Alemania quiere liderar Europa

El viejo continente organiza su autonomía militar

Zelensky en Berlín, con el canciller Merz.

 

Volodímir Zelensky se reunió por primera vez con el nuevo canciller alemán Friederick Merz a fin de mayo, y se encontró con que mucho había cambiado. El eje de la cuestión de Ucrania pasó a ser parte de una estrategia mayor, el protagonista dejó de ser Estados Unidos porque la paz inmediata que prometió no se produjo, quiso monopolizar el tema, cuestionar y mercantilizar el apoyo a Ucrania y, además, pasó a concentrarse en China. Como Sun Tsu ya lo debe haber dicho, el poder le tiene horror al vacío, y el protagonista hasta ahora en segundo plano de Europa quiere ser Alemania.

La noticia breve es que el canciller Merz acordó apoyo a Ucrania para que fabricara en su territorio misiles de largo alcance, la apertura de un arsenal hasta ahora vedado a los ucranianos, y comprometió una ayuda de 28.000 millones de euros, cuando en 2024 había sido de 7.100 millones.

Estos misiles a fabricar tendrán la capacidad de penetrar en bunkers, como el Puesto de Comando Estratégico ruso, y dificultar enormemente la tarea de reposición logística desde grandes distancias. Implicarán un cambio cualitativo en la situación.

A esto se suma que la Unión Europea planteó la necesidad de reorientar la procedencia de sus tecnologías bélicas y anunció los planes para movilizar 800.000 millones de euros durante los próximos cuatro años para reforzar las capacidades de defensa de la zona. De estos, 150.000 se distribuirán entre los países en forma de deuda común y ahora se ha confirmado cómo se gestionarán. El programa SAFE (por Security Action for Europe), priorizará las compras dentro de Europa. O sea, trabajo para Europa y pagos que quedan en casa.

El programa entrará en vigor de inmediato, sin necesidad de aprobación del Parlamento Europeo, y financiará “masivamente” la compra, principalmente, de sistemas de misiles, artillería, aeronaves no tripuladas y defensa antiaérea. El programa destaca la inclusión de Bielorrusia como amenaza al mismo nivel que Rusia.

El hecho es que Europa está organizando su autonomía militar con independencia de Estados Unidos, e incluso hay disposición a hacerse cargo por entero de OTAN si ese país relega o anula su papel en la organización. En la exposición del sociólogo argentino Juan Gabriel Tokatlian que se reproduce aquí se considera la posibilidad de que Estados Unidos ceda la OTAN, en el marco de un orden internacional en el que ya no es hegemónico, lo que plantea un conflicto abierto entre confrontación y convivencia. Ambas alternativas precisan de disuasión armada.

Más allá del tono y las maneras de Donald Trump, Estados Unidos tiene desde 2012 un centro cada vez mayor en el desafío que le representa China, sigue adelante con la guerra de aranceles que comenzó Barack Obama y que continuó con este tercer gobierno sucesivo. Hoy Trump II desarrolla una política en la que quiere mantener su competitividad exportando los costes de producción. Y habiendo dejado de ser el imperio hegemónico, Estados Unidos no tiene ya capacidad ni voluntad de moldear el sistema internacional, salvo en el contener a China, dice Tokatlian. “Su expansionismo es el ensoñamiento de sus pretensiones respecto de Panamá, Groenlandia y Canadá”. En rigor, es una retirada estratégica de Estados Unidos de su hegemonía mundial para quedar como una gran potencia entre otras. En el plano interno, viene perdiendo competitividad, está en proceso de desindustrialización, sufre una reciente polarización social, se asiste al descrédito de instituciones y avanza la percepción de crisis en sus partidos políticos. Curiosamente, este tema no es abordado por los muchos analistas de los medios dominantes. Así las cosas, es de esperar que pronto aparezca el argumento de que este conflicto representa una oposición entre oriente y occidente. Sus antecedentes se pueden rastrear hasta Marco Polo.

En este marco y con el paso atrás de Estados Unidos en el viejo continente, Alemania aspira al liderazgo de Europa, en consonancia con una historia que puede remontarse al fin del Imperio Romano. Hoy Alemania se propone tener el ejército más poderoso de Europa y un fundamental cambio de tesitura en sus relaciones internacionales.

Desde el fin de la Segunda Guerra, venía manteniendo lo que se llamó “una postura restrictiva”. Con la reunificación en setiembre de 1990 (el tratado se llamó 2+4), desapareció la llamada “cuestión alemana” de la agenda internacional, pero el país mantuvo esa tesitura restrictiva. Los desafíos internos y la responsabilidad ante las debilidades económicas y políticas de la tercera (o tal vez cuarta) economía del mundo dejaron en pausa la discusión sobre el rol futuro de Alemania, dando prioridad a la reconstrucción política y a la consolidación territorial, aún no completada.

Las elecciones anticipadas del 23 de febrero de este año fueron parte del viraje posible. La participación del 83% de los electores fue la más alta desde la reunificación. El nuevo canciller de la Unión Democrática Cristiana llegó con 28,8% de los votos y, tras él, la ultraderecha de AfD con el 20%. La manera de eludir el crecimiento de la ultraderecha y con ella la brecha de posiciones que se daría en Europa y la falta de flexibilidad, fue un cambio de fondo en el rumbo. La firma global de asuntos financieros Goldman Sachs afirmó que las elecciones anticipadas permitían abordar numerosos retos económicos. Cualquier expansión fiscal será limitada y el crecimiento es previsible a partir de 2026. En ese contexto, Carsten Brzesla, de ING (grupo financiero holandés), señaló que tras las elecciones Alemania carecía de iniciativas políticas. Parece ser que el gobierno pensaba lo mismo, y el nudo gordiano de la situación se encaró de la misma manera que Alejandro Magno: cortándolo con la espada, y él asegurándose así la conquista de Asia. No se sabe qué clase de Alejandro Magno dará hoy la historia pero, como dicen en los casinos europeos, le jeux sont fait (el juego está hecho).

Con el pasado bélico a 35 años de distancia, Alemania también podía dejar atrás el pasado que imponía cautela, y la coyuntura lo propició. Hay al parecer consenso en los estamentos de poder alemán de avanzar hacia el liderazgo europeo y hacia una visión común de Europa. Hoy, el país se plantea asumir, como ellos mismos dicen, la responsabilidad de ser la mayor economía de Europa, y en consecuencia ofrecer estabilidad política y seguridad. Lo hace no sin problemas económicos: rigidez fiscal, crecimiento estancado hace años, necesidad de modernizar la estructura y los procesos productivos. Todo lo cual cuestiona la posibilidad de su liderazgo, pues superar esos obstáculos en este contexto económico complejo tiene un cómo difícil. Su punto de partida es que de una Europa de seis países (Francia, Italia, Alemania y los tres de Benelux: Bélgica, Holanda y Luxemburgo), se pasó a una Europa de 27, pero el peso de Alemania sigue siendo decisivo. Se afirma que no hubiera habido Brexit sin la venia de Alemania. Y puede arriesgarse que favorecerá alguna forma de reincorporación británica a esta Europa, particularmente con una Rusia en guerra y el obligado alejamiento de Estados Unidos de su esfera de intereses. El paso alemán de una postura meramente diplomática a una más asertiva, que incluye el máximo fortalecimiento de su ejército, el Bundeswehr, que todavía depende del parlamento, se vería fortalecido por una alianza estrecha con una Gran Bretaña que está perdiendo en el terreno su “relación especial” con Estados Unidos.

No en vano la primera crítica a este panorama provino del canciller ruso, Sergei Lavrov. Rechazó la idea de Ucrania fabricando esos misiles, adelantó que se comprobaría que son construidos allí y no provienen, disfrazados, de arsenales alemanes. “Alemania se resbala por la misma pendiente por la que cayó dos veces en el siglo XX. Va hacia su colapso. Espero que los políticos responsables de ese país tomen la decisión correcta y detengan la locura”. Y Rusia vuelve a poner en escena las críticas a Mijail Gorbachov, por pedir poco dinero ante la reunificación alemana, y no condicionar la entrada de Alemania en la OTAN.

 

 

En su momento de estos 600 días de guerra, Emmanuel Macron también declaró una posición dura ante Rusia y hasta mencionó la posibilidad de poner tropas en tierra, y aludió a la bomba atómica. Pero no obtuvo apoyo de sus pares y aquello se diluyó. Es que para mirar el futuro, particularmente en Europa, miran el pasado. Y Francia no tiene buenos antecedentes en la materia; no, al menos, para Alemania.

Francia y Rusia tienen diferencias entre sí que cada tanto se traducen en conflictos abiertos, pero a lo largo de dos milenos Francia no mostró problemas para aliarse con Rusia y enfrentarse a Alemania. Y es mirando al pasado que el futuro ofrece líneas de acción a las potencias.

Francia perdió Alsacia y Lorena en la guerra franco-prusiana en 1871. Alemania reaccionó al Tratado de Versalles en el que Francia favoreció endurecer los términos pero sin capacidad política de controlar las obligaciones que surgían, abriendo así campo al nazismo y a la Segunda Guerra.

“Una parte de la nación cultural y étnica permanece incumplida”, argumentó Alemania, en el sentido de territorios que estaban habitados por alemanes desde tiempo inmemorial. Y en la puja entre Francia y Alemania hay que anotar la alianza de Francia con Rusia de 1894, y luego la Triple Entente con el núcleo central aliado de la Primera Guerra Mundial: Francia, Gran Bretaña y Rusia, contra el imperio alemán aliado con las potencias centrales con protagonismo del imperio austrohúngaro.

Con el triunfo en la guerra franco-prusiana de 1870-1, Alemania es imperio desde 1871 a 1918, y logra la adhesión de 39 estados. El Reich alemán surge como resultado de “la revolución desde arriba” del canciller prusiano Otto von Bismarck. En 1860 se había dado por resuelta lo que en la época se llamó “la cuestión alemana” (el nombre volvería tras la Segunda Guerra y la división del país), que era la unificación de la época. El conflicto interno se resuelve con mayor poder para el Ejecutivo, en consonancia con los históricos principios autoritarios Comienza ese tiempo con el reinado de Guillermo II y termina con la derrota de Guillermo II por Rusia y por la presión del francés de Córcega Napoleón Bonaparte. No sería la primera ni la última vez que Alemania es derrotada por la mancomunión de Rusia y Francia.

Para 1921, por ejemplo, George Clemenceau priorizó “la línea azul de los Vosgos”, la frontera montañosa en el NE de Francia entre Alsacia y Lorena. Eso motivó la insistencia de Francia en aliarse con Rusia.

La constante de unión-desunión del territorio alemán y su resoluta aspiración a ampliar su influencia, hilvana su historia, el Imperio Romano-Germánico, al que Federico I le agrega al nombre de Sacro Imperio para agregar a su fuerza la del mandato divino. Se crea en 962 con el rey Oton I, coronado por el Papa, y su base es la dinastía sajona de los siglos IX a XI a partir de una de las tres partes en que se dividió el imperio carolíngeo, la Francia sajona, iniciado por Carlomagno en el 800.

El Sacro Imperio Romano-Germánico fue la entidad predominante de Europa central por casi un milenio, hasta su disolución en 1806, En su momento de mayor extensión comprendía casi todo el territorio de la actual Europa central y parte de la Europa del sur. Llegó a incluir Borgoña, hoy cuna de finos franceses, y Saboya, que abarca el Lago Bourget, el mayor lago natural de origen glaciar hoy de Francia, formado hace unos 19 milenios tras la última glaciación; es un destino turístico importante desde el siglo XIX. Federico I no ha sido olvidado. Lo llamaban Federico Barbarroja, y Operación Barbarroja fue el nombre de la masiva invasión alemana a Rusia a partir del 22 de junio de 1941. El pasado vuelve por sus fueros.

 

 

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