BOLAZOS FACHOS

Federico Finchelstein traspone los métodos del fascismo a todo lo que pinte nacional y popular.

 

Catorce años antes de que Adolf Hitler fundara el partido nazi, Benito Mussolini sentaba los fundamentos, nominaba y hasta establecía el saludo ritual que haría estragos durante la primera mitad del siglo XX y cuyas secuelas se extienden hasta hoy. Espasmódica respuesta al crecimiento de las organizaciones de trabajadores en general, socialistas en particular y a la Revolución Rusa en especial, el fascismo aportó grupos de choque al poder económico real, proponiéndole una reversión de los postulados de la Revolución Francesa hacia los regímenes autocráticos correspondientes a la leyenda histórica de las respectivas nacionalidades, a través de una élite definida racialmente. De tal modo el fascismo logró imponerse montado en el delirio ario en la Alemania del Tercer Reich, el Imperio Romano en la Italia de Mussolini, la conjunción eclesiástica y militar en la España de Franco, en la reacción imperial japonesa, hasta llegar al “modo de vida occidental y cristiano” de Videla & Cia.

Fue, con sus variantes en tiempo y espacio, la manifestación de una crisis interna y al mismo tiempo exacerbación del modelo de acumulación capitalista, etapa superior, transnacional de la expropiación violenta de plusvalía y alienación de la masa trabajadora. En la Argentina la bandera del fascismo fue enarbolada por el poeta Leopoldo Lugones con un pastiche de clasicismo grecolatino, catolicismo y conquista de América por la “raza” española, sostenida en la punta de la espada del dictador José Félix Uriburu. Ante la ausencia de un imperio como el romano al cual retornar, fachos europeos, asiáticos y americanos optaron definir su identidad por lógica opositiva. Sin demasiada imaginación encontraron en el pueblo judío el enemigo perfecto y, para los espacios grises, todos aquellos anómalos en relación a la norma especular. Ya se sabe lo que sucedió, no habremos de abundar. Asimismo se conoce que tamañas perversiones continúan ocurriendo hasta la actualidad, en forma parcial, focalizada, de baja o mediana intensidad, aunque igualmente atroces. La última dictadura eclesiástico- cívico- militar da cuenta de ello y las svásticas que los torturadores pintaban en los muros de los centros clandestinos tampoco fueron su único exponente.

 

El autor, Federico Finchelstein.

 

A estas formaciones contemporáneas, sin hacer mención de la dictadura 1976-1983, el historiador afincado hace tres lustros en los Estados Unidos Federico Finchelstein (Buenos Aires, 1975), las denomina post-fascistas, tomando como paradigma las gestiones de Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil, Nerendra Modi en la India, Viktor Orban en Hungría, junto al accionar de Vox en España y Matteo Salvini en Italia. Caracterización que privilegia lo ideológico sobre lo económico-político, asienta una teoría del poder proveniente de “la impugnación de la realidad, la defensa del mito, la rabia y la paranoia y la promoción de la mentira”. Esta última constituye el eje en derredor del cual gira la Breve historia de la mentira fascista, ensayo impecablemente traducido del inglés por Alan Pauls, que en ciento cuarenta páginas plantea la riesgosa irrupción “de un nuevo capítulo en la historia del fascismo y el populismo, dos ideologías políticas que ahora comparten un objetivo: fomentar la xenofobia sin evitar la violencia política”.

Probablemente sin atención a los aportes de sus coterráneos Ernesto Lacleau o María Esperanza Casullo, el autor sitúa al populismo como “una concepción autoritaria de la democracia que a partir de 1945 reelaboró el legado del fascismo para recombinarlo con distintos procedimientos democráticos (…) una forma de post-fascismo que reformula el fascismo en función de una era democrática. En otras palabras, el populismo es el fascismo adaptado a la democracia”. Sin requerir de semejante voltereta ni de meter en la misma bolsa fachos y movimientos populares, en su momento Umberto Eco desplumó el tema en forma más concisa y desprejuiciada, como todo aquel que lo ha vivido en carne propia y recién después, teoriza.

La investigación de Finchelstein ejemplifica a lo largo de todo el texto sobre la línea Mussolini-Hitler-Franco-Trump-Bolsonaro; el antisemitismo, el negacionismo del Holocausto y del actual (no) combate contra la pandemia del coronavirus. Marca el imperativo ideológico funcional a la simbiosis entre pueblo, nación y la síntesis de ambos en la figura del líder en el que se delega la representación mediante una dictadura. En su concepto del procedimiento populista, “las elecciones son importantes —afirma— porque confirman la verdad de la supremacía divina del líder, y difundir mentiras sobre ellas es parte crucial del trabajo de mantener la idea de líder en su lugar en la historia”. Sea lo que fuere lo que esto quiera decir, a continuación, al final del libro, en el epílogo, aparece Juan Domingo Perón, “al mismo tiempo un representante electo y un conductor cuasi trascendental”, constatado en un un par de fragmentos de discursos que le calzan perfecto al postulado, cuyo colofón es que “los nuevos populismo de la derecha contemporánea están más cerca del sueño fascista de la destrucción de la historia y su reemplazo por el mito del líder infalible”. Licuados los personajes, Finchelstein rebobina y ancla a Bolsonaro “en el borde entre una dictadura fascista y una forma democrática de populismo”, para aclarar: “Cuando quiere celebrar la dictadura y lavar el pasado nazi, se parece muy poco a populistas clásicos como Perón y mucho más a Hitler y Mussolini”.

 

 

Analogías que el autor torna plausibles al lubricar el recorte ideológico y, dentro de éste, convertir la noción de mentira en variable sociológica. Categoría coloquial promovida de rango, disimula el procedimiento propio de la creencia, que ha sido desculada por las ciencias sociales. Instancia tanto prelógica como prereligiosa, la creencia describe el mecanismo subjetivo que repudia un aspecto del principio de realidad al suplantarlo por una formación del pensamiento mágico. El ejemplo clásico es el rechazo a la idea de la muerte y su reemplazo por la idea de resurrección y del más allá. En su despliegue, el autor recurre a una lectura propia del concepto de inconsciente según una versión adjudicada al psicoanálisis. Sin embargo, en el desarrollo propuesto en esta Breve historia..., Finchelstein alude a un inconsciente reservorio de contenidos, más acorde al Dasein heideggeriano y al inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung. Complicaciones que exceden los propósitos de esta reseña y de los que solo basta recalcar la paradoja de que se trata de dos autores a los que se relaciona como funcionales (el primero en forma directa, el segundo de manera indirecta) con el nacionalsocialismo.

De todas maneras, el desarrollo de la construcción de la mentira fascista, aún superponiendo tiempos, contextos y personajes, interesa por su recorrido, siempre y cuando se asuma la línea fenomenológica que instala la descripción en el lugar de la interpretación, obvia la economía interna de los modos de producción ideológica y se despreocupa de la distinción entre lo cultural-histórico, lo social y lo individual subjetivo. Comprende, sí, los aspectos manifiestos: de los sistemas de creencias inasibles, de orden mítico, imaginario (el Imperio Romano según el Duce, la transposición de lo cultural ario al racismo en los nazis, etc.) a las falacias de la propaganda y, en la actualidad, del marketing político, entreverados sin distinción. Abocado a su público en las universidades norteamericanas, Federico Finchelstein soslaya las diferencias al concluir: “La mistificación trumpista tiene una historia que incluye los lideres fascistas como Franco y Hitler y populistas como Juan Perón en la Argentina y Getulio Vargas en Brasil en el período de la temprana posguerra y, más recientemente, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela entre los segundos. En su carácter de populismo moderno en el poder, el trumpismo representa una forma extrema de post-fascismo, una democracia totalitaria antiliberal, a menudo anticonstitucional, con una lógica política propia. Se trata de una formación política con un concepto mítico de la verdad. Igual que los fascistas, los populistas sustituyen la verdad histórica por falsas ideas sobre un pasado glorioso que sus líderes prometen revivir. Este es el contexto necesario para entender el vacío histórico de una expresión como ‘Hagamos que (Norte) América vuelva a ser grande’. El líder devuelve a la vida un pasado que nunca existió. Esto era lo que estaba en el centro de la fabricación fascista de la verdad. Y es también una fuerza crucial del populismo de derecha moderno”.

En tiempos de vacunas que envenenan, hisopos con isótopos, mapuches guerrilleros feroces, fideicomisos miopes, lógicas políticas que no se alcanzan a develar y vacíos históricos pletóricos de acontecimientos, distinguir mistificaciones de ramplonas canalladas, burda propaganda y apresurados oportunismos, no deja de ser un desafío para ejercitar el espíritu crítico.

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Breve historia de la mentira fascista

Federico Finchelstein

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2021

142 páginas

 

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