CABALLEROS HÚNGAROS Y ROBOTS

La ética de la unidad, condición necesaria para los desafíos del cambio tecnológico

 

El torbellino económico del presente y su previsible trayectoria hacia uno de mayor magnitud en el porvenir mediato, dan indicios de una crisis política de igual tenor, signada por el hecho de que los que quieren con mayor o menor claridad otra cosa, dispersos aguardan al tiempo y los que no quieren ni saben hacer otra cosa están a cargo del gobierno. En la edición del Cohete del domingo 20 de agosto de 2018, el Grupo Convergencia XXI llamaba a lograr “Una Ética de la Unidad” y traía a colación el accionar de la Multipartidaria Nacional, agrupación conformada en los estertores del Proceso por el Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Intransigente y el Partido Demócrata Cristiano, que ante el naufragio de la dictadura en diciembre de 1981 emitió el documento: Antes de que sea tarde. Fue tarde.

En aquella época la desorientación política malogró la experiencia multipartidaria que prometía. Nada resultó gratis. Entre los grandes huecos que dejó esa falta de miras sobre la unidad, fue por donde se filtró la reacción para hacerle morder el polvo al movimiento nacional desde 1983 hasta 2001. En razón de ello Convergencia XXI sugiere aprender del pasado para superar sus errores y cortedades a fin de “construir una nueva esperanza antes de que sea tarde […] Tal empresa debería comenzar por poner en el centro del empeño político a una ética de la unidad. Mucho más profunda y menos fugaz que aquel acento unitario que se insinuó en la Multipartidaria”.

La indefinición actual que talla en el horizonte político invita a no perder de vista ni por un momento el importante criterio, a sabiendas de que para resolver la crisis en términos de los intereses bien entendidos del movimiento nacional, la reclamada ética de la unidad es la condición necesaria pero no suficiente. Saber en tiempo y forma cómo poner en caja al juguete rabioso es lo que le da sustancia a la unidad. Pero, ¿a qué atenerse si el criterio de la ética de la unidad no se impone como eje del comportamiento político del movimiento nacional?

Por caso, y tomando como ejemplo el sector automotor, que mueve buena parte del índice de producción industrial manufacturero (IPI manufacturero). Hasta hace un tiempo los desaguisados políticos tenían margen para arreglar la crisis porque en el caso citado la evolución tecnológica era vegetativa y marginal. Ahora, en cambio, de acá a cinco a seis años con los autos eléctricos, los vehículos autónomos y demás yerbas, ¿qué forma tomará el sector? Sea la que fuere parece que muy lejos de la actual. ¿Cómo metabolizar la transformación sin un mercado interno potente que la haga posible? La amenaza de quedar desenganchados del curso general de la acumulación a escala mundial tiene en la ética de la unidad nacional su principal disuasor, pues ésta supone como razón de ser el fortalecimiento del mercado interno.

Si la unidad no se da, entre las muchas gallaretas posibles que salgan en lugar del improbable pato, cierto episodio histórico relatado por Antonio Gramsci, centrado en 45 caballeros húngaros, perfila una. Esa referencia remota dispara, desde determinadas circunstancias perennes de la superestructura, una serie de observaciones con referencia a los grandes cambios en la matriz productiva –como las apuntados sobre el sector automotor— que desde hace unos cuantos años se están produciendo a ritmo vertiginoso con los robots; los que también incumben a la Inteligencia Artificial.

 

Magiares

La reflexión de Antonio Gramsci estriba sobre un episodio de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), finalizada parcialmente con la firma de la Paz de Westfalia (1648); tratado que formalizó lo que de ahí en más se conoce como Estado nacional, según opinión especializada mayoritaria. Relata Gramsci que “45 caballeros húngaros se establecieron en Flandes y puesto que la población había sido desarmada y desmoralizada por la larga guerra, consiguieron tiranizar al país por otros seis meses”. Ese golpe de furca lleva al sardo a observar que “en realidad en muchas ocasiones es posible que surjan ‘45 caballeros húngaros’ allí donde no exista un sistema de protección de la población inerme, dispersa, constreñida al trabajo para vivir y, por consiguiente, impedida en todo momento de rechazar los asaltos, las incursiones, las depredaciones, y los golpes de mano ejecutados con un cierto espíritu de sistema y un mínimo de previsión ‘estratégica’”. Gramsci infiere al respecto que “a casi todos les parece imposible que una situación como esta de los ‘45 caballeros húngaros’ pueda verificarse nunca: esta es una ‘incredulidad’ en la que debe verse un documento de inocencia política”. Por lo que el pensador italiano previene que “no se entiende que, en toda situación política, la parte activa es siempre una minoría, y que si ésta cuando la siguen las multitudes no organiza establemente esa influencia, y se dispersa en cualquier situación propicia la minoría adversaria, todo el aparato se deshace y se forma uno nuevo, en el cual las viejas multitudes no cuentan para nada y ya no pueden moverse ni obrar”.

Lindo potencial regalo, entre otros de igual calaña, puede deparar la falta de voluntad política para dar curso a la unidad nacional. Lo que relata Gramsci de las Guerra de los Treinta Años y que puede acontecer aquí y ahora en la superestructura, al menos contaba a favor durante la peripecia de los húngaros y el pueblo de Flandes que estaban en una época del planeta donde el producto per capita apenas crecía entre siglos. De manera que pasada la crisis política, todo volvía a la normalidad de la existencia corta, brutal y alocada, reflejo del casi nulo avance tecnológico.

 

Noticias del enganche

En los tiempos que corren, advertir que la amenaza más seria es el desenganche, comporta estar conteste de que si se sigue estropeando el mercado interno –base material de la democracia— va a llegar un punto que en que acoplarse al ritmo del avance mundial puede llegar a ser imposible. Incluso en la agricultura. John Seabrook en un artículo a publicar en la revista The New Yorker (15/04/2019) bajo el título Machine Hands (Manos de Máquinas) contempla que “es posible que esta segunda ola de mecanización basada en la inteligencia artificial automatice el trabajo del agricultor mucho antes de eliminar la necesidad de contratar mano de obra. En las granjas del interior que visité, el trabajo de la agricultura basado en el conocimiento, cuándo plantar, regar, fertilizar y cosechar, se había automatizado, pero no el trabajo duro. En el estado actual del trabajo agrícola, podemos ver, tal vez, las condiciones que enfrentarán otras industrias cuando su fuerza de trabajo se automatice: los trabajos manuales más duros serían los últimos trabajos en ser abandonados. Los robots deben ser demasiado inteligentes para hacerlos”. Están en eso.

 

 

Ante estos hechos, no son pocos los que se inquietan y se interrogan e interrogan acerca de si en la Argentina de hoy en día, con el desempleo creciente y un notable bajón en la magnitud del mercado interno, no sería temerario apostar por el cambio tecnológico basado en los robots. Están enfrascados en la búsqueda de técnicas alternativas del tipo mano de obra intensivas. El lema que resume esas ansiedades es que la gente tenga trabajo. Obvian que desde que nuestros antepasados se pararon sobre sus dos piernas y comenzaron a crear cultura, el progreso fue siempre en dirección a ahorrar trabajo humano. Si en la economía capitalista ahorrar trabajo –incluso costo del trabajo— se traduce en desempleo, es una contradicción que constituye un problema aparte del impulso al cambio tecnológico. Dicha contradicción se resuelve en el ámbito de la demanda efectiva, sosteniéndola con la redistribución del ingreso vía impuestos. La demanda efectiva creciente sostenida con política fiscal es la base para que los robots generen muchos más empleos de los que destruyen. La pólvora hace tiempo que fue inventada.

En la economía más automatizada del planeta, la de los Estados Unidos, esto también es así. Por supuesto a los economistas ofertistas neoclásicos, a los que el espectro de Keynes les sigue generando urticarias, se les ha dado por culpar a los robots de la falta de empleo (curiosamente actualmente están al tope en ese indicador) y del estancamiento de los salarios. Daron Acemoglu del MIT y Pascual Restrepo de la Universidad de Boston, dos de estos economistas ofertistas neoclásicos, han escrito tres recientes papers en los que argumentan en ese sentido. Desde la década de 1980, la automatización ha redundado en la desigualdad al frenar los salarios por el impacto que tuvo en la productividad, dicen en esencia. Lógico para economistas que asumen que es la productividad (la rentabilidad de cada trabajador) la que determina el nivel de salarios. Pero insólito para los que anclados en la tradición clásica del pensamiento económico, asumen que los salarios son un precio político cuyo nivel lo establece la lucha de clases en el ámbito nacional. En lo que Acemoglu y Restrepo tienen razón es en señalar que el envejecimiento poblacional preanuncia un aumento más acelerado de la automatización.

 

Riqueza producida

Las técnicas basadas en los robots –capital intensivas— en tanto aumenten las razones producto / trabajo y producto / capital, son socialmente superiores porque al mismo tiempo ahorran mano de obra como aumentan la producción social y la rentabilidad privada. Además, si las técnicas usadoras de capital, a un cierto nivel de los salarios –notablemente más altos que los actuales—, pueden disminuir la rentabilidad privada, aún así son preferibles porque aumentan la producción. Gracias a que el capital es móvil a escala internacional es que se puede apostar a esa salida para la Argentina. Es de tener presente que el economista Albert Hirschman puntualizó que la parvedad de capital raramente ha impedido la realización de proyectos rentables en sí mismos. Entiende que en el sistema capitalista no se trata de economizar factores sino de incitar al empresario a emplearlos mediante el sostenimiento de la demanda. Negociar con el capital multinacional algunos tramos decisivos de la sustitución de importaciones tiene la ventaja de que son inversiones mercado en mano.

Con relación a las propuestas de uso de técnicas mano de obra-intensivas, se debería considerar que de fondo está tallando el supuesto de que las mismas —de existir, sobre lo cual dudamos— aumentan la productividad del trabajo y disminuyen la del capital, mientras el costo social del trabajo es en rigor nulo. La técnica más intensiva en trabajo va a funcionar mejor únicamente en los casos en que el incremento del producto supera al incremento del consumo, tanto a corto como a largo plazo. Estas son condiciones de libro de texto pero no de la realidad, entre otras cosas porque el mantenimiento de los seres humanos desempleados —formal o informalmente— está a cargo de la comunidad y no es nulo. Pero aún si estas condiciones existieran, las técnicas ahorradoras de capital (forma alterna de motejar a las de mano de obra intensiva) de todas formas no son aceptables porque implican el mantenimiento de los salarios en los bajos niveles en que se encontraban, o tal vez un poco menores aún, lo que conlleva reproducción sin crecimiento y pasto para la inestabilidad política endémica.

Lo urgente del desempleo y la pobreza no debe sesgar la apuesta hacia la tecnología más moderna, pues no es una cuestión que se plantee en términos de tiempo; sino que es en términos de la riqueza producida. Maximizar el producto y mejorar la distribución es una y la misma cosa para recorrer el camino hacia el mayor bienestar material. Es eso y solo eso lo que tiene capacidad para reducir la distancia que nos separa de los países desarrollados y lo que le va a ir dando espacio al instrumento político que emane de la ética de la unidad nacional. Sin eso no se ve cómo sería posible revertir la crisis. El trabajo que tiene por delante la conciencia política es grande y difícil, porque hasta el momento la sociedad argentina se está comportando frente a los desmanes del gatomacrismo como resignada a que la anemia de la crisis siga mientras el cuerpo aguante.

 

 

 

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