Azul y bicontinental

La débil soberanía fluviomarítima argentina

 

El agua es el medio de comunicación más antiguo y económico: tiene la capacidad de transportar grandes cargas, distribuyendo bienes de un punto al otro del planeta (más del 80% del comercio internacional se sigue produciendo por vía marítima). El agua canaliza la integración de nuestra región desde hace más de dos siglos, cuando las Provincias se unieron por los ríos para conformar la Patria. El agua cubre más de dos tercios de la superficie de nuestro país y le provee a la Argentina 4.725 kilómetros de litoral marítimo y 11.325 kilómetros de costas en la Antártida e islas australes. El agua tapiza una zona de influencia geopolítica estratégica: es la puerta de entrada al continente antártico y a los corredores bioceánicos patagónicos. El agua del Atlántico Sur alberga una incalculable riqueza ictícola e hidrocarburífera, recursos naturales que el Estado nacional tiene la potestad de explorar, explotar, conservar y administrar.

La Zona Económica Exclusiva Argentina (ZEEA) es el espacio marítimo que se extiende más allá del límite exterior del mar territorial, hasta una distancia de 200 millas marinas a partir de las líneas de base, sobre el cual el Estado tiene derechos soberanos. Luego comienza la zona de Alta Mar, donde la pesca es libre. El verdadero interés del colonialismo británico en mantener su injerencia en Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur trasciende al territorio que emerge en la superficie: tienen ocupada casi la mitad de nuestra ZEEA. “El conflicto de Malvinas en 1982 era por las dos islas principales, más algunas insulares, unos 15.000 o 16.000 kilómetros cuadrados. Hoy, a partir la definición de la zona de exclusión, los británicos tienen una ocupación sobre 1.700.000 kilómetros cuadrados”, advierte el presidente del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) de La Plata, Rodolfo Carrizo.

 

 

 

 

“La República Argentina tiene una Pampa verde que produce alimentos agropecuarios, tiene una región marrón que produce minerales a raudales, pero también tiene una Pampa azul, que es nuestro mar y son nuestros ríos”, apunta el presidente del Consorcio de Gestión del Puerto La Plata (CGPLP), José María Lojo. “Tenemos riquezas minerales, petroleras, energéticas, biológicas, arqueológicas, geológicas. Tenemos un montón de bienes comunes en nuestras aguas”, enumera de manera veloz para arribar a su primer diagnóstico de la situación actual: “Lamentablemente, nuestra sociedad ha sido conducida y educada para que demos espaldas a esa gran riqueza”.

La Patria está en peligro. Y no puede defenderse aquello que no se conoce.

 

 

 

De la Quiaca al Polo Sur

Un mapa siempre es una representación simplificada de la realidad de un territorio. Como su función principal es ser fuente de información –insumo básico para tomar decisiones–, no se puede sacrificar la exactitud por el mero ejercicio del arte de la síntesis. No obstante, las y los argentinos que completaron su educación básica antes de 2020 recibieron una visión reducida de nuestra soberanía nacional, con una estrecha plataforma marítima y una Antártida distorsionada en un pequeño triángulo al margen.

 

 

 

 

Con el sector antártico cartografiado en su real proporción es posible comprender las dimensiones de la Argentina como país bicontinental, con su centro en Tierra del Fuego. En 2010, la Ley 26.651 sancionó la obligatoriedad del uso del mapa bicontinental en todos los niveles del sistema educativo, pero este tuvo poca difusión y circulación. Recién recobró impulso en 2020, cuando la Ley 27.757 de Espacios Marítimos lo actualizó e incorporó el nuevo límite exterior de la plataforma continental argentina, aprobado por Naciones Unidas en 2016. Con esta herramienta, los nuevos ciudadanos pueden hacer una lectura más precisa sobre qué territorios nos pertenecen y cuáles son aquellos en los que tenemos disputas de soberanía vigentes.

 

 

 

En el subsuelo de la Patria:  “La asombrosa excursión de Zamba a través del mapa bicontinental”.

 

 

 

La ley 26.651 también prevé la exhibición pública de todo el territorio continental, insular y antártico en todos los organismos nacionales y provinciales. Como escribió José de San Martín: “Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional”. Y como el sentimiento de pertenencia está atado a la posibilidad de visibilizar lo propio, no es casual que las avanzadas colonialistas comiencen por ocultar los símbolos nacionales. Eso es lo que se puso en juego cuando, el pasado 21 de mayo, en ocasión de uno de los encuentros del Campeonato Mundial de Fútbol Sub-20, se “taparon” por pedido de la FIFA las figuras de las Islas Malvinas y la bandera argentina en una de las tribunas del Estadio Malvinas Argentinas, propiedad del gobierno de Mendoza.

 

 

El secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Guillermo Carmona, expresó su repudio: “Una decisión provincial que resigne un objetivo imprescriptible e irrenunciable de nuestra Carta Magna resulta seriamente cuestionable”.

 

 

 

 

Agua para el propio molino

En 2007, una comitiva del CECIM viajó por primera vez a las islas desde la guerra. Cuando cayó la noche, algo los sorprendió en el horizonte: “El mar estaba como iluminado”, relata Carrizo. Rápidamente dieron con la fuente de aquel extraño fenómeno: eran buques poteros que utilizan lámparas como señuelo para atraer al calamar, una de las principales especies de nuestro Mar Argentino que se comercializa en el mercado internacional, junto con el langostino y la merluza. Con las licencias pesqueras que otorgan de manera unilateral, los británicos encontraron los recursos que le permiten “el financiamiento de la base militar”, sintetiza el ex combatiente.

 

 

 

El calamar representa un 16% de la pesca argentina, que cuenta con una flota potera de 72 barcos. A partir de la milla 201, a la fauna marina se la llevan de 300 a 500 buques extranjeros. Foto: Abbie Trayler-Smith.

 

 

 

Para Carrizo, el recurso pesquero en la Argentina hoy actúa como un commodity: “Esto significa que la Argentina no pesca con fines de abastecer a nuestra población, sino con un fin estrictamente exportable”, explica. La actividad produce de 750.000 a 800.000 toneladas anuales, de las cuales se exporta más del 90%. En consecuencia, el precio al que se comercializa el pescado en las góndolas nacionales es prohibitivo para el bolsillo de la mayoría de los argentinos.

La Ley Federal de Pesca 24.922, en su artículo 27, habilita al Consejo Federal Pesquero a “reservar parte de la Captura Máxima Permisible como método de conservación y administración, priorizando su asignación hacia sectores de máximo interés social”. En 2021, el CECIM La Plata lanzó la campaña “Por una Pesca Soberana con un profundo sentido social”, con la cual buscan cambiar el paradigma desde el cual se concibe la pesca, dada su relevancia para la construcción de soberanía alimentaria. “Si en la Argentina existiera una política pública en el cual se comprendiera, en principio, lo que la misma ley dice, una de las cosas que podría suceder es que se genere un círculo virtuoso: sacar pescado, generar trabajo en las banquinas y llevar un alimento saludable a la población”, explica el presidente del CECIM [1].

 

 

 

A buen puerto vas por agua

Sólo el 7% de las cargas que se mueven por el territorio argentino lo hacen por sus vías navegables. En materia de transporte acuático, la Argentina está en manos de las decisiones de los grupos económicos globales que controlan los fletes que se aplican sobre los productos que importamos o exportamos. “No tenemos una flota mercante nacional ni para el cabotaje, ni para la logística internacional”, resume Lojo, y añade: “Estamos gastando en el orden de los 6.000 millones de dólares por año en fletes internacionales”.

En nuestro país no se están construyendo barcos de envergadura, solamente pequeños barcos de pesca, de exploración, de entrenamiento y barcos para pequeñas cargas. Astillero Río Santiago tiene capacidad para producir barcos de 250 metros de largo, pero tiene sus máquinas paradas. Aun así, todos sus equipos de ingeniería, técnicos y operarios están disponibles para trabajar: “Sería bueno que toda esa gente trabajara en astilleros nacionales y que no tengan que emigrar a trabajar en astilleros de otros países”, considera el responsable del Puerto La Plata. “Necesitamos una política nacional orientada a tener una defensa de nuestros bienes comunes en la Pampa azul, y eso nos va a llevar a la necesidad de tener flotas tanto mercantes como de patrullaje”, evalúa.

Para completar el panorama, el espíritu privatista de la Ley de Actividades Portuarias, sancionada en 1992, transfirió la explotación de los puertos a las provincias y habilitó su descentralización administrativa. “Y además habilitaba la creación de puertos privados, de tal manera que hoy una compañía cerealera puede construirse su propio puerto para despachar su propio cereal”, suma Lojo. Como la gobernanza del sistema no es del Estado, los puertos argentinos no necesariamente se complementan entre sí para dar un servicio más eficiente. Así se agregan costos innecesarios a los traslados de mercaderías y los productos pierden competitividad.

Y la gota que rebalsa el vaso: “Hay pocas compañías navieras que manejan todo el mercado y esas pocas compañías no solamente tienen los barcos, sino que también son dueñas de las terminales portuarias”, explica el presidente del Consorcio de Gestión del Puerto La Plata. Es decir, como las instalaciones que hacen las operaciones de muelle también están privatizadas, las empresas privilegian mover sus propias cargas y saturan de contenedores, por lo que puertos como el de Buenos Aires tienen sobrecostos por las operaciones.

 

 

 

Soberanía alimentaria

La carne de pescado aporta proteínas, grasas saludables, ácidos grasos Omega 3, vitaminas y minerales importantes para una dieta diversificada. Las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) señalan un conjunto de déficits nutricionales y alimentarios en nuestra población vinculados al bajo consumo de alimentos fuente de Omega 3 y recomiendan incorporar pescado a la dieta al menos dos veces por semana.

“Si nosotros tuviéramos un barquito que pescara 2.000 toneladas anuales, les podríamos dar una porción de 140 gramos de alimento de proteína, tal cual lo establece la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), a todos los comedores de la región de La Plata, Berisso y Ensenada durante un año”, calcula Carrizo, y añade: “Según la información que hemos recibido del INIDEP (Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero), la merluza ya lleva algunos años teniendo sobrante que no se captura”.

 

 

Campaña “Pescado: una opción saludable”, realizada por el CECIM y la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

 

 

 

En la Argentina que planea llevar acciones “contra el hambre” y que tiene un Consejo Federal con ese nombre, el proyecto de Pesca Soberana del CECIM no ha tenido eco. Hace más de ocho meses que lo presentaron en la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación: “Ni siquiera nos respondieron”, protesta el ex combatiente. Desde el punto de vista ictícola, nuestros recursos alimentan a los pueblos del resto del mundo, pero a nosotros nos faltan.

 

 

 

 

 

 

[1] “¡Cumpliremos con la Patria al regular el consumo de nuestro alimento tradicional!”: Campaña del gobierno de Juan Domingo Perón para promover la inclusión del pescado en el menú de las y los argentinos, de 1952. Puede verse aquí: https://fb.watch/kNgAwLC6TP/.

 

 

 

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