China-MERCOSUR: ¿Hay perspectivas?

La importancia de sumarse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta para construir políticas sólidas e integradas

 

Creación y evolución del MECOSUR

El mercado regional denominado Mercado Común del Sur (Mercosur) se concibió como un área económica con la participación y cooperación de varios Estados-nación limítrofes con el objetivo de facilitar e impulsar los acuerdos, flujos e intercambios de bienes y servicios materiales, virtuales y humanos, tendientes a generar formas de convenios conjuntos para gestionar las políticas públicas y estrategias de inserción internacional. Se concibió, al mismo tiempo, con el acuerdo infranqueable de mantener en cada país participante la concepción y la acción de respetar y fortalecer las “formas democráticas”, honrando los estilos específicos de los gobiernos de los países asociados.

El MERCOSUR nació en un marco mundial de generación de distintos bloques de mercados comunes acompañados, en ciertos casos, de la búsqueda de que los gobiernos nacionales conformen administraciones políticas y económicas conectadas entre los miembros participantes.

Uno de los antecedentes se ubica en la década del ‘70 del siglo pasado, cuando Uruguay firmó con la Argentina el Convenio Argentino-Uruguayo de Cooperación Económica (CAUCE) y con Brasil el Protocolo de Expansión Comercial (PEC).

En 1985 se firmó entre la Argentina y Brasil la Declaración de Foz de Iguazú, que creó una Comisión Mixta de Alto Nivel y buscó establecer una zona integrada entre los dos países.

Además, entre 1984 y 1989, los gobiernos de la Argentina y Brasil pusieron en funcionamiento la concertación de 24 protocolos bilaterales, en los que se avanzó en la regulación del comercio en otros tantos sectores de ambas naciones. El sector automotriz fue uno de los más relevantes y que más efectos multiplicadores tuvo en las décadas posteriores en la actividad industrial.

En 1990, la Argentina y Brasil continuaron con el itinerario de integración, suscribiendo en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) un Acuerdo de Complementación Económica. Simultáneamente, los dos países comenzaron a reunirse con Uruguay y Paraguay para diseñar conjuntamente un mercado común.

En marzo del año siguiente los cuatro países firmaron el Tratado de Asunción, sentando las bases de la conformación del Mercosur, delineando una hoja de ruta para la integración económica, instaurando un programa de regulación comercial, e incorporando la búsqueda de coordinar políticas macroeconómicas y establecer un arancel externo común; sumando, a su vez, la intención de armonizar otros instrumentos de política económica y social. También se acordó la vocación regional de intentar la adhesión de otros Estados de la región miembros de la ALADI.

En 1994 se firmó el protocolo de Ouro Preto, en el que se determinó un arancel externo común. En 1999 se generó una zona de circulación interna libre de aranceles, que comprendió a muchos productos que se intercambiaban entre los países miembros.

En la década del ’90 aumentaron significativamente la circulación comercial entre los países pertenecientes al MERCOSUR y se conformaron varios eslabonamientos productivos a escala intra-zona.

Desde principios del siglo XXI, con la llegada al gobierno de fuerzas políticas con proyectos progresistas, se renovaron las iniciativas gubernamentales, impulsando y densificando el MERCOSUR, al tiempo que se iniciaban y concretaban tratativas para incorporar nuevos países y crear organismos regionales vinculados. A manera de referencia, vale señalar la iniciativa de fundar el Banco del Sur (2009), concertada por la Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela, mientras que Chile y Perú concurrían como observadores.

En los últimos años, enmarcado en los giros ideológicos realizados por los gobiernos de la región hacia orientaciones de corte neoliberal, insertos en un mundo cada vez más hegemonizado por la esfera financiera del capital, el MERCOSUR tendió a reducir sus metas y contenidos.

La estructura orgánica del MERCOSUR resistió con cierta eficacia los embates dañosos, seguramente porque eran competentemente sólidos los avances alcanzados en la consolidación de algunas ramas de los eslabonamientos productivos y/o comerciales en la dimensión “intra-zona”.

En 2021, el intercambio “extra-zona” creció un 37% en relación al año anterior. La balanza comercial registró un resultado favorable de 78.656 millones de dólares, es decir aumentó un 24% respecto a 2020.

En ese año, según la Cepal, el MERCOSUR exportó a China el 29% del total, a Estados Unidos el 11% y a los Países Bajos el 4%, lo que representa el 44% de total. Simultáneamente, las importaciones que vinieron de China representaron un 25% del total, de Estados Unidos el 18% y de Alemania un 5%, expresando el 48% del total.

El continente asiático fue el principal destino de las exportaciones y origen de las importaciones, datos que nos impulsan a enfocar nuestra mirada a la relación actual y futura entre el MERCOSUR y China.

Para terminar este tramo del escrito es ineludible puntualizar que el mejoramiento del desempeño del intercambio internacional del MERCOSUR se explica porque en el año anterior, en buena parte por la incidencia del Covid-19, se desplomaron las importaciones y exportaciones, que se recuperaron en 2021, año en el que además se inflaron los precios mundiales de los productos primarios. La expansión del comportamiento de los indicadores macroeconómicos no se reflejó en el mejoramiento de la situación de los segmentos sociales más desposeídos: en esos dos años se dilataron las carencias materiales y simbólicas, los que se expresa en los indicadores de la ampliación de las personas que subsisten en la zona en condiciones de pobreza extrema.

 

 

Crecimiento y desarrollo de China

A partir de la revolución de 1949 el Estado y la sociedad China han tenido un crecimiento y desarrollo sin precedentes, con transformaciones estructurales que se forjaron con avances y retrocesos. Los planes quinquenales señalaron las propuestas a cumplir. La reforma agraria de 1950 otorgó, en poco más de tres años, tierras a casi 300 millones de personas.

A principios de los ‘60 se vislumbró el fracaso del programa denominado “Gran salto adelante”, que no logró una mayor industrialización ni un aumento de la producción agropecuaria. En esos momentos se registraron fuertes disputas internas que provocaron, a fines de los ’70, la propuesta de “Reforma y apertura”.

Uno de los argumentos emergentes sostenía que “el socialismo no puede ser sinónimo de pobreza”. De tal modo que se instaló como un nuevo paradigma la erradicación de la pobreza vía la creación de nuevos puestos de trabajo, distribuyendo ingresos de calidad, infraestructura y educación/salud/alimentación para el conjunto de la población.

En 2012 el XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) ratificó un nuevo rumbo, incorporando especialmente las dimensiones ambientales y tecnológicas, propiciando modificaciones estructurales con vistas a lograr la erradicación de la pobreza.

El 13º plan quinquenal (2016-2020) concluyó que las vinculaciones de mano de obra barata, inversión a gran escala y orientación de la producción hacia el exterior permitieron un fuerte crecimiento en la economía, pero sin una mejora significativa en las condiciones de vida de la población china.

El 14º plan quinquenal (2021-2025) está en curso y tiene el propósito de cambiar el modelo de crecimiento económico del país, incentivando el consumo y el mercado interno, el desarrollo científico y una mayor apertura de China al mundo. Es de resaltar que en ambos planes quinquenales hay un objetivo central: reducir la pobreza.

En noviembre de 2020 el gobierno chino anunció que 800 millones de hogares habían dejado de vivir en la pobreza. Se trata de un gran logro, pero no debe soslayarse que una porción de “notables” chinos se suma a la lista de millonarios a nivel global mientras otro segmento minoritario –en un país de 1.500 millones de personas– tiene un alto nivel de hiperconsumo de artículos suntuosos, tal como es posible observar en las calles de algunos barrios selectos de Shanghái o Beijing.

Desde 1953, las políticas sociales, económicas y culturales –luego científicas y tecnológicas– son decididas por el PCCh. Es decir que la planificación de las políticas de desarrollo se instala desde el Estado y en relación directa con el PCCh, lo que tiñe de particularidades únicas al modelo de crecimiento y despliegue a nivel global.

El PCCh sostiene que un gobierno global (que supera incluso a Estados Unidos en términos económicos y científicos pero no militares) no podrá consolidarse y cumplir el sueño chino de ser “un país socialista, moderno, próspero, fuerte, democrático, civilizado y armonioso” si se convive en una sociedad desigual. Para ello se debe invertir en salud, educación, en mejorar las infraestructuras rurales, elevar las condiciones de urbanización, estimular nuevas políticas demográficas, etc. Junto a estas metas e inversiones se debe lograr un aumento de los salarios industriales y del sector servicios, con el fin de crear una sociedad más igualitaria. El Partido y su presidente afirman que en el “sueño chino” y en la “nueva normalidad” no hay lugar para los niños pobres.

Xi Jinping expresó las “tres leyes” y los “tres desarrollos”: un camino de desarrollo científico que siga las leyes de la economía, un camino de desarrollo sustentable que siga las leyes de la naturaleza, y un camino de desarrollo inclusivo que siga las leyes de la sociedad humana. Y lo resumió en cinco ideas: innovación, coordinación, medio ambiente, apertura y colaboración.

 

 

China-MECOSUR: ¿Un escenario deseable y posible?

Desde 2020, la intensa virulencia y extensión mundial de la Covid-19, a la que se le agrega en los últimos meses la guerra en Ucrania, afectaron e inciden en los comportamientos relativos de los equivalentes monetarios, generando oscilaciones vinculadas a los flujos del capital financiero, sumados a los desacoples de los intercambios de bienes y servicios a escala internacional. Los anteriores son factores que ponen en cuestión los soportes y determinantes de los modos del diseño y funcionamiento del esquema de la globalización de los mercados des o auto-regulados manejados por Estados Unidos y sus aliados. Hay que señalar que es una forma de distribución de la riqueza y del poder mundial que en los últimos decenios se ha venido debilitando, trasladando y relocalizando su predominio hacia otras regiones del globo.

Asistimos hoy a una “nueva normalidad” relacionada a un nuevo esquema cruzado por una distribución del poder en varios sitios, donde la presencia de China, Rusia y otros países disputan y presentan opciones económicas y financieras desde Estados nacionales fuertes, con prevalencia de vínculos multilaterales signados por la fórmula win-win (ganador-ganador) y proponiendo un nuevo esquema de relaciones armónicas con lazos solidarios entre los Estados y los pueblos del llamado sur global.

En 2004 se comenzó a formalizar un entretejido de alianzas con metas estratégicas entre China y la Argentina. La creación en 2013 de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) del actual gobierno chino –que evoca a la histórica y mítica ruta de la seda china de siglos atrás– suma a muchos países del mundo entero, configurando nuevos desafíos y oportunidades para los países miembros del MERCOSUR.

Desde febrero de 2022, en la última visita a China del actual Presidente Fernández, el Estado argentino se ha incorporado formalmente a la IFR. Numerosos proyectos de cooperación fueron aprobados y dependerá de la capacidad estatal –nacional, provincial y municipal– poder llevarlos adelante. Sería conveniente que el resto de los países del MERCOSUR se sumen de manera articulada a la IFR para construir políticas en conjunto sólidas e integradas que potencien las ventajas relativas y dinámicas de la región. En las actuales disputas y reestructuraciones a escala mundial, las iniciativas unilaterales resultan signadas por múltiples fragilidades tecnológicas y competitivas.

A la vez, en relación a los vínculos entre el Mercosur y la IFR, aparece como un nuevo tipo de cooperación desde el propio Sur y muestra los nuevos desafíos (y límites) políticos y económicos de la cooperación Sur-Sur en la segunda década del siglo XXI. En ese sentido, se puede señalar que mientras el poder político de China tiene la coherencia de la “larga duración” y “objetivos precisos”, en el Mercosur las diferentes políticas económico-sociales gubernamentales tienden a ser corto placistas. A eso se suman las debilidades de las administraciones estatales, que en conjunto obstaculizan los objetivos de una cooperación de largo plazo que busque la reducción de la pobreza y la desigualad.

Los problemas actuales a nivel multilateral revelan disputas no resueltas sobre:

  • las asimetrías del poder,
  • los comportamientos de las empresas trasnacionales,
  • la lucha contra la pobreza y la desigualdad,
  • las emergencias sanitarias,
  • la preservación del medio ambiente,
  • la regulación de los mercados financieros,
  • las responsabilidades compartidas en las relaciones internacionales.

La meta sería consolidar otro orden internacional político, económico, social, financiero, científico, ambiental, sanitario, diplomático y militar más horizontal, democrático, pacífico y solidario a nivel global.

Ante los nuevos conflictos y problemas mundiales, adoptar una orientación inscrita en el multilateralismo cruzada por un no alineamiento activo y solidario por parte de nuestras sociedades y gobiernos es el procedimiento más indicado para defender los intereses nacionales y populares.

 

 

 

 

 

* Carlos Fidel es docente investigador titular consulto de la Universidad Nacional de Quilmes. Fortunato Mallimaci es profesor UBA e investigador CONICET.

 

 

 

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