En la ciudad china de Tianjin ha tenido lugar esta semana la Cumbre más importante de la Organización de Cooperación de Shanghái (OSC) —con la presencia de más de 20 Presidentes, entre ellos Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi, y diez organizaciones internacionales— en la que se aprobaron iniciativas que proyectan a esta organización como el contrapeso más importante frente a la debilitada hegemonía estadounidense.
Mientras tanto, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, ha dicho que a su país no le importa lo que diga la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con relación al ataque de un misil estadounidense a una pequeña barcaza en el mar Caribe que supuestamente partió de Venezuela, transportaba droga rumbo a Estados Unidos y en la que fallecieron los once ocupantes terroristas. Aún no hay pruebas de que el hecho haya tenido lugar.
Un par de días después, dos aviones de combate F-16 venezolanos sobrevolaron uno de los buques de la armada estadounidense, el USS Jason Dunham. El viernes, el Presidente Trump amenazó con derribarlos y desplegó diez aviones de cazas furtivos F-35 hacia Puerto Rico “para reforzar las actividades". Ese mismo día, el aspirante a premio Nobel de la Paz le cambió el nombre al Pentágono por Departamento de Guerra, debido a que se trata de un nombre “más apropiado, dada la situación del mundo”. El ahora secretario de Guerra, Pete Hegseth, dijo que el cambio “no implica solo renombrar, sino restaurar” y que las Fuerzas Armadas pasarán a la ofensiva, no solo a la defensiva y, como se refleja en el cambio de nombre, el país “formará guerreros, no solo defensores”.
La orden de desplegar buques de la armada con 4.000 soldados estadounidenses frente a las costas de Venezuela, emitida el 14 de agosto, y las amenazas de invasión de parte del gobierno estadounidense han generado rechazos, apoyos y silencios en la región. Las autoridades de Estados Unidos saben que vivimos en un mundo multipolar que se consolida con la unidad de Eurasia —que tanto temía Zbigniew Brzezinski— a partir de la OCS. Esto determinará que la región del Asia Central y también la del sudeste asiático dejen de ser parte de la zona de influencia de Estados Unidos.
Tensión en el Caribe
América Latina y el Caribe, en cambio, se enfrentan actualmente a un gobierno estadounidense que, consciente de la pérdida de su hegemonía, pretende controlar la región a cualquier precio e impedirles su acercamiento con China. Para los países sudamericanos se trata de su principal mercado de exportación y para los centroamericanos el segundo, sin contar con la fuerte presencia de capitales chinos y creciente participación diplomática en entidades regionales. Desandar ese camino es supremamente difícil, ya que iniciativas estadounidenses para la región como “América Crece” en el primer mandato de Trump y la “Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas” con Biden han sido un estrepitoso fracaso.
Al adquirir nuevamente un rol preponderante en la zona de influencia estadounidense, nuestra región está contra las cuerdas. El almirante Alvin Holsey, jefe del Comando Sur, ha advertido que la región de América Latina y el Caribe se encuentra en la primera línea de una contienda decisiva y urgente para definir el futuro de nuestro mundo. “China está atacando los intereses de Estados Unidos en todos los frentes, en todos los ámbitos, y cada vez más en el archipiélago caribeño, una cadena de islas con potencial ofensiva. Si no se compite adecuadamente aquí y ahora, la región quedará bajo la influencia de los principales rivales autoritarios de Estados Unidos”.
Ello explica las crecientes presiones e injerencias en México, Colombia, Brasil y Venezuela, así como su desmedido respaldo a gobiernos afines como los de Javier Milei y Nayib Bukele, entre otros. El ámbito de influencia geopolítica de Estados Unidos se ha reducido ostensiblemente, y la Cumbre de la OCS lo ha hecho más evidente. Sus problemas internos son enormes y para el Presidente Trump los archivos del caso Epstein son como un puñal en la yugular.
El proceso de destrucción del multilateralismo que conduce el Presidente estadounidense se ha hecho presente esta semana durante la visita de Marco Rubio a México y Ecuador, países a los que fue para tratar el tema del control de las drogas y la designación de los cárteles de drogas como organizaciones narcoterroristas.
En Ecuador denominó a dos (Los Lobos y Los Choneros) que se añadieron a la larga lista. Rubio dijo que las relaciones de cooperación con México son excelentes y que se acordó crear un grupo de alto nivel para desmantelar el crimen organizado transnacional, mientras que con Ecuador señaló que había mucho por hacer. Para su tranquilidad, Noboa le dijo que su gobierno está dispuesto a alinearse con las prioridades de su principal socio. La canciller Gabriela Sommerfeld añadió: “Los objetivos que se planteó el Presidente Noboa para su mandato son exactamente iguales a los que tiene el Presidente Trump”. Satisfecho, Rubio aseguró no creer que en "países amigos" como Ecuador vayan a ser necesarios los ataques militares como el ejecutado esta semana sobre una lancha que supuestamente transportaba drogas desde Venezuela, "porque ellos cooperan".
Donald Trump ha definido a Claudia Sheinbaum como una mujer “increíble, muy elegante y hermosa”, pero dice que su país está “dirigido por carteles” y ella “está muy asustada” para aceptar su ayuda de enviar a las Fuerzas Armadas estadounidenses. Ese supuesto miedo es señalado sistemáticamente por el Presidente estadounidense, con el objetivo de abrir paso a la idea de intervenir directamente en México.
Durante su gira, Rubio criticó a la ONU y a sus publicaciones, que señalan que Venezuela está libre de cultivos ilícitos y combate el narcotráfico con gran eficacia. El informe mundial sobre drogas de esa institución señala que solo el 5% de la droga hacia Estados Unidos transita por Venezuela, mientras que el 87% lo hace por el Pacífico colombiano y ecuatoriano. “¡¡La ONU no sabe nada!! (…) Dicen que Venezuela no está envuelta en el tráfico de drogas porque Naciones Unidas dice que no lo está. ¡Pero no me importa lo que dice la ONU! ¡Porque la ONU no sabe lo que está diciendo! Maduro está acusado por un gran jurado del distrito sur de Nueva York. (...) No existe duda de que Maduro es un narcotraficante”. Al respecto, el canciller venezolano, Yván Gil, señaló que “las palabras de Rubio responden a una lógica nazi y gangsteril, al negar la evidencia, inventar enemigos y sembrar odio para encubrir fracasos”.
Reacción de la CELAC
El viernes 5 la CELAC (la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) emitió un comunicado, resultado de la reunión extraordinaria de cancilleres realizada virtualmente el lunes, convocada por Colombia, que tiene la presidencia pro tempore. En este, manifestaron su preocupación por el despliegue militar extra regional y por las posibles consecuencias para la paz y la soberanía de la región. Asimismo, se reiteró el rechazo al uso de armamento nuclear en la región y se recordó que, bajo el Tratado de Tlatelolco de 1967, América Latina y el Caribe se convirtieron en la primera zona libre de armas nucleares, lo que prohíbe el uso de este tipo de armamento como medio de presión o amenaza.
También se recordó que los 33 países de América Latina y el Caribe se proclamaron como Zona de Paz en febrero de 2014 durante su segunda Cumbre realizada en La Habana. Este acuerdo compromete a los países de la región a resolver controversias por medios pacíficos, respetando el derecho internacional, la no intervención y la soberanía de cada Estado.
Entre los firmantes figuran Antigua y Barbuda, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Dominica, Granada, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Uruguay y Venezuela. Por su parte, los líderes de la Argentina, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guyana, Jamaica, Paraguay, Perú y Trinidad y Tobago optaron por no firmar el comunicado. El canciller de Guatemala, Roberto Álvarez, retiró la firma por razones procedimentales al decir que el plazo para la adhesión no había concluido. Sin embargo, explicó que el Estado guatemalteco seguía considerando las propuestas presentadas por algunos países con el objetivo de crear un texto que representara el consenso, lo que podría llevar semanas de discusión para probablemente no alcanzarlo.
No todos los gobiernos latinoamericanos tienen la misma capacidad de resistencia a la injerencia de Estados Unidos para firmar este tipo de comunicados elementales que solo invocan compromisos que todos han asumido en el marco de la CELAC y en otras instancias. Al no hacerlo, dejan la puerta abierta para una eventual intervención militar.
Hay vida en otra parte
Mientras esto ocurre en nuestro hemisferio, el 31 de agosto y el 1 de septiembre tuvo lugar la 25ª Cumbre de la OCS, a la que le siguió un impactante desfile militar en conmemoración de los 80 años de la victoria de China sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial. En un contexto de fuertes crisis internas de toda índole en países del eje atlántico, ambos eventos concitaron la atención mundial al poner en evidencia que, efectivamente, la región de Eurasia se consolida como el eje más dinámico de desarrollo económico.
La imagen de los máximos líderes de India, China y Rusia juntos, tres potencias nucleares con una importante participación poblacional y territorial mundial, además de su desarrollo tecnológico, científico y militar, mostró el grave error cometido por Trump al arrojar al Presidente Narendra Modi a los brazos de China, luego de haberle impuesto aranceles secundarios de 25% por comprarle petróleo a Rusia, el país más sancionado del planeta. Hasta entonces, la India había tenido posiciones ambiguas en política exterior. De hecho, junto con Estados Unidos, Australia y Japón, India es miembro del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), creado en 2007 con el objetivo de contrarrestar la creciente influencia de China en la región Asia-Pacífico.
Además de los jefes de Estado y de gobierno de los diez países miembros permanentes de la OCS —Bielorrusia, China, India, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Pakistán, Rusia y Tayikistán—, también estuvieron presentes unos quince líderes —entre ellos los de Egipto, Laos, Vietnam, Nepal, Malasia y Turquía—, representantes de diez organismos internacionales, como el secretario general de la ONU, António Guterres, y la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN).
En sintonía con lo que plantean los BRICS, donde hay representantes de África y América Latina, la OCS considera necesario adaptar la ONU a las realidades políticas y económicas actuales mediante una reforma mesurada que garantice la representación de los países en desarrollo en los órganos rectores de la organización, de tal forma que los haga más representativos y democráticos. Asimismo, reafirman su compromiso con el respeto igualitario e íntegro de los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y de la Carta de la OCS.
Para alcanzar los distintos objetivos establecidos, los Estados miembros aprobaron la estrategia de desarrollo de la OCS hasta 2035. Esta estrategia define prioridades en áreas como la integración económica, la conectividad, la transición energética, la innovación tecnológica y la lucha contra amenazas comunes como el terrorismo y el narcotráfico. Una de las decisiones más importantes es la creación de un Banco de Desarrollo de la OCS para financiar proyectos de infraestructura y comercio, además de reducir la dependencia del dólar en las transacciones regionales, lo que, sin duda, tendrá un impacto en el poder hegemónico de Estados Unidos. La desdolarización es un proceso que ya está teniendo lugar bilateralmente y en algunas organizaciones como la Comunidad de Estados Independientes y la ASEAN.
Es importante destacar también la Iniciativa para la gobernanza global presentada por el Presidente Xi Jinping, la cual tiene como elementos centrales la igualdad soberana, atenerse al Estado de derecho internacional, la práctica del multilateralismo, abogar por el enfoque centrado en el pueblo y concentrarse en tomar acciones reales.
A pocos les quedan dudas de que la OCS se erige como una amenaza al liderazgo de Estados Unidos, cuyo gobierno no solo está destruyendo las instituciones de la gobernanza global, en particular las del sistema de las Naciones Unidas, sino inclusive la de su propio país. En este escenario, América Latina y el Caribe, una región que no es capaz de acordar consensos elementales, será escenario de una mayor política injerencista del gobierno estadounidense, que en el caso de Venezuela adquiere ribetes alarmantes. La actual escalada de tensiones en torno a dicho país implica un peligro serio para la seguridad regional y global y da cuenta de una región fracturada en la construcción de su futuro.
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