CHOLULISMO EXPLÍCITO

Apología de la resaca televisiva; millones de moscas no se equivocan

 

Durante la década del '50 y a lo largo de once años, Toño Gallo dibujó para la revista Canal TV la tira Cholula, Loca por los Astros. Con tanto respetuoso sarcasmo como ternura y afecto, reflejaba el fervor de aquéllas jovencitas de clase obrera fascinadas por las luminarias del mundillo farandulesco. Ninguna pretensión semiológica alimentaba la historieta y, sin embargo, como muchas otras expresiones similares de la época, reflejaban el impacto de un modelo social en otro para el cual resultaba inaccesible. Tiempos en que la cultura popular dejaba de ser pintoresquismo plebeyo para destacarse como reservorio ideológico digno de la mayor atención. Cholula pasó de sustantivo a adjetivo y de este a paradigma. Materializaba esa relación entre medios de comunicación y clases sociales, factor determinante en el consumo, las conductas, las afinidades políticas.

 

 

No en vano, para la misma época Roland Barthes (Francia, 1915-1980) publicó su hoy canónica serie de ensayos Mitologías. Esa primera edición demoró trece años en venderse, que fueron veintitrés para su versión en castellano, merced a la espléndida traducción del Héctor Schmucler. Más rápido llegó a estas playas Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado, de Louis Althusser (Argelia, 1918- Francia 1990), que en 1972 ya estaba traducido a dos años de su publicación. Ambos autores francófonos, estructuralistas y de izquierda. Con ellos, alguito de Gramsci y los previos avances de la Escuela de Frankfurt, las reflexiones sobre las producciones populares de la cultura escaparon a la descripción fenomenológica emisor/ receptor etc. El renovado marco de referencia abrió un espacio crítico que incorporó el deporte, el espectáculo, los medios masivos de difusión, todo eso. Premonición nada desdeñable, a juzgar por los efectos de estos mensajes cuando hoy por hoy operan como sustitutos de las pautas programáticas de la política y resultan muchas veces fundantes al momento de dirimir elecciones democráticas. La TV cumple una labor crucial en tal faena.

En nuestro país, desde medios periodísticos divergentes, Ernesto Schoó y Enrique Raab fundaron la crítica televisiva. Convergieron en una similar perspectiva, al tomar como eje la modalidad en la que un sector social veía a las demás clases. Tanto en la academia como en los propios medios de difusión, ese espacio crítico cobró fuerza y se expandió sin por ello amedrentar a la crónica frívola, al periodismo cholulo y a un novedoso aparato de promoción vodevilesca. Dos circuitos paralelos pero diferentes, también complementarios porque los agentes de ambos –para nada ingenuos— incorporaban materia prima del otro lado. Aquella mirada ideológica, crítica, quedaría instalada en lo que Claudio Zeiger (Buenos Aires, 1964) sindica como “clásica” o más específicamente “bien pensante”, a la que define como aquella que “se estremece de disgusto con la chabacanería pero que, humanista al fin, cree que es posible que la tele se adapte al ideal educativo y pedagógico de una cultura de masas homogénea”. La distingue de la perspectiva “irónica”, que sitúa dentro “de esos giros estéticos que empezaron a detectar un vanguardista en Sandro o un ídolo popular de alto rango en Leonardo Favio cantor”. Entonces, Zeiger guarda para sí un ámbito dedicado a “la cultura de masas y las personas” con fines “de índole escrituraria, lectora, periodística”. Generalidad que disuelve toda diferencia, traza las coordenadas dentro de las cuales se desenvuelve Unidos o Nominados, que bajo el manto protector de presentarse como un libro que habla sobre la TV, ofrece sin embargo “una novelita algo bizarra y áspera (…) sobre la Argentina de los primeros años del siglo XXI, protagonizada por unas personas que, para protegerse de la intemperie, buscaron refugio del otro lado de la pantalla. Todavía siguen ahí. O eso creen”. Confesión de parte.

 

Claudio Zeiger.

 

Editor del suplemento dominical de “espectáculos, cultura y ocio” en un diario, de donde surgen buena parte de los textos, el autor efectivamente se planta como narrador en el mismo lugar en que lo hacen los animadores que pululan en el universo catódico. Como aquellos, al discurrir sobre cualquier tema, habla de sí mismo; haciendo que la presencia (más o menos) masiva en un medio, torne su discurso en trascendente, importante. A esos fines, en forma paulatina rectifica su propio lenguaje, cuidado y atento a una trama que bien cultivó en su primera novela, Nombre de Guerra (1999). Mimetizado con su objeto, la TV, y con la deriva de lenguaje del medio gráfico en el que trabaja, en Unidos o Nominados se halla exceptuado de aquellas formas “bien pensantes” aunque intentando “una seriedad, no digamos adorniana, pero algo benjaminiana sí para hacer perorata sobre la esquiva cultura de masas”. Hacia ella apunta de lleno y con bejaminiano valor se autoriza a escribir, por ejemplo: “Nosotros hemos aprendido lo que se espera de nosotros en cada caso”. Para que el lector quede advertido desde el vamos, ya en las primeras páginas hace explícita una estética transgresora, indómita frente a las restricciones de lo políticamente correcto y aún de la convencional gramática. Sin peinarse, en un mismo párrafo de una docena de líneas y tres frases, describe una misma escena yendo y viniendo en los tiempos de verbo: “Si por la calle nos para una chica…”, “…actuaremos en consecuencia…”, “…seremos modernos…”, “… si vamos caminando…”.

Preámbulo indispensable con el que Zeiger desbroza en miríadas aquel programa experimental de la trasnoche del fin del siglo XX, Televisión Abierta, de la dupla Cohn-Duprat. La disección se sirve de adjetivos y sus formaciones derivadas, con transgresora ironía: “Segundamano catódica”, “talk-show fragmentario y caótico”, etc. Entonces sí, el libro comienza a encarrilarse en lo que en realidad le interesa: la vida argentina del autor frente a la pantalla del televisor. Recupera el aliento mediante la reivindicación de un olvidado show conducido por una vedette y pasa a encargarse de esos programas entrañables, íntimos, a cuyos protagonistas puede dirigirse sin mediaciones, por su nombre de pila: Gerardo, Moria, Marcelo, Chiche, Georgina y, desde ya, Mirtha, Susana.

Imbuido en la estética e idioma de ese colectivo multiclasista, “la gente”, Unidos o Nominados avanza sobre las ficciones televisivas de la época, se compromete con los personajes, lanza advertencias a los actores, se hace carne de la trama, transmite sus propias vivencias. Se ocupa también de las emotivas vicisitudes de Gran Hermano, el rating y sigue de cerca la emergencia de la problemática atinente a la diversidad sexual en tales productos. Consciente de que millones de moscas no se equivocan, Zeiger dedica los últimos capítulos a un repaso de la presencia de la literatura en la pequeña pantalla. Utiliza a tal fin un recurso ya aplicado en páginas previas: la entrevista o reproducción de las palabras emitidas por voces autorizadas, cuidándose de oscurecer el texto con erudiciones ideológicas o semióticas. Clausura el volumen con el recuerdo de Enrique Raab (el exquisito precursor de la crítica mediática, asesinado por la última dictadura) a través de los libros que recuperan su figura, en la voz de una de sus prologuistas.

Con la frescura de esos fragmentos epifánicos provenientes de dos personas que comentan el programa de ayer, que pueden atraparse desde el asiento de atrás del colectivo, o del subte, Unidos o Nominados vierte la mística experiencia de quien hace de su poltrona frente a la pantalla, un templo. Menudo esfuerzo para un escritor que inició su carrera dentro de las reglas del arte, la de desandar esa senda estética y “escrituraria” para zambullirse desde lo alto en lo que considera la cultura popular.

 

FICHA TÉCNICA

Unidos o Dominados

 

 

 

 

Claudio Zeiger

Buenos Aires, 2018

197 págs.

 

 

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