Amores perros

La policía ya no perdona ni a las mascotas

—¡Traigan un veterinario, déjenme agarrar a mi perro! ¡Lo mató! ¡Me mató a mi familia!

Los gritos desesperados de Fernando Varela quebraban la noche.

Tirado en la calle, el cuerpo de su perro Globo se arqueaba en espasmos. La sangre corría sobre los adoquines. El policía que acababa de dispararle en la cabeza —“porque ladraba mucho”, diría días después– tenía el rostro desencajado, con una mueca torcida que parecía una sonrisa. Un grupo de vecinos rodeaba a Fernando, tratando de calmarlo. Detrás de la chapa que franqueaba el ingreso a su casa, un terreno baldío de su familia en el que se había instalado hacía pocos meses –después del espiral de pérdidas que desencadenó en su vida la pasta base–, los gritos y el llanto de sus hijos se hacían cada vez más fuertes. En pocos minutos, un destacamento de casi cuarenta policías copaba la cuadra. Sin dar explicaciones y bajo una lluvia de insultos, cuatro de ellos cargaron a Globo, aún con vida, en la caja de una camioneta cuatro por cuatro de la Policía de la Ciudad. Fue la última vez que Fernando vio a su perro, y también el principio de una escalada barrial que pondría en jaque el entramado interno de una comisaría, envuelta en un extraño asesinato a sangre fría.

“Ese tipo mató al perro y nunca imaginó en la vida que la gente iba a saltar de esta forma. Un perrito de la calle, de un faloperito, que a nadie le importa. Eso pensó. Y se le vino el barrio encima”, dice hoy, en un café frente al Parque Patricios y dos meses después del asesinato, Claudia Gregorio, quien lleva adelante el hogar Vagabundos de la Sociedad Protectora de Animales y es una de las mujeres que encabezan la agrupación “Justicia para Globo”. Desde allí reunieron a los vecinos del barrio de Parque Patricios en tres marchas para exigir que desafecten al policía que gatilló esa noche y canalizaron dos denuncias en su contra que hoy avanzan en la Fiscalía Nº 40 de la Ciudad de Buenos Aires. “¿Cómo un tipo puede sacar el arma y disparar en plena calle, con los vecinos, los chicos alrededor?”, se pregunta. “A Globo se lo llevaron vivo, no lo atendieron, lo dejaron morir en la comisaría y pensaban que iban a poder tapar todo. No se esperaban que un perrito pudiera movilizar un barrio, porque no fue solo el asesinato de Globo, es la impunidad con la que pueden sacar un arma y disparar porque tienen ganas lo que despierta tanta indignación”.

 

En la segunda de esas marchas, un grupo de casi doscientos vecinos terminó copando la comisaría que la Policía de la Ciudad tiene en la Comuna 4, ubicada en Zavaleta 425. “La gente golpeaba y golpeaba los vidrios. Había una bronca terrible y no nos querían dar respuestas”, recuerda Claudia. “Un subcomisario de apellido Rodríguez, que estaba a cargo, con las cámaras de televisión alrededor, nos daba distintos números de fiscalías anotados en un papelito para sacarnos de encima. Querían cubrir al asesino. Nosotros teníamos un nombre y no sabíamos si era real. Ellos no nos dijeron nada, pero al final toda la información nos llegó desde adentro de la comisaría”.

Eran las dos de la mañana del pasado 19 de abril cuando la Peugeot Partner blanca perteneciente a la brigada de la Policía de la Ciudad que recorre la Comuna 4, dobló en la calle Arriola desde la Avenida Caseros y se frenó una vez más –como casi todas las noches, desde que Fernando Varela vivía ahí–, delante del terreno baldío. Era una noche calurosa y Fernando estaba sentado en la calle junto a Globo. Su perro empezó a ladrar. No era común que repitiesen el mecanismo una misma noche. Esta vez, los dos policías vestidos de civil se bajaron de la camioneta y el perro se adelantó hasta el cordón, ladrando cada vez más fuerte. Entonces Fernando le gritó que se calle. El perro y los policías quedaron enfrentados, en un silencio que duró pocos segundos. Lo siguiente que se escuchó fue el estruendo del disparo.

“Me tuve que quedar parado viendo cómo el Globo se moría adelante mío, con un tiro en la cabeza, ¿me entendés, amigo?”, recuerda Fernando Varela, sentado en el cordón de su casa, delante del mural que pintaron en la pared con una imagen de su perro llevando una mochila en la boca. “Me quise mover y sentí que la próxima bala era para mí. Porque son mandados, ¿me entendés? A mí me conocen acá, yo nunca robé, lo que hago me lo hago a mí. Pero me quieren sacar de acá porque les sirve, yo sé que quieren este terreno y es mío, me lo dejó mi viejo, ¿qué sabés si yo me movía y me mataban? Después decían cualquier cosa como hicieron con Globo, que dijeron que lo quería morder y el perro estaba al lado mío. Esa bala también podía ser para mí”.

 

 

El nombre que los vecinos habían conseguido, de boca del propio policía luego de que disparase, era el de Christian Gonzalo Benítez. Una semana después del asesinato, al grupo de Facebook que habían armado comenzaron a llegar mensajes de policías filtrando información. Enviaron fotografías y un legajo de la Policía de la Ciudad (Nro. 7208) en el que figuraba el nombre que tenían, con un cargo de Subinspector de la brigada de Investigaciones y un recibo de sueldo de $73.000. En poco tiempo, casi todo el barrio estaba empapelado con la fotografía del rostro de Benítez y la imagen de Globo agonizando sobre un charco de sangre.

 

 

La versión oficial –que se dio a los vecinos en la marcha que terminó con el copamiento de la comisaría– aseguraba que los policías habían estado allí por un aviso de incendio y que Christian Gonzalo Benítez disparó porque el perro había intentado atacarlo. Pero cuando hoy se quiere chequear ese dato dentro de la institución, el Jefe de Servicio, que aduce no poder dar nombres ni de él ni de Rodríguez sin un pedido previo al Ministerio de Seguridad, tampoco da ninguna precisión del hecho. Y el pedido de entrevista vía mail navega a la deriva en un mar digital del que nunca se obtiene respuesta.

“Lo protegen porque es la misma Policía la que le está dando validez al asesinato. Y como sabían que lo íbamos a encontrar a Benítez ahora se lo llevaron lejos, a Saavedra. Y eso nos lo dicen sus propios compañeros. Tienen una disputa ahí adentro y no pueden tapar lo que hicieron”, dice Sylvia Rubio, la otra mujer que encabeza los reclamos junto a Gregorio. “La ley no es clara con respecto a esta situación, así que lo que siempre vamos a tener es el escrache. Si no hay justicia, que haya condena social, eso es lo que buscamos”.

Cuatro horas después del disparo, Globo iba a morir sin atención adentro de la comisaría de la Comuna 4. La primera autopsia que entregó la policía –que fue apelada y debe volver a realizarse– hablaba de un paro respiratorio. Fernando Varela, los vecinos de Parque Patricios, los datos filtrados desde la comisaría y el charco de sangre sobre el empedrado hablaban de una ejecución en plena calle. “Yo si pudiera sacarle toda la plata se la saco, y después la quemo toda junta. Porque la familia no tiene nada que ver, no les haría nada”, dice Fernando Varela ante la pregunta de qué espera que suceda luego del asesinato. “Quiero que de alguna forma sienta lo que estoy sintiendo yo, que no sé si se puede eso, pero eso quiero, que tenga que pasar por el mismo sufrimiento que me está haciendo pasar a mí”.

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