CABLE A TIERRA

La ganancia como remuneración del capital, asunto esquivo a la teoría dominante

 

Tras el freno que la cuarentena global le impuso al movimiento migratorio y de capitales en el planeta, luce poco probable que tras la recuperación de la normalidad —cuando se dé—, al menos a corto y mediano plazo el primer flujo mejore en algo de lo golpeado que venía, dado que el desempleo creciente se propagó como un reguero y eso predispone a profundizar la represión. El segundo flujo presenta una perspectiva con bastantes más aristas para considerar, en tanto condición necesaria de la recuperación del nivel de actividad económica, que incluso puede cambiar a favor la suerte del primero, pese a la perspectiva nada alentadora. Ambos flujos innatos de la irrefrenable vocación universal del capitalismo, tienen en el movimiento bursátil, uno de esos aspectos que conecta a los muy concretos seres humanos –crease o no, los inmigrantes son seres humanos— con la manifestación de la riqueza cada vez más abstracta que es el capital.

El hecho es que la recuperación muy fuerte en el valor de las acciones que cotizan en la principal bolsa del mundo –la de Nueva York—, cuando las noticias indicaban que por la pandemia murieron más norteamericanos en unas semanas que durante una década de combates en Vietnam y el desempleo batía todas las marcas conocidas, dejó otra vez al descubierto el mero papel ideológico del análisis económico neoclásico, el que ocupa casi todo el tiempo en el firmamento mediático y reina casi con exclusividad en las universidades. Es que en vez de explicar el fenómeno, el análisis neoclásico se limita a categorizarlo como una anomalía, casi un vicio del sistema en el que no hay mucho que valga la pena tener en cuenta.

En su columna habitual del New York Times (30/04/2020), el Premio Nobel Paul Krugman recomienda que siempre que se consideren “las implicaciones económicas de los precios de las acciones, deben recordarse tres reglas. Primero, el mercado de valores no es la economía. En segundo lugar, el mercado de valores no es la economía. Tercero, el mercado de valores no es la economía”. Eso porque “la relación entre el rendimiento de las acciones, en gran medida impulsada por la oscilación entre la codicia y el miedo, y el crecimiento económico real siempre ha sido entre flojo e inexistente. En la década de 1960, el gran economista Paul Samuelson bromeó que el mercado había predicho nueve de las últimas cinco recesiones”. Krugman entiende que las acciones están en alza porque con la tasa de interés en cero, los bonos (renta fija) no rinden nada y no hay nada mejor que hacer.

La afirmación de Samuelson la respalda Krugman citando una nota de Steve Liesman, del sitio de finanzas y negocios CNBC (02/04/2016). Para comprobar si la observación de Samuelson (hecha en 1966) era y seguía siendo acertada en 2016, CNBC recurrió a los servicios de una consultora para analizar todos los mercados bajistas de la era de la posguerra, en los cuales las acciones cayeron un 20%, se mantuvieron bajas durante más de un mes y donde no hubo una recuperación del 20%. Lo encontrado por el estudio indica para Liesman que “la broma de Samuelson fue acertada. Ha habido 13 mercados bajistas en la era de la posguerra. Estos 13 mercados bajistas han llevado a recesiones siete veces en aproximadamente 12 meses. Entonces, en lugar del 9 de 5 de Samuelson (piense en ello como acertar el 55 %), en realidad es 13 de 7 (53%). Bastante impresionante para una broma”. No obstante, lo que quita sustento al estudio es que no descontaron la reacción de las autoridades que viéndose venir una recesión tal como lo anunciaba el recinto bursátil, actuaron en consecuencia para frenar y revertir la mala hora. Sin ese dato, el análisis es una coartada para tornar necesario lo que se quiere demostrar.

 

 

 

Ganancia cero

Pero no se trata de un descuido metodológico serio, sino de algo fundamental: la economía neoclásica no concibe la ganancia en equilibrio, considera que es cero. Para un discurso que hace de la búsqueda de la ganancia el rasgo atávico clave que explica porqué bailan el mono y la mona, tan escandaloso extremo es tan ridículo como desapercibido por el debate público.

 

 

 

 

Equilibrio es una noción teórica que indica que no hay más movimiento desde, por ejemplo, fabricar salchichas hacia la manufactura de tablas de surf porque se asignaron los factores de la producción en todos los mercados de tal suerte que nadie gana ni pierde nada yendo de una actividad a otra (o sea: se está en pleno empleo, creciendo a lo más que se puede). La ganancia no es cero en el trayecto de un mercado a otro, pero el detalle es que si en un mercado se está ganando en otro se está perdiendo. En cambio, si el mundo funciona como lo concibieron los economistas clásicos, siempre en el plano teórico, en equilibrio las ganancias existen y como se igualan entre sectores cesan los movimientos, y no hay necesidad de que si uno gana el otro pierda simétricamente. Si así suceden las cosas, ¿dónde va a parar la tijera neoclásica de la oferta y la demanda como explicación de los precios? Hacia la nada misma.

¿Y por qué esa renuencia a vociferar y militar en pos de la ganancia y negarla como explicación del mundo? Porque entonces deberían explicar de dónde sale la ganancia; demasiado para un análisis estructurado para ser la apología de un mundo donde se pretende saber qué es más, qué es menos, a partir de los deseos de los individuos por los productos que demandan, donde todos y cada uno pueden ganar sin que nadie pierda. He ahí el verdadero malestar analítico que les genera el recinto bursátil, un lugar en que en todo momento se juega la ganancia. Por el contrario, Keynes entendía perfectamente que la ganancia no podía negarse como explicación en equilibrio del sistema. La llamó eficiencia marginal del capital y en la Teoría General le dedicó un capitulo —el 12— a las motivaciones de la bolsa; aunque aclara que con un menor nivel de abstracción que el resto del libro. “Espero ver al Estado, que está en situación de poder calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital a largo plazo sobre la base de la conveniencia social general, asumir una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones”, afirma.

Los paquetes puestos en marcha por la pandemia estarían indicando la recuperación de la identidad keynesiana que la economía capitalista extravió tras la crisis del petróleo. El alza de Wall Street así se explicaría. En palabras de Peter Orszag, ex jefe de presupuesto de la administración de Obama y actual mandamás de asesoría financiera de Lazard (entre otros clientes: el gobierno argentino para la reestructuración de la deuda externa), "el resultado será un capitalismo que sería familiar para los estadounidenses en la década de 1950, con normas que equilibren los intereses de los accionistas con preocupaciones sociales más amplias y un estado regulador más intervencionista" (Bloomberg, 04/05/2020).

 

 

 

El cable

Para la tradición clásica la ganancia sale de la espalda de los trabajadores. Piero Sraffa, a partir de un modelo simple que fundamenta los precios (por qué dos sillas se cambian por un sombrero), probó que la ganancia reparte el excedente que queda una vez descontado del producto el costo de los salarios. Entonces, ¿cómo se fijan los salarios? Ahí hay un silencio de Sraffa que da lugar a cierta confusión, pero Arghiri Emmanuel demostró que el salario es un precio extra económico, anterior, político, que una vez establecido genera todo el sistema de precios. En el mundo tal cual es, los salarios se fijan a escala nacional según la ganancia a escala mundial (el capital busca en el planeta dónde rinde más). Cuando una nación fija en baja sus salarios respecto de otra en el comercio exterior, entrega excedente gratuito por medio del intercambio desigual.

El salario es el cable a tierra del recinto bursátil. Papeles que van y vienen, aumentando la cotización sin que haya cambiado la riqueza real (los bienes en los cuales se sustenta). En medio de ese intercambio de cifras alucinantes, el nivel del salario permite saber cuánto es mucho y cuánto es poco. Ese es el parámetro, pues expresa la reproducción de la vida. También es el dato real que conecta con la inmigración. Sucede que el cierre de fronteras dejó más claro de lo que estaba el profundo cinismo que campea en el discurso anti-inmigración. Hay cosechas que no se van a levantar, abejas que no podrán polinizar, producciones estacionales que van a pasar de largo. Mantener barato el precio de esos trabajos es lo que en verdad se esconde en los ropajes de la coartada anti-inmigración. El discurso xenófobo acude a exacerbar la mala conciencia política, a fin de no pagar el costo de verse beneficiado cuando toda la sociedad se ve perjudicada y por su alienación está lejos de entenderlo así.

Si uno se deja encandilar por las noticias cotidianas sobre inmigración de antes de la cuarentena, y tras lamentar los africanos ahogados en el Mediterráneo, la impresión es que los bárbaros están a las puertas de Roma.La realidad da cuenta de un flujo muy módico de seres humanos con el coraje de enfrentar a los lobos, cuyo único deseo es tener un trabajo para vivir y educar a sus familias. El mundo crece a razón de 76 millones de personas por año, las que engrosan una población que ya anda por los 7.600 millones de seres humanos. Según las distintas fuentes de un indicador difícil de calcular por la oscuridad al que lo someten las prohibiciones y la necesidad de sortearlas, el promedio anual colectivo emigrante global es de 3 millones. Un tercio de ese total es interoceánico. Dos tercios son limítrofes. De acuerdo a la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) hay actualmente un stock de 258 millones de inmigrantes en el planeta –había 173 millones en 2000—, lo que significa 3,4% de la población mundial o uno de cada treinta habitantes del globo.

De hecho, la pandemia le suma argumentos a la xenofobia global reinante. La orden ejecutiva de Trump del 22/04/2020, prohibiendo provisoriamente legalizar más residencias en el país en nombre de ayudar a combatir la Covid-19, es un botón de muestra. La revista digital bostoniana Undark, centrada en la sociología de la ciencia, publicó un artículo (22/04/2020) destinado a deshacer el mito del migrante que propaga la enfermedad. Allí se puntualiza que “la ciencia […] siempre ha sugerido lo contrario. Aunque ha habido casos históricos de transmisión de enfermedades relacionadas con la inmigración, como cuando los colonizadores europeos importaron enfermedades como la fiebre amarilla y la viruela que infectaron a los nativos americanos, los estudios que se remontan a décadas no han encontrado ningún vínculo entre la migración moderna y la importación de enfermedades infecciosas a las poblaciones huéspedes”. El artículo cita 96 estudios en los que participaron más de 15 millones de migrantes internacionales: si bien enfermedades como la hepatitis, el VIH y la tuberculosis son más frecuentes entre los migrantes, la infección tiende a estar contenida dentro de las comunidades de migrantes, en lugar de propagarse a la población general. A principios del año pasado, la Organización Mundial de la Salud destacó "un riesgo muy bajo de transmisión de enfermedades desde la población de refugiados y migrantes hacia la población de acogida".

Los 3 millones de migrantes o refugiados son nada frente a los 1.400 millones de personas que por viajes de negocios y placer se movieron en 2018, conforme los últimos datos disponibles de la Organización Mundial del Turismo. Esa enorme diferencia entre uno y otro flujo, objetivamente hace más probable que las enfermedades se propaguen a través de los viajes que de los inmigrantes. Ahora bien, el que quisiera aminorar el turismo o poner palos en la rueda de los viajes de negocios sería sin más reputado de orate. Por contraste, a pesar de que los análisis relacionados muestran lo beneficioso para un país que es la inmigración (una porción de los argentinos suele olvidar su historia), sin virus siempre se le encuentra la vuelta para enunciar la desconfianza y proceder al solo efecto. El virus vuelve más respetable aún la campante irracionalidad, máxime cuando el saldo en términos de desempleo de la pandemia es muy considerable, y el prejuicio impide tomar conciencia de que el trabajo falta cuando falta demanda, porque gente no sobra nunca.

En su ensayo sobre Desigualdad mundial,  Branco Milanovic historia que en 1820 “sólo el 20% de la desigualdad mundial se debía a la diferencia entre países. La mayor parte de la desigualdad mundial (80%) era el resultado de las diferencias al interior de los países […] hacia mediados del siglo XX […] las proporciones se invirtieron […] 80% de la desigualdad mundial dependía de dónde se nacía (o se vivía, en el caso de los inmigrantes) y sólo el 20% de la clase a la que se pertenecía […] hacia el futuro podemos preguntarnos: ¿las personas que vivan dentro de un siglo podrían habitar en un mundo en el que la división dominante será la clase en vez del lugar; como ocurría a principios del siglo XIX? […] esto es exactamente lo que ocurrirá. No obstante, aún no llegamos ahí”. Sucederá sino se recupera la identidad keynesiana y se evoluciona desde ahí. Estas cosas de la pandemia, la bolsa de valores, los fascistas, los inmigrantes inducen a recrear a Fito sugiriendo que

no creas que perdió sentido todo

no dificultes la llegada del amor

no hables de más, escucha el corazón

ese es el cable a tierra.

 

 

 

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