Bien de abajo

Héctor Negro, uno de los grandes letristas olvidados del tango

 

Desmemoria

Vos y yo vivimos una época enredada en una especie de bulimia cultural nerviosa: atracones y más atracones de estímulos que rápidamente expulsamos por la siguiente novedad. Nada termina de pervivir en nosotros como verdadero alimento y así, casi sin darnos cuenta practicamos una “gimnasia del olvido” que nos vuelve hábiles para desprendernos de aquello que exige tiempo, pausa y memoria. Al reflexionar sobre esta forma particular de la desmemoria, no puedo dejar de pensar en uno de los “nuevos olvidados del tango”, el letrista Héctor Negro.

En relación al tango y la desmemoria, lo inquietante no es únicamente que la sociedad argentina desconozca quiénes fueron Azucena Maizani, Raúl Berón, José Dames o Armando Pontier. No quiero alarmarte, pero hice la prueba con figuras, en teoría, más populares: le pregunté a personas menores de 30 años si sabían quién era Pichuco y, con absoluta naturalidad me devolvieron la pregunta: “¿Pichuco? ¿Un actor? ¿Una marca de ropa?”. Volviendo a Héctor Negro, lamento decir que esta gimnasia del olvido se haya instalado en el corazón de la propia comunidad del tango que ya ni nombra, ni recuerda ni recrea la obra del poeta, como si su legado no formara parte de la historia viva del género.

 

Acá estoy

Héctor Negro junto a Juan Gelman, Hugo Ditaranto y Juan Hierba fundó en 1955 el grupo literario “El Pan Duro”, un espacio de poesía colectiva atravesado por el compromiso social. En ese ámbito, comenzó a delinear su poética donde la palabra cotidiana, la ciudad y lo popular se volvieron materia literaria para el posterior desarrollo de sus canciones. La experiencia del grupo tuvo su proyección editorial bajo el ala de Manuel Gleizer; al debut literario de Gelman con Violín y otras cuestiones (1956), le siguió Bandoneón de papel (1957), el primer libro de Héctor Negro.

Te comparto en imagen aquella edición que llegó hasta mis manos en un pasa mano hermoso: Héctor Negro se lo regaló al poeta Julio Félix Rayano —lamentablemente también olvidado—; este se lo pasa a otro poeta, Jorge Boccanera, quien me lo obsequió sabiendo de mi cariño por Héctor. Nada como los libros viajeros.

 

Desde su título el tango pedía pista.

 

 

La aparición letrística de Héctor Negro (Ismael Héctor Varela) coincidió con un momento histórico en el que el tango dejaba de ocupar un lugar central como vector identitario en clave nacional y popular, hablo de la década del sesenta. En ese contexto, la figura de Negro es insoslayable: fue punta de lanza o —si se quiere— uno de los primeros en saber cantarle a esa ciudad que le tocó vivir. Detrás de su letrística llegaron Horacio Ferrer y Eladia Blázquez formando la tríada poética de la nueva canción porteña.

 

Tangos de la década del sesenta

En el año 1965 sale a la luz el disco “El Tango” de Jorge Luis Borges y Astor Piazzolla, y en 1966 el promotor artístico Ben Molar lanza “14 con el tango”. El primero, recrea la épica del cuchillo y del coraje, el segundo es el intento ¿y yerro? más intelectualizado del género con letras escritas por Sábato, Escardó, Nalé Roxlo, Marechal, Benarós, entre otros; eso sí, ninguno de los dos discos con los pies en el presente, un presente que pedía a gritos salir “del sentido conformista de la filosofía tanguera, pasatista, nostálgica hasta llegar a lo enfermizo, fundamentalmente quietista en su concepción de la vida, exaltando al elemento ‘lumpen’, a la aventura ‘cabaretera’, pero que ocultaron cuidadosamente la otra cara del asunto: la rebeldía, el sufrimiento del hombre del pueblo, las injusticias sociales, las lacras de una sociedad basada en injustas estructuras”, dirá Negro. Por lo dicho, vale la pena contextualizar: 29 de junio de 1966, Arturo IIlia es derrocado. Llega la basura del ‘onganiato’.

 

 

A un mes del golpe de Estado.

 

 

Primer zarpazo

Sin renegar ni perder la herencia de sus poetas amados —Celedonio Flores, Discépolo, Expósito, Manzi—, Negro supo tejer una voz propia, reconocible y contemporánea. En 1965 escribió la letra del tango Esta ciudad, con música de Osvaldo Avena, dos años más tarde será distinguida con el Primer Premio de Música Ciudadana en el Festival Odol de la Canción.

 

Ciudad

que se me va de las manos.

A mí

que la amasé en luz y barro.

Ciudad

abeja de hollín porfiado.

Neón

sobre el desvelo clavado.

 

Jaulón

de bache, pared y asfalto.

La grúa sobre la pena

y una garúa de antenas

desplumándome el gorrión (…)

 

A Héctor lo disfruté en sus años últimos, compartimos algunas sesiones en la Academia Porteña del Lunfardo, aprendí de sus clases en el Seminario para Formación de Letristas de la Academia Nacional del Tango donde compartimos concursos o aquella hermosa charla abierta en la ex ESMA que atrapó para siempre el fotógrafo Eduardo Fisicaro.

 

Festival de Tango en el ECuNHi, en la ex ESMA, 2014.

 

 

Recuerdo que en una de los encuentros llegó con unas hojas —escritas a máquina, pero fotocopiadas— regalándome su testimonio en torno a la creación de los tangos Viejo Tortoni con música de Eladia Blázquez y Bien de abajo con música de Arturo Penón, un tango potente que muestra su amor por el barrio y su gente, y que deja ver el sello, lo distintivo de su poética: la esperanza, siempre presente en sus letras. Hoy, siguiendo un poco su generosidad, quiero compartirlo con vos.

 

Así nació el tango Bien de abajo

“Corría el año 1967 y la orquesta de Osvaldo Pugliese estaba actuando ‘en vivo’ en una radio de la zona céntrica, en un auditorio con público, varias veces a la semana. Hasta allí me llegué, como en otras ocasiones, con la intención del placer de verlos y escucharlos y de paso hacerle llegar al maestro uno de mis tangos con la esperanza de que lo incluyera en su repertorio. No era el primero, ya que le había alcanzado algunos otros que don Osvaldo elogió por su factura poética, pero con la franqueza de decirme que no eran para su orquesta.

Esa noche fui más temprano y me acerqué hasta el piano donde el maestro garabateaba con sus dedos sobre el teclado y conversaba con Arturo Penón. Antes de que sacara mi letra me dijeron: ‘Mira pibe, nosotros andamos buscando un tango con una letra que tenga la fuerza y la hondura de Discépolo, pero que no sea desesperanzada ni resignada, sino rebelde… Un personaje que sea un hombre de abajo, luchador, nada aséptico, dicha en forma directa y sencilla, pero profunda. Cómo ves, casi nada, cuando tengas algo así, trae los versos que le ponemos música y lo estrenamos…’ Ahí pensé: ‘esta no la dejo escapar’ y les contesté: ‘Pero sí ya la tengo escrita, en la próxima actuación se las traigo. Tengo algo como lo que ustedes quieren’. Claro que no la tenía, pero me jugué. Entendí tan claro lo que querían que cuando me senté en el colectivo que me llevaba a mi casa empecé a escribirla. La seguí en mi casa, la terminé al otro día, la corregí, la copié y en el primer programa en que la orquesta se presentó en la radio se la llevé con una seguridad que me agradaba. La leyeron Pugliese y Penón, los dos querían hacerle la música. Al final Penón, más insistente se la llevó ante la resignación de Don Osvaldo, la musicalizó y a la semana siguiente después de mostrarle y pasarle el tango a Abel Córdoba le hizo el arreglo.

El estreno fue rápido, cumplieron con su palabra. Después la grabaron en el primer L.P. que hicieron y recorrieron muchos clubes y milongas con ese tema que supo entrar. Así nació el tango Bien de abajo, que estuvo años en el repertorio porque el público lo pedía. De una mentira media fanfarrona pero bien consustanciada de su contenido nacieron esos versos que tanto quiero.”

 

Yo soy bien de abajo y anduve a los tumbos

cuerpeando la mala y al fin le gané.

Me pesó en el lomo conservar el rumbo,

me costó mil golpes, pero no aflojé.

 

Peleé por la luz que quisieron robarme

y si perdí cosas, salvé lo mejor.

Hoy tengo el orgullo de no doblegarme,

de saber que nadie me vende un buzón.

 

Por eso mi tango nació retobado,

porque me he cansado

de tanto aguantar.

Cuando creo en alguien

me pongo a su lado.

y si estoy jugado

no me vuelvo atrás.

Y si es que mi vida

la vivo a los saltos,

tengo tanto asfalto

que caigo parao.

 

Soy sangre rebelde, muchacho de abajo,

yo creo en mis brazos, en lo que ellos dan.

Y del lado izquierdo me caigo a pedazos

cuando unos ojazos me miran de más.

 

Mi barrio y mi gente escuchan mi credo

que a los barquinazos aprendí a cantar

como un canto arisco donde el sol que muerdo

calienta mis labios para protestar.

 

 

La orquesta de Osvaldo, la voz de Abel Córdoba

 

Buscalo

Entre libros de poemas, canciones y ensayos, Negro tiene más de veinte títulos publicados. Si te da curiosidad, buscalos, todavía su encuentran: Bandoneón de papel (1957), El fuego lúcido (1961), Luz de todos (1965), Para cantarle a mi gente (1971), La ciudad invadida (1975), Testigos de la ciudad (1977), Ciudad de los flacos aires (1981), De tango, de fútbol, de lunfardo (1985), Cancionero: levántate y canta (1986), Tanguitos para decir, milongas para contar (1988), El Tango y sus poetas (1996), Milongas, valses y tangos de siempre (1996), Más tango, más fútbol, más lunfardo (1997), Y voy cantando al andar (1998), Tangos: Herencia y Desafíos (2001), Gorrión del mundo (2005), El lenguaje y la poesía del fútbol (2005), La verdad sobre El Pan Duro (2007), Cantaré hasta el fin (2009) y Ciudad desangelada (2014).

Para seguir celebrándolo te agrego estas tres bellezas en yunta con los compositores Osvaldo Avena, Carmen Guzmán y Raúl Garello. Y a no olvidar lo nuestro, che.

¡Hasta la Victrola Siempre!

 

 

Para cantarle a mi gente, por Mercedes Sosa

 

De Buenos Aires morena, por Carmen Guzmán

 

Tiempo de tranvías, por Rubén Juárez

 

 

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