CALIBRACIONES

La Argentina en el recurrente debate sobre la tecnología y el dólar como moneda mundial

 

A corto, mediano y largo plazo, respecto de la ubicación estratégica de la Argentina para que el país consiga sacar el mejor partido de las relaciones de poder mundial existente, podría decirse que el ámbito arquitectural de la disputa política es el nervio motor del movimiento nacional. La eficacia de la ubicación estratégica alcanzada y estabilizada, que instrumentalmente se hace necesaria para azuzar la tasa de crecimiento del producto bruto, la genera la adecuada calibración de las tendencias más relevantes en danza. Es el gran reaseguro contra la antítesis de la desintegración nacional, al que la pandemia en la coyuntura no ha hecho más que realzar. El papel de la tecnología y la suerte del dólar como moneda mundial son dos de los ítems recurrentes en el debate que hace a las calibraciones, pero que a raíz de las circunstancias propias de la infección global están siendo transitadas con más asiduidad.

La primera, no solo porque para encontrar la vacuna que nos saque del enclaustrado tedio cotidiano hace falta afinar el aguijón tecnológico, sino porque en vista de la malaria global reinante, el ofertismo cultural impone hacer hincapié en la tecnología para ilusionarse con escapar de los densos problemas de la política económica por el lado de la demanda, que es la única posible. En lo que le toca a un país semi-periférico como la Argentina, se le adosa y subraya la cuestión de la dependencia tecnológica, sobre la que nunca es factible hallar una definición de cualquier tipo porque es simplemente un mito. El mercado de la tecnología es del tipo buyer's market, un mercado donde el comprador fija las reglas. Eso por sí mismo desmiente la dependencia tecnológica. Lo único cierto acá en lo que respecta a la dependencia en general es que no se es subdesarrollado porque se es dependiente, sino que se es dependiente en la medida del subdesarrollo del país.

Pero los heraldos de la tecnología van por más y dicen que es una cuestión fundamental. Ahora, por cuál o cuáles razones la tecnología es más importante que la papa o el carbón en el sistema capitalista, al cual lo único que lo conmueve es el valor de cambio y no el de uso, es algo bastante difícil de entender. De todas formas, enunciar que tener un lugar en la carrera tecnológica es decisivo y en las coordenadas de la actualidad con especial énfasis en el entripado chino-norteamericano, viene acompañado de un supuesto no explicitado entre curioso y utópico. Por la manera en que el tema es abordado, daría la impresión de que enfrascarse en hacer tecnología rinde beneficios que exceden largamente su costos. Para observar qué tiene de cierto ese enfoque hay que explicitar el supuesto de marras.

En principio, considerando la parte vendible de la tecnología, una nación hipotéticamente puede esperar producir no solo y exclusivamente para sus propias necesidades, sino también para exportar, de la misma manera que cualquier otra clase de bien. Por lo tanto, se trataría de generar tecnología no para producir mejor papa y carbón, sino para producir tecnología en lugar de producir papa o carbón. Para hacer de alguna manera de la invención, de la innovación, la ingeniería, su propio sustento internacional. Los que destacan una y otra vez la importancia estratégica de la tecnología parecen no darse cuenta que lo hacen para sacarse de encima el peliagudo problema de la conducción de la lucha de clases hacia la integración nacional, para enfrascarse en las ilusas maravillas de la quietud política que promete el ofertismo. No es raro que procedan así, dado que las opciones tecnológicas que hacen las empresas en un país tensionan la correlación de dos relaciones: producto / trabajo y producto / capital, las que con el tinglado político adecuado lleva a la maximización del producto en términos absolutos. Pero justamente esa maximización conlleva cumplimentar el requisito previo de la expansión del mercado interno, que hace posible absorber el producto adicional creado por las opciones tecnológicas. Ese requisito previo se logró por la disputa encabezada por los trabajadores organizados para que aumenten sus ingresos, en ese caso dada y ganada por el movimiento nacional.

 

 

Franja particular

Pero incluso ahí, en el seno de la hipótesis de la producción de tecnología separada de su uso, es que al inscribirla en un segmento particular de la división internacional del trabajo es posible observar sus ventajas y desventajas, y encontrar que además de ser una mera utopía para un país semi-periférico como la Argentina, aún ante la remotísima posibilidad de alcanzar ese status, sería estratégicamente desaconsejable.

Comencemos por las ventajas. La primera que salta a la vista es su poder de absorción de trabajo altamente calificado. De hecho esta es una ventaja entre las ventajas. En igualdad de condiciones, la única ventaja definitiva que puede presentar un sector industrial sobre otro para la economía nacional es el valor agregado que produce por empleado. Si como es realista suponer que, en general y en promedio, la suma de los beneficios se reinvierte, en tanto que la suma del consumo de los hogares es más o menos igual a la suma de los salarios realmente pagados o imputados, queda claro que desde una perspectiva de muy largo plazo, el nivel de vida de la comunidad depende de los cambios en el componente salarial del ingreso nacional.

El componente de ganancia no tiene ni puede tener ninguna influencia directa. Su maximización solo puede enriquecer a la comunidad indirectamente, precisamente a través de la maximización adicional de los ingresos consumibles (ingreso laboral) que puede generar un aumento en la productividad, luego de la reinversión de ingresos no consumibles (aquellos otros diferentes del ingreso del trabajo). El beneficio ahorrado-reinvertido es la meta del empresario, quien según la formulación de Paul Sweezy goza por acumular y no acumula para el goce. Para la sociedad solo puede ser un medio. El fin es un ingreso que no se puede guardar ni reinvertir. Estos ingresos son los salarios. En una perspectiva macroeconómica, el beneficio adicional de hoy solo sirve para producir los salarios adicionales del mañana. De ello se deduce que la magnitud pertinente para medir el nivel económico de una nación no es la relación valor agregado / número de empleados, sino la relación entre el componente primario de este valor agregado, la masa de salarios, y el número de empleados.

La última relación depende de tres cosas: del nivel de empleo, de la tasa salarial y la proporción de trabajo calificado y altamente calificado con relación a la cantidad total de trabajadores en actividad. Desde el momento en que se logra llegar a la tasa de desempleo más baja y estable de acuerdo a los standards históricos, el desempeño económico del país se expresa por el nivel general de sus salarios y por la estructura de las calificaciones de su mano de obra, lo que es demasiado evidente como para regularmente obviarlo por los problemas políticos que conlleva.

Respecto de los costos deben retenerse dos realidades:

  1. Que el mercado global de tecnología es muy chico con relación a lo que se intercambia globalmente. Llovido sobre mojado, de acuerdo al nuevo informe del Centro Scowcroft de Estrategia y Seguridad del Atlantic Council, de la mano de la pandemia que exacerbó las tendencias proteccionistas que venían operando, el comercio mundial que creció casi nueve veces entre 1980 y 2017, ahora proyecta una disminución de entre un 13% y un 32% en 2020, sin que la incertidumbre reinante permita avizorar cuándo ocurrirá la reversión de la tendencia.
  2. Por fuera de la coyuntura, debido a que el costo de generar tecnología en todos lados es muy subsidiado por el Estado, su precio internacional es relativamente bajo, de ahí su apocada incidencia en los montos del comercio global.

Como se ve, el aparente realismo en proclamar la importancia estratégica decisiva de la tecnología es un mero ejercicio utópico que, como coartada política, está destinado a deshacerse de los verdaderos problemas importantes que surgen a la hora de buscar la maximización del producto bruto para una cantidad dada de recursos. La cuestión que plantea la tecnología es respecto de aumentar la relación capital / trabajo, mediante el alza de las relaciones producto / trabajo y producto / capital. De todas formas, no es la innovación creada localmente la que condiciona la industrialización, sino la industrialización general del país, que es el requisito previo para la capacidad de innovar. Para innovar hay que industrializarse primero, y eso implica tener mercado. He ahí el verdadero problema de la tecnología: tener mercado solvente. Es a partir de ahí que se dan en la realidad las ventajas que se identificaron para el escenario hipotético de la especialización internacional en venta de tecnología.

 

 

Imprenta al rojo vivo

En cuanto al dólar, el hecho de que la Reserva Federal esté poniendo la imprenta al rojo vivo disparó la suma de todos los miedos, en razón del monetarismo inconsciente que se le viene inoculando a la opinión pública desde hace años. El monetarismo pop encima cuenta con el beneficio de la subsistencia prolongada proveniente de la intuición inmediata, puesto que, si no media el análisis científico, lo que los sentidos revelan es que el sol gira alrededor de la Tierra y la emisión de moneda genera inflación. El panorama viene bien sazonado con lo que es ya una tradición analítica: cada dos por tres, invitar a concurrir a los funerales del dólar. Dos analistas serios como el profesor y banquero Stephen Roach y el historiador Harold James acaban de anotarse con sus participaciones.

James (PS 01/07/2029) afirma que a raíz de Donald Trump, “todo el mundo ahora sabe que Estados Unidos carece de orientación estratégica y liderazgo ejecutivo coherente”. Opina que “al igual que la Unión Soviética en sus últimos años, Estados Unidos tambalea por las fallas catastróficas de liderazgo y tensiones socioeconómicas reprimidas que finalmente se han desbordado. Para el resto del mundo, el desarrollo más importante es que la hegemonía del dólar estadounidense puede estar llegando a su fin”. Por su parte Stephen Roach, en un reportaje que le hizo MarketWatch (23/06/2020), le da el toque coyuntural al asunto de tipo estructural que puso de manifiesto James, repitiendo lo que sostiene en varias columnas publicadas en distintos medios: que un fuerte deterioro del dólar que ponga a prueba su papel como moneda mundial sucederá "más temprano que tarde", en rigor, que pronto se devaluará en un 35% frente a sus principales divisas rivales. Aunque con prudencia, señala que “por sorprendente que parezca, una caída del dólar aparentemente descomunal no carece de precedentes históricos. El tipo de cambio efectivo real del dólar cayó un 33% entre 1970 y 1978, un 33% de 1985 a 1988 y un 28% durante el intervalo 2002-11. Covid-19 puede haberse expandido desde China, pero parece que el shock cambiario de Covid ocurrirá en los Estados Unidos”.

Cuando Roach dice que “en la medida en que […] la Reserva Federal mantenga su postura de política monetaria extraordinariamente acomodaticia, la mayor parte del ajuste debería ocurrir a través de la moneda en lugar de las tasas de interés”, entra en contradicción con que el problema es la desconfianza hacia Trump. Un alza de la tasa de interés revalúa al dólar, pero reflejaría un aumento de la desconfianza. Lo que no es correcta es la relación que se quiere establecer entre confianza en la economía norteamericana y valor del dólar. Y esto es apreciable en parte del propio ejemplo que da Roach. Por la alta tasa de interés entre 1980 y 1985, el dólar se revaluó respecto del marco alemán (la otra divisa fuerte de entonces) de 1,85 a 3,47 marcos por dólares. Entre febrero de 1985 y marzo de 1986 se devaluó a 2,30 marcos alemanes por efecto del acuerdo internacional de entonces. Cuando los bancos europeos vendían dólares para cubrir o evitar eventuales pérdidas, lo que vendían en realidad eran deudas denominadas en dólares. Si después de esas ventas había un efecto directo bajista sobre el dólar, al mismo tiempo esas ventas generaban un efecto alcista sobre la tasa de interés (vía la depreciación de los títulos puestos en venta), lo que hacía que la deuda denominada en dólares resultara más atractiva y todo volviera a la normalidad habiendo el ajuste operado en el resto del mundo por fuera de los Estados Unidos.

No es ni fácil ni sencillo ni tan inmediato que una divisa mundial sea reemplazada. Puede perder el pelo, pero no las mañas. Mecanismo por mecanismo que se revise, juega a favor del status quo. En realidad Roach y James, entre otros, se han posicionado como opositores a Trump y tratan de objetivar su elección subjetiva aduciendo que la reelección del POTUS tiene como principal costo nada menos que torpedear al dólar como moneda mundial. Los intereses que se mueven en Wall Street a cuatro meses vista de la elección presidencial están sopesando, a través de su lobby en los medios de comunicación, si el tema con Joe Biden —el rival demócrata de Trump— es que les va a subir los impuestos que les bajó el actual mandatario y va a cambiar poco de todo lo otro, más allá de la retórica y las buenas maneras.

Una primera y somera calibración de las tendencias en danza que hacen a las relaciones de poder mundial indica —como sucede una y otra vez— que el gran activo estratégico que tiene la Argentina es la incentivación de su mercado interno. El dólar, la renegociación del endeudamiento externo y demás yerbas que se resumen en la salud de la tasa de crecimiento del producto bruto son las restricciones de la voluntad política, no sus determinantes.

 

 

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