Resulta curioso ese trato despectivo que el homo sapiens dedica a los que llama animales inferiores, cuando comparten, sin siquiera sospecharlo, ciertas características. Uno de los casos más extremos es la prematuración con que llegan a este mundo tanto el cachorro humano como las mismísimas larvas. Como las libélulas, los mosquitos, las mariposas, los camarones y las ranas, al dejar el huevo y el vientre materno respectivamente, poseen una anatomía, fisiología y ecología distinta a la que obtendrán en la adultez. Tal es así que hasta reciben otro nombre: las larvas de las mariposas se denominan orugas (la sabia de Alicia en el país de las maravillas, la más famosa), renacuajo la de ranas y sapos, bebé (etc.) el de humano. Como su desarrollo se encuentra incompleto, unos y otros están lejos de bastarse a si mismo; son prematuros. Requieren de un proceso posterior de maduración denominado metamorfosis, dador de más metáforas que conocimiento. Mientras tanto las larvas, o como les digan, se mantienen adheridas o dependientes de un ecosistema con el cual desarrollan distintas clase de intensos intercambios: sin ir más lejos, de éstos se alimentarán en una cantidad mayor que en cualquier instancia de su vida adulta.
Merecedoras de mayor consideración de la que habitualmente se les dispensa, las larvas son apreciadas en toda su dimensión, ductilidad, potencial y polisemia por la joven escritora uruguaya Tamara Silva Bernaschina (Minas, 2000), montevideana por adopción, quien les dedica su tercer libro de narrativa, precisamente, Larvas. Son ocho cuentos en cien páginas, en los que se aboca a sorprender al lector con la multiplicidad de vínculos, prestaciones y contraprestaciones, voluntarias o no, entre distintas especies de larvas y ejemplares humanos, sin importar edad, sexo, color o credo (de estos últimos). Dotada de una potencia narrativa que no se parece a nada, la escritura de Bernaschina atraviesa en forma simultánea varios planos: el protagónico (como se dijo, puede ser un un señor o una yegua muerta), sus actantes (seres vivientes, objetos o fuerzas), medios naturales (sequías, inundaciones), etc. Así también con sus respectivos lenguajes, dichos o referidos, de personalidad homogénea mientras transcurre el relato, incluyendo manifestaciones anímicas y modismos regionales.

Compone la autora una prolija madeja donde los hilos pueden parecer enredados y no obstante conservar el sentido del nudo y el punto, sin requerir de la grosería de lo explícito. “Maia apura a Emilia. Le dice, caminá más rápido que nos vamos a perder el arranque de la novela. Hay posibilidad de que hoy, después de semanas, los dos protagonistas se den el primer beso. Él, un boxeador y bombero voluntario y ella, una mujer casada, rica e infeliz. No se la pierden nunca, pero Emilia no puede ir más rápido porque al caminar los muslos se le pegan y siente ardor. Dice, me duele, en serio. Andá yendo vos. Maia no se va. La espera y caminan más lento, mientras especulan sobre el beso de novela. Con o sin lengua. Con o sin interrumpimiento”. Son dos niñas púberes de clase media pueblerina, vuelven de la playa de río donde jugaron con los renacuajos, hallaron una caña y pescaron una mojarrita a la que se pasaron por el cuerpo introduciéndola bajo la bikini. Luego, Maia comenzará a orinar pececitos. “Las chicharras aturden y el campo se agita tranquilo, apenas una brisita corre entre los árboles y el pastizal. Es verano. Reina la sensación de eterna nada”.
Es el cuento que da título al libro, Larvas. No es el primero, es el penúltimo. Resume climas y vínculos, deja asomar todos los recursos como si tal cosa, sin discriminar, lo necesario y suficiente, librados a la astucia del lector; se agradece. La voz narrativa salta de una primera persona a neutra, a tercera y en ese bailoteo Bernaschina regula el ritmo narrativo (y de lectura concomitante), sin que se escape ni una letra de la secuencia donde se comprende la trama. Comparativamente, una proeza. Agudo juego, define atmósferas, regula la térmica de los climas, evita saturaciones, redundancias, anticipaciones, golpes bajos.
Con tamañas herramientas Larvas, el libro, ofrece acciones despojadas de vahos metafísicos que dejan espacio aireado para que sucedan cosas sin parar. Tal vez por esta variedad de recursos, el cuento que da título fue incluido hacia el final, en tanto el de apertura, “Mi piojito lindo” se destaca tanto por su trama —así corresponde— como por el despliegue de escritura. Funciona acaso al modo de un aviso al lector de lo que luego va a encontrar, una suerte de amable, considerado acostumbramiento a la retina. Jugado en primera persona, repasa algo tan usual como el combate generacional contra la pediculosis: untado del producto, desenredo de la cabellera, rastrillaje en busca de bichos, repaso en pos de liendres, su ruta: “Pasa un ratazo así, humedeciéndome el pelo y después tajándome el cuero cabelludo con ese peine fino de metal que me cincha el pensamiento”. La maestra sugiere un corte preventivo de la bella, hirsuta cabellera, “dijo lo prohibido”. Todo comienza a explotar: “Mamá dijo que imposible cortarme el pelo, que qué esperanza, que ella no tenía derecho a decir eso y que los piojos al fin y al cabo eran tan de ella como lo soy yo y que se meta en sus asuntos”.

Cuestión de propiedades, la autora informa que por alguna razón concomitante padre y hermana no aparecen: “Mamá misterio. Yo, niño piojo. Mi hermana, lejazo. Mi papá disuelto en agua ácida de tristeza”. Revela la existencia secreta de un criadero dentro de un frasco; pelos y piojos que “ andan de pelo en pelo y en el fondo hay una borra de bichitos muertos. Descubrí que no aguantan mucho porque no comen mechones, como pensaba, sino que me comen de la cabeza y todavía no sé darles de mi cuero cabelludo sin hacerme doler”. Lo imposible sucede, entra “la rareza”; lo sí posible no hay forma de que ocurra, de las respuestas dejan de surgir preguntas, a primera vista todo se asemeja al caos aunque, de cerca, reina el orden proveniente de las consecuencias cuyas causas parecen irremediablemente perdidas.
Tamara Silva Bernaschina es una escritora de gramática tan audaz como cuidada, cuya escritura comparte lo ríspido y lo amable; estilo propio, augural intromisión de la uruguayitud destinada a hacer trizas la monótona literatura de mercado en lengua española. La potencia de Larvas, el libro, permite prever que con tanta juventud ya se encuentra advertida, si no inoculada, contra esa infatuación narcisista que tantas promisoriedades supo arrastrar al abismo de la repetición, de la mediocridad. Un gran comienzo.
FICHA TÉCNICA
Larvas
Tamara Silva Bernaschina
Madrid, Buenos Aires, 2025
103 páginas
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