Cada loco con su lupa

Del golpe del ‘55 a la demolición del radicalismo, el debate entre Gerchunoff y Verbitsky en el CCK

 

El miércoles de esta semana, en el Día del Periodista, Horacio Verbitsky concretó su segundo encuentro de un ciclo de cuatro para poner en discusión parte de su obra. Tanto el debut con Rosendo Fraga como la cita con Pablo Gerchunoff tuvieron en común el análisis de la participación de la Iglesia Católica en el golpe de Estado contra Perón en 1955. Allí donde Fraga fue condescendiente con su colega, a quien definió como un “patriota” por su interés en que “a la Argentina le vaya bien”, el economista y ex funcionario radical fue a retarlo casi en términos pugilísticos. Si Fraga fue un Nicolino Locche, que defendió sus posturas con elegancia sin levantar ninguna guardia, Gerchunoff elevaba la voz y picanteaba el encuentro a lo Ringo Bonavena.

La organización incluyó un análisis previo por parte de la decana de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Córdoba, Flavia Dezzuto, la de mayor nivel académico de las 17 presentaciones de Vida de Perro que este columnista ha registrado. Por fin, para la pelea de fondo, la historiadora Camila Perochena arbitró los rounds pautados: el golpe del ‘55, la década del ‘70, los gobiernos de Alfonsín, Menem y Kirchner.

 

Foto: Fede Kaplun, CCK.

 

El retador llegó con el activo de su libro La Caída, 1955. A partir de su análisis de aquel golpe de Estado le señaló al autor de la Historia Política de la Iglesia en Argentina haber postulado que “el mal es un fenómeno eclesiástico”, ya que Verbitsky define aquel derrocamiento como un golpe eclesiástico antes que militar y Gerchunoff retrucó que fue multicausal. Admitió que la Iglesia jugó un rol fundamental, pero planteó que los obispos trataron de controlar el conflicto antes que escalarlo. “El Episcopado temía al enfrentamiento contra Perón; rechazó la pelea”, afirmó, y ubicó como motor del conflicto a las organizaciones católicas de base. Señaló entre los factores del desgaste del gobierno a la falta de dólares, lo que motivó un acercamiento a la administración de Dwight Eisenhower.

Comparó la mirada de Verbitsky con la que tenía Perón respecto de que la Iglesia tiene conductas propias de una fuerza militar, lo que le parece contradictorio con las numerosas disidencias de prelados o laicos. A ese error de concepto le suma las debilidades del líder después de haber enviudado dos veces, solitario, a los 60 años de aquella época.

Verbitsky nunca discutió el carácter multicausal, los hastíos de las clases medias, la merma en la economía y un empresariado que restó apoyo cuando su rentabilidad bajó desde cumbres del 40% al aún excepcional 17%. Sin embargo, destacó que “lo que cuento está omitido en el grueso de la narrativa historiográfica argentina, que recién arranca en 1954, con la influencia de masones, relación con espiritistas, influencia de socialistas o comunistas, y olvidan lo anterior”, que comenzó con la reforma constitucional de 1949. El Vaticano y el Episcopado pidieron substituir la referencia a la soberanía popular por el origen divino del poder. Perón se negó y el nuevo texto constitucional es la consagración del peronismo como la modernidad argentina.  Además, el peronismo organizó sus fuerzas en espejo con el diseño que Pío XI le dio al catolicismo en el año crucial de 1922, de modo que al catolicismo integral de la Encíclica de 1925 Quas primas, se opuso el peronismo integral. Cuando las dos personas de la pareja presidencial desplazaron en los altares de una religión laica a las tres de la santísima trinidad, estalló un encarnizado conflicto de familia.

El detalle de lo previo es lo que en Verbitsky emerge como la parte profunda del iceberg de la colisión.

Además el peronismo se veía a sí mismo ocupando el lugar de contención del comunismo que el Vaticano quería frenar con la Democracia Cristiana, tal como había hecho en Europa.

 

Cuándo se jodió la Argentina

Con este título se introdujo a la década del ’70, desde un episodio que no suele ser muy mencionado: la crisis del petróleo. Ambos coincidieron en reparar en aquel quiebre del 17 de octubre de 1973. Los países árabes tomaron represalias por la intervención de los países centrales durante la guerra de Yom Kipur con un shock petrolero que afectó a la economía (en Estados Unidos el crecimiento bajó de 26 a 17% según Gerchunoff) y en la Argentina desarticuló un modo de producir. El peronismo había asumido en mayo pero recién con la jura de Perón, el 12 de octubre, planificó una administración sobre el petróleo y la energía barata.

Verbitsky recordó lo escrito en su libro: “A principios de los ‘70 comenzaba a advertirse el declive del cuarto de siglo glorioso de la posguerra. El aumento del precio del petróleo y la enorme masa de petrodólares que se canalizaron a través de los bancos globales intensificaron ese declive. En este nuevo ciclo histórico, el capitalismo afirma un nuevo paradigma tecnológico y financiero, frente al cual el bloque comunista no tiene respuestas y comienza su agonía”.

El efecto secundario fue que los enormes ingresos petroleros árabes fueron depositados en bancos de países centrales que los usaron para prestarle a los periféricos, origen de las deudas externas.

En junio de 1975, con el golpe económico llamado Rodrigazo, acabó el periodo peronista, según Gerchunoff, mientras Verbitsky adelantó que con ello comenzaba la política económica que habría de profundizar la dictadura.

Gerchunoff tomó el concepto walshiano de “miseria planificada” para retrucar que a los militares “les salió horrible”, porque no fue productora de un orden económico exitoso, mientras “en Brasil y Chile pudieron establecer un orden”. Verbitsky contragolpeó con que “no lograron hegemonía, pero impusieron un orden (sangriento)”.

El economista tampoco acordó en considerar como “empate hegemónico” (en los términos de Guillermo O’Donnell o Juan Portantiero) y prefirió hablar de “fragilidad hegemónica”. Agregó que cuando Eduardo Basualdo habla de “fracciones hegemónicas de la burguesía” se basa en algo inexistente. Las hegemonías logradas duran un par de años, por lo que pidió un favor: “Abandonemos la palabra hegemonía para épocas que de verdad lo merezcan”.

“Yo dije que la dictadura no logró la hegemonía –lo cruzó Verbitsky– pero sí un orden, basado en el endeudamiento y en la inflación, lo que permitió que se hundiera el salario pero no el empleo, por temor al avance de la guerrilla; con lo que hubo baja desocupación y bajos salarios, como ahora”.

De paso, el defensor del título definió los términos en que confrontaban al repetir el concepto de Antonio Gramsci: hay hegemonía cuando una fracción social logra que sus intereses se expresen en una forma de organización que sea asumida como propia incluso por los perjudicados.

“No hubo hegemonía, pero sí coerción”, pareció ser un punto de acuerdo.

 

Foto: Fede Kaplun, CCK.

 

 

Alfonsín

Gerchunoff encumbró a Raúl Alfonsín como un Gardel de lo institucional pero un desastre en lo económico, a partir de que “no heredamos un orden como el de la dictadura chilena”. (La diferencia estuvo en la “guerra perdida”, recordó Verbitsky.) Se incluyó en la autocrítica como técnico del equipo del ministro Juan Sourrouille, porque “no entendimos la nueva economía” del sistema internacional.

El ex funcionario radical cree que la construcción iniciada en 1982-83 es una heroicidad que obliga a reconocer la paternidad de la cuestión de derechos humanos por parte de Alfonsín, a quien define como “un arquitecto institucional” que sentó las bases de la “democracia constitucional competitiva” que vivimos desde hace 40 años.

Verbitsky reconoció y valoró esfuerzos del Presidente como el Juicio a las Juntas, “un hecho político de primera línea que le granjea el agradecimiento de varias generaciones”, pero recordó que aquel proceso tenía por objetivo entretener a los militares para que no estorbaran a la democracia. Alfonsín criticó a las Madres por ser financiadas desde oscuros intereses internacionales. Y negoció mal la llamada deuda externa. Luego, para evitar que la liga de gobernadores justicialistas atara sus caballos a la Plaza de Mayo, obligó a su gobernador Alejandro Armendáriz a ceder la coparticipación para repartir entre aquellas provincias, con lo cual evitó que su gobierno terminara en 1988, pero a tres décadas de la reforma constitucional de 1994 –que exige el visto bueno de todas las provincias para modificar los porcentajes– ese reparto inequitativo continúa.

Gerchunoff retrucó que fue Antonio Cafiero quien prefirió ceder esos fondos porque se veía como candidato presidencial. “Le salió mal al perder la interna”, afirmó.

 

Menem y Kirchner

Para Gerchunoff, Menem va a ser reconocido pronto, porque su periodo fue el de la captura de una oportunidad: la victoria universal del capitalismo. Fue un caudillo provinciano capaz de derrocar al establishment del justicialismo en las únicas elecciones primarias que tuvo el peronismo en toda su historia. Fue un populista en una revolución popular de mercado haciendo los deberes mejor que nadie, aunque a la velocidad del correcaminos.

Verbitsky repitió lo que sus lectores conocen de sobra: que el proceso privatizador constituyó el remate a precio vil del capital social acumulado por generaciones de argentinos y que se hizo con tanta velocidad como corrupción.

Otra vez el retador lanzó su golpe de efecto al definir la etapa como “neoliberalismo de comunidad organizada” y le atribuyó a Néstor Kirchner haber tomado nota del “talentosísimo acuerdo de Menem con los sindicatos y las grandes empresas, base de sustento político de aquel gobierno”.

A partir de ese aprendizaje, Kirchner personificó la “reconstrucción del poder presidencial” y de la “democracia constitucional competitiva”. Para criticarlo, el radical tomó el señalamiento de Verbitsky al crecimiento económico sobre la base de sectores productivos muy demandantes de dólares, como los automotores y la electrónica de consumo. “Me parece un hallazgo del libro”.

Verbitsky diferenció las etapas de NK y de CFK: mientras él procuró una conciliación con sectores, CFK es más dura. Esto se refleja en los debates actuales entre Cristina y Alberto Fernández.

 

Cierre

Para el final, Gerchunoff destacó un acto de adivinación del anfitrión seis años atrás, cuando afirmó: “El radicalismo es furgón de cola en este gobierno, y están intentando recuperar parte de su electorado propio. El electorado de Macrì en la Capital es el radical, y con Lousteau aspiran a recuperarlo, aunque no parece que pueda vencer a Rodríguez Larreta, que es el mejor cuadro con que cuenta Cambiemos” (Vida de Perro, página 384). Como parece escrito ayer, concitó el aplauso quienes llenaron el Salón de Honor del CCK.

Terminado el cruce de puntos de vista, ambos se abrazaron en el centro del cuadrilátero de madera, con el afecto de quienes fueron compañeros de colegio primario y secundario e incluso en una redacción periodística, mientras la organización anunciaba que el tercer encuentro será el jueves 22 de junio a las 18 en el Salón de Honor del CCK  para hablar de Ezeiza, a medio siglo de los episodios violentos del regreso definitivo de Juan Perón, según la descripción que Verbitsky publicara en 1985 y reeditara varias veces, con sucesivos prólogos para la misma investigación.

 

 

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