Barbie elige candidato

La venta emocionada de pan para hoy, hambre para mañana de Gutiérrez-Rubí y Durán Barba

 

Programa y acción de gobierno versus campañas electorales no es que sean cosas muy diferentes (que lo son), sino que está visto —y ampliamente aceptado— que las compulsas electorales no están para encararse dando a conocer con algún detalle lo que se quiere hacer si se agarra la manija. Los ingenieros electorales suelen llevar agua para su costoso molino machacando sobre las consecuencias nefastas —en cuanto a votos a obtener— de caer en la ingenua confusión programa-campaña electoral. Desde hace años, las clases dirigentes han tomado buena nota de este Jano político y lejos de caer en el guirigay de trasmitir un programa, se empeñan en manifestar con la mayor claridad que son la chispa de la vida que refresca mejor; siempre asesorados por los mejores ingenieros electorales que su dinero puede comprar.

Si el poder es conquistar la mente de los seres humanos para darle una dirección y ritmo a la reproducción —en sus mismos términos— del modo de existencia del animal social, entonces, la disputa electoral es por la encarnación del liderazgo. El collar es el mismo, vale disputar por el perro. Cuando la vida social revolotea alrededor de un canario y el ánimo de los seres humanos se columpia más en las redes que el Hombre Araña en sus vistosas más o menos recientes sagas cinematográficas, no hay mucho más que hablar.

Pero si todo este horizonte de programa de gobierno y campaña electoral está tan despejado, tan delimitado, ¿por qué los ingenieros electorales insisten en machacar y machacar en el —por lo visto— innecesario deslinde? ¿Por qué permanece la tensión entre programa y eslóganes de campaña? Se puede conquistar el gobierno en una democracia con una ingeniosa y acertada campaña electoral. No se puede gobernar con un programa que desmienta los compromisos asumidos ante los votantes sin pagar muy altos costos políticos. Mauricio Macri, por una vez, puede dar fe.

Los ingenieros electorales, incluso los más mediocres, saben intoxicar muy bien al electorado. Venderles el buzón que quieren comprar. Pero con el cuento del deslinde entre programa y campaña, los ingenieros electorales les proveen a sus clientes un producto muy narcótico y estos lo compran de buena gana, creyendo realmente que pueden pasar de largo la lógica implacable de la lucha de clases. Y así corre el chamuyo de que a la gente le importa la cara, pero no el culo del o la candidata y el programa es lo de menos. Es una verdad sabida, a buena fe guardada y sin hemorroides.

 

 

Las uvas

Y es un chamuyo porque el ajo del asunto se fríe en otra sartén. Los ingenieros electorales —luego de décadas de investigación— no han podido resolver como vender la derecha jodida sin mentir descaradamente sobre el verdadero alcance de su programa desigualitario. Entonces, siguiendo lo aconsejado por la zorra frente al racimo de uvas, sostienen que el problema entre lo que se promete y lo que se hace no existe, que las preocupaciones políticas son otras. Acerca de las marcadas contradicciones que genera esta metodología, se suele rememorar —por lo ilustrativo que resulta— un episodio que protagonizó Federico Adolfo Sturzenegger, quien, durante el gobierno de Cambiemos entre 2015 y 2018, estuvo al frente del Banco Central.

Durante la campaña de 2015 se filtró un video en el que Sturzenegger en una conferencia que había dado un año antes en la Universidad de Columbia sita en Nueva York, precisamente, le explicaba al alumnado que una cosa es el programa de gobierno y otra muy diferente el mensaje para captar votantes de cara a una compulsa electoral. Y, a su criterio, lo efectivo que finalmente resulta no confundir gordura con hinchazón. Ilustró su punto con la situación que vivió en la campaña de 2013, cuando compitió y ganó una banca de diputado en una lista del por entonces PRO, ahora Juntos por el Cambio. Dado el auditorio, Sturzenegger hablando en inglés refirió: “Tenía que ir a un debate el año pasado con otras dos personas y era uno de mis primeros debates, así que tuve una reunión de coaching con nuestro asesor político que es Jaime Durán Barba”. Ahí Durán Barba le estableció cuatro criterios para actuar en el debate: 1) que no proponga nada, 2) tal vacío es en función de que no es relevante para la gente llenarlo y de hacerlo resulta piantavotos; 3) que diga que están mintiendo con la inflación, sin explicar nada y menos de cómo solucionarla; 4) que hable de cualquier cosa, incluso que hable de los hijos.

Sturzenegger le confió al auditorio de Columbia que Durán Barba, para fundamentar la estrategia para el debate —que le había herido de muerte su subjetividad académica de toda una vida de estudios dedicada a salvar al mundo de su locura inflacionaria—, lo siguiente: “Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que explicar que la emisión monetaria genera inflación, que entonces debería reducirse la emisión, y que si entonces hacés eso tendrías que hacer un ajuste fiscal, y que si haces un ajuste fiscal entonces la gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos que digas (…) cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora en medio del debate”.

La cuestión con este enfoque es que el ingeniero electoral ecuatoriano dio por adecuado el diagnóstico monetarista de la inflación. Se entiende. Encuentra ahí una justificación el cinismo de silenciar la amargura del dolor inmediato para recoger después los frutos dulces. Pero hubo todo de lo primero y nada de lo segundo. Es tan errado el análisis monetarista, que tras 30 meses al frente del Central, intentando controlar la cantidad de dinero (cosa que no se puede, pero es parte del credo monetarista), a Sturzenegger lo echaron de la presidencia del organismo por inútil. Durante su gestión, el peso se devaluó 175 %, la inflación acumulada fue del 95 % y se infló mucho la deuda por Lebacs. Y se avizoraba un empeoramiento fulero de la situación. Actualmente, a raíz de ese desmanejo parece que la derecha rancia aprendió que dejar flotar al dólar es un disparate, pero ninguna otra cosa.

Pero los ingenieros electorales, lejos de tener alguna duda o resquemor en torno a su costosísima técnica de pan para hoy (ganar a como dé lugar las elecciones), hambre para mañana (gran crisis política y económica), tratan de perfeccionarla. Por perfeccionar debe entenderse como un gran éxito en el engaño completo al electorado y después que Dios te ayude en el gobierno cuando las papas se incendian. Uno de los problemas de ese abordaje es que el tata Dios no está disponible para estos menesteres. No es el único, pero por ahí el más importante.

 

Más de lo mismo

El domingo pasado, un multimedio porteño publicó en su sitio web y subió a su streaming un reportaje hecho por el director ejecutivo del conglomerado a los ingenieros electorales Antoni Gutiérrez-Rubí y al ya mencionado más arriba Jaime Durán Barba. La conversación con el catalán Gutiérrez y el ecuatoriano Durán tiene el atractivo adicional a los tiempos electorales, de que el segundo redactó el prólogo del más reciente ensayo del primero, titulado Gestionar las emociones políticas. Algunos mal pensados que nunca faltan podrían sospechar que el prólogo —y sus circunstancias— rinden obediencia al mandato de no tirarse la suerte entre gitanos.

Gutiérrez-Rubí antes asesoraba a Cristina y ahora a Sergio Massa, y Durán, en estas presidenciales, anda metiendo la cuchara en la campaña de Horacio Rodríguez Larreta. Y en la coyuntura, la caminata por veredas enfrentadas de los dos ingenieros electorales llega hasta México. El sucesor del actual primer mandatario Manuel López Obrador será electo el domingo 2 de junio de 2024. Los dos principales candidatos en intención de votos que compiten entre sí tienen como mentores de la campaña a Gutiérrez y Durán, respectivamente.

En el reportaje, Durán dice sobre el ensayo de Antoni: “Me pareció realmente relevante porque hace pensar, dice cosas nuevas, permite entender este (…) nuevo mundo en el cual los seres humanos hemos cambiado, nos hemos hecho más intensamente emotivos, estamos mucho más informados (…). La gente se volvió compleja, vive sociedades horizontales diversas y hay un enorme esfuerzo en la academia, tanto de vertiente europea como norteamericana, por comprender este mundo. No lo comprende nadie tampoco. Los académicos estamos en general de acuerdo con algunas líneas. Creo que los políticos, el 95 %, no lo entienden en absoluto. Es un mundo demasiado nuevo y el libro de Antoni es un aporte importante”. Curioso, se olvidó de señalar que también la gente —en promedio— se volvió más pobre.

Gutiérrez-Rubí explica en el reportaje que, en el ensayo, a las emociones trata de “entenderlas y comprenderlas” para gestionarlas. Curioso, de la emoción de ser pobre —si es que hay alguna— no dice ni mu. Relata los motivos por los cuales escribió el libro: “Porque a lo largo de los últimos años, cada vez estaba más interesado en la neurociencia y en el estudio del cerebro, del comportamiento humano, y me daba cuenta de que en mi entorno el cerebro era un gran desconocido. Cosa que es bastante sorprendente. Es decir, que la materia gris, lo que nos diferencia de cualquier otro ser vivo, que es nuestra capacidad de pensar y de razonar, era muy desconocida (…) a mi juicio, y como también dicen muchos estudios y expertos, el cerebro es emocional y acabamos pensando lo que sentimos. Por lo tanto, si queremos entender lo que piensa la gente, quizás hay que empezar a comprender lo que siente la gente. Esta fue mi mirada, y me lancé con bastante audacia a intentar hacer una reflexión. Y no da más el libro porque no sé más, es cortito porque es hasta donde puedo llegar”.

¿Es un retroceso de la filosofía occidental el enfoque del catalán? Al menos pinta como un apartarse pronunciado desde que la filosofía occidental existe como tal. El razonar filosófico siempre supo que necesitaba la lógica para economizar el pensamiento y abarcar así más conocimiento. También que razonar es engañoso, por eso necesita de las reglas de la lógica para encontrar el camino hacia la explicación de la realidad. Esa lógica pegó un salto enorme cuando el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel superó el principio de no contradicción de Aristóteles y enunció que las cosas vacilan porque acaecen como contradicción. Y otro salto decisivo se produjo cuando Karl Marx estableció que la contradicción no nace del desarrollo de la idea, sino que la idea nace de las limitaciones que genera la existencia para la reproducción de la vida.

¿Y la emoción? No tiene vela en este entierro porque la arquitectura política, que es en la que se juega —para lo mejor y para lo peor— el programa de gobierno que hace firme el terreno que pisa la fuerza política que salió consagrada de las urnas, nace de encontrarle la vuelta a la contradicción principal, que es la que impulsa la ley de movimiento del modo de producción; en este caso del capitalismo. La emoción es del reino de la política agónica.

No parece conveniente bajarle el precio al enfoque de las emociones del catalán, apuntando que se trata de un astuto argumento de venta de servicios de consultoría electoral. Es un buen síntoma para dar cuenta de por qué estamos como estamos y por qué esta forma de encarar las campañas electorales es una parte muy importante del problema y una cortapisa muy prominente para encontrarle la punta al ovillo. Es cuestión de dar con la contradicción principal.

Este es un mundo partido en centro y periferia. En el centro, la lucha de clases cesó, o había cesado, como fenómeno político cuando sus clases trabajadoras lograron que les paguen los salarios más altos de la historia. Hoy hay disputas meramente económicas o había. Eso que ocurrió a fines del siglo XIX. Pasó a la historia la salida de la crisis por medio de volcar capital al exterior. Esos mercados internos a partir de ese momento podían absorber toda la inversión que se les volcase. No obstante, Lenin tenía razón al decir que el efecto de los movimientos de capital tanto aceleraba el desarrollo de los países en los que las inversiones eran realizadas, como frenaba el de los países inversores, pero estaba equivocado en la creencia de que estos movimientos eran, en realidad, de una magnitud suficiente para producir tal efecto. Cuando, en la actualidad, se cayó en lo innecesario de ir a China para saldar la crisis, el sistema reaccionó hacia la derecha y seguirá ahí hasta que se supere el artificio que se vende con considerable geopolítica.

La contradicción principal es entre naciones proletarias y naciones burguesas, porque, en la periferia, la lucha de clases como fenómeno político no cesó. Al contrario, es el pan nuestro de cada día. La insuficiencia de capital extranjero —por falta de oportunidades de inversión fuera de las materias primas— bloquea el desarrollo de la periferia. Ahora, encarar una votación con una ingeniería electoral hecha para sociedades sin luchas de clases, en sociedades que la tienen a flor de piel, si no termina en salidas autoritarias y fascistas, es para sospechar si no habría que inventarlas.

La dirigencia de la periferia debe procurar una ingeniería electoral que contemple la contradicción principal. Incluso, una en que tallen las emociones. Técnicas son técnicas. Pero comprar el paquete de las emociones, creyendo que así se puede derrotar a lo más nefasto de la derecha, es como certificar que no se tiene la menor idea de dónde se está parado en términos de contradicciones primarias y secundarias. Hasta en el mundo feliz y rosa de Barbie y Ken hay que tomar decisiones en cuestiones de género e igualdad. Tal parece que las supersticiones de la dirigencia argentina la han llevado a comprar una muñeca sin contradicciones.

 

 

 

 

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