Ante el drama palestino

¿Cuáles son las salidas posibles?

 

 

El drama que vive el pueblo palestino llena de dolor y angustia a todas las personas que de algún modo se sienten vinculadas a ese paradigma universal que es la defensa de los derechos humanos. Diariamente accedemos a través de la prensa internacional —los medios del establishment argentino no demuestran el mismo interés— a la contabilidad  macabra de víctimas que mueren en las colas del hambre o de los niños abatidos en los bombardeos implacables o como consecuencia de la hambruna. 

Nadie puede dudar de la inocencia de alrededor de 16.000 niños menores de 12 años que han sido abatidos por las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza. Y nos conmueve la terrible certeza de que estamos a punto de cumplir dos años de esta guerra despiadada y no aparecen señales de que alguien pueda detenerla. Esta lacerante impotencia nos lleva a preguntarnos qué está pasando para que la comunidad internacional no encuentre el modo de detener tanta barbarie. Diversos Estados han anunciado su propósito de reconocer el Estado palestino, pero esa decisión, presentada como una suerte de amenaza, se estrella frente a un muro de hierro que encierra a los habitantes de la Franja en una prisión donde los carceleros abaten todos los días a indefensos prisioneros.

¿Cuántos más niños deben morir para que esta locura se detenga? ¿Contemplan sus autores acabar con la vida de más de dos millones y medio de gazatíes para luego iniciar la masacre de los otros más de dos millones y medio de palestinos que viven en Cisjordania? Parece algo inconcebible, pero si nada detiene a esta monstruosidad desatada, la matemática genocida seguirá engrosando la lista de víctimas. 

Esta espantosa incertidumbre nos obliga a indagar las motivaciones que operan detrás de semejante irracionalidad y nos hace tratar de reconocer las líneas de fractura que pueden terminar horadando, en un tiempo imprevisible, ese infame muro de hierro.

 

 

La solución de dos Estados

Algunos Estados, como Francia, el Reino Unido, Canadá y más recientemente Australia, han anunciado que reconocerán al Estado palestino en la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas del próximo mes de septiembre. Los partidarios australianos de los derechos palestinos acogieron con satisfacción la decisión del gobierno, pero reclamaron medidas más enérgicas: "El reconocimiento carece por completo de sentido mientras Australia siga comerciando, suministrando armas, manteniendo relaciones diplomáticas y protegiendo y alentando diplomáticamente a otros Estados a normalizar sus relaciones con el mismo Estado que comete estas atrocidades", afirmó Nasser Mashni, presidente de la Red de Defensa de Palestina en Australia. Y razones no le faltan, porque ya son 147, de un conjunto de 193 países que integran las Naciones Unidas, los que han reconocido al Estado palestino, sin que este reconocimiento se haya traducido en un cambio apreciable en el terreno de los hechos. 

Aquí debemos detenernos un momento. Reclamar la solución de dos Estados es un modo de advertir a Israel que en ningún caso la comunidad internacional aceptará la anexión definitiva de Gaza y Cisjordania. Se trata, por otra parte, de defender la legalidad internacional, es decir, la plena vigencia de la Resolución 242/67 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que establecía “la retirada de las Fuerzas Armadas israelíes de los territorios ocupados durante el reciente conflicto” bajo el principio del rechazo a la adquisición de territorios por medio de la guerra y “el respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia de todos los Estados de la zona”. 

En síntesis, las Naciones Unidas ya ofrecieron en 1967 un pacto razonable, en virtud del cual Israel obtendría la paz a cambio de devolver a los palestinos su territorio. Lo que sucede es que el Estado de Israel ha demostrado, activa y pasivamente, que aspira a la anexión definitiva de los territorios ocupados militarmente desde hace 58 años y no contempla el establecimiento de un Estado palestino. Por lo tanto, el simple enunciado de ese principio de solución, si no va acompañado de medidas enérgicas dirigidas a quebrar la ensoñación israelí, no tiene consecuencias y parece un ejercicio de mero postureo.

 

 

La posición de Netanyahu

Benjamín Netanyahu es hijo de Benzion Netanyahu, un historiador judío que fue secretario de Zeev Jabotinsky, el famoso líder que encabezó la  facción fascista del sionismo. En 1993, cuando asumió el liderazgo del Likud, Netanyahu publicó un libro titulado Un lugar entre las naciones: Israel y el mundo, en el que defendía el derecho del pueblo judío a la totalidad de la Tierra de Israel. La tesis básica era que los judíos no habían arrebatado la tierra a los árabes, sino que estos se la habían usurpado a los judíos hace 2.000 años. Los árabes eran retratados como personas naturalmente violentas, incultas y bárbaras,  motivo por el cual la relación con el mundo árabe estaba condenada a ser una lucha perpetua entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad. Negaba que el pueblo palestino tuviera derecho a la autodeterminación y consideraba que la Organización de Liberación de Palestina (OLP) tenía como último objetivo la destrucción del Estado de Israel. Argumentaba que “subdividir este territorio en dos naciones inseguras e inestables, intentar defender lo que es indefendible, será buscar un desastre. La segregación de Judea y Samaria de Israel significa la división (inaceptable) del Estado judío”. 

El Acuerdo de Oslo, que fue firmado poco después de la publicación del libro de Netanyahu, establecía justamente todo lo contrario de lo que sostenía el dirigente sionista, en la medida en que reconocía a la OLP, también el derecho al autogobierno del pueblo palestino e iniciaba un proceso de partición. 

Netanyahu manifestó su clara oposición al proceso de Oslo y consiguió ser elegido Primer Ministro con una coalición que incluía a varios partidos religiosos que reclamaban la anexión de Judea y Samaria. De esta manera se conformó un gobierno integrado por una fracción religiosa y otra etno-nacionalista que proponía incorporar en las escuelas la Biblia como texto de historia del pueblo judío, establecía la soberanía israelí sobre toda Jerusalén y reafirmaba el compromiso de continuar con la política de asentamientos en los territorios ocupados, considerados “una expresión de la aspiración sionista”. 

 

 

Los partidos religiosos

En el actual gabinete de Netanyahu, además del Likud, la coalición gobernante está formada por Poder Judío, Sionismo Religioso y Noam —tres partidos ultraderechistas y supremacistas judíos con posturas racistas y homófobas— y dos partidos ultraortodoxos: Shas y Judaísmo Unido por la Torá. 

En el gabinete ocupan una posición central dos ministros que forman parte de los partidos religiosos mesiánicos que alientan la colonización total de Gaza y Cisjordania. Uno es el ministro de Seguridad Itamar Ben-Gvir, radicado en Cisjordania, que es líder del partido Poder Judío. Fue condenado por apoyar al único grupo supremacista judío ilegalizado a causa de sus prácticas terroristas, conocido como “kahanismo” por ser discípulos del rabino americano Meir Kahana. Este grupo está compuesto por jóvenes colonos que se trasladan a Cisjordania convencidos de que su misión es redimir la tierra de Israel, es decir, liberarla de sus actuales ocupantes palestinos. Van siempre armados y enmascarados, y se dedican a apalear a todo palestino que se cruza en su camino, destruir sus cultivos, incendiar sus casas e incluso matarlos. Saben que cuentan con el apoyo de la Policía y el Ejército y están aprovechando el ruido de la guerra de Gaza para ocupar nuevas tierras. Desde el 7 de octubre de 2023 ya son casi 1.000 palestinos los que fueron asesinados por el ejército o por estos colonos. A fin de crear hechos consumados que imposibiliten toda futura evacuación, han edificado, con ayuda estatal, más de una centena de asentamientos, en los cuales residen 500.000 israelíes, que con su mera presencia imposibilitan todo futuro acuerdo de paz. Todo el mundo es consciente de que cualquier intento de desalojo de estos grupos fanáticos desataría una guerra civil.  

El otro ministro ultraderechista es el responsable de Finanzas, Bezalel Smotrich, líder del partido Sionismo Religioso. Smotrich se opone al levantamiento de la presión militar en Gaza, lo que ha impedido alcanzar algún tipo de acuerdo duradero de alto el fuego. En opinión del analista israelí Meir Margalit, “el resultado de esta configuración política adjudica al bloque derechista, en su variante dura o moderada, una amplia mayoría electoral. De ahí se desprende que la posibilidad de llegar a un acuerdo con el pueblo palestino que implique la devolución de los territorios conquistados parece cada vez más remota”.

Bezalel Smotrich anunció el pasado jueves la puesta en marcha de un plan para construir 3.000 nuevas viviendas entre Jerusalén y el asentamiento de Maale Adumim en Cisjordania, lo que aislaría la parte árabe de Jerusalén del resto de la Cisjordania ocupada. “Esta realidad por fin entierra la idea de un Estado palestino, porque no hay nada que reconocer y nadie a quien reconocer”, declaró el ministro. Añadió que “seguirán hablando de un sueño palestino mientras nosotros continuaremos construyendo una realidad judía”.

 

 

El paradigma de las tres M

Enfrentada a las formaciones de ultraderecha, en el extremo opuesto del arco político, existe una izquierda en Israel que se refugia en las organizaciones de derechos humanos como B’Tselem, que han salido valientemente a denunciar el genocidio. Lamentablemente, son grupos minoritarios, cada vez más reducidos. Dos partidos políticos representan esta izquierda israelí: Meretz, que en las últimas elecciones de finales de 2022 no logró superar el umbral mínimo del 3,25 % necesario para entrar a la Knesset; y el Partido Laborista, que logró obtener tan solo cuatro escaños de un total de 120.

Entre el bloque de la ultraderecha mesiánica y la izquierda en retirada, se encuentra el 80% del electorado, conformado por una derecha moderada, que se reivindica liberal, y una derecha dura que vota al Likud. Una muy lograda radiografía de la actual sociedad israelí la encontrarán los lectores en el ensayo El eclipse de la sociedad israelí (Ed. Catarata) de Meir Margalit. El autor es un judío argentino que emigró a Israel en 1972, integrando un grupo sionista de derecha. Participó y resultó herido en la guerra de Yom Kipur en 1973. Posteriormente, se vinculó a grupos pacifistas y dirige el Comité Israelí contra las Demoliciones en Jerusalén.  En su libro ofrece datos sorprendentes. Señala, por ejemplo, que aunque el 40% de la población judía en Israel se define laica, el 80% de la población judía cree en Dios y, no solo ello, el 70% cree que el pueblo judío es el pueblo elegido, y el 55% cree en la llegada inminente del Mesías.  Considera que son tres los vectores centrales que atraviesan la idiosincrasia israelí en una fórmula que denomina “el paradigma de las tres M”: miedo, mesianismo y militarismo. 

El miedo es un sentimiento que siempre fue agitado por el sionismo como medio de alentar la inmigración a Israel, pero a partir del 7 de octubre de 2023 se ha convertido en un factor de fuerte impacto que explica en parte la adhesión ciega a la guerra desatada por Netanyahu y el ardor religioso que actualmente envuelve a la sociedad israelí. 

El mesianismo, en su versión etno-nacionalista, expresa “la convicción firme e inamovible” de que Dios está de su lado y les ha “encomendado una misión única y solemne: redimir la Tierra de Israel”. 

Finalmente, en cuanto al militarismo, predomina la concepción de que la paz solo se obtiene mediante el uso de la fuerza. Añade Margalit que, si bien la población religiosa-nacionalista en Israel ronda el 10%, el porcentaje de egresados del curso de oficiales del ejército de 2024, vinculados a los círculos de colonos derechistas, alcanzó el 41%, por lo que “el ejército del pueblo” ha pasado a ser “el ejército de los colonos”.

 

 

¿Qué hacer?

Este breve análisis de la sociedad israelí, hecho a vuelo de pájaro, revela las enormes dificultades que tiene la implementación de la invocada “solución de dos Estados”. Es por ese motivo que muchas organizaciones pacifistas consideran que esa opción ya no es viable y que la tarea del momento consiste en detener el genocidio para reclamar a continuación la plena igualdad de derechos de todos los habitantes dentro del Estado de Israel, poniendo fin al actual Estado de apartheid que discrimina a la población palestina. Esa demanda, similar a la que terminó con el régimen de apartheid en Sudáfrica, parece incuestionablemente razonable, pero no lo es para todos aquellos que en Israel abrazaron el ideal sionista de fundar un “Estado judío”, es decir, una entidad política donde quede suficientemente garantizada una mayoría étnica judía. El resultado de esta concepción es una ideología radicalmente excluyente, que convierte a los no judíos en una presencia incómoda, y que fácilmente conduce a políticas que favorecen el desplazamiento o la expulsión violenta de los no judíos. 

Por otra parte, no debe perderse de vista que para el movimiento sionista la “patria histórica” otorgada por Dios al pueblo judío es el conjunto de Palestina, lo que incluye a la Jordania actual, al sur del Líbano y el sur de Siria, de modo que al convertirse Israel en una superpotencia militar, están dadas todas las condiciones para habilitar una guerra perpetua en busca de ese reino bíblico. 

El único modo de detener este delirio místico es adoptando las medidas similares y equivalentes a las que permitieron a la comunidad internacional romper el régimen de apartheid en Sudáfrica. Sólo el boicot total y absoluto de todo comercio y relación cultural con Israel posibilitará que las grietas internas que atraviesan la sociedad israelí se hagan más profundas y los sectores mesiánicos y sus delirios se vean reducidos a la impotencia. Sólo de este modo se podrá derrotar la concepción militarista, que se opone a restituir territorios por motivos de seguridad, y la religiosa, que se niega a toda restitución por razones bíblicas. Solo resta añadir que, como bien señala Margalit, estamos asistiendo al fracaso histórico del sionismo en tanto que “Israel es actualmente el lugar menos seguro para el pueblo judío, mientras que la diáspora es el lugar más seguro y gratificante al cual el judío puede aspirar”. Del mismo modo, este autor considera que la tesis sionista que sostenía que la existencia judía en la diáspora era imposible resultó ser un fiasco dado que el judaísmo contemporáneo florece en casi todos los países democráticos del mundo, no solo a nivel económico, sino a nivel cultural y espiritual, mientras que en Israel se impone, sin atenuantes, el oscurantismo y el fanatismo.

 

 

 

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