Batalla por la vida material

Dilemas de la construcción política para dejar atrás la crisis que comenzó en 2018

 

Si se le presta un grado de atención no muy exhaustivo a lo que los candidatos presidenciales pregonan, es fácil advertir que la recomposición del nivel de vida de los argentinos no forma parte de la campaña de ninguno. Todos utilizan consignas vagas que tienen la connotación de que este es el objetivo principal del próximo gobierno, y la discrepancia es sobre los medios para alcanzarlo. Pero no existe ninguna exposición sobre la existencia de una política proactiva para concretar ese objetivo específico.

Patricia Bullrich y Javier Milei coinciden en que, con represión y disciplina fiscal, todo se acomoda. Una fantasía peculiar a la que la aqueja una incógnita: ¿Cuál es exactamente el “orden” al que alude semejante propuesta? Como se trata de recortar gastos e ingresos, es el orden de una sociedad más pobre. Pero dado que la misma sociedad está precisamente cansada de eso, parece evidente que un gobierno de tal orientación se encontraría ante una crisis prontamente.

Cabría esperar una mayor insistencia en este aspecto de parte de Sergio Massa, por ser el candidato de una fuerza política que todavía tiene una deuda pendiente al respecto. Aunque él se disculpa por las insuficiencias de este gobierno y sostiene que sus rivales electorales tienen un programa que produciría un mayor grado de exclusión para las fracciones postergadas de la estructura social argentina, carece de alguna idea para mejorar el poder adquisitivo de los asalariados en el largo plazo.

Es decir que no solamente permanece vigente el problema político que significa la consolidación de una participación menor de los trabajadores en el ingreso nacional, que a su vez redujo su magnitud al dividirlo por la cantidad de habitantes del país. Sino que, aun después de la preocupación que produce la partición del electorado en “tercios” con un sector significativo inclinado hacia posiciones liberales antes impensadas, la dirigencia política parece carecer de la capacidad de darle respuesta a los problemas más urgentes de la población argentina. La pregunta es por qué.

 

Patrón común

El gobierno de Cambiemos finalizó con una crisis de balanza de pagos que condujo a una devaluación, y con ella a una caída de los salarios reales. El proceso comenzó a mediados de 2018 y se acentuó para finales de 2019. El Frente de Todos mantuvo una continuidad en ese sentido. Si bien heredó los efectos de la crisis provocada por la administración anterior, al analizar los resultados en conjunto de la macroeconomía, aparece el famoso problema de que, habiéndose alcanzado un notable superávit comercial acumulado entre 2020 y 2022, no solamente no se fortaleció el stock de Reservas Internacionales en poder del Banco Central (RRII), sino que se redujo.

La mayor caída llegó durante 2023, por el efecto de la merma en los ingresos que significó la sequía, la cual condujo a que este año fuera el primero de déficit comercial desde 2019. Pero ya entre 2020 y principios de 2022 se produjo un descenso en el stock total de RRII. El resultado se hubiese repetido en el transcurso del último año, de no ser por la intermediación del FMI, que realizó un desembolso neto hacia el país de 3.290 millones de dólares.

Estas fluctuaciones explican el retroceso continuo del salario real. Al iniciar 2018, tuvo una leve recuperación, mientras la economía cambiemita pudo sostener el endeudamiento externo —innecesario desde el punto de vista macroeconómico— y alentó la estabilidad del poder de compra de los asalariados para imponerse en el año electoral de 2017. Entonces la economía comenzó su ciclo de debacle y los salarios tendieron a estabilizarse en un nivel cada vez más bajo.

Si se toma como un indicador la Remuneración Imponible Promedio de los trabajadores Estables (RIPTE), puede apreciarse que en enero de 2017 era de 21.048 pesos. En el primer mes de 2020, ajustada por la evolución del IPC en esos tres años, equivalía a 18.601 pesos. Para agosto de 2023, equivale a 17.097 pesos con el nivel de precios de enero de 2017, que es un nivel similar al del comienzo de 2021. Es decir, luego de la finalización del año en el que emergió el COVID.

 

 

El patrón común entre Cambiemos y el FdT es que los dos son gobiernos que prepararon un sistema macroeconómico propenso a esta evolución de los salarios. El primero, necesariamente por la salida de capitales a la que indujo la apertura indiscriminada al endeudamiento. El segundo, por su falta de control sobre el uso de las reservas, que le impidió capitalizar el superávit comercial, algo que debería haberse considerado prioritario dada la necesidad de mejorar la situación de la economía y resolver la situación con el FMI. Desde este punto de vista, la sequía fue una circunstancia que agravó los efectos de la política de devaluación permanente que estuvo teniendo lugar, pero no su iniciadora.

 

Memorias de Remes

Ninguna de las tres coaliciones políticas que contenderán por el premio mayor el 22 de octubre luce preparada para impulsar el nivel de actividad y agrupar a un sector de la nación detrás de un proyecto de cambio económico y social. Más bien, parece que en el próximo gobierno surgirán las tensiones que ocasiona la contradicción entre lo que la política está en condiciones de producir y las necesidades de la población. Es oportuno, ante este intríngulis, preguntarse por qué no hay una opción política que parezca adecuada para el momento que atraviesa la nación.

El libro 115 días para desarmar la bomba, que Jorge Remes Lenicov publicó este año, ofrece una pista interesante. La primera parte resume sus memorias sobre la finalización de la convertibilidad y su paso por el Ministerio de Economía mientras Eduardo Duhalde se encargó en forma interina del Poder Ejecutivo. Luego de devaluar, incrementar las retenciones y postergar el pago de deudas indexando las tasas de interés para adecuar la presión de la deuda pública al flujo de fondos del sector público, se logró estabilizar la inflación.

Una de las características que tuvo ese plan de estabilización fue la de postergar los aumentos salariales, para evitar sumar un factor que obstaculizara ese objetivo. A medida que los aumentos de precios alcanzaban una tasa más baja y la economía se ordenaba, Duhalde y varios sectores de la política comenzaron a insistir con avanzar en los incrementos de salarios y del gasto público. Remes Lenicov no estaba dispuesto a poner en práctica una política de estas características, por lo que presentó su renuncia.

En la segunda parte del libro, Remes Lenicov traza un balance crítico del kirchnerismo recayendo en críticas sobre las distorsiones que produjo en la economía por sus formas de intervención, al punto tal que parece creer que el crecimiento inicial se explica por el estado en el que dejó las cosas el gobierno anterior. Es decir, él.

Reconoce a regañadientes que la pobreza se redujo hasta el 26 % en 2007, pero observa que luego comenzó a crecer oscilantemente hasta “terminar en el 43 % de la población en 2022”, según datos de la UCA. En el medio, el gobierno de Macri y de Alberto Fernández fueron, según Remes, un intento frustrado de revertir una situación grave y una forma de retomar la perniciosa estrategia kirchnerista, con los malos resultados a los cuales debía conducir.

Más allá de lo prosaica que resulta esta forma de ver las cosas, que ignora la mejora en el nivel de vida a la que condujo el kirchnerismo y concluye ilegítimamente que esta crisis la produjo el kirchnerismo cuando en realidad se pueden localizar sus causas en la gestión del sector externo que desenvolvieron los dos gobiernos sucesores, interesa señalar que Remes Lenicov no parece ser capaz de romper los límites de algo muy sencillo: entonces, como ahora, el país pide a gritos gastar más, no menos.

Perogrullada que en la concepción que Remes tiene de la economía parece inconcebible, porque a la larga, según piensa él, todo recae en el lado de la oferta. En el idioma de los economistas, en el ahorro y la productividad, que se estimulan con reglas de juego claras y prudencia macroeconómica. El maná de la confianza y las virtudes del esfuerzo.

 

Desarmados

El problema es que una parte significativa de la política comparte el punto de vista que desarrolla Remes Lenicov. Varios de los críticos que tomaron distancia del kirchnerismo luego de formar parte del gobierno expresaron planteos similares. Curiosamente, el rechazo que se ganó el gobierno del Frente de Todos no fue por volver al origen del populismo cortoplacista, sino por la afinidad que mantuvo en los hechos con esa forma de pensamiento.

La otra incógnita a despejar es por qué dentro del kirchnerismo, que en este momento encabeza el movimiento político que mantiene como objetivos la mejora del nivel de vida nacional, no tiene lugar la gestación de un programa y de una estructura orgánica que permita realizarlo en los hechos, lo que lleva a que sus ideas más progresistas terminen diluyéndose en consignas abstractas y se las reemplace con lugares comunes simpáticos, pero insustanciales.

El kirchnerismo desarmado, otro libro cuyo autor es Alejandro Horowicz, reconstruye algunas de las peripecias de los últimos años, ninguna desconocida para quienes hayan estado observando las noticias políticas durante ese lapso, con lo que se puede coincidir con buena parte de sus apreciaciones políticas. No obstante, se limita a repasar la elección de Alberto Fernández por parte de CFK como si se tratase de quien no hubiese podido disputarle el poder genuino, al igual que la elección de Massa para 2023 como si fuese, según sus palabras, “una píldora demasiado amarga”, una concesión a la realidad inevitable.

Para Horowicz, este devenir insinúa una condena a lo que llama una perpetua “democracia de la derrota”, un orden político en el que, gobierne quien gobierne, se absorben permanentemente los intereses de clase dominantes y lo único que queda en discusión son matices. Por ejemplo, cuán duro sería el ajuste requerido para que funcione un determinado tipo de modelo. Horowicz asevera que la diferencia que Massa opone a sus contrincantes es que presenta una mayor sensibilidad para llevarlo adelante.

Lo que Horowicz no advierte es que, independientemente de la percepción de quienes protagonicen los hechos, la debilidad del kirchnerismo se origina en que su organización como fuerza se orienta hacia la inmediatez electoral, sin recabar en la profundidad de contenido y el desarrollo de la capacidad de gestión política.

Esto es un problema que, por extraño que parezca, es mucho más profundo que cualquier permanencia de un interés de clase dominante. Lo último no puede primar cuando la hegemonía política permanece completamente indefinida y las fuerzas que gobiernan, totalmente heterogéneas y antagónicas entre sí, quedan sumidas en una crisis general, no por “hacer lo mismo”, sino por carecer de las condiciones para hacer lo que se espera de ellas.

Lo que se puede concluir es que el kirchnerismo está desarmado para pelear la batalla por la vida material durante el próximo gobierno. Incluso si se impone, porque el éxito previsible es el de una estabilización de la economía que, de tener lugar, indica el agotamiento de la fórmula política que la alcance para dar paso a un horizonte de progreso. Como les sucedió a Remes Lenicov y a Duhalde, que fueron incapaces de continuar en esa dirección. La relevancia que mantenga una fuerza política popular depende de su comprensión y sus recursos para encabezar la expresión de estos requerimientos.

 

 

 

 

 

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