Chips, chips, bang bang

Inopia del modelo exportador de sectores argentinos que suman gas y petróleo a la pampa

 

El Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, promulgó la Inflation Reduction Act (IRA, Ley de Reducción de la Inflación) en agosto de 2022, una ley que bajo ese curioso nombre cobija una montaña de subsidios para la vuelta al suelo norteamericano de las plantas industriales que mayormente se habían localizado en China, sin hacerle asco a que abandonen el territorio europeo u otras regiones hacia “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”. Asimismo, para que si salen, sea a lugares muy determinados. La semana pasada Biden llevó adelante la segunda “Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África” en la Casa Blanca con jefes de Estado y/o de gobierno de 49 países africanos. De esta forma, ninguna parte de la geografía mundial queda afuera del radar. Barack Obama organizó la primera en 2014. Evitar o contener la influencia de China, Rusia y la Unión Europea en el continente negro implicó realzar la amistad que se ofrece con fondos para invertir por 55.000 millones de dólares a gastar durante los próximos tres años, monto que posiblemente se amplíe en la gira que Biden planea hacer por África el año entrante. Habrá que ver en el orejeo de los naipes geopolíticos cómo comienza a impactar la fusión nuclear anunciada en días pasados por los norteamericanos. Es la primera vez que produce más energía que la insumida para generarla. Es verdad que está muy en pañales –en extremo, se podría decir según los especialistas–, pero el sol entre nosotros, aunque este muy lejos, es para seguir de cerca. Su potencial impacto en la vida cotidiana y la geopolítica son inconmensurables.

Mientras tanto, en el plata en mano-culo en terra de la IRA también hay subsidios gigantes y exenciones impositivas para la energía verde, conforme los compromisos asumidos durante la campaña electoral con la agenda del medioambiente. Hay que descontar un acuerdo de estos días entre senadores demócratas y republicanos, que por vía reglamentaria le bajaron mucho la financiación de objetivos ambientales a Biden. No faltan fondos para la innovación tecnológica, a los que hay que sumarle 52.700 millones de dólares de subsidios para la Chips and Science Act (ley para promover la ciencia y los semiconductores), también promulgada este año. Sopesar el significado de estos asuntos para la economía mundial conlleva, a su vez, palpar las diversas clases de conflictos que han desatado estos movimientos norteamericanos con los otros grandes actores de la arena internacional. En el escenario que se abre hay condicionamientos ineludibles a tener en cuenta en la traza de la ruta de salida de una economía argentina atragantada por el endeudamiento externo, la inflación indomable y la mala distribución del ingreso.

La disputa por los chips no es sólo por la cada vez mayor cantidad de productos que los utilizan y tampoco sólo por la construcción de las computadoras actuales –con lo que ya tiene sobradas medallas para ser un asunto clave–, sino que está en juego quién sube primero al podio de la generación de computadoras cuánticas, cuya promesa en el aumento de la capacidad de cálculo y simulación augura el diseño y puesta a disposición de los consumidores de nuevos productos o innovaciones que hoy no son posibles de manufacturar por cuestiones de costos o límites del conocimiento, desde medicamentos hasta drones o robots. A su vez, en ese mundo que se viene de autos que vuelan, el actual sistema de claves informáticas, por capacidad de cálculo de las cuánticas, es un fósil.

Los datos de la consultora de las grandes corporaciones McKinsey valoran el mercado mundial actual de semiconductores en algo más de 500.000 millones de dólares. Para 2030, proyecta que el mercado mundial de semiconductores llegará al billón de dólares. SEMI, la cámara gremial empresarial de la industria de semiconductores norteamericana, estima que entre 2021 y 2025 se levantarán 81 nuevas plantas para hacer los chips en todo el mundo: 22 en China, 21 en Taiwán, 14 en los Estados Unidos, 10 en Europa y Medio Oriente, 7 en Japón, 4 en Corea y 3 en el sudeste asiático.

La Unión Europea ha sancionado la European Chips Act con 45.000 millones de dólares en subsidios. Hay que tener presente que en la manufacturas de chips hay dos tipos de corporaciones. Una, las que los diseñan y no tienen fábricas, o sea, que se los fabrican terceros, y otras las que detentan esas plantas industriales y pueden o no tener diseños propios. Casi todo el mercado de diseño está ocupado por corporaciones norteamericanas y en la parte que no están sus patentes hacen la diferencia.

 

 

 

Piñas van, piñas vienen

Y como era de esperar, la pelea viene ahondando sus rispideces. El más reciente avatar en esta tenida global ocurrió a principios de la semana anterior. China denunció en la OMC (Organización Mundial de Comercio) los controles a la exportación estadounidense de semiconductores. Beijing acusó a los Estados Unidos de proteccionismo comercial al bloquear efectivamente a las empresas tecnológicas para que no vendan chips avanzados a China, lo que obstaculiza la industria tecnológica china. Las 22 plantas industriales que se suponía serían puestas en marcha van camino a reducirse en un número considerable. Esto sucede mientras Japón y los Países Bajos están en conversaciones para unirse a los Estados Unidos en el endurecimiento de los controles de exportación de maquinaria para la fabricación de chips. Resulta que las dos únicas fábricas que los usan como insumos, imprescindibles para fabricar chips de última generación –una que hace los lentes y espejos y la otra, las máquinas de litografía ultravioleta extrema (Extreme Ultraviolet Lithography: EUV)–, una se encuentra en Alemania y la otra en Países Bajos. Japón forma parte de esta cadena. Por si las moscas, según trascendidos recogidos por los medios internacionales, China está preparando un paquete de subsidios y créditos fiscales por valor de más 143.000 millones de dólares para impulsar su industria nacional de semiconductores durante los próximos cinco años.

China reaccionó así al verdaderamente amplio conjunto de regulaciones que los norteamericanos pusieron en vigencia en octubre sobre la industria de semiconductores, que en opinión de los denunciantes ponen bajo seria amenaza la estabilidad de las cadenas mundiales de proveedores industriales de chips al tener como verdadera meta arrasar con la industria de semiconductores de China. La respuesta oficial norteamericana corrió por parte de Adam Hodge, portavoz de la oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos –a través de un comunicado enviado por correo electrónico, de acuerdo a un cable de Reuters–, quien dijo que “hemos recibido una solicitud de consulta de la (República Popular China) relacionada con ciertas acciones de los Estados Unidos que afectan a los semiconductores” y puntualizó que “como ya le hemos comunicado a la República Popular China, estas acciones específicas se relacionan con la seguridad nacional, y la OMC no es el foro apropiado para discutir temas relacionados con la seguridad nacional”.

La llamada solicitud de consulta es el primer paso del largo procedimiento que se sustancia en la OMC para estos casos en que un país acusa a otro de violar la normativa que regula el comercio mundial. La queja de China sobre las restricciones a la exportación de chips de los Estados Unidos se produce días después de un fallo de la OMC contra Washington en una demanda separada sobre los aranceles a los metales que había presentado China. Estados Unidos también rechazó ese veredicto de la OMC, disconforme con sus procedimientos de arbitraje. Es de suponer que los Estados Unidos ni se van a tomar el trabajo de recurrir la sentencia porque ha bloqueado los nombramientos de los jueces del Órgano de Apelación de la OMC, la máxima instancia rectora de disputas comerciales del organismo, lo que significa que algunas nunca se resuelven porque caen en el vacío legal existente.

El fallo de los tres jueces de la OMC sostiene que los aranceles impuestos a las importaciones de acero y aluminio por el entonces Presidente Donald Trump contravinieron las reglas comerciales globales. También recomienda que los armonice con la normativa vigente, lo que implica que cesen de ser aplicados. Trump impuso aranceles del 25% a las importaciones de acero y del 10% al aluminio en 2018, recurriendo a la Sección 232 de una ley de 1962 que permite al Presidente restringir las importaciones si amenazan la seguridad nacional. Los socios de libre comercio Canadá y México fueron posteriormente exentos de que sus exportaciones paguen esos aranceles. El Presidente Biden ha mantenido los aranceles a los metales, que fueron una de las piezas centrales de la estrategia “America First” de Trump, excepción hecha el año pasado cuando acordó eliminar los aranceles sobre las importaciones de la Unión Europea, lo que llevó a Bruselas a suspender el caso de la UE ante la OMC.

Los aranceles motivaron que varios miembros de la OMC impugnaran la medida. El fallo en el caso del acero y aluminio (llamado “informe de panel” en la jerga) respondió a la denuncia que en su momento hicieron China, Noruega, Suiza y Turquía. India y Rusia también presentaron quejas contra los aranceles al aluminio y el acero de los norteamericanos, pero aún están pendientes de resolver. “No tenemos la intención de eliminar los aranceles de la Sección 232 como resultado de estas disputas”, informó en un comunicado la oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos, dejando en claro que, a criterio de los norteamericanos, el informe del panel remacha la idea de reformar el organismo rector del comercio mundial, pues corresponde a los propios países evaluar las cuestiones de la seguridad nacional y ciertamente no es algo que deban evaluar tres jueces de la OMC sentados en Ginebra. Además, el Representante de Comercio alertó que los Estados Unidos no “se quedarán de brazos cruzados” mientras el exceso de capacidad de China representa una amenaza para sus sectores de acero y aluminio y su seguridad nacional. La Asociación de Fabricantes de Acero –la cámara gremial empresarial del sector– señaló que apoyaba la negativa del gobierno a aceptar lo dictaminado por la OMC.

 

 

 

Ellos y nosotros

Suiza, uno de los países demandantes, rompió el récord olímpico de ingenuidad apuntando que el veredicto no cuestionaba el derecho de los miembros de la OMC a tomar medidas para proteger la seguridad nacional, pero sí tenían que cumplir con ciertos requisitos mínimos, que podrían ser examinados en la OMC. En tanto, China comentó que esperaba que los Estados Unidos respetaran el fallo del panel sobre los aranceles al acero y al aluminio y “corrigiera sus conductas ilícitas lo antes posible”. En este juego de tahúres, los quiasmos son parte del paisaje. Con este escenario, se filtró un cable enviado por la Embajada de Israel en Beijing al Ministerio de Relaciones Exteriores en Jerusalén –dado a conocer por los medios internacionales–, que cita a un alto funcionario chino afirmando que los “Estados Unidos tendrán dificultades para hacer cumplir las nuevas limitaciones y muchas empresas encontrarán formas de eludirlas, incluso las empresas estadounidenses”, en referencia a que aún podrán fabricar o adquirir los chips necesarios en áreas particularmente sensibles, como armamento e inteligencia artificial.

Semanas atrás, durante la visita de Estado del Presidente francés, Emmanuel Macron, a Washington, ante los legisladores estadounidenses denunció a la IRA como “súper agresiva” hacia las empresas europeas. Francia y Alemania están especialmente preocupadas respecto a que las grandes exenciones fiscales de la IRA para las autopartes utilizadas en vehículos eléctricos y productos de energía renovable se apliquen sólo si se producen en América del Norte, lo que redunda en que algunas importantes empresas europeas de ambos sectores hayan anunciado sus intenciones de abrir fábricas en los Estados Unidos, bajando la cantidad de inversión en la Unión Europea.

El Nobel de Economía Paul Krugman, en su habitual columna del New York Times (12/12/2022), a raíz de la reacción norteamericana con respecto a los fallos de la OMC, se pregunta por qué los Estados Unidos se están poniendo densos con el comercio internacional. Con el cinismo al que con regularidad acuden los economistas neoclásicos como Krugman cuando las papas queman y los versos acostumbrados devienen en mueca, el Nobel toma nota de que “la administración Biden se ha vuelto notablemente ruda en materia de comercio, de una forma que tiene sentido dada la situación del mundo, pero que también me pone muy nervioso (…) Puede que Trump haya gruñido, pero Biden está cambiando silenciosamente los cimientos básicos del orden económico mundial”.

Pese a sus nervios, la justificación de Krugman es “que los responsables políticos estadounidenses son más conscientes que nunca de las amenazas que los regímenes autocráticos pueden suponer para las democracias del mundo”. Cortarle las alas a China y Rusia es parte del asunto de defender la democracia. Y también la defensa del medioambiente. Se pregunta Krugman si “¿no se corre el riesgo de que crezca el proteccionismo en todo el mundo?” Responde: “Pues sí (…) No obstante, creo que la administración Biden está haciendo lo correcto”, puesto que si bien la normativa del comercio internacional es importante, no inhibe la necesidad de “proteger la democracia y salvar el planeta”. Conmovedor hasta las lágrimas de cocodrilo, pero mientras la moneda mundial sea el dólar, el mundo corre el riesgo de que el proteccionismo lo embrome, los Estados Unidos, no. Claro que Krugman sostiene que el dólar como moneda mundial es un asunto que se le da una importancia que no tiene, debido a que –en su opinión– esa realidad es casi irrelevante.

El mercantilismo normal que campea en las relaciones económicas internacionales se está profundizando de una forma tan acentuada, que una parte considerable de la clase dirigente argentina prosigue embanderada con su modelito de crecimiento liderado por exportaciones, claro que jugados a lo que rindan los nuevos yacimientos de petróleo y gas en los que el proteccionismo no talla. En ese esquema, un pedazo de las rentas petrolíferas y gasíferas –es de sospechar– será regado como polenta para mantener alguna paz social. ¿Será que la disputa interna entre esos sectores es sobre la cantidad de polenta? Pinta que sí.

Cabe preguntarse si en el abismo tecnológico que se abre hay alguna otra posibilidad que estabilizar la Argentina a dos velocidades. Por supuesto que la hay, y una de las claves está en lo que dijo el ministro de Defensa, Jorge Taiana, en el anuncio de la adquisición de una supercomputadora, de la que hay sólo otra en toda Sudamérica. Dijo Taiana que “mucho del futuro está vinculado a la capacidad que tengamos de apropiarnos de la nueva tecnología, de la ciencia, de los saltos y los avances”. Para apropiarnos, debemos tener mercado. El salario es el mercado. En el capitalismo sigue siendo tan cierto como siempre que lo que importa es el valor de cambio y no el valor de uso. Tanto es así que, por ejemplo, los pequeños reinos de Bélgica y Dinamarca han seguido produciendo cervezas y chocolates; el primero, galletitas; quesos y chanchos, el segundo, sin tener otra preocupación por la tecnología que tener los fondos para adquirirla y aplicarla –apropiársela– y seguir disfrutando de un nivel de vida promedio envidiable, proporcionado por sus altos salarios. Por grandes y serias que sean las dificultades (y ciertamente lo son, pero no insalvables más allá de la rémora ideológica) de ir para arriba con el poder de compra de los salarios, ahí está la clave para formar parte de una economía mundial en vertiginoso cambio tecnológico. Una economía mundial muy consciente de que lo que importa es el valor de cambio, como lo prueba la recurrencia al más viejo y efectivo medio para resguardar su incumbencia: el proteccionismo.

 

 

 

 

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