Avatares de la socialdemocracia

El único modelo alternativo que le pone freno al fundamentalismo de mercado

 

Para muchos politólogos, la socialdemocracia comenzó una inexorable decadencia inmediatamente después de los “años dorados” a los que puso fin la primera crisis del petróleo en 1973. Es notable la cantidad de trabajos publicados desde entonces bajo el título de decadencia, crisis, caída, desaparición y final de la socialdemocracia en Europa. Los últimos coletazos de activismo estatal en la economía fueron dados en los comienzos de la presidencia de François Mitterrand en Francia (1981-1995). Las políticas impulsadas después por Tony Blair en el Reino Unido, bajo la denominación de “tercera vía”, intentaron intervenir lo menos posible en los asuntos económicos, dando amplio juego a los mecanismos del mercado. En Alemania, el socialdemócrata Gerhard Schröder, canciller durante el período 1998-2005, impulsó la “Agenda 2010”, un conjunto de reformas neoliberales en materia de trabajo, salud, pensiones e inmigración. Luego del estallido de la crisis financiera en 2008, los resultados electorales de muchos partidos socialdemócratas europeos parecían ajustarse a las predicciones más agoreras. El fenómeno de la globalización, que ha arrasado con las restricciones del Estado-nación –debilitando al movimiento sindical–, junto con la atomización de las clases medias, replegadas en nichos de confort, ha llevado a pensar que esa poderosa alianza de la clase trabajadora con la clase media había acabado. Sin embargo, los resultados de las recientes elecciones en Alemania, donde el Partido Socialdemócrata (SPD) obtuvo el 25,9% de los votos y está en condiciones de conformar gobierno en una coalición “semáforo” con los verdes (14,5%) y los liberales (11,5%), indican que los anuncios del declive de la socialdemocracia eran precipitados.

 

 

El espacio socialdemócrata

Uno de los motivos que da lugar a una cierta confusión en los análisis consiste en el error de identificar a la socialdemocracia con los partidos socialistas europeos que la conforman. Si consideramos a la socialdemocracia como una concepción ideológica que aspira a establecer, en el marco de una sociedad democrática, un modelo de sociedad basado en una economía mixta regulada por el Estado, con un potente Estado de bienestar que garantice la cohesión social y el pleno empleo, comprobaremos que, junto con los partidos socialdemócratas, participan de la misma visión las formaciones que en el pasado integraron los partidos comunistas, los partidos populistas de izquierda y los más nuevos que abrazan los ideales del movimiento ecologista o defienden los valores de la igualdad entre los sexos. De modo que es un error deducir la decadencia de la socialdemocracia a partir de las desventuras de algunos partidos socialistas que, en ocasiones –por razones coyunturales o de oportunismo electoral–, han terminado alejándose de los ideales socialdemócratas. Por el momento, el único modelo alternativo que sirve de refugio frente a los defensores de la desregulación de la economía reivindicada por el fundamentalismo de mercado, es el modelo socialdemócrata. No existe otro desde que la alternativa que ofrecía el socialismo revolucionario ha quedado sepultada bajo los escombros provocados por la caída del Muro de Berlín. De modo que el punto de partida de cualquier análisis debe ser identificar las líneas maestras del actual modelo socialdemócrata, para verificar, luego, si todavía goza de buena salud.

La socialdemocracia está claramente embanderada detrás de los ideales del liberalismo político y cultural que aspira a una democracia plena y auténtica. Por lo tanto, no participa de la descalificación de la “democracia burguesa” que hicieron los partidos que proclamaban la necesidad de una dictadura del proletariado con la esperanza de sentar las bases de un nuevo modelo radical de ingeniería social. Naturalmente, nadie puede ignorar las enormes dificultades que supone instaurar una democracia plena en el marco de un sistema capitalista que propicia la formación de poderosos grupos corporativos (económicos, políticos y mediáticos), que tienen una visión meramente instrumental de la democracia y la someten a constantes embates, como hemos podido comprobar en la Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri. No obstante esas maniobras que desnaturalizan el Estado de Derecho, la izquierda política no puede ni debe abandonar las formas democráticas porque está en su esencia representar los ideales de emancipación de todos aquellos ciudadanos que, por una razón u otra, sufren algún tipo de opresión. Debe asumir la defensa irrestricta de la tolerancia y las libertades individuales, frente al clima de paranoia y xenofobia cultivados por las nuevas derechas alternativas. En el plano internacional, la socialdemocracia apuesta por la resolución pacífica de los conflictos y procura hacer frente a los problemas globales del medio ambiente mediante la cooperación y la solidaridad.

El modelo socialdemócrata reivindica el papel del Estado como regulador de la economía para evitar que se produzcan situaciones de posición dominante por parte de los grupos corporativos y aspira a establecer un sistema fiscal muy riguroso que permita financiar un poderoso Estado de bienestar, proveedor de infraestructuras, sanidad, educación y la innovación que favorezca las condiciones que estimulen el desarrollo sustentable y la prosperidad de todos los sectores sociales por igual. Propicia un modelo de crecimiento que coloca en primer lugar la cohesión social y reconoce la necesidad de una regulación pública para evitar la actuación disfuncional de los mercados, erradicando la especulación financiera y evitando la fuga de capitales para conseguir un desarrollo endógeno, basado en el ahorro nacional. En materia laboral, alienta una legislación protectora de la parte más débil, por lo que regula un sistema de indemnización contra el despido arbitrario. Sorprende que en la Argentina, desde sectores desnortados que se declaran afines a la socialdemocracia, partan iniciativas para sustituir el sistema actual de indemnizaciones por un fondo acumulable, lo que supone habilitar el despido sin causa, incentivando la más cruda arbitrariedad patronal.

 

Martín Lousteau, desnortado.

 

De forma perfectamente factible, a un programa socialdemócrata se le pueden añadir reivindicaciones medioambientales, culturales o reformas más profundas, como la renta básica universal o el empleo proporcionado por el Estado como último recurso. La capacidad de impulsar estas reformas dependerá de la relación de fuerzas. Pero los ejes centrales serán los que hemos mencionado. Cuesta imaginar que ante una economía capitalista, basada en la propiedad privada de los medios de producción, no exista enfrente un poder moderador, encarnado en el Estado, que ponga límite a cualquier exceso, del mismo modo que no podemos concebir un automotor sin frenos. Por consiguiente, la idea de una desaparición de la socialdemocracia es tan aventurada como anunciar la inminente desaparición del capitalismo. Por el momento, sin pretender arriesgarnos a imaginar cómo serán las sociedades del futuro, podemos estar seguros que en los próximos decenios un modelo seguirá junto con el otro, como la sombra sigue al cuerpo. Naturalmente, esto no significa ignorar que la incorporación de nuevas tecnologías y los procesos de globalización están introduciendo resquebrajaduras en el modelo tradicional de partidos políticos. Pero, en este caso, esas perturbaciones afectan en forma transversal al conjunto de formaciones, aunque con consecuencias diferentes en cada espacio.

 

 

Los nuevos fenómenos

La incorporación de nuevas tecnologías, la demanda de personal altamente cualificado y los avances de la robótica han producido cambios en la composición de las clases sociales en las sociedades más avanzadas. Muchos trabajadores manuales han sido sustituidos por personal altamente tecnificado que ya no se siente integrando la vieja clase obrera, que era la base social de los partidos de izquierda. Al mismo tiempo, asistimos a un proceso de individualización creciente, en donde las personas no se definen solamente por la actividad laboral que desempeñan, sino que, como individuos, combinan una serie de identidades que incluyen aspectos variados, como la preocupación por el medio ambiente, la igualdad de género o las adscripciones religiosas. Esto ha llevado al debilitamiento de la diada tradicional izquierda-derecha, en el sentido de que la identidad política ya no está anclada en base a las grandes narrativas de las religiones políticas del siglo XIX, sino que cada vez pesa más la experiencia personal y la dimensión emocional. La fragmentación ideológica y política se traduce en una mayor volatilidad del voto, que puede ser producto de factores emocionales más próximos a experiencias personales o circunstancias meramente coyunturales. En el caso de los jóvenes, pueden experimentar una elevada sensibilidad ante fenómenos como el cambio climático o las diferencias de género, que ponen el acento en temáticas más culturales que estrictamente políticas.

Otro fenómeno novedoso es el ascenso de un nacionalismo xenófobo en Europa que lentamente va instalando sucursales en América Latina. Hay un proceso de derechización de las sociedades, vinculado a la inestabilidad provocada por la deslocalización de industrias y a la desregulación económica y social que arroja numerosos perdedores a la calle. Esta “derecha rabiosa” ha instalado un discurso basado en el insulto y la deslegitimación del adversario mediante imputaciones calumniosas. En muchos casos, esta actividad se realiza con el respaldo de grandes medios de comunicación que renuncian a cualquier objetividad periodística para imponer una agenda política que se acomoda a sus preferencias ideológicas y políticas. Las nuevas tecnologías permiten llevar a cabo una publicidad negativa dirigida a ciertos sectores sociales para provocar su deserción política y electoral.

Se verifica también una rebelión de las clases medias que consideran que sobre sus espaldas recae el mayor peso de la presión impositiva, al tiempo que la baja calidad de la enseñanza pública y los hospitales estatales no les ofrecen una cobertura de calidad, por lo que optan por seguros privados. De modo que pagan impuestos pero no reciben una compensación adecuada. Estas circunstancias llevan a las clases medias a considerar más conveniente para sus intereses un modelo económico sin inflación y con bajos impuestos. Este debiera ser un tema de especial preocupación para las formaciones de centro izquierda. No es posible legitimar un sistema impositivo fuerte si el Estado no ofrece bienes públicos suficientes y de calidad. Esa oferta de servicios públicos de calidad es lo que explica que en los países nórdicos los ciudadanos acepten pagar elevados impuestos. En los países de América Latina sucede lo contrario, y en ocasiones los sindicatos contribuyen al deterioro de los servicios públicos, utilizando herramientas de presión muy dañinas que terminan expulsando usuarios a los servicios privados. Por otra parte, el manejo de los asuntos públicos en sociedades cada vez más complejas requiere una administración pública preparada, eficaz y profesionalizada. No es posible llevar a cabo una labor regulatoria eficaz si no está en manos de personal competente. De allí que la batalla por alcanzar un Estado de bienestar de calidad, integrado por funcionarios seleccionados en concursos y en base al mérito –renunciando al spoils system, es tal vez el desafío más grande que tienen en el continente sudamericano las formaciones de centro izquierda.

Vinculada con este tema se encuentra la exigencia de probidad de los funcionarios públicos. La corrupción debe ser vista, básicamente, como una estrategia de los grupos corporativos para obtener ventajas privadas, eludiendo las regulaciones estatales. Sin embargo, los medios de comunicación que pertenecen al establishment ponen el foco de la corrupción sólo en los políticos que no les son afines. Practican una selección interesada y convierten el problema en una lucha moral entre los virtuosos y malvados. Esta narrativa, fuerte y persistente, contribuye en forma decisiva a que aumente la desilusión y el desencanto que alimentan las filas de la antipolítica. De allí que la centro izquierda deba también hacer una vigilancia severa en sus propias filas para evitar darle argumentos a los adversarios.

 

 

Lo que vale es el modelo

Conviene rehuir de las polémicas nominalistas. No interesa tanto la denominación que elijamos para definir el espacio de centro izquierda como la elección de las políticas correctas para preservar y financiar el Estado de bienestar, junto con el reconocimiento de los derechos sociales de ciudadanía, que deben ser garantizados por el Estado. La base de una sociedad justa reposa en la existencia de un sistema que garantice la igualdad de oportunidades y la cohesión social. Desde el espacio de las derechas conservadoras, se lanza un discurso que anuncia la crisis del Estado de bienestar por la imposibilidad de financiarlo y los riesgos de alentar políticas asistenciales que reduzcan los incentivos para el empleo. Algunas críticas pueden ser razonables y deben servir para mejorar los resultados sociales de las políticas y evitar efectos indeseados. Pero la alternativa que ofrece el neoliberalismo rampante es una sociedad jerarquizada, donde la prevalencia de las políticas del fundamentalismo de mercado aumente las desigualdades y de lugar a sociedades muy desestructuradas. Existe, sin embargo, un punto de coincidencia. Los recursos fiscales para el Estado de bienestar sólo pueden obtenerse si existe una dinámica económica basada en la mejora continua de la productividad y en la constante innovación tecnológica. Para alcanzar estos objetivos, se necesita contar con una población sana y educada en el uso de las nuevas tecnologías, pero también suficientemente motivada. De modo que la búsqueda de ciertos consensos alrededor de algunas políticas de Estado que mejoren el desempeño de la economía no debería ser descartada. Como señala Axel Honneth en La idea del socialismo (Katz Editores), “debemos abandonar la ilusión de una titularidad fija, preexistente del socialismo, lo que significa, además y sobre todo, querer representar políticamente, a partir de ahora, los anhelos de emancipación de todos los subsistemas de la sociedad actual bajo la idea rectora de la libertad social”.

 

 

 

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