Almas en pena

Bismarck, Macri y las supersticiones ideológicas

 

A fines del siglo XIX, el canciller Otto von Bismarck, artífice de la reunificación alemana, consolidó la noción de realpolitik, “política de la realidad” en alemán. Es un concepto que supone basar la política exterior de una nación en sus intereses prácticos y sus necesidades concretas, sin atender a una teoría estricta o a absolutos morales. Bismarck creía en la grandeza de Prusia pero era, sobre todo, un político pragmático que apostaba al equilibrio entre las naciones y al freno de la carrera armamentística. La realpolitik incita a la negociación y elude como al ébola la idea de una superioridad moral.

En septiembre de 2015, durante un acto en José C. Paz en el que estaba presente el ex Presidente de Brasil, Cristina Fernández de Kirchner le hizo un pedido: “Lula, vos tenés que ser el embajador para que la Argentina integre el BRICS. Ese es nuestro lugar”.

 

 

Tres años más tarde, en julio de 2018, el entonces Presidente Mauricio Macri fue invitado a la cumbre de los BRICS. “Es momento de fortalecer la gobernanza global, con franqueza, pero con respeto; con principios, pero con soluciones prácticas”, señaló durante su disertación. Y con tono épico, casi podríamos decir chavista, concluyó: “El multilateralismo no es, ni debe ser, un ritual de fotos para la prensa, sino un seguro contra la discrecionalidad del poder y un compromiso con la coexistencia global a la que estamos destinados”. Román Lejtman, por entonces vocero presidencial extraoficial, resumió casi en éxtasis la intervención del Presidente argentino: “Macri pronunció un fuerte discurso político y reivindicó la perspectiva del Sur Global”.

Cinco años después de aquella visita presidencial a la cumbre de los BRICS, la Argentina acaba de ser aceptada en ese bloque geopolítico, al que se incorporará formalmente en enero del 2024. La diplomacia es el arte de la paciencia y el pragmatismo.

El bloque de los BRICS concentra el 42% de la población mundial, supera el 30% del Producto Interior Bruto (PIB) y representa el 18% del comercio internacional. Con el Nuevo Banco de Desarrollo (BND), presidido por la ex Presidenta Dilma Rousseff, dicho bloque aspira a construir una arquitectura financiera internacional que asista a países en desarrollo y apueste al multilateralismo. Son muchas las razones para festejar la incorporación de la Argentina a ese espacio.

Sin embargo, la oposición de Juntos por el Cambio se indignó al unísono por esa alianza que hasta hace poco propiciaba. Patricia Bullrich, la ex Ministra Pum Pum, afirmó que la Argentina dejaría ese bloque si por alguna extraña broma del destino ella ganara las elecciones de octubre. Por su lado, el ex senador Federico Pinedo consideró que ingresar al bloque de los BRICS equivale a aceptar que la Argentina sea “liderada por una potencia extranjera”, una insólita visión que, aplicada al Mercosur, supondría que ya aceptamos ser liderados por otra potencia extranjera.

Olvidando sus expectativas de ayer (“Ya estoy en Johannesburgo para participar como invitado en la Cumbre de BRICS, el grupo de países con las economías emergentes más importantes del mundo”, escribió en 2018), Mauricio Macri también criticó el ingreso de la Argentina a ese grupo tan importante de economías emergentes. Otras almas en pena opositoras señalaron que no debemos integrar los BRICS ya que también formará parte de ese bloque la República Islámica de Irán, país con el que, sin embargo, mantenemos relaciones diplomáticas y comerciales normales, además de compartir banca en otros organismos internacionales como la ONU, el FMI e incluso la FIFA, sin que ningún opositor exija que la Argentina los abandone por esa razón.

Por su lado, Javier Milei, a la vez que anuncia que Macri sería su “representante ante el mundo” para “buscar nuevos mercados” en un hipotético gobierno de La Libertad Avanza, promete terminar las relaciones con China, ya que “no promovería las relaciones con comunistas”, además de desarticular el Mercosur y congelar las relaciones con Brasil, a cuyo Presidente calificó de “zurdo salvaje apoyando dictadores, tipos que violan los derechos humanos, autócratas con sus manos manchadas de sangre”. Pretender expandir nuestros mercados y empezar esa tarea apartando a nuestros dos principales socios comerciales parece un proyecto algo contradictorio.

Ante espacios políticos que se definen como pragmáticos y dicen querer “reinsertar al país en el mundo” pero supeditan la política exterior a sus supersticiones ideológicas o a evanescentes tácticas electorales, es bueno recordar a un viejo político conservador prusiano, insospechado de kirchnerismo, quien aconsejaba dejar de lado los absolutos morales a la hora de defender los intereses de la nación, que, a diferencia de las tapas de los diarios y las indignaciones de las redes sociales, suelen requerir de rigurosidad y largo plazo.

 

 

 

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