¡Ay, Patria mía!

El gobierno de Alberto Fernández derivó en el peor escenario de la vida democrática

 

El 17 de octubre de 1945 se puso en marcha un fenómeno político que todavía define la vida de los argentinos. Terminaba la Segunda Guerra Mundial y la humanidad –incluso la Argentina– respiraba sus ecos. Apareció la figura de Perón y cambió todo. La sociedad se dividió en dos y el General conquistó el apoyo de la clase obrera. La oposición neoliberal lo calificó de nazi. A tal punto era el equívoco, que el Partido Comunista se alió con los neoliberales y marchó por las calles del brazo del embajador norteamericano.

Es cierto que había señales preocupantes en el peronismo. Algún militar del llamado GOU del golpe del ‘43 era simpatizante de los nazis; un pequeño grupo llamado Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) se definía como nazi, y los trabajadores peronistas acuñaban la desafortunada frase “alpargatas sí, libros no”. La mayoría del mundo intelectual, artístico y universitario era opositor, en nombre de la libertad. Hubo presos políticos, un dirigente comunista asesinado en Rosario, muchos rasgos autoritarios, un brote antisemita y varios políticos presos. Además, un culto a la personalidad insoportable, a tal punto que dos provincias argentinas, Chaco y La Pampa, se rebautizaron con el nombre de Perón y Eva Perón. Los sectores progresistas y de la izquierda, que tenían una presencia importante en el mundo sindical, no lo entendieron a Perón, y fue así como perdieron los sindicatos.

Perón no tomaba partido en este enfrentamiento. “Todos somos peronistas”, dijo una vez. Ya en el exilio la estrategia del líder quedó clara: eran tan peronistas José Rucci como John William Cooke. Lo que no puede discutirse es la capacidad de estratega político que tenía Perón. Se dio cuenta que debía utilizar a los Montoneros para asegurar su regreso, calificó al Che Guevara como “el mejor de los nuestros”, pero cuando llegó a la Argentina descalificó a los Montoneros y se apoyó en la derecha peronista. En los comienzos de 1970 el país, como tantas veces, tambaleaba. El llamado Círculo Rojo y los milicos entendieron que sólo Perón podía arreglar el entuerto. Perón volvió, se presentó a las elecciones y obtuvo el 62% de los votos. Era su mejor momento, un Perón con toda la historia detrás y una posición tolerante, democrática. Aun así, casi el 40% no lo votó, un 40% que no lo hubiera votado nunca.

Hay un hecho que llama poderosamente la atención: en 2009 Néstor Kirchner, que había presidido un buen gobierno, perdió las elecciones de candidato a senador en la Provincia de Buenos Aires frente a un empresario payasesco sin mayores antecedentes políticos; y el peronismo, en realidad el kirchnerismo, dejó al país en buenas condiciones económicas, pero Mauricio Macri, con una publicidad llamativa y ante un candidato peronista no muy convocante, ganó las elecciones. La desastrosa presidencia de Cambiemos renovó la esperanza en el peronismo, pero aun así entre las PASO y las elecciones generales Macri recuperó 8% de los votos. Otra vez el 40% de antiperonistas acérrimos.

Y el fracaso de las PASO de 2023: el peronismo ganaba adhesión entre las clases medias progresistas pero perdía la mística en los sectores populares. Lamentablemente, Alberto Fernández eligió el camino de la socialdemocracia y terminó con buena parte de la mística peronista.

Y así estamos, en estos tiempos penosos.

Alguna vez los argentinos y las argentinas pudimos elegir a Hipólito Yrigoyen, a Perón, a Illia, a Alfonsín, a Néstor, a Cristina. Hoy la opción es entre Patricia Bullrich, Javier Milei y Sergio Massa.

Y lo peor es que ninguno de los tres podrá llevar adelante sus ideas políticas. ¿Cómo harán Milei y Bullrich para poner en marcha sus planes derechistas? Massa será atacado como lo es Alberto Fernández. Cambiemos ganó una de las batallas: el desprestigio de Cristina Fernández. La actual Vicepresidenta ganó las elecciones de 2011 con un 54%. Hoy por hoy las estadísticas no le dan más que un 20% de popularidad. Es cierto, es una popularidad con militancia, con apoyo, con veneración en algunos casos. Pero cuatro de cada cinco argentinos y argentinas compraron la campaña de la canalla periodística y la desquiciada Justicia. Es una situación penosa, por lo menos la peor de la vida democrática. Dan ganas de creer en Dios.

 

 

 

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