Cada día muerde mejor

Cien años de Nosferatu, la criatura más temida y fascinante que dio la alianza de la literatura con el cine

 

Hasta que no aparezca otra, se trata de la primera adaptación del Drácula de Bram Stocker, y para algunos es también el primer film de la historia sobre el tema del vampirismo. El 4 de marzo de 1922 se estrenó en Berlín Nosferatu, la obra maestra del joven alemán Freidrich Murnau acerca de la cual es ya redundante hablar en términos de importancia histórica.

Y junto a Nosferatu cumple su centenario una sabrosa antología de leyendas, tanto auténticas como apócrifas, y una infatigable sucesión de reconstrucciones e interpretaciones que nos permitimos compartir. Tan solo para celebrar los cien años de nuestro romance con la criatura más temida y fascinante que hayan dado la literatura y el cine en su más secreta alianza.

 

Una película muda

Lo primero que habría que decir es que Nosferatu no es del todo una película muda. Pertenece, claro está, a la era silente del cine y carece de diálogos, pero Freidrich Murnau siempre consideró fundamental una composición musical a su medida y convocó a Hans Erdmann. Componer una partitura original para una película muda no era en sí un hecho novedoso; sí lo era que Murnau dirigiera cada escena de Nosferatu marcando el tiempo con un metrónomo, lo que sugiere que al momento de juntarse con Erdmann ya tenía algo en su cabeza, al menos en el aspecto rítmico. Toma más sentido entonces el título completo del film Nosferatu: una sinfonía del horror. La partitura se ejecutó en el estreno de Nosferatu pero no en cada una de sus proyecciones ya que estaba compuesta para una orquesta sinfónica. El accidentado derrotero de la película hizo que la música de Erdmann cayera en desuso y que de su partitura original sólo se haya conservado una parte.

Naturalmente Nosferatu sigue siendo una de las obras más estimulantes para aquellos músicos que gustan trabajar con el cine mudo. Hubo muy buenas performances y muy comprometidas reconstrucciones de la partitura original a la par de los proyectos de restauración del film, como la que hoy podemos apreciar tras el intenso trabajo del especialista Luciano Barratúa. De todos modos, queda claro que la experiencia plena tal la cual la concibieron Murnau y Erdmann, por el momento y seguramente para siempre, no estará a nuestro alcance.

 

Más que como un film mudo, Friedrich Murnau concibió Nosferatu como una sinfonía.

 

Una película en blanco y negro

Hoy en día pueden verse versiones coloreadas de Nosferatu. Esta costumbre de echar color a una película hecha originalmente en blanco y negro claramente desvirtúa la propuesta visual original y rara vez ha renovado su público, si es que esa es la intención de estos experimentos. Pero en el caso de la película de Murnau la intromisión es doblemente grave, ya que el realizador alemán había concebido para cada una de las escenas un tinte específico.

El tintado se usaba muchísimo para compensar ciertas dificultades en el manejo de la luz, como en el caso de las escenas nocturnas que se hacían de día y luego se tintaban mediante un proceso químico. Murnau utilizó este recurso para enriquecer argumental y dramáticamente cada pasaje de Nosferatu y vemos, muy a grandes rasgos, escenas viradas al azul si es de noche, al amarillo de día y al rosa oscuro en los instantes de máxima tensión. El uso inteligente de este dispositivo, sumado a la mano maestra de Murnau y de su iluminador Fritz Wagner, son claves para que Nosferatu siga siendo una de las experiencias visuales más sugestivas de la historia del arte.

 

Amarillo, rosa oscuro y azul verdoso. Tres tintados con los que Murnau enriquece el dramatismo de las escenas.

 

Una película expresionista

Es también discutible la inclusión de Nosferatu dentro del universo del cine expresionista alemán. Para empezar, nunca nos pondremos de acuerdo en cómo definir al expresionismo con sus teorías que abarcan lo estético, lo social, lo político, lo psicológico y hasta lo supersticioso. Cuando en el cine se establecen estos “ismos” apenas un puñado de películas responde fielmente a las características requeridas, y según la voluntad del espectador la batea puede alojar más o menos títulos. Dicho esto, tal vez lo que más sintonice a Nosferatu con otros films considerados expresionistas es la presencia de una criatura o un villano que ejerce una influencia en las conductas del resto de los humanos.

El film referencial del expresionismo alemán es indiscutiblemente El gabinete del Dr. Caligari (1920), y lo que sucede es que Nosferatu es una película muy diferente. Fue rodada casi por completo en escenarios naturales, por tanto carece de los escenarios tan característicos de Caligari. También los planos y los encuadres son mucho más clásicos, su montaje es mucho más ágil y moderno y no hay una percepción alterada de la realidad propia de un demente como en Caligari. Nosferatu es sencillamente una de las cumbres cinematográficas de la República de Weimar, en donde confluyeron talentos y saberes como nunca antes y después en el cine. Es lisa y llanamente un film fantástico, de horror, con un delicado lustre romántico, un creer o reventar en lo que surge bajo el imperio de las sombras.

 

Luces y sombras predominan en Nosferatu, obra que se diferencia de sus contemporáneas expresionistas.

 

Una película ocultista

Un nombre fundamental en la historia de Nosferatu es el de Albin Grau, impulsor principal del proyecto. Grau era un escritor, dibujante, activo estudioso y promotor del ocultismo, actividad que hoy en día vemos muy alejada de los circuitos intelectuales y artísticos pero que en aquellos años gozaba de mucha aceptación. Grau tenía una vigorosa voluntad y para difundir sus ideas formó una productora cinematográfica llamada Prana, que en idioma sánscrito significa algo así como “energía vital”, la misma que en su personal interpretación el conde Drácula extrae al desangrar a sus víctimas. El primer proyecto de Prana (y el último) sería la adaptación no autorizada de la novela de Stocker para lo cual convocó a Henrik Galeen, también adepto al ocultismo y ya con el antecedente de haber filmado la estupenda El Golem. A su vez Galeen llamó al joven Friedrich Murnau y se dedicó a la elaboración del guión, tarea por demás compleja por el carácter epistolar de la novela. Nosferatu está poblada de mensajes encriptados y referencias al ocultismo que los especialistas no se cansan de descifrar. Los más notorios están en las citas al legendario alquimista Paracelsus y en una carta escrita por el vampiro, supuestamente en “enoquiano”, idioma dictado por los ángeles a los médiums.

Grau también se involucró en la dirección artística, diseñando objetos, rótulos y bocetando casi todas las secuencias a filmarse. También bosquejó el aspecto del vampiro, muy parecida a la que se vería en pantalla y que sería utilizada para los afiches promocionales. También se hizo cargo de toda la campaña de presentación y de la pomposa fiesta con trajes de época al que asistieron artistas, intelectuales y por supuesto la crema y nata del ocultismo y sus derivados.

 

Afiche centenario de Nosferatu, con el sello de Prana Film.

 

Un Drácula flojo de papeles

Bram Stocker publicó su novela en 1897 y Nosferatu fue estrenada una década después de la muerte del autor. Ahora, si fue tal como creemos la primera adaptación de Drácula, ¿por qué entonces lleva otro nombre? Y la respuesta es tan obvia que hasta parece de mal gusto: sencillamente porque sus productores no tenían en sus planes pagar por los derechos para su uso. El problema fue que Florence Balcombe, la viuda de Stocker, custodiaba celosamente la obra de su marido porque confiaba en que a futuro iba a ser una apetecible fuente de ingresos, algo que pudo confirmarse con las posteriores adaptaciones que se hicieron para el cine y el teatro.

Conscientes de que estaban cometiendo una pirateada fenomenal, el productor Grau y el guionista Galeen (y habrá que ver hasta qué punto Murnau) intentaron ocultar el indisimulable origen literario de la película, empezando por el título. Sigue siendo borroso el origen de la palabra “Nosferatu”, tal vez rumano, griego o latín. Lo cierto es que Stocker había puesto esa palabra en boca del cazador de vampiros Van Helsing, personaje fundamental de la novela que sin embargo no aparece en la película alemana al igual que la joven poseída Lucy Wastenra. Todos los otros personajes llevan nombres distintos: Drácula es el Conde Orlok, el desdichado Jonathan Harper es Thomas Hutter, Ellen es su prometida Mina y así otros tantos. Londres fue reemplazada por la ficticia Wisborg y Transilvania por la muy real Eslovaquia, y finalmente hubo otras variaciones de la historia original pero que bien pueden atribuirse más a una necesidad argumental que a una maniobra evasiva.

De todas maneras, de nada les sirvió a los muchachos de Prana Film tanto cambio porque Florence Balcombe encaró acciones legales ni bien se enteró del estreno de Nosferatu, que además fue un evento celebrado a toda pompa y que en su programa se reconocía como una “adaptación libre de Drácula”. Y tampoco le sirvió de mucho a Balcombe ganar el juicio porque no pudo cobrar ni un patacón, ya que a esa altura Prana Film estaba fundida a causa de la baja recaudación de Nosferatu. Lo que sí logró la señora fue que todas las copias de la película fueran destruidas, aunque sobrevivieron unas cuantas, de diferentes calidades, metrajes y traducciones, que han servido para las reconstrucciones que tenemos hoy en día.

 

Florence Balcombe, viuda de Bram Stocker, le ganó el juicio a los productores de la adaptación no autorizada de Drácula.

 

Ratas, edificios góticos y un castillo

En julio de 1921 los vecinos de Wismar abrieron el periódico local y se encontraron con un extraño aviso: alguien pagaba por 50 ratas vivas. Nadie imaginaba que en esta ciudad a orillas del Báltico se estaba por filmar una de las escenas más ilustres de la historia del cine, con la llegada del barco que traía al horroroso vampiro, y junto con él a la peste y a los odiados roedores. Otra ciudad utilizada como escenario fue la vecina Lübeck, en donde aún se halla en pie el depósito de sal, la tenebrosa construcción que será la casa del conde Orlok. Un siglo entero de cambios, y sobre todo los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, barrieron con muchas locaciones de estas dos ciudades de siluetas góticas en donde Murnau y su equipo montaron la ficticia Wisborg, que reemplazaría a la Londres de la novela original de Bram Stocker.

La morada elegida para Nosferatu fue el castillo de Ovara, que no se encuentra en la famosa Transilvania (actual Rumania, que Stocker ni siquiera visitó para escribir Drácula) sino en un casi inaccesible rincón de Eslovaquia. Para llegar hasta allí la troupe Nosferatu partió desde Praga internándose en los montes Tatra, la zona más alta de los Cárpatos y frontera con Polonia. Según el productor Albin Grau la aproximación fue a pie y con los equipos cargados en coches tirados a caballo, cuyos conductores cocheros son los que aparecen en la película trasladando al personaje de Hutter, una de tantas secuencias rodadas en los escarpados caminos y en las remotas aldeas de camino al castillo convertido en los aposentos del conde Orlok. Cuenta el mismo Grau que la primera visión que tuvieron del Castillo de Ovara, sostenido de un peñasco contra todas las reglas de la física, fue de total incredulidad, y que los lugareños eslovacos que servían como ayudantes estaban tan aterrados por el aspecto de Orlok que evitaban caminar por los pasillos del castillo para no cruzárselo.

 

No es Transilvania sino Eslovaquia. Aspecto actual del Castillo de Ovara del vampiro en Nosferatu.

 

Un vampiro lumpen

Difícil encontrar a un monstruo cinematográfico tan repulsivo como el Nosferatu encarnado en Max Schreck, sobre todo si se lo compara con los futuros y galantes condes Dráculas que impusieron Broadway y Hollywood. El aspecto del conde Orlok no responde del todo a la descripción de la novela, pero claramente inspira terror, repugnancia y hasta algo de piedad, y le suma ciertas complejidades que habilitaron múltiples interpretaciones sobre el meta-mensaje de Nosferatu.

Algo que llama la atención es la visible pobreza del conde Orlok. No va acompañado de un séquito de servidores, no tiene buena pilcha y anda cargando él solito sus propios ataúdes. Se lo ve vulnerable, perseguido, imposibilitado de comunicarse con los demás y tampoco ostenta fuerzas sobrenaturales. Quien escribe esta nota ve aquí una representación de la decadencia de la nobleza europea tras la Primera Guerra Mundial, visión muy expandida durante la República de Weimar, con un conde que es estafado como un niño por un corredor de bienes raíces (algunos, por el contrario, ven a este personaje como un cómplice, y hete aquí un mensaje anti-semita ) y su arribo a la ciudad se la asocia con la peste y la muerte.

 

El vendedor de propiedades se relame pensando en cómo le va a vender una a Orlok.

 

La leyenda más deseada

En 2000 se estrenó una película aquí conocida como La sombra del vampiro, del director estadounidense Elias Merhige basada en una de las leyendas más retorcidas de la historia del cine. Esta sostiene que Max Schreck (interpretado por Willem Dafoe) no sólo fue el primer intérprete de Drácula sino que era él mismo un vampiro en la vida real.

El sostén de esta leyenda es que se conocía muy bien la trayectoria de Schrenk posterior a Nosferatu, con muchísimas películas e incluso alguna con Murnau, pero sobre sus trabajos precedentes, que básicamente fueron en el teatro, había pocos datos y registros fotográficos. Fábula sobre fábula, también trascendió que fue el mismo Grau el que la echó a correr para darle impulso a la película.

Lo cierto es que el de Schrenk es el caso mayúsculo de sometimiento a un actor por parte de su personaje. Él será para siempre el primer Drácula de la historia: el más horrendo, repulsivo, desgraciado, lumpen e indeseado y para colmo con un halo de ilegalidad.

Y en definitiva, como pasa con todas las leyendas, su eficacia radica en nuestro deseo de que sean reales. Porque todos queremos en el fondo de nuestras almas –que siempre arropan alguito de oscuridad– que la historia de Drácula sea cierta. Una sed nos lleva una y otra vez a las páginas de la novela de Stocker y a las películas que infinidad de exégetas han hecho sobre ella, y a acercarnos a esa puerta que Murnau y su pandilla de alemanes ocultistas abrieron sin pedir permiso hace 100 años.

 

Willem Dafoe interpretando al conde Orlok y a su vez a Max Schreck, prolongando la leyenda de que actor y vampiro eran uno mismo.

 

 

FICHA TECNICA

Título original: Nosferatu, eine Symphonie des Grauens / Año: 1922 / Duración: 90 minutos / País: Alemania Weimar / Dirección: Friedrich Murnau / Guión: Henrik Galeen / Novela original: Bram Stocker / Música: Hans Erdmann (reconstrucción parcial) / Fotografía: Fritz Arno Wagner / Reparto: Max Schreck, Greta Schröder, Gustav Von Wangenheim.

 

 

 

 

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