Beligerancias, desaciertos y tensiones

Estados Unidos y una deriva declinante: impotencia en el Mar de la China y fracaso en Ucrania

 

La guerra ruso-ucraniana continúa centrada en la región del Donbas. Diversos medios pro-occidentales han destacado la lentitud del avance de las fuerzas rusas como si esto fuera un éxito para Ucrania. Han incluso echado mano a una infantil enumeración de bajas y de pérdidas de material bélico, en ambos casos de Rusia exclusivamente, de escasa consistencia: sin fecha ni lugar precisos. Pero si se miran bien las circunstancias y se lee con atención la carta (geográfica), es difícil eludir el reconocimiento de que quien va ganando la contienda, a paso no muy rápido pero más o menos seguro, es Rusia.

La guerra a campo abierto fue escasa y en buena medida denegada por Kiev debido a la superioridad militar rusa. Y el accionar bélico se ha concentrado en las ciudades y sus alrededores, donde la guerra se hace más complicada y lenta. Es precisamente la circunstancia de que se pelea predominantemente en terreno urbano lo que genera la lamentable muerte de civiles y la inevitable destrucción de casas, edificios, escuelas, centros comerciales y otros tipos de construcciones. Así ha ocurrido en los paradigmáticos casos de Mariupol y Severodonetsk. Es sencillamente el último recurso defensivo que la va quedando a Ucrania para prolongar esta extraña y desequilibrada guerra, que libra por delegación de Estados Unidos y la OTAN. (Es claro que Washington ha esquivado una contienda directa con Moscú por la sencilla razón de que nadie podría asegurar que sería únicamente convencional y, por lo tanto, el holocausto nuclear podría quedar a la vuelta de la esquina.)

Por otra parte, la guerra seguramente hubiera terminado ya si Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y otros países europeos no hubieran renovado el envío de armamento a Kiev. Algunos de esos países van por la segunda reposición y otros incluso por la tercera. Este también es un sólido indicador de que a la subrogante Ucrania no le están yendo bien las cosas.

¿Sería este el escenario que imaginó la gran potencia del norte, que desdeñó los reclamos rusos y acicateó la provocación que desató la guerra? Chi lo sá, como dicen los italianos. Probablemente hubiera preferido que a Ucrania le fuera mejor en el campo de Eris y que Rusia trastabillara acosada por la contienda y por las sanciones comerciales y financieras ejercidas por Washington y la Unión Europea. Hasta ahora, sin embargo, nada de esto ha ocurrido. Lo que parece indicar, ya con alguna certeza, que la estrategia norteamericana ha resultado, hasta ahora, algo parecido al fracaso.

 

 

Los escarceos con China

Con paciencia oriental, desde finales de los años ‘80 China comenzó a ocupar islotes en el Mar de la China del Sur. Más tarde construyó islas artificiales y fortificaciones, y comenzó a patrullar sistemáticamente esas aguas.

La armada china sentó reales, también, en el Mar de la China Oriental, sobre cuyas costas e interior se han desarrollado importantes centros industriales urbanos con puertos de entrada y salida de productos e insumos, como Shanghai, Hangzhou y Wenzhou, entre otros. Por otra parte, si se mira con atención el mapa puede observarse que dicho mar se liga, hacia el noroeste, con la Bahía de Bo Hai. Y que la costa de esta se encuentra a alrededor de 500 kilómetros de Pekín. Puede colegirse entonces que se ha aplicado al desarrollo de una elemental e inevitable política de defensa.

Las respuestas de Washington ante la expansión de Pekín sobre el Mar de la China del Sur y del Este comenzaron hace aproximadamente 15 años. Estados Unidos despachó unidades navales hacia esa amplia zona marítima con el objeto de disuadir o al menos poner límites a ese avance chino. Pero no tuvo éxito. Por otra parte, países vecinos a esa “cuenca”, como Vietnam y Filipinas, entre otros, presentaron quejas y efectuaron denuncias ante organismos internacionales hasta ahora sin ningún resultado.

La gran potencia del norte no ha tenido, sencillamente, ninguna posibilidad de detener aquellas construcciones, que respondían a las necesidades defensivas de China. Calculó mal, operó con retardo y con pocas probabilidades de éxito y, por lo tanto, de manera desacertada.

Muy recientemente ha organizado dos redes internacionales. El año pasado el AUKUS, conformado por Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, que han establecido una alianza estratégica y militar para operar en la macro-región del Indo-Pacífico, lo que ha producido cierto enojo chino. Desde su cancillería, Pekín indicó que esa decisión “amenaza con dañar la paz regional” y con “intensificar la carrera armamentística”. En cualquier caso, es evidente que Washington minimizó el desarrollo militar chino. Más recientemente –este año– puso en marcha el Marco Económico del Indo-Pacífico, organización orientada hacia la cooperación regional básicamente económica y la promoción del comercio y la inversión. Está integrado por: Estados Unidos, Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Japón, Malasia, Nueva Zelandia, Singapur, Tailandia y Vietnam. Es obvio que se trata de dos instituciones separadas pero que complementan sus misiones y tareas. Y es también evidente que ambas entidades arrancaron tardíamente.

Un caso menor pero curioso y al mismo tiempo indicativo de la falta de atención norteamericana hacia la proyección de China sobre la región Indo-Pacífico es el de la Federación de Estados de la Micronesia, establecido por las islas Yap (11.241 habitantes), Ponapé (34.426), Kosrae (7.683) y Chuuk (53.595). Su población total suma 106.595 personas. Tiene una libre asociación con Estados Unidos, que es el responsable de su defensa y recibe ayuda económica y técnica de ese país. Sin embargo, y paradojalmente, mantiene un pequeño pero activo comercio bilateral con China que en 2021 alcanzó un aumento del 30%, no obstante su dependencia de Washington. Todas esas islas forman parte de un conjunto mayor denominado Carolinas. Curiosamente, también integra ese paquete insular la isla de Guam –muy cercana a las de la Federación– que alberga dos importantísimas bases norteamericanas: la naval Apra Harbor y la aérea Andersen. Aun así China ha dicho “presente”.

 

 

América Latina insumisa

El mundo andino ha coincidido en un nuevo giro a la izquierda: Bolivia, Perú, Chile y más recientemente Colombia han instalado por la vía electoral gobiernos de esa tendencia. Quedó fuera de este realineamiento Ecuador, que en las elecciones del año pasado impuso un Presidente de centro-derecha. Sin embargo, en los últimos diez días –al cierre de esta nota– una fuerte y persistente movilización mayoritariamente de pueblos originarios ha sacudido el país. Una coloratura sensatamente contestataria al fundamentalismo de mercado se ha instalado en los cuatro países mencionados más arriba. A lo que puede sumarse la durísima protesta ecuatoriana.

Cuba, Nicaragua y Venezuela, países a los que el otrora Presidente Donald Trump les encajó el mote de “eje del mal”, se mantienen en sus respectivas posiciones, es decir alejadas de la gran potencia del norte, que a su vez no los mira con buenos ojos.

Quedan finalmente México, la Argentina y Honduras, que guardan distancias respecto de sus relaciones con Washington.

Cabe agregar, asimismo, que la reciente Cumbre de las Américas organizada por Estados Unidos fue un tanto deshilachada y hubo algunos comportamientos que se alejaron del modus operandi esperado por Joseph Biden, como la ausencia de Andrés Manuel López Obrador y el destacable discurso de Alberto Fernández. A estas novedades debe agregarse que es cada vez más rechazado el comportamiento despótico de Luis Almagro –un favorito de Washington– en la OEA, que ha conducido a esta institución a una situación crítica.

 

 

Final

Estados Unidos, acompañado en parte por la OTAN, ha pasado prácticamente sin pausa de unas “guerras interminables” en Oriente Medio y alrededores a impulsar un contienda bélica contra Rusia, que ha delegado en Ucrania. Lo mínimo que se puede decir es que la gran potencia del norte transita una beligerancia errática: no obtuvo resultado positivo en Medio Oriente y tampoco lo está alcanzando en el enfrentamiento en curso.

Respecto de su conflicto con China puede señalarse que minimizó su desarrollo económico y militar, y arrancó tarde en su intento de sofrenarla, lo que implica un considerable desacierto.

Nada está del todo dicho aún en ambos casos. Sin embargo, lo que ocurre en aquellos dos escenarios da para pensar que Estados Unidos transita una deriva declinante.

América Latina ha cambiado su perfil político y podría avanzar hacia una nueva configuración de alianzas y de instituciones, tanto más si Lula da Silva alcanza la presidencia en las próximas elecciones. Sería conveniente que esa convergencia se produjera sin excesos retóricos y midiendo adecuadamente las correlaciones de fuerza. La gran potencia del norte, por su parte, buscará como siempre un alineamiento de la región bajo su conducción. Dadas estas condiciones, las tensiones entre ambos campos estarán, probablemente, a la orden del día.

 

 

 

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