Asuntos de salón

De mujeres, artes y acción social a próceres del Estado y de la guerra

 

La decisión de eliminar el Salón de las Mujeres de la Casa de Gobierno para reemplazarlo de inmediato por un Salón de Próceres supuso ante todo, aunque no solamente, una urgencia llamativa por quitar de la vista las imágenes de mujeres y taparlas con imágenes de puros varones (porque en rigor se trató de eso: de tapar una cosa con la otra). Hubo eso, claro está, pero también otra cosa. En el Salón de las Mujeres había, por ejemplo, una médica (la primera, Cecilia Grierson), una escultora (Lola Mora), una poeta (Alfonsina Storni), una periodista y conductora (Blackie), una escritora y gestora cultural (Victoria Ocampo), una actriz y cantante (Tita Merello), una cantante (Aimé Painé), una poeta y cantante (María Elena Walsh), entre otras. Estaban también Eva Perón y Alicia Moreau de Justo (mujeres de la política, pero más bien de la acción social), las Madres de Plaza de Mayo (mujeres de una lucha histórica impar) y Juana Azurduy (heroína de las guerras de independencia).

Al quedarse nada más que con hombres, el criterio del homenaje de hecho cambió, no sólo por la variable de género: ahora lo que predomina, casi hasta la totalidad, es el poder político y es el poder militar. Está Echeverría, sí, que era escritor; y está Francisco Moreno, que fungió como perito en el trazado de fronteras nacionales. Está Alberdi, que buscó pero en general desencontró su lugar en el aparato estatal. El resto son mayormente figuras de la guerra (José de San Martín, Juan Bautista Cabral, Cornelio Saavedra, Martín Miguel de Güemes, Julio Argentino Roca, Guillermo Brown, Hipólito Bouchard) o Presidentes de la Nación (Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini, el propio Roca, Victorino de la Plaza, Carlos Menem); es decir, con otras palabras: hay más que nada hombres de Estado. No sólo hombres, sino hombres de Estado. Políticos y militares, puros próceres del poder estatal.

Y es que, más allá de algunas cuantas bravatas vacuas, está claro que el actual gobierno exhibe un fuerte fervor por el Estado. Lo apartan de sus funciones sociales, donde hace falta para paliar o reparar daños; lo vacían en asuntos tales como el impulso de la investigación o la gestión de la cultura, a las que no logran verle demasiada importancia; lo retraen o lo atacan para que no obstruya los oscuros manejitos de los grupos de poder económico, financiero, empresarial. Pero es por demás evidente que, en lo que refiere al empleo del poder político (especialmente para provocar y destruir) y al poder del aparato represivo (para golpear o para matar), ¡adoran el Estado! Les encanta: lo fortalecen, lo intensifican (de hecho, desde hace algo más de tres meses, casi no hay día en que alguna medida anunciada desde el Estado o tomada por el Estado no nos preocupe, no nos aflija, no nos ponga bajo amenaza o no nos perjudique lisa y llanamente).

Del Salón de las Mujeres, galería diversa que convocaba entre otras esferas las de la literatura, la música, la escultura, la medicina, etcétera, y no sólo la política y la guerra, al Salón de los Próceres, donde la política y la guerra lo abarcan prácticamente todo. El viraje es elocuente: la galería se orienta ahora a una vehemente exaltación de lo estatal. Hombres de guerra o directos Jefes de Estado, como lo es en definitiva el propio Javier Milei.

 

 

 

* El autor es escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.
** Artículo publicado en el portal La Tecl@ Eñe.

 

 

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