Bosquejo de un mundo en problemas

Inseguridad internacional, guerra por delegación y deterioro de la globalización

 

Como probablemente se recordará, en abril de 1961 se produjo una invasión a Cuba de tropas paramilitares de cubanos exiliados apoyados por Estados Unidos, que tenían la intención de derrocar a Fidel Castro. Las fuerzas armadas revolucionarias no perdieron tiempo y derrotaron, en tan solo tres días, a los anticastristas. Como consecuencia, el gobierno cubano dio lugar a la instalación de misiles rusos de alcance medio con ojivas nucleares, que constituían un grave peligro para Washington. La respuesta del entonces Presidente John F. Kennedy, cuando se corroboró la existencia de armamento atómico en la isla, fue durísima. Comenzó entonces un crucial tire y afloje entre Kennedy y Nikita Krushev, en ese entonces mandamás de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Finalmente, en octubre de 1962, Kennedy consiguió la aceptación de Moscú de retirar aquellas ojivas.

Esto viene a cuento porque la actual guerra entre Rusia y Ucrania –con intenso y amplio apoyo a esta última de Estados Unidos y los restantes países que integran la Organización del Atlántico Norte (OTAN)– ha generado una situación tan peligrosa e intensa como la ocurrida hace ya 60 años. La crisis de los misiles se resolvió, finalmente, sin llegar a mayores pues la posibilidad de una mutua destrucción asegurada entre ambas grandes potencias mantenía estable al mundo bipolar de aquel entonces. Ciertamente estallaban guerras como las de Corea y Vietnam, pero estas quedaban colocadas en otra dimensión.

Las circunstancias actuales son parecidas a la anterior: hay también una situación bélica que enfrenta nuevamente a Estados Unidos (más el resto de la OTAN) con Rusia. Y han aparecido, asimismo, otros problemas no menores. Pero antes de pasar a este asunto conviene repasar un poco la historia reciente.

En 1988 Rusia se incorporó al Grupo de los 7, integrado por Alemania Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido. Y las relaciones entre Washington y Pekín no solamente eran cordiales sino que además mantenían un intercambio comercial mutuamente conveniente. Hubo un breve período en el que Washington, Pekín y Moscú convivieron adecuadamente: breve milagro de la globalización. Pero este pequeño paraíso que casi de repente se instaló en el mundo lamentablemente duró poco. En 2014 estalló un conflicto entre Ucrania y Rusia, lo que llevó a ésta salir del G7 pues no pocos integrantes de ese grupo apoyaron a Kiev en la contienda. Y en 2018, el entonces Presidente Donald Trump puso en marcha una política comercial desfavorable para China, lo que deterioró las otrora buenas relaciones entre ambos países, al imponer aranceles altísimos a los productos chinos. Este fue un durísimo golpe contra las pretensiones de una economía global.

 

El cambio de la situación

Hoy en día la economía mundial globalizada, que había venido operando sobre la primacía de la financiarización, del fundamentalismo de mercado, de amplios acuerdos internacionales de libre comercio y del multilateralismo, entre otros campos relevantes, se encuentra deteriorada. Su dinamismo inicial ha desaparecido. Y la compleja interdependencia establecida entre los países que la propiciaban –inequitativa para los menos poderosos– ha menguado considerablemente. Téngase en cuenta, por ejemplo, que el impulso globalizador instalado en China terminó en fiasco. Empresas como Amazon, Apple, Coca Cola, General Motors, Microsoft y Nike, entre otras, se retiraron total o parcialmente del país. Este ha sido también un ejemplo de la disfunción de la globalización.

Por otra parte, la situación internacional fue cambiando negativamente. La mutua destrucción asegurada se mantiene incólume aún hoy, merced a los amplios arsenales nucleares de Estados Unidos, Rusia y, en menor medida de China. Pero la convivencia que existía entre Rusia y Estados Unidos, y entre China y Estados Unidos, se ha quebrado. Rusia y China, empero, han sellado una mutua asociación. Y como bien se sabe, el mundo asiste en este momento a una guerra convencional que asombra por la densidad de sus participantes.

La guerra ruso-prusiana ha venido a incidir negativamente sobre los asuntos globales. Este evento bélico inesperado e inquietante no es fácil de comprender. Los medios occidentales repican y repican sobre la actitud rusa, a quien hacen responsable del conflicto. Pero bien miradas las cosas aparecen otra realidad y otro enfoque.

Es cierto que fue Rusia quien comenzó la guerra contra Ucrania. Pero previamente fue asediada y provocada por Estados Unidos y sus socios de la OTAN. Esto último ha sido sistemáticamente omitido tanto por la mayoría de los medios occidentales como por Joseph Biden y los jefes de Estado europeos. Desde el comienzo de su gestión, en enero de 2021, el Presidente norteamericano envió aviones y barcos de guerra a volar y navegar sobre y en el Mar Negro, que –dicho sea de paso– está a miles de kilómetros de Washington. Llegó incluso a desarrollar una muy amplia ejercitación militar en el antedicho mar –es decir, en las narices de Rusia–en la que participaron nada menos que 32 países. De ellos, la mitad eran integrantes de la OTAN. Estas amplísimas maniobras fueron denominadas Sea Breeze –Brisa Marina– como si fueran un paseo por alguna playa. Se realizaron en julio del antedicho año. Con anterioridad, en marzo, se habían operado ejercitaciones aéreas simultáneas sobre los mares Báltico y Negro. Y, en mayo, también en el Báltico, otro ejercicio aeronaval denominado Defender 2021 Europa. Desde luego estas dos últimas bajo el patrocinio de aquella organización, a la que su referencia al Atlántico Norte le ha quedado ya poco pertinente.

Rusia reclamó y protestó ante el asedio, pero no recibió explicaciones. Llegó a haber, en enero de 2022, conversaciones entre los respectivos cancilleres y Presidentes rusos y norteamericanos, sin que se alcanzaran acuerdos. Fue el final. Moscú inició la guerra. Pero quien generó la situación bélica fue Estados Unidos. ¿Por qué Moscú avanzó sobre Ucrania? Muy probablemente porque era un país no incorporado a la OTAN, lo que evitaba un conflicto directo con aquella. Quedó así instalada una rara guerra por delegación: la OTAN respalda a Kiev, a quien provee sistemática y abundantemente material bélico y además entrenamiento a sus militares y soldados. Pero no participa directamente en la contienda.

La seguridad internacional, por otra parte, ha sufrido un vuelco fenomenal: más bien podría caracterizársela como lo contrario: da toda la impresión de que ha mutado hacia la inseguridad internacional.

 

Final sine ira et studio

Se atribuye al historiador y político romano Publio Cornelio Tácito, que vivió entre los años 55 y 120 (d.C.) la ambigua y corta sentencia que va en el subtítulo, que ha generado comprensiones diversas. Aquí se le da el siguiente sentido: sin enojo y con la intención de comprender.

El desaguisado que atraviesa el mundo hoy depende de muy diversas circunstancias. Entre otras hay dos que serán destacadas en lo que sigue. Por un lado, el deterioro de la globalización ha generado negativos problemas de diverso tipo, entre otros de índole económica y social. De lo primero –la economía– se ha mencionado ya algo más arriba. Lo segundo se refleja en diversos planos: el desempleo, el deterioro de la educación y del cuidado de la salud, las migraciones locales y también las internacionales de personas que tratan de encontrar un nuevo modo más digno de vivir, entre otros asuntos.

Por otra parte, hay también un componente que ha incidido negativamente en el plano de las relaciones internacionales: el poco comprensible comportamiento de los Estados Unidos. Donald Trump inició una dura disputa comercial con China, como se ha visto más arriba. Y una cosa similar pero más grave sucedió con Biden, que operó de manera directa sobre la guerra entre Rusia y Ucrania. Vale decir que ambos Presidentes norteamericanos alimentaron una confrontación en distintos planos, con uno y otro país.

Ni Trump ni Biden lograron algo sustancial hasta el día de hoy. Lo que sí consiguieron, paradojalmente, fue que Pekín y Moscú entablaran una entente de la que ya están sacando provecho.

 

 

 

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