AVATARES DE LA RENEGOCIACIÓN

Qué es razonable aguardar con respecto al destino futuro de la deuda externa

 

La malaria cotidiana no le ahorra pesares a la ciudadanía por lo que vendrá. El endeudamiento externo, en tanto asegura la percepción popular –experiencia histórica mediante— que la debacle seguirá por largo tiempo, encabeza y resume el lote de amenazas del porvenir. De la lectura de las encuestas electorales se puede inferir que, por el momento, a la ciudadanía le acentúa las dudas y las angustias en vez de despejarlas, no palpar una formulación orgánica con poder político que les indique qué se puede aguardar razonablemente respecto al futuro destino del endeudamiento externo. Independiente de las razones que tenga el conjunto de la dirigencia no oficialista para un comportamiento político de este tipo, objetivamente van dejando un espacio sin ocupar o tímidamente habitado. En todo caso, no parece lucir a la altura de las circunstancias. El peligro radica en que la política le tiene horror al vacío y la historia enseña que en esa clase de circunstancias ocuparlo queda para cualquiera.

Para despejar el interrogante de qué se puede esperar con respecto al futuro destino de la deuda, más específicamente: su renegociación, bien vale abordarlo con el examen de cuáles han sido los efectos de esta deuda en la economía argentina. Tiene el doble provecho de que, por un lado, da pie para ubicar con cierta exactitud la responsabilidad política del gatomacrismo, y por el otro, habilita a poner sobre la mesa ciertos rasgos geopolíticos en los que talla el funcionamiento de la estructura de la economía mundial, marco en el cual hay que plantear la estrategia de repago. Esto último, además, de particular pertinencia para sopesar la factibilidad de la propuesta que se ha echado a correr que sugiere deshacerse del FMI acudiendo a novar la deuda que se tiene con ese organismo, o sea —eso es lo que significa novar— pagar por medio de préstamos provenientes de naciones a las que se califica de amigas.

El rasgo monetario de la cuestión geopolítica explica por qué la deuda externa de los países se ha convertido en tan serio problema y lo que abre un largo paréntesis de duda sobre las posibilidades de novar la deuda a terceros países. El dólar cuando abandonó su ligazón con el oro a principios del '70 se convirtió en una moneda de crédito internacional. Si las crisis del petróleo y las sucesivas crisis de deuda hubieran acontecido cuando el oro estaba vigente, por hipótesis —y nada temeraria— es muy factible suponer que hubiéramos terminados a los tiros mal, pues la reservas de oro monetario de los países centrales se hubieran agotado en unos pocos años. Cuando estaba vigente el sistema monetario del patrón oro, las diferencias en los balances de pagos se ajustaban mediante transferencias físicas de oro. Y no había oro suficiente.

En cambio, el sistema basado en el dólar como moneda de crédito internacional hace posible el alucinante movimiento global cotidiano de fondos y, por lo tanto, permite que el sistema funcione sin recurrir al uso generalizado de la violencia física. Técnicamente lo que ocurrió fue el reemplazo del oro por asientos contables. De esta forma, cuando la Argentina transfiere a Brasil un millón de dólares para pagar, por ejemplo, un saldo de su balanza comercial (una exportación), lo que sucede realmente es que el Banco Central de la Argentina pide al Federal Reserve Bank de Nueva York que debite de su cuenta la suma de un millón de dólares y acredite una suma equivalente en la cuenta del Banco Central brasileño.

Antes de la operación, los Estados Unidos debían a la Argentina un millón de dólares; luego de la operación, se los debe a Brasil. A continuación, Brasil podrá utilizar quizá ese crédito para realizar una operación equivalente con Suecia, Suecia con Portugal y así sucesivamente. Ese pasivo respecto de Nueva York puede circular así indefinidamente de un país al otro cumpliendo las funciones de una moneda y sin que nadie reclame jamás el pago a Nueva York. Se trata de una moneda hecha de crédito, una moneda fiduciaria internacional. Cuando nos endeudamos, esa cuenta en Nueva York se carga con el pasivo que asumimos. Y el juego continúa bajo las reglas usuales, que incluye el financiamiento externo de gobiernos que se descontrolan con la deuda como el actual argentino.

 

Contrapartida real

En rigor de verdad, los asientos contables descriptos cubren en principio la contrapartida real de los flujos unilaterales de bienes que importamos. De manera que el interrogante sobre los efectos del endeudamiento es, de hecho, inquirir acerca de cuál fue el uso de los fondos que recibimos en préstamo porque los flujos comerciales apenas explican una parte chica del pasivo externo. Según el informe del ITE, “Observatorio de la Deuda: Balance 2018":

“En tan solo tres años [2016, 2017 y 2018], Cambiemos emitió más deuda que en toda la década que duró la Convertibilidad y casi el doble que en los últimos 10 años del kirchnerismo (U$D 71.000, 63.000 y 38.000 millones, respectivamente)”, lo que hace un total para el trienio de 172.000 millones de dólares. El déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos (concepto que suma el resultado comercial –exportaciones menos importaciones de bienes y servicios— más la diferencia que se paga y cobra por interés y dividendos) para el trienio fue de acuerdo a datos del INDEC de (-74.705) millones de dólares. Ese total está conformado por un déficit comercial de (-30.221) millones de dólares y un déficit financiero de (-44.484) millones de dólares".

A principios de diciembre de 2018 las reservas del Banco Central eran de de 45.743 millones de dólares (descontados los 5.700 millones de dólares que ingresaron a fines de octubre del año pasado como parte del acuerdo con el FMI). Restados a los 172.000 millones de dólares que se recibieron por deuda los utilizados para erogar los pagos de la cuenta corriente y para constituir reservas quedan 51.552 millones de dólares, de los cuales una parte menor fue al repago del capital de la deuda y el grueso se dio a la fuga. Con ser muy seria, no es la única irracionalidad que en este aspecto –como en tantos otros— incurrió el gatomacrismo. En efecto, tomó fondos prestados a la alta tasa del mercado para mantenerlos como reservas que rinden en esa condición un interés mucho más bajo o nada en absoluto. Antes de entrar en el callejón sin salida en el que estamos, utilizó el aumento de sus reservas como una plataforma para mejorar su imagen, con la intención posterior de obtener nuevos créditos que fueran un múltiplo de aquellos que esterilizaron en las reservas.

Pero pasaron cosas. Y la tentación de felicitarse porque hayan pasado es considerable. Porque el gatomacrismo estaba financiando a través de la deuda externa la transición hacia el país de la factoría de bajos salarios con especialización internacional en agro y minería, sin que los afectados, esto es la mayorías nacionales, respondieran de frente y orgánicamente; salvo honrosas excepciones que no hacen al cuadro general. Al contrario, bastó una leve y cosmética mejora en el gasto para que lo votaran de nuevo en 2017. El problema político excede en mucho los miasmas de la delicada situación económica.

 

La reversa

Deuda o no deuda, para que los flujos se reviertan sería necesario que la Argentina se transforme de importadora a exportadora de capital. Sin embargo una situación así no incide en nada para que la Argentina no esté endeudada. Si un ciudadano de nuestro país coloca 1.000 dólares en el resto del mundo (RM) es lo mismo que esos 1.000 vayan de la Argentina al RM en pago de intereses o dividendos que el RM ha ganado en la Argentina y los repatría a su terruño. Los dos casos involucran un excedente que se ha generado en la Argentina e invertido en el RM. Se trata de una exportación de capital. Como el capital no tiene patria, hablar de repatriación o expatriación es una simple formalidad que depende de qué lado de las fronteras se ubique el observador. La dinámica del proceso viene dada en uno y otro lugar por la falta o no de oportunidades para invertir.

El análisis de los flujos también resulta útil para vérselas con los stocks y esa queja recurrente del capital que los argentinos tienen en el exterior. Los datos del INDEC sobre la Posición de Inversión Internacional (PII) indican que los ciudadanos de la Argentina continúan al cierre de 2018 teniendo colocados en el RM un stock de activos por 377.254 millones de dólares y que recibieron de los ciudadanos del RM un stock de pasivos de 339.450 millones de dólares. Saldo a favor de los ciudadanos argentinos por 37.803 millones de dólares. Como todo capital es engendrado por un capital anterior, lo que esto índica es que es la falta de mercado interno es la que determina este comportamiento en el que el gentilicio no tiene nada que ver. Invocar la bandera cuando lo que manda es la rentabilidad es una abstracción indebida.

En tanto el país se disponga a ofrecer mejores oportunidades de inversión que en el RM, el RM reinvertirá sus excedentes acá y no habrá drenaje. Esto pone de manifiesto que el endeudamiento no es un problema para el país. Por el contrario, es un recurso y de los importantes. No hay que confundirse. La cuestión es el mal uso recurrente que hicieron los liberales del instrumento en su empeñoso afán de financiar el transito hacia una estancia ordenada desde un país que había alcanzado un grado de desarrollo interesante.

 

Las alternativas

El mal uso del endeudamiento externo está y se ha convertido en un problema porque justamente el gatomacrismo y su notoria desorientación, expresada en estos días por el grotesco de los 60 precios máximos y ninguna flor, han estropeado las oportunidades de inversión. Que el país haya recibido  170.000 millones de dólares en tres años por capital de préstamo significa que por generosas que fueran las ventajas y privilegios otorgados al capital de riesgo, el volumen posible de atracción del segundo ni se le acerca al primero. Con sentido realista, en vista de las limitaciones del país hay que aceptar lo que hay para acelerar el desarrollo y plantear una estrategia seria al respecto.

Es así como la brújula de la renegociación es preservar con miras a que se amplíen las oportunidades de inversión. Justamente, la renegociación se pone densa en el mismo momento en que los nuevos préstamos superan la amortización y son requeridos para financiar los intereses de los viejos. La hipótesis de máxima de los acreedores en ese entorno es la renovación del capital y la capitalización de intereses, sin transferencia neta adicional. La transferencia neta se da cuando el aumento del saldo pendiente de la deuda regularmente excede su capitalización. El eje de la negociación, entonces, es lograr una transferencia neta a favor, que se sustancia por la diferencia positiva entre el aumento en los montos pendientes de deuda y el monto de los intereses. Es lo que le da sentido al sensato y realista planteo de ir corrigiendo a mediano plazo los desequilibrios macroeconómicos y de ninguna manera en lo inmediato; lo que no deja de ser una ilusión peligrosa.

No se ve cómo podría oponerse el poder de negociación de los acreedores si la disyuntiva es el default. Tampoco el FMI, que en todo caso tiene que salvar la ropa. No hay que olvidar que la reacción utilizó tantas veces como pudo la invocada presión del FMI para quedar a salvo de los costos de una política de austeridad que por sí misma y propia cuenta estaban más que ansiosa de imponer a los trabajadores.

Por todo concepto, cualquier problema de deuda se subsume a un problema de pago de intereses. El punto es que propios y extraños vislumbren que el camino de la renegociación que impulsa el mercado interno en lugar de estropearlo, promete a determinada altura de su recorrido comenzar a pagar regularmente los intereses al vencimiento. Llegado ese momento el capital adeudado dejará de ser un problema. El mercado se hará cargo de aquellos acreedores, si los hubiera, que reclaman su capital. De esta forma la deuda se convertirá en no reembolsable a perpetuidad.

Por supuesto que para que todo este proceso arribe a buen puerto hay que contar con un formidable poder político que, entre otras cosas, impida que los quintacolumnistas tengan alguna, aunque más no sea remota perspectiva de poder. No hay alternativa ni sustitutos para la unidad nacional. No solo implica que al atavismo partidocrático habitual es contraproducente, sino que también resulta debilitante para la perspectiva de la unidad la propuesta de novar a deuda con el FMI hacia terceros países. Ese tipo de iniciativas normalmente involucran a un grupo nacional que busca aliados externos para disponer de espacio que le posibilite evitar los acuerdos internos. Los que tienen responsabilidades políticas pueden ser algo así como héroes sólo una vez o hacer lo de siempre con los malos resultados de siempre. Una población contrariada y dañada aguarda.

 

 

 

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