado sistemáticamente debilitado, denostado por la propia dirigencia, con una burocracia desalentada y precarizada, cuyos sectores dominantes no conciben la existencia de otros intereses colectivos más que los propios, y de corto plazo?

El jueves 13 de noviembre se dio a conocer en Washington un marco para un acuerdo entre Estados Unidos y la Argentina. Es muy importante puntualizar que el anuncio se hizo en paralelo a ¡otros tres acuerdos marco! de Estados Unidos: con El Salvador, Guatemala y Ecuador.

Esto muestra con claridad que se trata de una política nacional norteamericana, en línea con su estrategia de reafirmar su dominio sobre la región latinoamericana y de desplazar de la región a su principal enemigo estratégico, la República Popular China.

 

El marco político

La “Declaración conjunta sobre el marco para un acuerdo entre Estados Unidos y la Argentina sobre comercio e inversión recíprocos” viene a caer en un particular momento argentino, en el que el gobierno encabezado por Javier Milei obtuvo un resultado favorable, aunque condicional, en las recientes elecciones, y se siente autorizado a profundizar su ofensiva sobre los sectores populares, sobre las instituciones del Estado y sobre la soberanía nacional.

El fallido esquema económico del gobierno de Milei fue sostenido en las semanas previas a las elecciones por el gobierno norteamericano, a través de una intervención del Tesoro de los Estados Unidos en dos planos: en el real, con la venta de dólares estadounidenses que frenaron una corrida que amenazaba hacer descarrilar la política cambiaria y antiinflacionaria del gobierno; y en el plano discursivo, con las reiteradas declaraciones de Scott Bessent afirmando una suerte de respaldo irrestricto de su país a las autoridades argentinas.

El gobierno está dando señales claras de haber comprendido los pedidos de “consenso” y “diálogo” entre los diversos sectores conservadores de la Argentina, y avanza con sus proyectos de reforma laboral, impositiva y previsional, contando con el espaldarazo electoral, la coincidencia de otros sectores políticos y empresariales, y con este principio de acuerdo comercial y de inversiones con el gobierno norteamericano.

 

Invitación al subdesarrollo

En las semanas previas a la publicación en Washington de este marco para un acuerdo con Estados Unidos, el politólogo Andrés Malamud mencionó en una entrevista el concepto de “invitación al desarrollo”, una teoría según la cual una potencia importante, por razones de su propia estrategia, decide favorecer el desarrollo de una país menor, facilitándole condiciones, otorgándole una serie de ventajas, para que pueda dejar en el camino a su condición atrasada en términos económicos.

De por sí, se trata de una idea que no guarda relación con los hechos históricos fundamentales: ningún país se desarrolló porque una potencia lo tocó con la varita mágica. Pero además, coincide con la difusión de este acuerdo marco, de factura norteamericana, que podría llegar a ser presentado a la parte crédula de la opinión pública argentina como una supuesta “invitación” al desarrollo que nuestro país habría recibido de Estados Unidos.

Vale la pena aclarar algunos conceptos fundamentales para evitar caer en estos cenagales ideológicos:

1) El desarrollo no es mero crecimiento económico. El desarrollo es un proceso social y político complejo, donde se despliega el potencial productivo de un país, movilizando sus capacidades humanas, lo que involucra un salto cualitativo en cómo y qué produce, y de qué forma se inserta en el mercado mundial;

2) Exportar más productos primarios, hidrocarburos y minerales sin elaboración alguna, sin valor agregado local, no es desarrollo, ni implica ningún cambio social positivo per se;

3) El desarrollo se logró siempre por fuertes esfuerzos de acumulación internos, no por préstamos financieros dedicados a pagar deudas externas o financiar la fuga de capitales. Tampoco ocurrió jamás producto de aperturas importadoras;

4) El desarrollo es industrial y tecnológico, o no es. No hay potencias agrícolas, ni potencias mineras. Una sociedad desarrollada no es archipiélago de enclaves productivos exportadores, sino un amplio entramado integrado de producción y difusión del conocimiento a todas las áreas de la sociedad;

5) En todas las experiencias recientes exitosas de desarrollo (desde Corea del Sur hasta China), se trató de un esfuerzo organizado, planificado, que debió ser sostenido durante décadas para que fructificara. Eso implica políticas económicas consistentes y estables;

6) El desarrollo requirió siempre de una elite local decidida a construir el desarrollo. Puede ser una burguesía intrépida (Estados Unidos, Alemania, Japón), una elite militar (Corea del Sur), un partido comunista o nacionalista (China, Taiwán). No hay desarrollo sin un poderoso grupo interno que conduzca y organice el esfuerzo colectivo de acumulación;

7) El desarrollo fue posible en determinados momentos de la expansión del capitalismo mundial. Y fue aceptado por Estados Unidos especialmente en las “zonas de frontera” con el comunismo. Alemania frente al bloque soviético, Japón frente a China comunista, Corea del Sur frente a Corea del Norte. Todos los intentos de desarrollo endógeno en América Latina han sufrido el boicot norteamericano;

8) En el caso de la República Popular China, donde se verifica un espectacular proceso de desarrollo económico, el capital extranjero, occidental, fue utilizado para apalancar el despegue de la producción china, a partir de una estrategia nacional planificada. Estados Unidos no impidió la migración de sus corporaciones a China, por su expectativa en la restauración del capitalismo en ese país;

9) El desarrollo no está contemplado por parte de las potencias industrializadas en relación a América Latina, en la medida que se conciba a la región como proveedora de bienes primarios, consumidora de manufacturas importadas y subordinada al orden global del cual depende;

10) El desarrollo requiere, en el siglo XXI, el protagonismo fundamental del Estado, sin el cual los diversos actores privados carecen de una estrategia colectiva, no generan sinergias con efectos de progreso social y no cuentan con una herramienta que los ampare en el competitivo escenario global;

11) Por la magnitud de las fuerzas presentes en la globalización, el desarrollo requiere, en el caso latinoamericano, de una muy estrecha y organizada colaboración entre los países de la región, para consolidar su presencia en el escenario global. Eso hoy no sólo no está presente, sino que Estados Unidos favorece la disolución de todos los espacios de integración regional. La famosa Alianza del Pacífico apadrinada por Estados Unidos no muestra ningún signo de avance hacia el desarrollo;

12) Un proceso de desarrollo requiere, de base, un conjunto de políticas públicas imprescindibles: buena educación, construcción de infraestructura adecuada, población en buenas condiciones alimentarias y de salud, capacidades tecnológicas sistemáticamente expandidas, promoción pública de las actividades económicas estratégicas, estudio y comprensión de las tendencias imperantes en el mercado mundial. En el caso argentino, Milei representa exactamente el anverso de todas y cada una de esas políticas. No sólo eso: las elites locales que deberían encabezar el esfuerzo del desarrollo en un contexto capitalista, están ocupadas en proyectos de negocios individuales o sectoriales de cortísimo plazo, sin visión estratégica alguna.

Alguien podría sostener, con cierto pesimismo, que las condiciones para el desarrollo independiente de naciones periféricas ya no están presentes a esta altura del siglo XXI. Ese sería un debate legítimo, porque efectivamente el mundo es conflictivo e incierto, y el cambio productivo y tecnológico monumental.

Pero lo que no es legítimo es plantear que se puede llegar al desarrollo por la vía de una supuesta “invitación” de una potencia con un comportamiento depredador. Esa es hoy una forma engañosa de encubrir la colonización económica, política y cultural, la destrucción de las ventajas competitivas dinámicas que logró construir nuestro país, y la transferencia de los principales resortes de la soberanía económica nacional a una potencia que hoy más que nunca está jugando, como diría el geógrafo David Harvey, a la acumulación por desposesión.

 

Un “marco” a la medida de los Estados Unidos

 

 

Luego de una serie de fórmulas de cortesía diplomática, el “marco” del acuerdo Trump-Milei avanza en propuestas más concretas, aunque aún no plenamente especificadas, pero que permiten ver las líneas estratégicas de los intereses norteamericanos y las líneas discursivas del neoliberalismo argentino, con sus reiteradas pececitos de colores dedicados a las masas crédulas, sobre los brotes verdes que ya van a venir.

Una característica saliente del documento, evidentemente escrito por los norteamericanos con acotaciones argentinas, es que reconoce, elogia y alienta todas las reformas que viene haciendo el gobierno de Milei para converger con los intereses norteamericanos. El marco publicado, al mismo tiempo, se ocupa de tranquilizar a la opinión pública norteamericana sobre eventuales peligros comerciales, que serán mínimos y monitoreados por las autoridades económicas, frente a un gobierno argentino para el cual la protección de la producción nacional carece totalmente de relevancia.

En el texto flota la idea de que ahora que los argentinos se están comportando bien, tomando las medidas “que corresponden”, serán beneficiados con abrir su economía a los productos norteamericanos y a las inversiones que Estados Unidos necesita hacer.

Un párrafo lo dice todo: “Aranceles: los países abrirán sus mercados entre sí en productos clave. Argentina brindará acceso preferencial al mercado para exportaciones estadounidenses de bienes, incluidos ciertos medicamentos, químicos, maquinaria, productos de tecnologías de la información, dispositivos médicos, vehículos automotores y una amplia gama de productos agrícolas. En reconocimiento de la ambiciosa agenda de reformas de Argentina y sus compromisos comerciales, y en consonancia con el cumplimiento por parte de Argentina de los requisitos pertinentes en materia de cadena de suministro y seguridad económica, Estados Unidos eliminará los aranceles recíprocos sobre ciertos recursos naturales no disponibles y artículos no patentados para uso en aplicaciones farmacéuticas”.

En otros términos: el gobierno libertario le abre las puertas de par en par a la producción norteamericana, y Estados Unidos dejará entrar ciertos bienes específicos, que no compiten con su producción. También se anuncia el compromiso de “mejorar, de forma recíproca, las condiciones de acceso al mercado bilateral para el comercio de carne bovina”, con el trasfondo de las presiones inflacionarias en la economía estadounidense y el aumento del precio de la carne en ese país. De todos formas, será una ampliación del cupo hoy existente y de ninguna forma “libre comercio”.

Nuestro país “se comprometió a no exigir formalidades consulares para exportaciones de Estados Unidos” y “eliminará gradualmente la tasa de estadística para bienes de origen estadounidense”. Esto, de por sí, genera una preferencia comercial hacia productos norteamericanos frente a otros similares de otros orígenes.

En materia de normas técnicas, para facilitar la importación de productos norteamericanos, la Argentina dará por buenas las normas que rigen en Estados Unidos, sin aplicar criterios propios.

En el caso de la propiedad intelectual, parece prefigurarse una legislación que afectará severamente a la industria farmacéutica argentina, a favor de la norteamericana.

Para satisfacción de los productores agropecuarios argentinos, muchos votantes de Milei, se puede leer esto: “Acceso a mercados agrícolas: Argentina ha abierto su mercado al ganado bovino en pie de Estados Unidos, se comprometió a permitir el acceso al mercado para aves de corral estadounidenses en el plazo de un año”.

Un tema aparentemente positivo: “Trabajo: Argentina reafirmó su compromiso de proteger los derechos laborales reconocidos internacionalmente. Además, adoptará e implementará una prohibición a la importación de bienes producidos mediante trabajo forzoso u obligatorio y fortalecerá la aplicación de las leyes laborales”. Esto dejará librada la regulación de las importaciones argentinas desde terceros países a las denuncias norteamericanas sobre “competencia laboral desleal”. En esa misma dirección va este párrafo: “Argentina reforzará la cooperación con Estados Unidos para combatir políticas y prácticas de otros países que no se basen en el mercado”. ¿Quién va a decir cuáles son los países que no se basen en el mercado? Estados Unidos. ¿Y quién deberá impedir el ingreso de productos de esos países señalados? La Argentina.

Coincidiendo con lo ya expresado por la generala Laura Richardson, “Argentina y Estados Unidos cooperarán para facilitar la inversión y el comercio en minerales críticos”. Es de elemental decoro redactar los párrafos como si fueran de mutuo interés.

Que se preparen las empresas argentinas: dice el comunicado que “Argentina se comprometió a abordar las posibles acciones distorsivas de las empresas de propiedad estatal y a afrontar los subsidios industriales que puedan afectar la relación comercial bilateral”.

No apareció en este “marco” ninguna referencia concreta a los agresivos aranceles que los norteamericanos le aplican al acero y al aluminio argentinos. Milei no está para hacer enojar a nuestros queridos amigos con reclamos. Él está para ponerlos contentos: serán prácticamente nulas las restricciones a los vehículos y bienes de capital importados de Estados Unidos.

Y por supuesto nos apuran, en el mejor estilo Trump: “Estados Unidos y Argentina trabajarán con celeridad para finalizar el texto del Acuerdo para su firma y llevar a cabo sus respectivas formalidades internas antes de la entrada en vigor del Acuerdo”.

Pero no se trata de “formalidades internas”, que hay que cumplir lo más rápido posible, sino del imprescindible debate nacional que deberíamos encarar frente a esta propuesta de tratado completamente alineado con los intereses estadounidenses.

 

¿Un tratado o un dictado?

De lo que conocemos hasta el momento surge con total claridad que no hay en el “marco” para el acuerdo ningún tipo de simetría ni de reciprocidad verdadera.

La Argentina abre sus mercados –industriales, agrícolas, de servicios– a una economía sumamente competitiva, a cambio de muy controlados permisos de ingresos de algunos de sus productos, en forma limitada.

Se somete a los caprichos norteamericanos en materia de dejar entrar o no a los productos chinos, según las denuncias que realice Estados Unidos de acuerdo a los niveles de conflicto que tengan con los asiáticos. De hecho, varias de las pautas anticipadas sesgan el comercio hacia la potencia hemisférica creando ventajas contra otros competidores. Reduce la competencia de otros países que quieran ingresar al mercado argentino, estableciendo preferencias por los productos norteamericanos.

Tragicómico es lo que se estipula en materia de inversiones “mutuas”, como si se tratara de dos países de similar tamaño. Cuando se habla de liberalizar inversiones, tienen nombre y apellido, y hasta podríamos anticipar en qué sectores podrían ingresar, aprovechando el generoso RIGI aprobado por este gobierno.

Si se avanzara con el acuerdo tal como está prefigurado, supone una amenaza para casi todos los sectores productivos de la Argentina.

No es un secreto que las diversas corrientes del neoliberalismo local siempre han sido muy reacias a un verdadero proceso de integración regional, debido a su dependencia intelectual de los norteamericanos.

Ahora, este Acuerdo en ciernes es una gran oportunidad para socavar la vigencia del Mercosur, creando un conjunto de incongruencias con los acuerdos regionales ya establecidos, perforando sus disposiciones y privilegiando a una potencia extra regional sobre nuestros socios y vecinos. Afortunadamente, hay un líder bastante más sabio del otro lado de la frontera, que esperamos sepa neutralizar a este nuevo intento de debilitamiento regional.

No es menor la destrucción del Mercosur, para la estrategia norteamericana de fomentar la balcanización y el unilateralismo de relaciones comerciales con centro en Washington. Nuevamente, gracias Milei.

 

Una crisis existencial

La nueva situación planteada constituye un verdadero desafío en términos políticos y sociológicos: ¿hasta dónde llega la subordinación, el satelismo intelectual de las fracciones dominantes locales, cuando avanzan sobre sus negocios, sus ganancias y la propiedad de sus medios de producción? ¿En nombre de qué tendrían que perecer? ¿Para que Estados Unidos sea más grande? ¿Por la mayor gloria del Presidente Trump?

Todo esto desafía, claramente, a las concepciones interpretativas que suponen que los agentes económicos actúan “racionalmente” de acuerdo a sus intereses materiales.

Se entiende que la llegada de Milei haya sido una fiesta para el establishment, por su ataque salvaje contra las clases populares y para promover sus negocios. Pero Milei también es esto: la subordinación extrema a los intereses de un país al que ya viajó 14 veces en menos de dos años. Es un activo norteamericano en el Poder Ejecutivo de la Argentina.

Paolo Rocca, el CEO del Grupo Techint, intervino en estos días en la Conferencia Anual de la Unión Industrial Argentina (UIA). El poderoso empresario reclamó al gobierno tener una “política industrial”, seguramente a partir de las dificultades que hasta el propio grupo que preside están enfrentando en la actualidad. Rocca tomó nota, en esa presentación, de que muchos países importantes están interviniendo en la economía, y que la globalización feliz y despreocupada, con “oportunidades para todos”, se terminó hace rato.

 

Paolo Rocca.

 

También señaló que los sectores extractivos elegidos por el gobierno para protagonizar los próximos años –la energía, la minería, el litio– “no alcanzan para un país como la Argentina”. “La Argentina necesita una estructura industrial fuerte. No puede irse solo con recursos naturales”. Y no sin razón declaró que “la Argentina no es Australia, no es Chile, es otra escala, otro tipo de desafío”.

En un tono permanentemente contemporizador con el gobierno, señaló que “debemos avanzar en un diálogo constructivo para una segunda fase en la que se puedan encarar los temas de inserción internacional y la defensa de la producción nacional”.

Luego del anuncio del “marco” entre Estados Unidos y la Argentina, las acciones de Techint sufrieron una importante caída.

En su figura se resume buena parte del drama del capitalismo argentino: empresarios alienados que no terminan de entender su ubicación en el mundo, y por lo tanto navegantes en los remolinos de ideologías incongruentes con sus propios intereses.

Quizás esta experiencia del gobierno de La Libertad Avanza termine generando una reacción nacional frente al intento de liquidar no sólo nuestras posibilidades de desarrollo, sino a las empresas de los propios actores económicos entusiasmados con el libertarianismo, que hasta ayer nomás se consideraban inmunes a los sufrimientos de las mayorías.

 

 

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