ATAJOS Y MALVERSADORES SERIALES

El desarrollo desigual cumple, el FMI mortifica: multinacionales y deuda externa como instrumentos del desarrollo

 

En el ámbito internacional se suceden los análisis públicos y privados que alertan sobre las probabilidades -en marcado aumento— de que los grandes actores de la economía global entren en recesión. Esta semana, durante el transcurso de la asamblea anual del FMI en la ciudad de Bali, Indonesia, más o menos explícitamente se acusó a la política proteccionista de Trump de ser el núcleo de la retranca en ciernes. Por querer salvarse a sí mismos, reprochan a los norteamericanos, están hundiendo al conjunto. Culpable o inocente, perciben que la dificultad política para subir el gasto público es el mayor escollo a sortear para suavizar la caída y revertirla. La expectativa global compartida es que a corto tirando a mediano plazo, la política fiscal siga inerte a causa de la tara política generalizada. ¿Después? Chi lo sa.

Ese latente agregado de serias dificultades a las ya muchas existentes promete más lentitud en el ritmo de tránsito hacia la salida de la crisis generada por el gatomacrismo. La velocidad se aminora en razón de que el medio irremplazable para recuperar el crecimiento es el alza del gasto general de la sociedad, gasto público incluido. El impacto en la balanza de pagos se hace sentir. Es ahí donde entran en consideración dos instrumentos importantes para la aceleración del desarrollo como son la deuda externa y la inversión de las empresas multinacionales (EMN) en nuevos emprendimientos productivos (greenfield).

Suena hasta lógico y perfectamente entendible, experiencia argentina mediante, la admonición necesariamente agria al endeudamiento externo y las EMN. No es para menos. Los liberales argentinos, desde 1976 a la fecha, cada vez que se les alinearon los planetas hicieron todo el daño posible recurriendo al endeudamiento externo. Por su parte, las empresas multinacionales (EMN) nunca gozaron de buena fama. Empeoró, después de la caída del muro, cuando el color rojo desde entonces sigue únicamente enfureciendo a los toros de lidia y dejó de ser factor de presión de los sindicatos. El espacio que se abrió dio margen para que vaya asentando sus reales la idea de la flexibilización laboral (estropear los salarios y los derechos de los trabajadores) como carnada inigualable para que los gigantes corporativos inviertan. Al gatomacrismo, lo que lo inscribe con perfil propio en la aciaga tradición liberal argentina moderna, es la gran velocidad con la que malversó la deuda externa y la inversión multinacional. A la primera por abuso, a la segunda por ausencia.

La experiencia vivencial de los argentinos es una cosa. Las demandas de la transición en la salida de la crisis, otra. La primera como prejuicio no debe condicionar a la segunda, como producto de la comprensión cabal. Esto va más allá de que en el trayecto de salida haya que lidiar largo tiempo con el endeudamiento externo contraído, el FMI, reestructuraciones y demás yerbas malas del jardín de la fuga de capital. Por eso se impone distinguir entre los instrumentos (deuda externa y EMN), de los instrumentistas responsables del desaguisado: los liberales argentinos. Es una tarea fuerte e imperiosa de la conciencia nacional poner en claro que los dos instrumentos son prácticamente ineludibles si con sentido realista se busca acelerar la marcha para vencer el atraso relativo de nuestro país.

 

Atajos

El gatomacrismo ensaya la variante discursiva de reprobar los atajos, para soterrar su lamentable manejo económico. Predica que para que las políticas resulten sólidas deben llevar su tiempo. Alecciona que se debe evitar el cortoplacismo del populismo despilfarrador. Con esa estrategia discursiva tediosa, sin contenido, pretende esquivar que en lo inmediato no pueden ofrecer más que retroceso. Tampoco en el largo plazo que declama. Buena prueba de ello es la presentación que hizo el presidente Mauricio Macri en el CCK el jueves 11 de octubre del objetivo de triplicar las exportaciones hacia 2030. Que en el mismo acto se haya informado que el plan para lograr esa meta recién estará listo para diciembre próximo, exime de mayores comentarios sobre la factibilidad y veracidad del objetivo enunciado.

A la pequeña impostura gatomacrista le queda muy grande solapar que los atajos hacia el desarrollo constituyen el meollo de lo que se viene discutiendo en el plano internacional en esta materia desde la posguerra, cuando el planeta comenzó a tomar conciencia de que estaba partido en centro y periferia. Es sensato. ¿Para qué hacer en dos décadas lo que podría llevarse a cabo en un cuarto de tiempo? La respuesta es inequívoca. Particularmente teniendo en cuenta, además, que los procesos de desarrollo suponen la remoción de la superestructura del atraso y todas las tensiones políticas que ello conlleva. Cuanto más tiempo insume en estabilizarse, el programa de transformación se encuentra con menos espacio político. La nada desdeñable experiencia argentina al respecto debe ser capitalizada.

Lo cierto es que para salir de la crisis coyuntural en todo momento sosteniendo la meta de superar la rémora estructural del subdesarrollo, el atajo tecnológico no es suficiente. Por atajo tecnológico se debe entender la compra de patentes y la política científica tecnológica que permita las puestas en funcionamiento y adaptaciones correspondientes. Y también la promesa del atajo que al final del camino hay un conjunto de patentes propias listas para vender.

Para recorrer el atajo tecnológico es necesario encontrar el atajo financiero. Además, uno es el corolario del otro, ya que la necesidad de trazar y abrir los dos proviene de un apocado nivel de desarrollo relativo. Ocurre que en tanto la tecnología local es en grado apreciable atrasada como para germinar la tecnología moderna, el excedente que permite generar no alcanza el monto adecuado para financiar la importación de esta última. Tomando, entonces, el atajo tecnológico y así resolver el primer problema, todavía falta compensar la inadecuación del ahorro local. Ahí, para continuar con el impulso al desarrollo es cuestión de encaminarse hacia el atajo financiero, el cual se abre en dos senderos alternos. La opción es entre el endeudamiento externo y la inversión directa de una multinacional, que no son excluyentes entre sí.

Comienza a perfilarse con mayor claridad la honda malversación que hicieron los liberales argentinos del instrumento deuda externa, que una vez reconocida debería evitar recusarla sin más como herramienta para el desarrollo. Es recurrente en la literatura especializada y en el debate público encontrar el interrogante de por qué la Argentina no es Australia. Pregunta pertinente, dadas ciertas similitudes entre los dos territorios y nuestra baja performance. Más allá de que se acuda a comparar los PIB per cápita, lo cual no explica nada porque es un resultante, y no se observe la marcada diferencia entre los muy altos salarios previos de los canguros en comparación a los muy bajos de acá, es menester no perder de vista que durante la mayor parte del siglo XIX, Australia tuvo que dedicar un tercio del valor total de sus exportaciones al servicio de sus deudas. Lo hizo sin mayores problemas y sobresaltos al igual que Canadá, donde durante el período del endeudamiento más intenso, el 42% de los nuevos empréstitos se dedicó cada año a pagar intereses sobre los anteriores.

La llave que les abrió la puerta es que cuando se enfrentaron a la restricción externa en vez de frenar el gasto interno lo aumentaron, preservando así el interés de seguir invirtiendo en esos territorios. La única razón para honrar las deudas es salvaguardar la propia solvencia y, por lo tanto, estar en condiciones de endeudarse aún más. El endeudamiento nunca ha impedido que alguien se desarrolle.

Lo que sí lo ha impedido y para eso se ha malversado el instrumento deuda externa, es frenar el gasto interno en nombre de la restricción externa, tal y como hace ahora el gatomacrismo, y tal y como hicieron antes los otros liberales que los precedieron y algunos populistas muy preocupados por su reputación de seriedad. Ciertamente, es un comportamiento extendido en la periferia que explica la frecuentada secuencia 3D: déficit-deuda-default. El desarrollo desigual cumple, el FMI mortifica.

Incluso, el volumen que adquiera el endeudamiento externo debe observarse sin ninguna clase de prejuicios, siempre y cuando sea instrumentado en un programa de integración y desarrollo nacional. En efecto, más allá de cierto volumen, esa cantidad cambia la calidad de la dependencia. Esto se debe a que si la caída de un deudor es de un tamaño tal que desencadena un par de quiebras resonantes, en un momento en que el total general de los pagos pendientes está en su punto máximo, una reacción en cadena puede iniciarse en toda la red de compromisos interfinancieros a corto plazo. Las consecuencias de ese tipo de reacciones para la pirámide del sistema financiero mundial son incalculables. El miedo a esto afecta la fortaleza relativa de las partes involucradas. Usar las contradicciones del sistema a favor es propio del arte de la política de desarrollo.

En cuanto a las multinacionales, bien o mal qué no se les ha recriminado, como si su tamaño o estrategia global las definiera como un tipo específico de empresa, en tanto singulariza un comportamiento diferente al resto de los miembros de la especie; del cual hay que cuidarse especialmente por su supuesto mayor e imparable poder de depredación. Es verdad que tamaño y estrategia global son rasgos inherentes a las EMN, pero no son esenciales para especificarlas como empresas diferentes. Se comportan como el resto de las empresas porque eso son. Como sus pares, invierten en función de las ventas y no de los menores costos. En este punto parece conveniente para delinear un criterio sobre la EMN como instrumento de desarrollo, parafrasear lo que Winston Churchill sopesó sobre la democracia. Posiblemente tengan toda la razón del mundo los que estiman que para acelerar y profundizar el grado de industrialización argentina, las multinacionales sean la peor herramienta, a excepción de todas las demás con las cuales se las podría reemplazar.

 

Cuadrante 4

¿Por qué los comunistas necesitaban un partido? Porque era el único instrumento concebible para la meta que se proponían de transformar la sociedad. ¿Por qué bajo las reglas de la más que bienvenida democracia burguesa el movimiento nacional necesita articular una abarcadora estructura de cuadros cuya disputas agónicas se enmarquen en la arquitectura consensuada del desarrollo capitalista? Por la misma razón.

En la tarea de edificar esos consensos básicos, y dada nuestra historia, es menester no confundir instrumentos con instrumentadores y recusar a los primeros en nombre de los segundos. En el yerro, le estaríamos quitando gran potencia al programa de transformación. Como observó Immanuel Wallerstein: “El presente determina el pasado y no al revés, como nos obligan a pensar nuestros marcos analíticos lógico-deductivos”.

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