ARTE, TÉCNICA Y CULTURA

Investigación de Mariana Baranchuk sobre la organización gremial de los trabajadores de la comunicación

 

Actores, artistas de variedades, autores/guionistas, canillitas, directores audiovisuales, gráficos, locutores, músicos; técnicos de cine, de TV, de radio; trabajadores de la publicidad y trabajadores de prensa. A los efectos del estudio dentro de las ciencias sociales en su tan diversificado conjunto, los anteriores se engloban dentro del espectro de la comunicación y la cultura. Los cambios en los modos productivos, los procesos de concentración y transnacionalización empresaria desatados en las últimas décadas, tienen como correlato las diferentes estrategias encaradas por las respectivas organizaciones que representan a estos trabajadores en función de preservar derechos adquiridos y avanzar en la conquista de derechos postergados y/o de aquellos que surgieron del propio devenir del modo en que el capitalismo y la tecnología fueron afectando a cada sector.

Estrategias semejantes para situaciones disímiles: negociación en el marco de los convenios colectivos de trabajo, acción gremial directa, marcos regulatorios específicos, normativa legislativa, actividades intersindicales, creación de organizaciones permanentes, gestoras de derechos y participación en las organizaciones internacionales, han requerido tratamientos específicos. No sólo respecto a la organización interna, asimismo las acciones gremiales en la puja reivindicativa, las eventuales negociaciones con las patronales y la articulación con las luchas populares en aquellas oportunidades en que surgieron amenazas convergentes. Espectro amplísimo en el que se  interesectan multitud de variables en el trascurso de sucesivos momentos históricos, es la que  desarrolla la investigadora Mariana Baranchuk (Buenos Aires, 1963) en el medio millar de páginas que componen Los trabajadores argentinos de la comunicación y la cultura – organización, historia y regulaciones. Obra monumental, destinada a convertirse en bibliografía ineludible en todo estudio sobre comunicación, organización sindical, historia de la cultura, etc., antes de su edición en papel, llega en forma gratuita en formato pdf, merced a la solidaria disposición de la Universidad Nacional de José C. Paz, en función de casa editorial de su Instituto de Estudios para el Desarrollo Productivo y la Innovación (IDEPI).

 

 

La autora, Mariana Baranchuk.

 

 

Emergente del proyecto doctoral de Baranchuk resulta esta obra mayúscula, dotada de una sistemática de la que raramente abunda en las producciones actuales en ciencias sociales. Con el trabajo en tanto entidad y el trabajador como agente, sujeto de derecho y sujeto histórico, la autora considera “los fundamentos del derecho a la comunicación (y a la cultura) desde una matriz de derecho colectivo (al igual que el derecho del trabajo), centrado en el paradigma de los derechos humanos”. Planteadas las coordenadas, destaca el carácter de industria cultural, en tanto sus productos objetivables “son bienes inmateriales sobre soportes materiales”; característica singular que despliega un alto número de consecuencias entre las que se destacan las especificidades del trabajo y de la legislación que regula cada una de las actividades. Delimita de tal forma los sucesivos atravesamientos que debieron encarar las distintas ramas encuadradas dentro de la producción cultural. En cada ocasión historiza generación, triunfos y derrotas de las respectivas organizaciones gremiales, con especial énfasis en los convenios colectivos de trabajo, en el marco de las reconversiones tecnológicas que fueron produciéndose a lo largo del tiempo, por cierto afectando de múltiples maneras a la fuerza laboral. Un ejemplo paradigmático es el de los obreros gráficos durante la década del '70 y parte de los años '80, cuando se pasó de la linotipia a la composición en frío y, a partir de los años '90, la impresión digital, cuando el mercado se bifurca entre impresión offset y digital, según el producto.

En cada rubro Baranchuk destaca el accionar represivo, como los trabajadores de prensa, que poseen “el raro (y no envidiable) privilegio de encontrarse entre los más perseguidos, diezmados, desaparecidos, asesinados y debilitados del conjunto de las y los trabajadores argentinos. Sus organizaciones fueron intervenidas en casi todos los golpes de Estado que atravesó el país. En la última dictadura cívico-militar (1976-1983) se registraron unas doscientas desapariciones forzadas y asesinatos, un número superior al que tuvieron el resto de los sectores relacionados a la comunicación y la cultura”.

 

 

 

Respecto al último eslabón de la producción informativa, los vendedores callejeros de diarios y revistas, la autora destaca el hecho de que ninguna “otra actividad ligada a una labor dependiente de las industrias culturales ha merecido tanto tratamiento desde diversas expresiones artísticas como la de los canillitas”, y cita la obra teatral homónima de Florencio Sánchez, una afamada telenovela de 1980, films de ficción y documentales universitarios, así como varios tangos. Colectivo caracterizado por carecer de relación de dependencia, ni incidir en el precio del producto, ni determinar las horas de trabajo, entre otras características propias de la actividad comercial. En la actualidad se halla frente a dos desafíos: reorganizar los niveles de participación y lucha para enfrentar los intereses de las grandes corporaciones mediáticas y, por el otro, reconfigurar la actividad de modo que permita subsanar la pérdida de ingresos debido a una disminución superlativa del lectorado en diarios y revistas. A tal fin el gremio procura implementar la transformación del quiosco en una unidad polifuncional de servicios, instituirse como un punto de entrega del comercio electrónico, ofrecer otros servicios culturales y prestaciones afines.

Desde aquella transmisión pionera en 1920 con primitivos equipos y todo el personal en el estudio, hasta hoy, en que toda una programación puede resolverse con computadoras individuales desde el hogar, la radio atravesó sinnúmero de momentos de triunfo y deterioro. Locutores, periodistas y técnicos constituyen la fuerza de trabajo de un rubro comunicacional que comparte los sinsabores de todos los trabajadores, “inmersos en las consecuencias propias del neoliberalismo: desempleo, despidos, recortes salariales para aquellos que aún conservan el empleo, así como negación de los derechos laborales”.

A partir de su configuración como industria a mediados de los años '30, el cine debió reestructurar  “los diversos sujetos del trabajo que participan del quehacer cinematográfico: productores, guionistas, directores, técnicos y lo que en la jerga cinematográfica denominan (o denominaban) ‘talento’, es decir, los actores y los músicos”. Más allá de los múltiples y divergentes gobiernos y sus distintas acciones en torno a las políticas culturales, el Estado —destaca Baranchuk— nunca se desatendió completamente del fomento a la cinematografía entendiendo su valor en tanto constructora de identidades, espacio posible para que la diversidad cultural se exprese, circule y sea apropiada por la ciudadanía, aunque –y es imprescindible hacer hincapié en ello– en varias ocasiones la dejó al borde del colapso”.

 

 

Primos del anterior, los trabajadores de la TV cuentan con una organización gremial vinculada mucho más directamente con la mayoría de los gremios de la industria que con otros gremios de la comunicación y la cultura, donde la construcción individual del oficio tiene una altísima proporción de artesanado. Por ese motivo, entendieron que el sindicato por oficio había perdido funcionalidad, lo que a veces resulta problemático frente a los procesos de concentración de medios, sumados a los cambios tecnológicos que se van produciendo, que afectan las condiciones laborales: numerosos puestos de trabajo en relación de dependencia son sustituidos por personal bajo contratos de locación de servicios, a partir de la irrupción de las productoras independientes.

El gremio publicitario es el que requiere las mayores consideraciones desde la perspectiva de clase por parte de la investigadora, puesto que contiene “un colectivo amplio y disímil en término de actividades, incumbencias, oficios, ingresos y clase social”, imposible de deslindar “del devenir del capitalismo. Mientras que en el resto de las actividades de la comunicación y la cultura se puede (y se debe) pensar una doble dimensión, la social (informativa y/o estética) y la mercantil, en la publicidad todo está al servicio de la dimensión mercantil aunque se utilicen recursos estéticos e informativos”. Las tres ramas en que la actividad se divide: agencia de publicidad, investigación de mercado y vía pública, atañe a trabajadores en el corazón de la maquinaria de reproducción capitalista y, sin embargo, con salarios y condiciones disímiles en extremo. Mientras que los primeros gozan de sueldos por encima de convenio, los últimos son proletarios explotados en paupérrimas condiciones. Paradójicamente, los obreros de vía pública son quienes conducen el gremio, ante la indiferencia de las restantes ramas.

En relación al gremio actoral, la investigadora distingue “una tensión histórica entre el ser ‘artista’(...) y ser un trabajador de la cultura con remuneración y derechos laborales como cualquier otro” cuando, en rigor “son trabajadores que realizan su labor en espacios muy diferenciados, que a lo largo de las décadas han ido encontrando diferentes estrategias para defender sus derechos en tanto trabajadores y que la mirada elitista en cuanto a la cultura reaparece cada tanto (ocultando la base liberal que la acompaña) para crear una cuña que divida a este colectivo laboral”. Formula entonces una “digresión” que no es tal al echar luz sobre lo anterior: “Eva Duarte se asocia a la Asociación Argentina de Actores en 1938. Cuando en 1949 funda el partido Peronista Femenino, plataforma desde la cual la mujer accedió al voto en 1951, ella llevaba ya once años de experiencia en el ejercicio soberano de elegir a sus propios representantes”.

Como sucede con los actores, asimismo con los músicos cunde lo que Baranchuk caracteriza “una falsa antinomia” entre “artistas” y “trabajadores de la música” que “solo condujo a un desmedro mayor en las condiciones laborales de los músicos” y a la división interna: autores y compositores (nucleados en SADAIC) e intérpretes ejecutantes (en AADI). A la que recientemente se ha sumado la Unión de Músicos Independientes (UMI), una asociación civil sin fines de lucro que se presenta como la entidad que reúne a los músicos “autogestionados” de diversos géneros.

Finalmente, la serie se completa con los autores y guionistas, productores de unos bienes particularísimos, en tanto se trata de bienes inmateriales y simbólicos difíciles de resguardar de las fauces de las productoras. Son quienes tienen una concepción global de la obra, “quienes la conciben, los que hasta no hace tantos años trabajaban relativamente en soledad. Eso fue cambiando, las productoras (especialmente las de ficción televisiva) impusieron el trabajo en equipo de guionistas, la actividad se fue precarizando cada vez más y, ya hace algunos años, los autores/guionistas comprendieron la necesidad de incorporar la sindicalización para aumentar la defensa del sector”. La difícil tarea se centra entre la entidad tradicional, ARGENTORES, y desde 2015 el Sindicato Argentino de Autores (SADA), una organización gremial que congrega y representa a los escritores que se desempeñan en el marco de todas las formas y modalidades de las relaciones laborales, en la creación de obras escritas para ser incluidas en producciones teatrales, coreográficas, radiales, cinematográficas, televisivas y de nuevas tecnologías.

La crisis del 2001 irrumpió también en el área, generando la necesidad de aunar fuerzas. Se creó entonces la Confederación de Sindicatos de Trabajadores de la Comunicación Social (COSITMECOS), donde confluyeron: AAA (Asociación Argentina de Actores); AATRAC (Asociación Argentina de Trabajadores de las Comunicaciones); FATIDA (Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta, Diarios y Afines); SADA (Sindicato Argentino de Autores); SADEM (Sindicato Argentino de Músicos); SAL (Sociedad Argentina de Locutores); SATSAID (Sindicato Argentino de Televisión, Telecomunicaciones, Servicios Audiovisuales, Interactivos y de Datos); SICA (Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina); SUP (Sindicato Único de la Publicidad), SUTEP (Sindicato Único de Trabajadores del Espectáculo Público).

En los pormenores de la lucha de los trabajadores, la autora de este libro supo valerse de un entrecruzamiento disciplinario que comprende “la economía política de la comunicación, facilitadora del entendimiento sobre la estructura económica e industrial en la que desarrollan su labor; el derecho a la comunicación aportó la comprensión de los lazos que unen la necesidad de libertad de expresión de estos sujetos del trabajo creativo con los de la sociedad toda y con la construcción de una democracia plena; los estudios sobre el trabajo contribuyeron a la posibilidad de comprender y abordar las formas e instrumentos con que cuentan los trabajadores y las trabajadoras para la defensa de sus derechos”. Prolífico y completo, Los trabajadores argentinos de la comunicación y la cultura se alza como un aporte insoslayable a la hora de encarar cualquier pesquisa, estudio o contacto con un espectro en permanente conexión con la vida cotidiana.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Los trabajadores argentinos de la comunicación y la cultura - organización, historia y regulaciones

Mariana Baranchuk

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Universidad Nacional de José C. Paz - Instituto de Estudios para el Desarrollo Productivo y la Innovación (IDEPI)

Buenos Aires, 2022

505 páginas

 

El libro puede bajarse en forma gratuita de:

https://edunpaz.unpaz.edu.ar/OMP/index.php/edunpaz/catalog/book/82

 

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