Amistad versus algoritmo

El gran Seijun Suzuki, padre del cine yakuza

 

No sé cuál será la experiencia personal de cada lector o lectora, pero en mi caso han sido escasas las ocasiones en las que las plataformas de streaming y el señor algoritmo acertaron con sus recomendaciones, y miren que soy bastante permeable a todo tipo de cine. A priori no hay nada malo en que estas plataformas nos brinden un servicio que oriente nuestra búsqueda de entretenimiento (y de paso configurar nuestros gustos y fidelizarnos como clientes), el problema es el protagonismo que le hemos ido otorgando a este sistema que podrá ser virtuoso en términos matemáticos pero que poca autoridad tienen en comparación con quienes debieran ser nuestros más avezados guías cinematográficos: las personas que nos conocen de cerca.

El Sr. Algoritmo puede llegar a la conclusión de que si he visto una película con Tom Hanks, luego La última tentación de Cristo y un documental sobre el Renacimiento, tendría que interesarme El código Da Vinci. Un amigo jamás cometería tal aberración, y por suerte aún tengo amigos que me recomiendan cosas con el amor y la sapiencia debida. Hace poco Ana, una de mis mejores amigas, me regaló una experiencia anti algorítmica al recomendarme a una directora llamada Kelly Reichardt (si hay algún curioso del otro lado, hay películas suyas en algunas plataformas) y el acierto fue total. Ella sabe muy bien que mis gustos, como los de cualquier otra persona, son mucho más cifrados que una intersección de datos estadísticos. Los resortes que hacen que una película nos conmueva o nos interese hasta pueden ser imperceptibles para nosotros, pero nunca para un amigo.

Además del cine, con mi amiga Ana compartimos varias amistades. Una de ellas es Eriko, una japonesa que vivió un tiempo en Buenos Aires y a quien conocimos hace exactamente diez años, con quien construimos una amistad muy fructífera jalonada por grandes momentos cinematográficos. A Eriko, que como ustedes podrán imaginar es de pocas palabras porque es japonesa, cada vez que le gustaba una película de nuestros pagos sonreía levemente y decía: “Ahora vuelvo a creer en la Argentina”. Y así aprendimos qué es lo que buscaba Eriko en el cine argentino: creer.

A Eriko le gratificaba que un cinéfilo promedio argentino conociera muy bien a los grandes realizadores de su país (Kurosawa, Ozu, Kitano, Miyazaki y tantos otros) pero le llamaba la atención que no se tuviera la misma consideración con Seijun Suzuki, acaso el realizador más popular (en términos de masividad) en las salas japonesas. Tal sentencia en boca de Eriko era más que una recomendación: un mandato.

Suzuki (1923/2017) filmó desde los años ‘50 hasta entrado el segundo milenio y se lo suele considerar el padre del cine yakuza, aquel género local ultra violento sobre mafiosos que deja a los muchachos malos de Scorsese como niños caprichosos. Una de sus obras más significativas de este corte se llama Koroshi no rakuin, algo así como “Marcado para matar”, oscurísimo policial yakuza realizado en 1967 en la frecuencia del Sin aliento de Godard, toda una obra de culto reivindicada hoy en día por realizadores de todo el mundo.

Pero en medio siglo de carrera Suzuki atravesó una numerosa cantidad de géneros, siempre con un afán renovador y absolutamente personal, gesto que lo hizo ir de un lugar al otro dentro de la industria casi como un paria cinematográfico. De entre sus más de 50 películas (de las cuales he visto apenas un puñado) quisiera detenerme en Nikutai no mon (1964) “La puerta de la carne”, una de las partes de la “trilogía de la carne” que Suzuki realizó con la joven actriz Yumiko Nogawa como protagonista.

 

Yumiko Nogawa, de verde, en La puerta de la carne.

 

La historia transcurre apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial en una Tokio ocupada y controlada por las tropas estadounidenses; ciudad absolutamente trastornada, puro ruinas, humo, mafiosos y todo tipo de buscavidas. De este paisaje emergen las siluetas coloridas de cuatro mujeres que sobreviven en comunidad ejerciendo la prostitución, sólidamente organizadas a partir de ciertas reglas muy claras: sólo brindarán sus servicios a los soldados estadounidenses y bajo ningún punto de vista ofrecerán su cuerpo gratuitamente. Pronto darán cobijo a un ex soldado japonés prófugo de la cárcel interpretado por Jo Shishido, otro actor fetiche de Suzuki que siempre tiene cara de haber sido cagado a palos. Su presencia provocará inevitables disputas entre las cuatro chicas y desatará este drama post bélico, rebosante de humor y erotismo, que propone una dolorosa percepción del placer como herramienta de poder, a la vez que como elemento primordial para la reconstrucción de una comunidad.

 

Jo Shishido, otro actor fetiche de Suzuki.

 

Al igual que todos sus personajes femeninos, Seijun Suzuki fue principalmente un sobreviviente. Sirvió como soldado durante la Guerra del Pacífico y zafó de dos naufragios y del rigor de sus superiores. En un momento fue destinado a Taiwán y fue testigo directo del modo cruel con que el ejército japonés montó un sistema de prostitución para sus tropas. Resabios de esta experiencia son visibles en La puerta de la carne y mucho más aún en Historia de una prostituta, cierre de la trilogía ya citada. Estas cintas son de algún modo un desagravio para aquellas mujeres, la faz siempre olvidada de la guerra. Coloreadas con estridencia, como si Almodóvar las hubiera recortado de sus figurines para ponerlas entre las ruinas de Tokio, Suzuki las muestra rebeldes, decididas a sobrevivir, como si con su vitalidad fueran las únicas capaces de revertir la derrota de su país.

 

Yumiko Nogawa, a punto de hacerle conocer las puertas de la carne a un predicador yankee.

 

Películas como esta explican por qué Seijun Suzuki, aunque alguna vez apartado de la industria del cine de su país, fue tan popular entre su gente y también por qué tanto tardamos en reconocerlo por estas latitudes. Creo que a veces nuestros gustos pueden ser tan limitados como un algoritmo, y cuando vamos hacia el cine japonés sólo buscamos samuráis, cerezos en flor y tatamis con el Monte Fuji de fondo, precisamente lo que Suzuki no nos va a ofrecer.

Final feliz, en las últimas dos décadas Seijun Suzuki comenzó por fin a ser reconocido como uno de los grandes nombres del cine japonés. Aparecieron nuevas ediciones de sus obras, retrospectivas en festivales e incluso algunas de sus películas ya se ofrecen en plataformas digitales alternativas, aunque me temo que el Sr. Algoritmo rara vez te las recomiende, para eso están los amigos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FICHA TECNICA “LA PUERTA DE LA CARNE”

Título original Nikutai no mon / Año 1964 / Duración 90 min. / País Japón / Dirección Seijun Suzuki / Guión Taijiro Tamuda, Goro Tanada / Música Naozumi Yamamoto / Fotografía Shigeyoshi Mine / Reparto Yumiko Nogawa, Jo Shishido, Koji Wada, Kayo Matsuo.

 

 

 

 

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