BÁRBAROS, LOS TEATROS NO SE MATAN

El teatro independiente resiste los embates de un neoliberalismo que lleva a la nada

En una ciudad cuyo movimiento teatral es reconocido internacionalmente por la calidad de sus propuestas y la avidez de un público fiel, las salas independientes, con trayectoria de resistencia en los tiempos más adversos, ven hoy peligrar su continuidad.

Bajo la consigna El Teatro dice Basta, convocados por ARTEI (Asociación Argentina del Teatro Independiente)  que nuclea 100 espacios teatrales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se reunieron propietarios, directores, dramaturgos y actores, dispuestos a encarar un plan de lucha.

A esta encerrona conducen el desmesurado incremento de costos y la merma de público que, oprimido por la recesión, debe resignar sus consumos culturales, aunados a la falta de fomento, que, previsto por ley, sólo subsiste como formalidad, desactualizado y tardío.

Muchas salas tuvieron que disminuir la cantidad de funciones programadas y están trabajando con  “cierres parciales”, es decir una mínima actividad, lo que afecta tanto a realizadores, actores y técnicos, como al público que ve cercenadas las propuestas.  El sector alberga más de 25.000 trabajadores, actores, vestuaristas, iluminadores, sonidistas, docentes, directores, entre otros,  que ven peligrar su subsistencia.

 

Teníamos acceso a la cultura pero pasaron cosas

Según Mariano Stolkiner, director de El extranjero: “El principal problema es la imposibilidad de seguir programando la cantidad de funciones que solíamos ofrecer. Por los altos costos operativos para poder abrir la sala y al no tener cubierta por lo menos una parte a través de los subsidios, muchas veces tenemos que optar por tener la sala cerrada, antes de programar algo que siga sumando una pérdida extra a las que ya tenemos. Mucha gente ha decidido dejar de producir, de crear”.

Los espacios de formación que brindan las salas, tradicionalmente abundantes en talleres y cursos, también se reducen.

 

 

Liliana Weimer, de Abasto Social Club, resalta: “La mayoría  alquilamos la sala, así que además del tarifazo y de los gastos fijos que aumentan de manera sideral, se suma el problema de los alquileres. Necesitamos espacios grandes, por lo que los alquileres son bastante onerosos. En muchos casos construimos nosotros el teatro, muchas veces el propietario tiene el lugar en estado de abandono, lo tomamos así y empezamos a hacer un trabajo de reconstrucción que es muy caro y muy largo.  Cuando empezamos a funcionar se produce un fenómeno de “territorialización”, comienza a adquirir más valor ese lugar, a trabajar mejor la parrillita de al lado, el barcito de enfrente, el kiosco, eso hace que se valorice la propiedad, por lo que los propietarios piden mucho más dinero para renovar o prefieren vender. Nos sentimos pendiendo de un hilo”.

 

El mito de los subsidios

Agrega Weimer: “Es importante que se sepa que los subsidios, palabra bastante demonizada últimamente, son aportes fijados por ley, tanto en Nación como en la Ciudad, no son ningún regalo, tenemos obligación de realizar una gran cantidad de funciones, con público, sin público, como sea, afrontando todos los insumos y personal necesario.  El Instituto Nacional del Teatro viene atravesando crisis internas y luchas de poder,  las víctimas terminamos siendo los beneficiarios, las giras, los espectáculos, las salas, hay mucho que rever de la ley”.

Refiere Stolkiner:  “Ese subsidio no está cubriendo ni un 10 o un 15% del gasto operativo que tenemos por la apertura de la sala, en otro tiempo cubría un 35 o 40%. Proteatro mantiene un mismo presupuesto desde hace tres años, no tiene actualización alguna y encima también se retrasan los pagos, como en el caso del INT que por cuestiones internas el año pasado estuvo parado durante varios meses, demoran enormemente en hacer los pagos”. Muchas salas aún no cobraron los subsidios gestionados en mayo de 2018. La imposibilidad de obtener préstamos por las tasas usurarias agrava la situación.

“Antes llamábamos a un plomero, un electricista, una persona para limpieza, hoy tenemos que resolver todo nosotros, en espacios que requieren un mantenimiento constante”. Todo esto dificulta poner la energía en la creación y en programar a mediano y largo plazo.

Alejo Sambán, de No Avestruz, ilustra: “Hay salas que están con una tarifa comercial de luz, reciben facturas de entre $ 25000 y 55000 por mes, se les hace impagable.  En marzo de 2018 hicimos 25 funciones y en marzo de 2019 hicimos sólo 13, además viene mucha menos gente, las temporadas que pueden hacer las obras que tenemos en cartel son más cortas, las puestas en escena son más rudimentarias, hay menos dinero para realización escenográfica y de vestuario, toda la actividad se precariza y baja la calidad de los espectáculos”.

 

 

El Excéntrico de la 18, prestigiosa sala nacida hace 34 años, superó momentos de hiperinflación galopante, la crisis del 2001, el corralito, pero, su directora Valentina Fernández De Rosa reconoce en este momento la peor crisis, que pone en peligro todo lo construido. Hoy tienen 60% menos de programación que en el mismo mes del año pasado. Dieciocho personas, entre técnicos, operadores, sonidistas, docentes, sufren esta merma.

 

Un sueño arrasado, una lucha que sigue

Fernando Locatelli nos cuenta sobre el cierre de Kowalski:  “Inauguró en 2014, fue creciendo.  En 2017 pidió su primera y única ayuda estatal, nos otorgaron el 5% de los costos anuales del espacio, pero las tarifas se incrementaron en más de un 500% en pocos meses. Los cursos, que generaban un movimiento permanente de personas trabajando y estudiando, empezaron a desaparecer, las horas de ensayo mermaron un 70%, el flujo de público bajó un 50%.  Tarifas impagables, subsidios que desaparecían, soledad devastadora. En enero de 2018 tuve que cerrar un sueño. Pero seguimos luchando por el arte, desde el fondo de ese pozo oscuro en que está la cultura porteña y nacional”.

Los teatristas definirán un plan de lucha en próximas asambleas, mientras continúan intentando obtener respuestas en mesas de diálogo con las autoridades de un  gobierno  cuya prioridad  está a  años  luz de la cultura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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