ANTES DEL DIA DESPUES

La necesaria reformulación de las relaciones entre Estado y sociedad

 

Estos días de pandemia muestran varios aspectos de la realidad que vale la pena considerar para estar preparados en función del día después.  Desde el 20 de marzo pasado, con el Decreto de Necesidad y Urgencia, el Estado Nacional, se hizo presente como la gran madre responsable y protectora del conjunto de la sociedad argentina. Lo hizo a través del Jefe de Estado y Presidente de la Nación.

El viernes  9 de abril, esa persona que asume ambas responsabilidades constitucionales, Alberto Fernández, de manera muy didáctica, con información concreta (gráficos, estadísticas, comparaciones, con proyecciones posibles y relativas, del futuro inmediato) se paró frente a la sociedad y decidió por y para todes les ciudadanes, la ampliación de la cuarentena hasta hoy, 26 de abril.

Fue un momento especial, allí, aparecieron dos conceptos centrales que en su interacción, re-significan y valorizan la importancia de la política como gran instrumento de transformación con que cuenta la democracia. Pocas veces como en ésta ocasión, surgió con tanta claridad la dimensión del poder político y complementariamente, la significación de la voluntad política por quien ejerce el Poder Ejecutivo en su relación con la sociedad.

La interacción entre estos dos términos de la ecuación, poder político y voluntad política, cuando está bien ejercida la ejecución de esa voluntad, concluye redimensionando el poder político en sus capacidades de transformación cultural.

El poder político pasó a ser una herramienta de cambio cultural, identificando la vida como prioridad, en un extraordinario mensaje que sienta las bases de una nueva cultura humanista en Argentina.

Del Estado en su vinculación con la sociedad, deviene el concepto de poder político. Que no es más que el resultado de la ejecución de esas capacidades e instrumentos propios del Estado, en  favor de la sociedad y el reconocimiento legitimador por parte de ella, hecho esencialmente democrático. Y es el Jefe de Estado como máxima autoridad nacional el que tiene la relación más próxima e interactiva con el llamado poder político, porque los Gobernadores e Intendentes complementan esas capacidades de relación, pero, en los niveles que corresponden a sus distritos de autoridad.

En consecuencia, cuando se trata de una problemática nacional, siempre este nivel está tratado, mediado y complementado por el Poder Ejecutivo Nacional.  Aquí aparece como fundamental ese rol y su buena ejecución. Cuando pone el instrumental del Estado a favor de las expectativas y demandas sociales, enriquece y legitima su relación con la sociedad fortaleciendo, así, el poder político.

Hasta aquí hemos transitado algunas precisiones conceptuales que nos permiten identificar en qué lugar está ubicada la sociedad argentina frente al conjunto de crisis, siendo la COVID-19 la última gota, que todo desorganizó.

Tenemos la capacidad de hacer hoy y en el futuro inmediato, de sentar las bases de un deseable proceso de de-construcción más general, que revise el tipo de relaciones económicas, la calidad de los vínculos con la naturaleza, y el modo de interactuar que tenemos los ciudadanos entre nosotros. Se trata, entonces,  de una extraordinaria oportunidad que nos ofrece la crisis para iniciar un profundo cambio cultural nacional. Para ello, los argentinos contamos en nuestro bagaje histórico, con dos extraordinarios avances culturales, vis a vis el resto de la región y el mundo.

El primigenio, es el Justicialismo, que vino de la mano de Perón, Evita, Kirchner, Cristina, y ahora desde hace pocos meses y en la superlativa complejidad que nos incluye, contamos con Alberto Fernández.  Con la justicia social, hablamos de cultura de la inclusión (además de social, industrial, científico-tecnológica, latinoamericana) con y a través del Estado presente.

El otro valor cultural es la cultura de los Derechos Humanos. La hemos construido en conjunto, sociedad y Estado, desde la redemocratización con el gobierno de Raúl Alfonsín, cuando tuvo inicio en el Juicio a las Juntas Militares, hecho inédito en el mundo, hasta estos días, luego con retrocesos y avances, la sociedad representada por los organismos de Derechos Humanos y el Estado representado por los gobiernos de Alfonsín,  Kirchner, Fernández de Kirchner, y Fernández.

Es la riqueza con que contamos los argentinos, los denominadores comunes, los grandes consensos de base, esto somos, esto nos identifica como sociedad.

El virus con sus capacidad de daño, viene a señalarnos, por lo menos, dos aspectos ineludibles en nuestra capacidad defensiva, la significación de la solidaridad (que parte del cuidado personal, lo amplía a los familiares y amigos, y trasvasa a la comunidad como conjunto). Y la importancia del Estado bien conducido. Estos dos conceptos, solidaridad social y Estado, surgen como pilares defensivos en esta coyuntura crítica.

Con la experiencia de disciplina solidaria que hemos aprendido en esta coyuntura y con nuestro bagaje cultural-identitario, podemos proponernos como sociedad un trabajo de incorporación valórica que enriquezca la interacción entre nosotros. Para ello, la función del Estado es estratégica. Nuevamente, sociedad y Estado.

Parece una gran oportunidad.  Tenemos condiciones que nos distinguen vis a vis otras sociedades de la región y del mundo. Siguiendo las orientaciones del humanismo y del Estado democrático, se trataría de profundizar esas tendencias con nuevos énfasis y nuevos rasgos para enriquecer la calidad de nuestra cultura.

 

 

Antes

Los sectores concentrados, rápidamente intentan ubicarse frente a la desestructuración provocada por la multifacética crisis (la procedente de cuatro años de desgobierno neoliberal, más la económico-financiera global subyacente a la biológica también global, que concluye potenciando los efectos destructivos de las dos anteriores). Nos referimos al comportamiento de los grupos económicos que surgieron –a no olvidar- como resultante de una relación privilegiada con el Estado dictatorial (Eduardo Basualdo y otros) impregnados en la cultura oligárquica. Esto es, el sentimiento de élite,  en dos sentidos. Un ámbito tan cerrado, que, ni las burguesías adineradas pueden acceder fácilmente (Arturo Jauretche “El medio pelo”). Y por supuesto, en la misma línea cultural, pero más profunda aún, la vinculación deshumanizada con el resto de la sociedad. Así, es el “populacho”, al que es fácil engañar, sólo controlando los medios masivos de comunicación, se dirán. En esto también como sociedad hemos aquilatado cuatro años de experiencia para no olvidar.

Desde el campo popular, con las experiencias acumuladas en el pasado inmediato, las actuales, las históricas que ya son cultura (el Justicialismo y los Derechos Humanos), contamos con potencialidades extraordinarias para responder de manera integral a esa crisis con orígenes múltiples. Con nuestra impronta cultural.

Son prioridades de la hora, reformular el sistema impositivo, en principio frente a la crisis, y más allá de ella, para dar sustentabilidad al nuevo Estado con sensibilidad social; renegociar la deuda externa en virtual default, desde los parámetros éticos de “responsabilidad, palabra y compromiso” (Alberto Fernández y Martín Guzmán).  El fortalecimiento de las relaciones múltiples y complejas del Estado con las organizaciones sociales. La puesta al día del Estado de cara a la sociedad, como ámbito garantista de oportunidades, organizador de prioridades,  orientador desde el ejemplo, protector de la salud y la vida, inversor en los servicios estratégicos básicos.

Un Estado cooperativo en lo internacional que fortalezca el multilateralismo e integrador en lo regional, buscando nuevas relaciones internacionales con inéditas alianzas. Propiciador de una nueva cultura mundial, que funja como la base de un Nuevo Orden Internacional. Es decir, una Política Exterior que se nutra en las políticas de Estado al interior, v.g. el consenso en todos los niveles institucionales de priorizar la vida y la salud en referencia a la pandemia, es decir, una política de Estado de magnitud ética, nos propone  una activa presencia internacional desde los principios, ideas y propuestas, aquello denominado en la jerga internacional como soft power. Unas relaciones internacionales con mucha imaginación realista.

Consistiría en recrear el Estado actualizando sus responsabilidades y funciones, en viva convivencia con la ciudadanía, atendiendo sus demandas, expectativas, necesidades y propiciando su creciente participación. Se trataría de la de-construcción del Estado existente, hacia un Estado Ciudadano, eficiente con y hacia su ciudadanía. Sí, más Estado cualitativo y más ciudadanía activa.

Se trataría de una redefinición de las relaciones entre la Sociedad y Estado. En esa ecuación, el concepto estratégico es la sociedad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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