Asoma el diablo en Gaza

Un acuerdo débil para mantener la paz

 

El “plan de paz” para Gaza, presentado el 29 de septiembre pasado en Estados Unidos por Trump, ofrece el aspecto de un texto escrito a las apuradas en una servilleta de papel. Si bien ha sido útil para escenificar un alto el fuego presentado como un acuerdo de paz —y nadie puede negar la importancia de ese paso—, lo cierto es que el resto del contenido parece adaptarse a las exigencias del gobierno israelí bajo un lenguaje sibilino deliberadamente ambiguo. Cuestiones tan relevantes como quién va a gobernar Gaza o cuál es el horizonte político que se ofrece para resolver el conflicto han quedado en penumbras. Para aumentar el grado de confusión, ahora aparece un nuevo texto titulado “La declaración Trump por la paz”, difundido por la Casa Blanca y que fue firmado por Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía en la cumbre que tuvo lugar en la ciudad egipcia de Sharm El-Sheikh. Si nos atenemos al contenido del nuevo documento, supone una enmienda a la totalidad del anterior “plan de paz”, pero es difícil imaginar a Trump sometido al rigor de un texto escrito. 

A diferencia del primer plan, la nueva declaración utiliza un lenguaje diplomático más riguroso, señalando cuáles son los principios que deberían guiar las negociaciones en Medio Oriente, sin entrar en mayores precisiones, como corresponde a un texto que queda abierto a futuras negociaciones. La declaración fija un objetivo loable en términos correctos y justos. Asegura que las naciones firmantes harán todo lo necesario para garantizar la “paz, la seguridad, la estabilidad y las oportunidades para todos los pueblos de la región, incluidos tanto palestinos como israelíes”. Considera que “la paz duradera será aquella en la que tanto palestinos como israelíes puedan prosperar con sus derechos humanos fundamentales protegidos, su seguridad garantizada y su dignidad respetada”.

El primer principio que el nuevo texto consagra es el de rechazar terminantemente toda forma de violencia para resolver los conflictos internacionales, señalando que la única vía debe ser la negociación. Se trata, por lo tanto, de una recomendación que resulta aplicable tanto a Israel como a Hamás. 

“Por la presente, nos comprometemos a resolver futuros conflictos mediante el compromiso diplomático y la negociación, en lugar de recurrir a la fuerza o al conflicto prolongado. Reconocemos que el Medio Oriente no puede soportar un ciclo persistente de guerra prolongada, negociaciones estancadas o la aplicación fragmentaria, incompleta o selectiva de los términos negociados con éxito. Las tragedias presenciadas en los últimos dos años deben servir como un recordatorio urgente de que las futuras generaciones merecen algo mejor que los fracasos del pasado”.

Otro párrafo del documento rechaza los extremismos y la normalización de toda forma de racismo, en una referencia inequívoca al supremacismo de los colonos de la ultraderecha religiosa judía como a las facciones del islamismo radical: “Estamos unidos en nuestra determinación de desmantelar el extremismo y la radicalización en todas sus formas. Ninguna sociedad puede prosperar cuando la violencia y el racismo se normalizan, o cuando ideologías radicales amenazan el tejido de la vida civil. Nos comprometemos a abordar las condiciones que permiten el extremismo y a promover la educación, las oportunidades y el respeto mutuo como fundamentos para una paz duradera”.

Finalmente, el documento indica los objetivos que guían a los firmantes: “Buscamos tolerancia, dignidad e igualdad de oportunidades para cada persona, asegurando que esta región sea un lugar donde todos puedan perseguir sus aspiraciones en paz, seguridad y prosperidad económica, independientemente de su raza, fe o etnia”. Concluye señalando que “nos comprometemos a trabajar colectivamente para implementar y sostener este legado, construyendo bases institucionales sobre las cuales las futuras generaciones puedan prosperar juntas en paz”. 

 

El lenguaje diplomático

Que Trump estampara su firma al pie de este documento, pocas horas después de haber pronunciado un discurso ante la Knesset diciendo todo lo contrario, señala que hay que relativizar el valor del texto. No obstante, del mismo modo que el lenguaje corporal ofrece pistas sobre lo que está detrás de muchos discursos, el lenguaje diplomático permite una lectura que abarca todas las significaciones políticas que aparecen reflejadas de un modo implícito. 

En primer lugar, resulta relevante la reivindicación de la negociación diplomática en un contexto donde un Estado ha venido haciendo un uso desproporcionado y brutal de la fuerza armada. Israel ha ocupado militarmente los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este en el año 1967. Desde esa fecha ha venido negándose a cumplir con la Resolución 242/67 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, basada en el principio que establece la inadmisibilidad de la adquisición de territorio por medio de la guerra, lo que lo obliga a retirar las fuerzas armadas de los territorios que ocuparon durante el conflicto. Todas las guerras que han surgido desde entonces en Medio Oriente, todas las masacres y los crímenes de guerra que han soportado los ciudadanos de Gaza y Cisjordania, tienen como origen la obstinación de Israel de mantener bajo control militar esos territorios.

Otra lectura que ofrece el texto de Sharm El-Sheikh es que anuncia la participación de Egipto, Turquía y Qatar en un pie de igualdad con los Estados Unidos en las negociaciones de paz en Medio Oriente. Por lo tanto, ya no estaríamos en un escenario donde un voluble e imprevisible Donald Trump establece los términos de la negociación, sino frente a un deseo de protagonismo por parte de Estados de la región que quieren buscar una solución definitiva a un conflicto que les afecta directamente. La expansión de las fronteras de Israel a territorios de Siria y Líbano más el ataque a la capital de Qatar son cuestiones que causan enorme preocupación a los países del entorno y no solo a los palestinos. De allí que la pretensión de los países islámicos sea conseguir que Estados Unidos, siempre escorado a favor de Israel por el peso y la influencia del lobby judío, adopte una posición más equilibrada e imparcial en Medio Oriente. Una simple anécdota refleja que algo ha cambiado. Cuando Netanyahu se aprestaba a acudir a la cumbre de Sharm El-Sheik por exclusiva invitación de Trump, el Presidente de Turquía manifestó su oposición terminante y el líder judío tuvo que rectificar y permanecer en su país sin que Trump pudiera remediarlo. 

 

El tema del desarme

El cese del fuego ha tenido lugar, pero ha quedado abierta la cuestión de la evacuación completa de las Fuerzas Armadas israelíes de la Franja de Gaza y la más espinosa referida a un hipotético desarme de Hamás. Netanyahu, en el discurso que pronunció en inglés junto a Trump en la Knesset, declaró que la guerra había terminado. Sin embargo, horas antes había dicho a los israelíes en hebreo que la campaña en Gaza continuaría. En nuevas declaraciones ante CBS News el martes pasado, manifestó que si Hamás no acepta desarmarse, “se desatará el infierno”. Por su parte, Trump se sumó a la presión afirmando que si Hamás no entrega las armas, Estados Unidos se las quitará: “¿Cómo lo haremos? No tengo que explicarlo, pero si no acceden al desarme, nosotros los desarmaremos. Ellos saben que no estoy bromeando”.

De acuerdo a las previsiones del plan original de Trump, el ejército israelí se ha retirado hasta la “línea amarilla”, lo que supone que todavía mantiene el control sobre el 50% de la Franja. El siguiente paso, que debiera dar lugar a la retirada total, queda regulado en el punto 16, que establece que “Israel no ocupará ni anexionará Gaza. A medida que las ISF (Fuerza Internacional de Estabilización) establezcan el control y la estabilidad, las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) se retirarán basándose en normas, hitos y plazos vinculados a la desmilitarización que se acordarán entre las IDF, las ISF, los garantes y Estados Unidos, con el objetivo de lograr una Gaza segura que ya no represente una amenaza para Israel, Egipto o sus ciudadanos. En la práctica, las IDF entregarán progresivamente el territorio de Gaza que ocupan a las ISF, de acuerdo con un acuerdo que alcanzarán con la autoridad de transición”. 

Las dificultades para llevar a cabo esta segunda etapa son evidentes. Hamás no ha firmado el plan original de Trump. En un texto cuidadosamente redactado, señaló que su compromiso se limitaba a un acuerdo que contemplaba la liberación de todos los prisioneros israelíes, pero que no tenía el mandato de llegar a un acuerdo unilateral sobre cuestiones que afectan al futuro de la autodeterminación, la gobernanza y la condición de Estado de Palestina. La idea de que Hamás pueda aceptar un desarme unilateral parece fuera de toda posibilidad, dado que ha señalado que esto solo será posible cuando exista un Estado palestino. Por otra parte, no debe olvidarse que Hamás también tiene una fuerte implantación en Cisjordania. Por lo tanto, la presencia de las IDF israelíes en la mitad de la Franja y de Hamás en la otra mitad es una invitación a que el conflicto se reabra en cualquier momento.

Varios funcionarios israelíes han manifestado que el acuerdo de alto el fuego es un simple intercambio por el cual Israel entregó aproximadamente la mitad de la Franja a cambio de sus rehenes y que, para que Israel abandone el resto del territorio de Gaza, Hamás deberá entregar las armas y permitir que otra entidad se haga cargo de gobernar el enclave.

Los israelíes ya han dado muerte a una veintena de palestinos que regresaban a sus hogares simplemente por haber invadido su espacio. La línea a la que se han retirado las tropas de Netanyahu no está definida de forma precisa y los civiles no saben exactamente dónde pueden moverse, lo cual les expone a los ataques del Ejército israelí. De modo que si no se produce un despliegue rápido de la denominada Fuerza Internacional de Estabilización, que actúe como fuerza de interposición del modo que lo hacen los cascos azules de la OTAN, los riesgos de que la situación se descontrole son enormes. 

John Mearsheimer, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago y máximo teórico de la escuela realista norteamericana, ofrece una mirada muy pesimista sobre la futura evolución del conflicto. En una entrevista concedida al periodista Piers Morgan, sostiene que el objetivo de concretar la limpieza étnica en Palestina para construir el Gran Israel ha estado siempre presente en el sionismo y no ha sido abandonado. Todas las grandes guerras, como las de 1948 y 1967, fueron consideradas por Israel como una oportunidad para llevar a cabo la limpieza étnica. De modo que esta ocasión, en la que se cuenta con el apoyo de Trump, tampoco será desaprovechada y, en opinión de Mearsheimer, transcurrido un tiempo, al igual que sucedió con el cese del fuego pactado el 19 de enero pasado que Israel rompió el 18 de marzo con diversos pretextos, en cualquier momento Netanyahu reanudará las hostilidades. 

 

 

Si se aplicaran los principios enunciados en el acuerdo firmado en Sharm El-Sheikh, todas las cuestiones pendientes deberían ser resueltas a través de negociaciones diplomáticas. Pero ni Israel ni Hamás están por la labor, de modo que sin mediadores no habrá modo de desatar los nudos. Por el momento parece difícil que Israel se atreva a volver a bombardear a la población civil como lo ha hecho hasta ahora o que impida la llegada de ayuda humanitaria. Si los países islámicos que se reunieron en Egipto conformaran rápidamente una fuerza para hacerse cargo de la mitad de la Franja con el consentimiento de Hamás, es posible abrir una vía para avanzar en la resolución del conflicto. El punto 17 del plan original de Trump contiene una previsión para “el caso de que Hamás retrase o rechace esta propuesta”, señalando que el programa “se llevará a cabo en las zonas libres de terrorismo que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) hayan entregado a las Fuerzas de Seguridad Interna”. Imaginar que las FSI pudieran entrar en Gaza sin contar con la colaboración de Hamás es impensable, de modo que es evidente que esa presencia debería ser consentida por Hamás. 

Si se lograra evitar la reanudación de las hostilidades, quedaría aún pendiente la cuestión más espinosa de todas: la conformación del Estado palestino. El repudio generalizado al genocidio ha instalado en la comunidad internacional la convicción de que sin resolver ese problema no habrá una paz duradera en Medio Oriente. El precario alto al fuego que se ha alcanzado no debería llevar a bajar los brazos, ya que es necesario que el movimiento a favor del embargo de armas, el boicot cultural y las sanciones económicas contra Israel continúe y se expanda. Los propósitos de reanudar la limpieza étnica sólo se detendrán cuando el gobierno israelí compruebe que los costos de mantener esta política son mayores que los costos de abandonarla. 

 

 

 

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