Cantos de sirenas

El sentimiento de abandono habilita soluciones inconducentes

 

Los derechos humanos están en la mira. No son abstracciones. Califican todas nuestras acciones cotidianas. Son un conglomerado de acuerdos sobre protecciones social e históricamente validadas. Son amplios. Entre muchos, salud, educación, trabajo digno. Figuran, incluso, en el repertorio del liberalismo clásico. Para los libertarios, no tienen justificación alguna. Dicen que el derecho a la propiedad es el único legítimo. El resto, cuando el Estado ya no molesta, parece que viene solo. Solo el sentimiento de abandono habilita las soluciones propuestas por los que avanzan poniendo la libertad al frente.

Mientras un hombre era apuñalado en Palermo, Eugenio Burzaco, entonces ministro de Seguridad porteño, disfrutaba del US Open. Según dijo, viajó “por trabajo”, reuniones. Dio a entender que lo esperaban funcionarios de la OEA y el FBI con una agenda previamente consensuada. Del viaje, solo trascendió su visita al Centro Nacional de Tenis Billie Jean King de la USTA en la ciudad de Nueva York, cuando jugaba el tenista argentino Juan Manuel Cerúndolo.

A las horas del asesinato del ingeniero, un cuchillo, supuesto al instante como el arma homicida, fue encontrado por un periodista que, haciendo su tarea como movilero, recorría la zona del crimen. La policía había concluido su “rastrillaje” sin novedades.

La policía no funciona. Los funcionarios tampoco. El microclima de un Estado colisionando con la sociedad agiganta “la casta”. Hacen sentido las palabras escuchadas en los grupos focales donde los participantes dicen “no sentirse cuidados”. Burzaco renunció.

La inseguridad es un tema permanente. Es una preocupación personal y colectiva. Frente a peligros, reales o potenciales, hay demanda de protección. No se trata solo del cuchillo, abarca mucho más. El temor a que nos roben el celular, a que nos despidan, a no encontrar casa para alquilar, al aumento de los precios, la justicia que nunca llega, etc. Nada de eso, hoy, resulta ajeno. Son situaciones frecuentadas por mayorías. Amplio el abanico.

La pandemia sensibilizó. Un bicho invisible sentenciaba a la pena de muerte democratizando el terror que, en su punto máximo, puso en la piel de la ciudadanía la desprotección. “El Estado compra barbijos, vacunas, respiradores, te cuida”. Los cuidados sanitarios fueron la cara brillante de la luna. Su cara oculta, los descuidos materiales. Los ATP, energía puesta en la economía registrada. El IFE, una ayuda a cuentagotas para 9 millones. Muchos no obtuvieron nada. El cierre de actividades desesperó a quienes, para llevar el pan a la mesa, solo se tenían a sí mismos. Mientras las pantallas mostraban a Luis Brandoni y Patricia Bullrich enfrentando la infectadura, detrás del humo amarillo se ejercitaba, en las lides de calles, un mosaico de ciudadanos que carecían de las protecciones garantizadas para los formalizados. Se huele que allí empezó a germinar una semilla, un sentimiento de abandono que no pudo frenarse.

El Estado está viejo. Cuidó bajo un paradigma construido para una sociedad que ya no existe hace mucho. La actual ya no se divide en dos. En la cuenta hay más que asalariados y empresarios. No alcanzan los dedos para contar los agrupamientos de la fragmentación laboral y económica. Trabajadores del sector privado, en blanco y en negro. Empleados públicos planta permanente y contratados temporalmente, todos registrados. Pero también empleo estatal precarizado, en modo pasantes o monotributistas. Cuentapropistas. Monotributistas profesionales de altos honorarios. Monotributistas de bajos ingresos. Trabajadores de plataformas detrás de manubrios de bicicletas y motos. Otros detrás de volantes, en modalidad Uber o Cabify. Personal doméstico. Tercerizados. Nómades digitales. Y la lista sigue. Una sociedad que, en su creatividad, se las ingenió hasta para crear dos economías paralelas, la de los manuales de macroeconomía y la popular.

En el camino, la inflación, que a medida que sube, resta. Cuando uno queda con su billetera, solo frente al cartelito de los precios, transpira incertidumbre. Las pantallas, en tanto, juegan en la pelea política y compiten para incidir en que rincón del cuadrilátero inmovilizar a las audiencias. Mientras las coaliciones que disputaron la copa en 2019 jugaban semifinales internas, la libertad avanzaba.

 

¿Quién nos protege?

Las vacilaciones del presente hacen lugar a las soluciones del pasado. Hay una biblioteca entera que explica que cada quien debe protegerse a sí mismo. Otra expone que nos debe proteger el Estado. Hay una tercera, intermedia, que dice que es un poco de cada cosa.

El debate lleva siglos. Fue muy fuerte en los inicios del capitalismo. Entonces, se desintegraba el modelo comunitario, basado en la vida familiar y los vínculos cercanos. El nuevo tipo de sociedad era de relaciones entre individuos, con los lazos y anclajes más lábiles.

La cuestión, en su momento, fue motivo de preocupación. Muchos pensadores buscaron soluciones. Entre ellos Thomas Hobbes y, posteriormente, John Locke, uno de los padres del liberalismo. A diferencia de Hobbes, que pensaba que una sociedad de individuos solo podía desembocar en una guerra de todos contra todos, Locke celebró ese nuevo mundo en el cual los hombres, gracias a sus actividades, alcanzarían la independencia. El trabajo, a su entender, haría al individuo propietario de sí y de sus bienes. Mientras Hobbes cosechó antipatías por postular que sólo un Estado fuerte podía resolver la desprotección en medio de la disolución del orden tradicional, Locke recogió lo contrario al plantear que la seguridad estaba garantizada por la propiedad privada.

Para Locke, la propiedad da seguridad frente a las eventualidades de la vida. Permite que el individuo no dependa de nadie más que de sí, sin someterse. Se auto-determina. No obstante, al ver que eran muchos quienes solamente se tenían a sí mismos en propiedad, sin jamás alcanzar otros bienes, pensó soluciones. Admitió, entonces, que cierto nivel de existencia del Estado podía resolver el problema. Debía limitarse a garantizar que el individuo pueda desarrollar sus actividades y disfrutar así de los frutos de su trabajo. El propósito de unirse y someterse a un gobierno era solamente para preservar la propiedad.

El liberalismo clásico, desde sus inicios, admitió un Estado mínimo para el orden social y político. Posteriormente, cuando Adam Smith sacó a la luz “la mano invisible”, tomó forma la discusión sobre cuánto de mercado y de Estado eran más adecuados para el desarrollo. Este punto es justamente el que los libertarios cuestionan. Para los seguidores de Ludwig Von Mises, el Estado obstaculiza. Los individuos, dicen, se organizan mejor solos. En la sociedad anarcocapitalista, la policía, los tribunales, todos los servicios se prestarían por parte de competidores de financiación privada en lugar de a través de impuestos. ¿Te suenan los vouchers educativos? El dinero sería proporcionado privada y competitivamente en un mercado abierto.

La sociedad libertaria, de individuos libres sin ataduras, que para Hobbes llevaría a una guerra civil, para Milei encamina al paraíso. Triunfador, en su noche soñada dijo: "Nuestro modelo es el de propiedad privada y paz, que nos va a permitir alcanzar la felicidad”. Paz, anhelo del movimiento libertario, que adhirió al principio de no agresión desde origen. Fue reafirmado permanentemente por Murray Rothbard y por su discípulo Hans Hope. Ambos economistas y filósofos y muy influyentes en la construcción del libertarismo contemporáneo. Milei homenajeó a Murray dando este nombre a uno de sus perros.

Inflexible con la pureza para la raza canina, acepta el mestizaje en la política. Con la libertad, también avanza el cambalache discepoliano. Entonces, la paz y la felicidad libertarias maridan con la reivindicación del genocidio llevado a cabo por la última dictadura militar. El regreso procesista de la teoría de la guerra re-estrenó el lunes pasado en la Legislatura porteña. Mientras Victoria Villarruel homenajeaba a “las víctimas del terrorismo”, los organismos de Derechos Humanos se manifestaban en contra. Las calles gritaban y en el salón Dorado se exponía la doctrina que espera a la Argentina si triunfa LLA en los comicios. La candidata a Vice exaltó las prácticas de la dictadura militar y propuso una revisión de las actuaciones judiciales. Afirmó que “el terrorismo de Estado no existe”. Una reivindicación de hechos aberrantes sin anestesia.

Desafiantes de los derechos humanos, los utilizan para atacar la existencia del Estado. Revirtiendo memoria y verdad e impidiendo justicia, van también contra los derechos económicos, sociales y culturales. Un Javier Milei provocador, en la noche del 13-A, bajo el éxtasis de su victoria dijo: "Venimos a terminar con el verso ese de que ‘donde hay una necesidad nace un derecho’, porque es mediante ese sistema que aumentan el gasto público, los impuestos, toman deuda y cuando ya no pueden más le dan a la maquinita".

La crisis, para LLA, es hija de los derechos. Agregan, donde hay un derecho nace un robo porque te cobran impuestos y aumentan el gasto. Rodando llegamos a que cuando el Estado te resuelve, te aniquila. Más derechos, más Estado, menos libertad. La línea fue expuesta por Hans Hope en el discurso que pronunció en 2017 en Turquía, en la 12ª reunión anual de la Property and Freedom Society. Allí dijo: “Alguien, cualquiera no es un libertario o simplemente es un falso libertario si afirma y defiende uno o más de los siguientes principios: la necesidad de un Estado, cualquier Estado, de propiedad ‘pública’ (del Estado) y de los impuestos para vivir en paz; o la existencia y justificación de los denominados ‘derechos humanos’ o ‘derechos civiles’ distintos de los derechos de propiedad privada”.

 

Final abierto

Muchos, todavía, están perplejos. No pueden concebir cómo las ideas de la motosierra y sus actuaciones fueron escuchadas, leídas, vistas y repetidas en redes sociales. Votadas por más de 7 millones de personas. Millones de ellos de los sectores populares. Sin embargo, entenderlo no es difícil. Basta con caminar atento por las calles, donde se constata lo que se escucha, y mucho, en los grupos focales. La palabra es “abandono”. El sentimiento de estar solo hace que lo permanente no sea la revolución, sino la desprotección. Cada quien luchando contra los precios, los robos. Viendo en su telefonito cómo Burzaco disfruta del partido detrás de sus anteojos de sol.

Rumbo a octubre, la expectación y la incertidumbre sobrevuelan. El candidato Sergio Massa dijo, en su viaje a Brasil, que el candidato de LLA está, según las mediciones de UP, entre 32 y 36 puntos. Unos cinco arriba. Primero de todos y con un avance respecto de sus números de las PASO. Hay encuestas, de las que no salen a la luz, que lo ubican cerca de los 38. Unos siete arriba. Puntos más, puntos menos, nadie discute su crecimiento.

La campaña recién arrancó. Juegan cinco y, si nada se complica, quedan dos. Todo pinta para un frente a frente entre el celeste y el violeta. Uno de los dos asumirá el 10 de diciembre. Ese día se cumplirán 75 años desde que, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ojalá sea un día de fiesta y lo del salón Dorado tan solo un mal recuerdo.

 

 

 

 

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