Adios a la meritocracia

Las netbooks como bienes públicos de inclusión

 

Hace unos días, Clarín publicó un artículo: El misterio de las 147.000 netbooks que el Estado dejó por años en un depósito de Tortuguitas. En estos días las redes volvieron a desatar la polémica sobre Conectar Igualdad estimuladas por la decisión del Ministerio de Educación de relanzar un nuevo plan de conectividad federal y continuar con la entrega de miles de netbooks que el gobierno de Mauricio Macri había dejado olvidadas en un depósito. Ex funcionarios salieron a advertir que la decisión "interrumpe una lógica educativa por una acción política demagógica”, lo que generó una airada respuesta de parte de la actual gestión: adelantó que seguirá con la entrega de nuevos dispositivos antes de fin de año.

Hoy la pandemia pone en evidencia como nunca antes la necesidad de la inclusión digital. Y hace que resuene más fuerte la pregunta: ¿por qué el macrismo no entregó esas miles de computadoras disponibles?

Cuando Cambiemos puso fin a Conectar Igualdad impulsó Aprender Conectados en su reemplazo. El programa preveía continuar con la compra y la distribución de dispositivos. ¿Por qué entonces este misterioso olvido? ¿Se trató de “un error logístico”, como alegó el ex ministro Alejandro Finocchiaro? ¿O de una desinversión presupuestaria cuando los dispositivos ya estaban adquiridos? El misterio combina varias razones, una es que Cambiemos negó la posibilidad de existencia de bienes públicos: las netbooks se parecieron así al parquet de los mitos macristas.

De modo inesperado pero revelador, las netbooks se han vuelto uno de los objetos cotidianos más sobre-saturados de sentidos políticos: un verdadero Aleph de controversias sobre derechos y privilegios, merecimientos y desigualdades que debatimos en la sociedad argentina. La nueva política que anunció el Ministerio de Educación —que llevará el nombre de Juana Manso— tiene la potencialidad de nutrirse de las disputas y esfuerzos previos para neutralizar estigmas y articular las demandas de inclusión y calidad educativa.

 

Las nets como bienes públicos

Cubrir con un manto de "misterio" las miles de computadoras y olvidarlas en un depósito es coherente con la visión del mundo impulsada por el macrismo: en el juego social las netbooks se volvieron bienes públicos comunes y en su universo ideológico eso no podía suceder.

"¿De qué sirve repartir computadoras si las escuelas no tienen conexión?", decía el primer Presidente argentino egresado de la educación privada con María Eugenia Vidal asintiendo a su lado. “Es como repartir asado y no tener parrilla”, remató.

Al concebir a la inclusión digital como un lujo innecesario, esta visión va contra la idea misma de educación de calidad y contra lo público en general. En su desprecio, como escribió Pablo Semán, la concepción social del macrismo nos decía: "La vida es para el que pueda comprarla".

 

 

El parquet de los mitos libertarios

“Las usan para jugar”, se escuchó. O: "Las venden por Internet". "Las rompen a propósito". Variantes como estas actualizan la narrativa antipopular contra el ascenso social y la inclusión al consumo de trabajadores y trabajadoras que antes eran expulsados de ese mismo juego de bienestar con aquello del “hacen asado con el parquet” de las casas y “usan las bañeras de maceteros”.

Lo que por estos días encendió la polémica —y enloqueció a mucho libertario de Twitter— es que hoy, para una nueva generación, las netbooks son un derecho. En las redes, Ofelia Fernández celebró la noticia. Festejó la recuperación de un “derecho arrebatado”. Un economista le respondió que una computadora “es un bien como tantos, al cual se accede con el dinero que uno obtiene de su propio esfuerzo y sacrificio”. El tweet de Ofelia seguía diciendo: "Llegamos para desmentir la meritocracia que nos vendieron y garantizar que el Estado no perpetúe los privilegios”. Las respuestas se obsesionaron con ese punto: "Una netbook o una tablet no encuadran dentro del concepto de derechos arrebatados, menos aún como privilegio". En el mismo hilo un ex funcionario se preguntaba, indignado: “Cómo carajo una netbook es un derecho”.

Conectar perforó el monopolio del mercado sobre un circuito hasta entonces totalmente monetarizado y de acceso individual a la tecnología. A su vez, contribuyó a crear en las nuevas juventudes la percepción de que estar desconectado no sólo significa quedar excluido de círculos de sociabilidad, sino también, participar en condiciones desventajosas del mundo laboral. La digitalización pasó a ser vista como una nueva dimensión de la desigualdad. Y en la Argentina de las generaciones que nacieron después de 2001 y 2003, lo sabemos: donde hay una desigualdad nace un derecho.

Además, las investigaciones muestran múltiples usos de las netbooks. Les jóvenes hicieron algo más que jugar o navegar: adquirieron habilidades que luego actualizaron en otros usos más “productivos”. Y así ampliaron la gama de estrategias que disponían para capitalizar saberes escolares.

En el siglo XXI la alfabetización digital juega un rol histórico comparable a la alfabetización para la lectoescritura: construye ciudadanía. Para los miles de jóvenes que estas semanas recibirán sus netbooks, no serán "un bien como tantos" a los que “se accede (o no) con el dinero del mérito personal”: serán parte de su derecho a la educación.

 

 

Empezar por los últimos para llegar a todes

La crisis del coronavirus está interpelando de modo inédito a la educación. Las iniciativas para sostener la continuidad pedagógica a través de estrategias virtuales son un modo de trabajar contra la desigualdad de capital educativo en el ámbito familiar.

Con seguridad para muchos de los jóvenes que reciban las netbooks, representarán la primera PC en su hogar. Esto ha conducido a destacar a Conectar como un programa de inclusión social. Lo cual es justo pero al mismo tiempo renuncia a valorar sus esfuerzos en el plano educativo. No sólo buscó lidiar con la brecha digital, sino que promovió la redefinición del rol docente, devolvió a la escuela su poder de interpelación. Ahora, la nueva política tiene el desafío de trabajar en una alfabetización digital crítica al incluir la actividad prosumidora que despliegan millones de docentes y estudiantes todos los días al participar en las narrativas transmediáticas.

Hay cierto temor de que la asociación educación = conectividad deje en el camino a la escuela. Por el contrario, hoy su ausencia momentánea hace más visible la irremplazable fuerza que tiene el dispositivo escolar en contraposición al hogar como espacio educativo. No renunciaría en nombre de ese "temor" al potencial de apropiarnos pedagógicamente de la digitalización.

La pandemia puso hoy a la educación como tema de interés en los medios. Es oportuno tomar envión e instalar en el debate la necesidad de mejores presupuestos que ayuden a dar respuesta a la sobredemanda a la que la desigual democracia argentina somete a la escuela como institución. Si pedimos que la escuela se ocupe desde el hambre hasta de la alfabetización digital de los futuros ciudadanos, los bienes públicos que le destinamos deberían ser acordes a nuestras expectativas colectivas.

 

 

 

 

 

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