Cárceles, pandemia y feminismos

Entrevista con Moira Pérez, doctora en Filosofía y especialista en violencia e identidad.

 

"El feminismo ha muerto" fue la consigna que devino tendencia en redes sociales y disparó una serie de opiniones y discusiones. La supuesta liberación masiva de presos por delitos sexuales y femicidios trajo nuevamente la discusión acerca del vínculo entre punitivismo y feminismo y demostró la existencia de un "feminismo carcelario". Para Moira Pérez, especialista en estos temas, el problema radica en que gran parte del movimiento feminista ha tendido a pensar la justicia como castigo, y el castigo como cárcel.

—En estos días, en el marco de la campaña contra las medidas de morigeración del encierro a presos también resonaron críticas al feminismo por no reaccionar ante la supuesta liberación masiva de condenados por abuso sexual y femicidio. Entonces las críticas a las medidas para descomprimir el sistema penitenciario vinieron también desde algunos espacios feministas. Sin embargo, no todos los feminismos buscan la cárcel como solución exclusiva al problema de las violencias machistas. ¿Podrías contarme cuál es el vínculo —desde tu punto de vista— entre feminismo y castigo o entre feminismo y cárcel? ¿A qué creés que responde la asociación entre feminismos y demanda de castigo?

—Ante todo me parece importante dejar asentado que esas reacciones se debieron en gran parte a noticias falsas e información producida y difundida con la intención de estigmatizar y difamar a las personas privadas de su libertad, a sus familiares y a quienes defienden sus derechos. Un rápido chequeo de información en instituciones confiables y serias como el CELS, la Procuración Penitenciaria Nacional (PPN) o la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) y de organizaciones que vienen trabajando con la cuestión carcelaria hace tiempo, como la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACIFaD), Atrapamuros o la Cooperativa Esquina Libertad, sirve para desmentir la mayoría de las cosas que se han dicho. Así se establecen los términos reales del debate y podemos hablar seriamente acerca de la cuestión carcelaria ante la emergencia sanitaria.

En cuanto a lo que preguntás, desde ya que depende de qué feminismo analicemos, o incluso qué entendamos por feminismo. En principio, yo no creo que haya un vínculo necesario o esencial entre feminismo y castigo o feminismo y cárcel, pero también creo que en gran parte del feminismo se ha tendido a pensar la justicia como castigo, y el castigo como cárcel. Es decir, a partir de un diagnóstico de la sociedad como desigual (desigualdad que muchas veces se interpreta estrictamente como una inequidad entre varones y mujeres, sin incluir otros factores) el feminismo impulsa una búsqueda de equidad (de nuevo, con frecuencia entendida como lograr una relación horizontal entre varones y mujeres, así sin mayores aclaraciones), que incluye entre otras cosas la justicia ante las violencias sufridas por las mujeres. Ahora, esta justicia podría entenderse de muchas maneras, pero con frecuencia tendemos a entenderla, en nuestra sociedad, como castigo a los perpetradores directos. Muchas veces el feminismo, en vez de repensar o ampliar esta comprensión de la justicia, la reproduce y busca el castigo de los individuos (varones) que realizaron los eventos puntuales que caracterizamos como “violencia machista” (hacia mujeres). Por otro lado, incluso dentro de esta concepción de la justicia como castigo (con la que personalmente no estoy de acuerdo), se podría pensar al castigo de muchas maneras, pero tiende a reducírselo a la cárcel. Esto es lo que Elizabeth Bernstein y otras feministas han llamado “feminismo carcelario”, y se sustenta principalmente en el reclamo de justicia (léase: cárcel) frente a la violencia de género (léase: violencia de varones individuales contra mujeres individuales). Son dos movimientos distintos (de justicia a castigo y de castigo a cárcel) que parten de decisiones o giros políticos del movimiento y tienen implicancias, por ejemplo, en quiénes quedan bajo el ala protectora del feminismo, qué tipo de reclamos tendrán prioridad en la agenda del movimiento, y con quiénes se puede establecer alianzas y con quiénes no. 

—El macho violento es construido como un monstruo y patologizado, un sujeto que merece el peor de los castigos: la cárcel (por lo menos) ¿Con qué otros discursos sociales se vincula la deriva punitivista del feminismo? Estoy pensando también en cómo el discurso de la mano dura permeó espacios feministas o de la diversidad (algo mencionás en un artículo en Soy).

—Esa construcción del “macho violento” monstruoso es una parte fundamental de la cultura punitivista: tengo que construir a un malo monstruoso, incontrolable, desquiciado, para poder justificar el fervor con el que pido el castigo, para justificar ese pedido que circuló en estos días de “que no salgan nunca más”. Eso, como vos decís, va más allá del feminismo, es un discurso que atraviesa a toda nuestra sociedad. Pero ha sido apropiado, intencionalmente o no, por movimientos vinculados con los géneros, tales como movimientos LGBT o feminismos. Y eso es paradójico, porque este discurso social del “macho monstruoso” nos muestra claramente cómo funciona el punitivismo (y la cárcel como su expresión más tangible) como tecnología del género. A través del marco punitivista construyo ciertos modos de entender al género, y a cada uno de los géneros: el hombre (o la persona heterosexual, desde el movimiento gay-lésbico) es malo, tosco, violento, impulsivo; la mujer (o la persona no heterosexual) es buena, pasiva, frágil y víctima. Laura Macaya-Andrés, una anarcofeminista española, muestra muy claramente cómo esto termina perjudicando incluso a las mujeres, y produciendo modelos que luego las personas reales tenemos que cumplir si queremos acceder a la protección del movimiento feminista o LGBT y del Estado. Es paradójico porque estamos reproduciendo esos mismos estereotipos que el feminismo se propone desmantelar: la deriva punitiva del feminismo se compromete con ciertas representaciones sociales de lo que es “la mujer” que, dichas en cualquier otro contexto, a cualquier feminista le causarían horror.

Pero hay otra cosa sobre este punto que me gustaría señalar: el hecho de que pidamos “que no salgan nunca más” es la demostración más evidente de que en realidad no creemos en el sistema penal. Si creyéramos que el sistema penal funciona, estaríamos tranquilxs de que la persona pueda salir una vez que cumple su condena, porque sabríamos que esa persona pasó por un “tratamiento” (es el término que utiliza nuestro sistema penal) y un proceso de revinculación con el medio libre (no digo “reinserción social” porque la cárcel también forma parte de la sociedad, desde ya). Pero no creemos en la cárcel, sabemos que la cárcel en sí misma no funciona, no ayuda a las personas que sí han cometido un daño comprobado (que son una minoría dentro de la cárcel) a repensarse y a construir otros planes de vida. Obviamente hay muchísima gente en la cárcel que sí lleva adelante este proceso, pero no porque la cárcel se lo haya facilitado, sino muchas veces en contra de esa institución.

—Se habló mucho de los acusados o condenados por delitos violentos vinculados al género, pero poco se dijo sobre las condiciones de mujeres y personas trans en las cárceles, incluso desde esos mismos ámbitos feministas. ¿Qué sucede en las cárceles con estas identidades?

—Si entendemos al feminismo como un movimiento (o un conjunto de movimientos) que buscan transformar las condiciones de vida de las mujeres, y el lugar social que ellas ocupan, entonces la cuestión carcelaria tiene que ser un eje fundamental de su trabajo. No sólo por las mujeres (cis* y trans) presas, sino también por las familiares que son quienes muchas veces sostienen la supervivencia de sus compañeros, hijos, hermanos en el encierro y que, como ha mostrado por ejemplo Vanina Ferreccio en Argentina, son alcanzadas por el sistema penitenciario aun estando “afuera” (en este punto la distinción tajante entre “adentro” y “afuera” se vuelve más difícil de sostener).

En cuanto a las mujeres cis y feminidades trans, en los últimos años en toda la región su tasa de encarcelamiento ha subido de manera desproporcionada en gran parte a través de la llamada “guerra contra las drogas”, que desde los años ’90 ha servido para castigar la pobreza, la precariedad y la supervivencia. En la Argentina, alrededor del 80% de las mujeres cis y el 70% de feminidades trans presas en el sistema federal lo está por la ley 23.737 de estupefacientes, básicamente acusadas —la mayoría sin condena— de narcomenudeo (para información actualizada y confiable sobre esto recomiendo seguir los informes de la PPN). En el caso de varones trans no hay números precisos, en general porque para una persona asignada al sexo femenino al nacer puede ser muy riesgoso identificarse abiertamente como varón dentro del sistema carcelario (en este sentido, es incorrecto decir que la cárcel alcanza más a las feminidades trans que a las masculinidades trans, porque realmente no tenemos forma de saberlo, al menos por ahora). 

Antes me referí al sistema penal como “tecnología de género”, y agrego que el abolicionismo queer y feminista ha demostrado desde hace décadas que esa “tecnología de género” también funciona en la cárcel como forma de disciplinar el género: desde el punto de vista legal y burocrático, encarcelar a una mujer cis o a una persona trans puede ser por narcomenudeo, pero lo que se está castigando en gran medida es su forma de vivir el género, su desacato en relación con el lugar social asignado a ese grupo social. El narcomenudeo es la forma que tenemos ahora de caratular a ese disciplinamiento penal; en el pasado fue el trabajo sexual, el merodeo, o cualquier otra figura que se te ocurra de nuestra triste historia penal.

—Muchas veces los feminismos, como otros movimientos sociales, levantaron el cartel “no en nuestro nombre”, denunciando una utilización instrumental de sus principios o demandas. ¿Qué lectura hacés de cómo se formulan estas demandas del feminismo hoy para reforzar la discriminación a personas presas y a la vez criticar al gobierno?

—Toda iniciativa de transformación social se expone a ser reapropiada e instrumentalizada para fines que le son ajenos. Es decir, todo lo que hacemos (incluso desde la academia, nuestra producción intelectual) puede ser tomado como un instrumento para avanzar no sólo en agendas que no son las nuestras, sino en agendas con las que estamos profundamente en desacuerdo. Por eso es importante que quienes se identifican como feministas reflexionen críticamente acerca de las distintas implicancias que podrían llegar a tener sus estrategias, aunque no sea la dirección que les querían dar inicialmente. Algunas no podemos ni imaginarlas, por supuesto, pero otras sí. Acá creo que hay que seguir el sabio consejo de Ruth Gilmore Wilson, una pensadora y activista abolicionista, cuando dice: “No hagamos concesiones que vamos a tener que desmantelar en el futuro”. Esto lo digo en referencia a quienes se entienden como feministas pero no quieren alimentar el sistema de castigo (que desde ya no son todas).

Por otro lado, desde mi perspectiva no sería un problema en sí mismo si “por culpa del feminismo se liberan presos”, si con eso en realidad lo que se está diciendo es “gracias a las reivindicaciones del movimiento feminista se cumple con las garantías constitucionales que protegen a las personas privadas de su libertad”. En todo caso el problema de esa frase es que no es cierta por muchos motivos: entre otros, porque no es "por culpa del feminismo". Hay líneas del feminismo que están abiertamente a favor del castigo y la cárcel (incluso la cárcel tal como existe hoy en día), y eso también hay que asumirlo. No estoy de acuerdo con quienes dicen “si es equis cosa, no es feminismo”: sí es feminismo, el feminismo es plural, contradictorio y dinámico, como cualquier movimiento social, e incluye proyectos con las que algunas pueden no estar de acuerdo. El tema de la cárcel es un muy buen ejemplo de esto. Es importante entender que el aumento de población carcelaria no se debe necesariamente al aumento del delito, sino más bien a la creación de nuevas figuras penales, la extensión de las penas, y la limitación de las medidas de morigeración. Y el “feminismo carcelario” ha contribuido a estos tres factores, entendiendo, como decía antes, que la forma de conseguir justicia es crear una figura penal, que las personas (varones, en este caso) vayan presas por esa figura, y que se queden ahí la mayor cantidad de tiempo posible. Pero aquellas feministas que buscan mejorar las condiciones de vida de las mujeres tienen que entender que esas tres medidas no se van a aplicar sólo a varones, y que incluso cuando aplican a varones afectan profundamente la vida de muchas mujeres. Y, sobre todo, que al exigirlas se alimenta una red social más amplia, que es la cultura del castigo, que nos atrapa a todxs de una forma u otra.

—Para terminar, una pregunta sobre el futuro. ¿Creés que los feminismos pueden anhelar un proyecto más abarcador de justicia social o están condenados a seguir girando alrededor de las víctimas y en especial las víctimas mujeres de violencias machistas sin importar ninguna particularidad más?

—De nuevo, hay muchos feminismos y cada uno de ellos tomará distintos rumbos, en parte marcados por las decisiones de quienes los forman y en parte redireccionados por circunstancias históricas que nos exceden. Pero creo que cualquier movimiento que se piensa como parte de una transformación hacia un mundo justo y equitativo, debe darle un espacio central y permanente a la autocrítica, la escucha y el intercambio con otros movimientos. Es muy difícil hacer un espacio a la autocrítica dentro de movimientos sociales progresistas, porque tendemos a polarizarnos en una dinámica de “con nosotrxs o con ellxs” que no ayuda a nadie. Esa autocrítica incluye, por ejemplo, pensar seriamente en por qué en los espacios de deliberación de mi organización no hay personas racializadas, personas trans, mujeres rurales, familiares de detenidxs, o lo que sea que pueda aportar al tema sobre el que me interesa intervenir.

Pero además, en temas tan sensibles como estos, donde está en juego cómo responder a la violencia, no podemos limitarnos a juzgar desde la vereda de enfrente a quienes piden más cárcel y más castigo. La masividad que tuvo el cacerolazo que vimos hace unos días contra las medidas de morigeración en emergencia sanitaria me causó un dolor desgarrador, pero también me ha empujado a reflexionar (en mi caso, junto con Blas Radi y otrxs colegas del grupo PolQueer en el que trabajo), acerca de las causas de esa reacción social, y si desde el antipunitivismo local estamos ofreciendo alternativas concretas y viables a esas demandas de castigo. Esto lo digo más allá de las noticias falsas que han alimentado este fenómeno, que mencionaba al principio (quienes nos interesamos por la cuestión carcelaria ya estamos acostumbradxs a las mentiras que se dicen impunemente sobre el sistema de castigo penal y quienes lo transitan). Debemos entender que en algunos casos (no en todos, por supuesto) ese pedido nace de un daño real que se le ha causado a víctimas y sobrevivientes cuyos derechos han sido sistemáticamente vulnerados a lo largo de toda su vida, y el sistema penal es la única vía que se les ha ofrecido, tanto institucionalmente como desde el imaginario social, para interpretar lo que sería la “justicia” y obtenerla. Decir “son todos fachos” no va a saldar el daño ni curar las profundas heridas que tienen muchas de estas personas. Personalmente no me interesa un movimiento que se limite a juzgar y descartar gente pegándoles la etiqueta de “fascista”, “patriarcal”, “machirulo” o lo que sea, desde un lugar externo e impoluto. Tenemos que ofrecer alternativas concretas, retomar y colaborar con experiencias existentes de resolución de conflictos, justicia restaurativa, afirmación de derechos y acompañamiento comunitario para que esa persona que hoy pide cárcel vea otros caminos posibles, y en todo caso pueda elegir cuál es su demanda —si sigue pensando que “pudrirse en la cárcel” es el camino, entonces ahí sí no tengo mucho más para conversar—. Ese futuro, tal como nos enseña el abolicionismo penal, se construye con elementos del presente: sólo tenemos que buscarlos, difundirlos, y colaborar para que sigan creciendo.

 

*Una persona cis es aquella cuya identidad de género coincide con el sexo que le fue asignado al nacer. Lo opuesto a cisgénero es denominado transgénero.​

 

Todos los miércoles de mayo Moira Pérez dará un curso sobre (Anti) Punitivismo, géneros y movimientos sociales en la Cooperativa Esquina Libertad (cooperativa de personas en encierro, liberadxs y familiares). Para más información y/o inscribirse, escribir a [email protected]. Todo lo recaudado será destinado al fondo de crisis de cuarentena de la Cooperativa Esquina Libertad.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí