¿Cambio de época en Alemania?

La crisis política luego de las elecciones en Turingia y la masacre de Hanau

 

Todos los países viven y tienen sus traumas, angustias y tabúes. Muchas veces suelen mostrarse de la mano de ciertas fechas claves o episodios especiales. Algunos marcan el inicio de una nueva fase, otros el fin de una época, muchos las dos cosas al mismo tiempo. En el caso de la República Federal Alemana (RFA) podemos mencionar no pocos ejemplos conocidos: uno de ellos fue sin duda el nombramiento de Konrad Adenauer, al frente de la Democracia Cristiana, como canciller de la República Federal Alemana, tras la caída de Hitler y la capitulación del Tercer Reich. Otro, la dolorosa partición del país con la creación de la República Democrática Alemana, la construcción del muro de Berlín que dividió Europa en dos en 1960; así como su demolición y posterior reunificación del país en 1989 constituyó el más reciente acontecimiento emblemático.

Quizás pueda parecer exagerado afirmar que la reciente elección en el parlamento de Turingia de un nuevo Ministro Presidente gracias a los votos de la Alianza por Alemania (AFD), el partido neonazi de extrema derecha, el 5 de febrero de este año, constituya una de esas fechas que marcan un cambio de época. Sin embargo, toda minimización del terremoto político que significó el nombramiento de Thomas Kemmering, del minoritario Partido Liberal Democrático (FDP, centro derecha), que solo cuenta con 5 diputados en un parlamento de 90 escaños, como nuevo Ministro Presidente de Turingia, sería muestra de una gran miopía. Es la primera vez, en la historia de la República Federal Alemana, que un partido de extrema derecha como la AFD, logra imponer al Ministro Presidente de un Land o región por medio de sus votos, gracias a una astuta maniobra parlamentaria y a un acuerdo secreto previo con los otros dos partidos de centro derecha, la Democracia Cristiana (CDU) de Ángela Merkel y el pequeño FDP, a pesar de que estos habían jurado y perjurado de que jamás cooperarían con la extrema derecha.

El escándalo alcanzó su clímax cuando Thomas Kemmering aceptó el cargo a pesar de haber sido elegido por un partido como la AFD, favorable a la homogeneidad étnica, radicalmente contario a la inmigración, dirigido por una cúpula dominada por neonazis nostálgicos y racistas, contrario al euro y la Unión Europea, defensor de la familia patriarcal tradicional, opuesto a la Constitución y radicalmente antidemocrático. Un partido que trata de minimizar el carácter perverso y criminal del régimen de Hitler, buscando elogiar algunas de sus obras, y que intenta clausurar la política de la memoria de las atrocidades y tragedia del nazismo.

La complicidad del Partido Liberal Democrático (FDP), el partido de Scheel y Genscher, así como de la Democracia Cristiana (CDU), el partido de Kohl y Merkel, que hicieron posible esta turbia maniobra, quedará como una mancha negra en la historia democrática de la República Federal. Sobre todo si se tiene en cuenta que al hasta ahora ministro presidente de la región, Bodo Ramelow, miembro del partido de izquierd Die Linke y ministro presidente de Turingia entre 2014 y 2018, muy popular en la población, vencedor de  las últimas elecciones, le faltaban solo un par de votos para obtener la mayoría en el parlamento requerida para seguir en su puesto. Hubiera bastado un diputado Demócrata Cristiano o de la FDP, que hubiese decidido ir al baño, o que se hubiese abstenido, y Bodo Ramelow hubiera sido reelecto. En cambio, los partidos de centro derecha decidieron violar el tabú más sacrosanto de la RFA, el “nunca más” constitutivo de la identidad del país, premisa de su reintegración en la comunidad internacional, haciendo saltar por el aire el cordón sanitario político, conspirando y formando una coalición de facto con la AFD, el partido neonazi. Explicar que esto no fue más que un accidente imprevisto, es una deformación cínica de los hechos. Lo demuestran las discusiones secretas previas, que rápidamente tomaron conocimiento público, así como los conflictos que estallaron en el seno de la Democracia Cristiana y la FDP.

Lo que le otorga un simbolismo tenebroso y un sabor particularmente amargo a este acontecimiento, es que el mismo haya sucedido precisamente en el parlamento de Turingia. Basta recordar que justamente en Erfurt, en la misma fecha, hace exactamente 90 años, un tal Adolf Hitler, a la cabeza de un partido de nombre NSDAP, aun de poca importancia, al conocerse el resultado de las elecciones, dijo: “El mayor éxito lo tuvimos en Turingia. Allí somos ahora el partido realmente decisivo. (…) Los partidos que hasta aquí formaban el gobierno de Turingia ya no están en condiciones de formar una mayoría sin nuestra participación”. Se trataba del mismo Adolf Hitler que apenas tres años más tarde fue nombrado Canciller alemán por el anciano y fatigado mariscal Hindenburg y que condujo al mundo a la mayor catástrofe hasta ahora registrada en la historia.

Las diferencias entre lo sucedido entonces y lo sucedido hace dos semanas son enormes. Y, sin embargo, el hecho de que un representante del partido liberal democrático, del FDP, como es Thomas Kemmerich, se haya dejado elegir por una coalición de facto entre la Democracia Cristiana de Merkel y la extrema derecha de la AFD, liderada por un sujeto como Björn Höcke (quien, por autorización judicial, puede ser llamado públicamente nazi o fascista), es una provocación de enormes proporciones. Lo peor es que esta opción era totalmente previsible. Lo que hace aún más insoportable que una serie de dirigentes políticos “serios” y “respetables” tuvieran el tupé de felicitar al nuevo Ministro Presidente, que se dejó izar al poder por las huestes de la AFD.

La onda expansiva de este episodio vergonzoso condujo a que Angela Merkel, desde África del Sur donde estaba de visita, lanzara un grito exigiendo que se diera marcha atrás y que se convocara a nuevas elecciones. Pocas horas más tarde, Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta de la CDU, presentó su renuncia no solo a la conducción del partido sino también a postularse como candidata a suceder a Angela Merkel. La CDU-Democracia Cristiana, luego del descalabro de la Socialdemocracia del PSD, quedó acéfala y sumida en una profunda crisis, con consecuencias nacionales y a nivel europeo.  En pocos meses más Alemania deberá asumir la presidencia del Consejo de la Unión europea. En algo más de un año tendrán lugar las elecciones de un nuevo canciller en la República Federal Alemana.

Que la onda expansiva generada por este terremoto local no haya tenido consecuencias más graves, tiene mucho que ver con que, en todo el país, comenzando por la propia Turingia, miles de ciudadanos salieran a manifestar en las calles su indignación por la irresponsabilidad de los políticos que permitieron que la extrema derecha tirara al suelo todos los diques de contención democrática construidos desde la reunificación. Esta reacción ciudadana resulta sin duda el aspecto más alentador en medio de este contexto tan preocupante.

A pesar de que, entre tanto, el advenedizo ministro presidente electo Thomas Kemmerich renunció, y que todo indica que Turingia va hacia una solución sin la AFD, la crisis política que destapó este episodio solo está en su comienzo. El sistema político bipartidista tradicional de la RFA con el partido Demócrata Cristiano-CDU de un lado y la Socialdemocracia-SPD por el otro, ha hecho agua. La Democracia Cristiana de Merkel, si quiere seguir gobernando, sobre todo en las regiones de la antigua DDR (Alemania oriental, ex comunista), va a tener que saltar por encima de su sombra y abandonar su pretendida política de rechazo equidistante de la neonazi AFD y Die Linke (La Izquierda), que coloca al mismo nivel a quienes siguen mirando con nostalgia el régimen totalitario nazi que llevó a Auschwitz, con los que aún hoy tienen dificultades en reconocer que la DDR comunista fue una dictadura totalitaria (y no solo un país en que ocasionalmente se violaban algunos derechos humanos). Que equipara a los que quieren demoler la democracia en el país, con los que todavía no la aceptan del todo y pretenden reformarla.

Cosa nada simple, porque no pocos miembros de la CDU piensan que es preferible hacer negocios y alianzas con la AFD, que para ellos no es más que un partido burgués protestatario, y rechazan todo tipo de cooperación o tolerancia con Die Linke.

Con Angela Merkel al final de su carrera política, la Democracia Cristiana germana va a tener que aprender a caminar de nuevo sola y a superar la desorientación en que se encuentra; definir si seguirá siendo un partido de centro como en la época de Merkel o si, por el contrario, se desplazará hacia posiciones más de derecha. Al mismo tiempo deberá resolver el problema de su conducción y designar su candidato a canciller para las próximas elecciones, las primeras post Ángela Merkel, luego de más de una década y media de liderazgo incuestionable. Y todo ello sin caer en la espiral autodestructiva que afectó  la socialdemocracia-SPD, que ya no es más que una tibia copia de lo que alguna vez fue. Una tarea nada simple y al mismo tiempo llena de riesgos.

Desde el otro lado de la cancha, lo que suceda con la CDU será observado con mucha atención por los tres partidos de una potencial coalición de centroizquierda formada por Verdes, Socialistas y Die Linke. La reciente y brutal masacre de Hanau, con sus 10 víctimas, y el desmantelamiento en los últimos días de una célula clandestina de la extrema derecha, a punto de cometer un gran número de atentados contra extranjeros, mezquitas y políticos considerados cómplices del “gran reemplazo”, paradójicamente, podría ayudar a disuadir a los que desde el “campo democrático” olvidan la historia y flirtean con la idea de formar una alianza de gobierno con la extrema derecha.

 

 

  • Ex Secretario General de Los Verdes europeos; cordobés nacido y criado en las Sierras, exiliado en la dictadura.

 

 

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