Ciao, Silvio, Ciao

Enseñanzas para la Argentina de los extravíos políticos italianos

 

La muerte de Silvio Berlusconi el lunes 12 a los 86 años, tras padecer leucemia, llama a reflexionar sobre las razones de la aparición como exitosa figura política de la derecha dura en los '90, con relación a un abanico de temas de plena actualidad. En principio, cuál es su legado en la consolidación del avance global de la derecha de estos días. Y de cara a la coyuntura grisácea oscura por la que atraviesa la Argentina, lo que tiene para ser aprendido del proceso en el que ocurrió el surgimiento de Berlusconi.

El magnate de los medios de comunicación y de los negocios inmobiliarios y dudosos –Forbes calculó una fortuna al morir de 7.000 millones de dólares– entró a la política cuando ya estaba de vuelta a los 57 años. En el tumultuoso sistema parlamentario italiano, el no menos conflictivo Berlusconi fue primer ministro por un total de nueve años (sumados los tres lapsos que ocupó el cargo), lo que lo convirtió en quien más tiempo estuvo al frente del gobierno de la península desde la posguerra. Le decían Il Cavaliere (El Caballero), por una condecoración que había recibido. Se la quitaron cuando fue condenado por evasión impositiva y acusado de enredarse con prostitutas menores de edad.

La edad a la que falleció Berlusconi tiene un trasfondo político. Está conectada con un par de cucos emblemáticos de la derecha rancia que pululan por la franja etaria provecta: inmigrantes y voto extremista. Se dice que una sociedad está envejecida cuando los mayores de 60 años superan el 10% del total. Por primera vez en la historia de la humanidad, poco más del 15% de sus integrantes tiene más de 60 años. En el 2000 la proporción de la población mundial que tenía 60 años de edad era del 11%. Los países desarrollados están muy envejecidos y la Argentina está en eso. En 1950 el 5% de la población mundial tenía más de 65 años y el 14% menos de 5 años. En 2018, también por primera vez en la historia, las personas de 65 años o más superaron en número a los niños menores de cinco años en todo el mundo.

 

¡Vamos a la cima! funiculì, funiculà

Después de que cayó el Muro, se esfumó la materia prima que alimentaba la fina extorsión que ejercía sobre la acumulación a escala mundial al acuerdo de fondo entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano (PCI) –por lejos el más grande de Occidente– para ir elevando el nivel de vida de sus compatriotas, en el orden de la Guerra Fría. Hacía años que el PCI se había alejado de la URSS. No obstante, la paranoia de la Guerra Fría no estaba para sutilezas ni matices y menos para digerir la llamada postura eurocomunista de los italianos.

La Italia del Compromesso Storico parido formalmente en los '70 por Enrico Berlinguer (1922-1984), el carismático líder del PCI al que dirigió desde 1972 hasta su muerte, llevó al mejor puerto las enseñanzas de Antonio Gramsci que desde la posguerra con Palmiro Togliatti y Luigi Longo habían articulado la política del entendimiento con las otras fuerzas populares no de izquierda. El gran interlocutor de Berlinguer fue el malogrado presidente de la Democracia Cristiana y ex-primer ministro Aldo Moro (1916-1978), secuestrado por las Brigadas Rojas el 16 de marzo de 1978 (luego lo asesinaron en el cautiverio) cuando el Parlamento iba a votar un nuevo gobierno nacido del Compromiso Histórico y que lo tenía como titular. Por la época, el PCI significaba un tercio del electorado italiano. Con todos sus defectos y grandes virtudes, esta estrategia supo manejar un quilombo político de órdago. La Italia derrotada por los Aliados en 1945, ya en 1987 sobrepasaba el PIB per capita inglés, nada menos.

Ese compromiso histórico que mantenía democráticamente arrinconada al 40% de la Italia fascista para que jodiera lo menos posible, se fue a los caños de la mano de los escándalos de corrupción florecidos a partir de principios de los '90, involucrando a los demócratas cristianos y socialistas. Así fue como el campo se le hizo orégano al aventurerismo político de la derecha y Berlusconi llegó al cargo de primer ministro, en el que duró menos de un año en 1994-1995. Volvió a ocuparlo tras ganar las elecciones parlamentarias dos veces más: en 2006-2008 y 2008-2011. El vigor del crecimiento italiano se apagó desde entonces.

 

El viento de los herederos

El movimiento nacional tiene cosas para observar atentamente tanto en el legado de Il Cavaliere como en el del Compromesso Storico. El primero nos advierte a qué atenernos si no cosechamos las enseñanzas y experiencia del segundo. Daniel Verdú en El País de Madrid (11/06/2023) consigna que en noviembre de 2007 “Silvio Berlusconi, inventor de casi todos los fenómenos políticos de la Italia moderna” al atardecer de aquel día sacó de la galera “un artefacto llamado Il Popolo della libertà, la fusión de todo el espectro de la derecha, incluyendo el ala más radical procedente de los rescoldos del fascismo, representada entonces por la Alianza Nacional de Gianfranco Fini (…) Berlusconi quiso explorar hasta dónde podía llegar la simbiosis. Casi 16 años después, todo sigue girando en torno a esa idea de confluencia. También ahora, en el resto de Europa”.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, Antonio Tajani, coordinador de Forza Italia y vicepresidente del Partido Popular Europeo (PPE), y el alemán Manfred Weber, que es presidente del PPE, están a la cabeza de hacer triunfar en toda Europa el abanico de la derecha unificado (desde los más moderados a los más extremos) para que esa opción resulte ganadora en las elecciones de julio de 2024 al parlamento europeo. Hay una disputa en ese espacio de Matteo Salvini, líder de la Liga italiana, con otro agrupamiento de derechistas llamado Identidad y Democracia (ID).

Los bárbaros están no sólo en las puertas de Roma. Alejarlos del umbral —también en la Argentina— sugiere considerar un par de reflexiones de plena actualidad, hechas por Berlinguer a mediados de octubre de 1973 en tres artículos publicados en un medio partidario dedicados a analizar el golpe en Chile. Es en la tercera pieza que aparecen las razones del criterio político de la integración nacional que denominó el “compromiso histórico”. Allí Berlinguer manifiesta que “una gran cuestión que nos compromete políticamente (…) es cómo hacer que un programa que profundiza las transformaciones sociales –que necesariamente provoca intransigencias de todo tipo de los grupos reaccionarios– no se lleve a cabo de tal manera que empuje hacia una posición de hostilidad a vastos estratos de las clases medias, sino que reciba, en todas sus fases, el consentimiento de la gran mayoría de la población. Esto, evidentemente, implica una cuidadosa elección de las prioridades y el momento de las transformaciones sociales y, en consecuencia, implica esforzarse no sólo por evitar un colapso de la economía, sino más bien asegurar, incluso en la transición crítica hacia nuevos acuerdos sociales, la eficiencia del proceso económico”.

Y advierte que “los movimientos antidemocráticos y el propio fascismo no pueden hacer pie y ganar únicamente mediante el uso de la violencia reaccionaria, sino que tienen necesidad de una base de masas más o menos amplia, especialmente en países con una estructura económica y social compleja y articulada”.

 

La integración nacional

Viendo en nuestra patria madrina lo que se escombra del funeral de Berlusconi, cuánta razón tiene Cristina cuando llama a la coincidencia, porque la cuestión de las alianzas es el problema decisivo de la integración nacional vía el desarrollo. Pero se queda corta en proponer un compromiso de mínima. Salir del subdesarrollo, en un mundo signado por el desarrollo desigual, requiere una superestructura política a la altura de la circunstancias, que —por naturaleza— no puede configurarse a partir de coincidencias mínimas.

Y encima, con algunos datos de la realidad que suponen llevar agua a la popularización de las opciones autoritarias. Por ejemplo, Adam M. Mastroianni y Daniel T. Gilbert en la revista Nature publicaron una investigación acerca de “La ilusión del declive moral” (07/06/2023) en la que mediante una serie de estudios utilizando 12.492.983 datos originales y de archivo, muestran que las personas en al menos 60 naciones (Argentina incluida) creen que la moralidad está decayendo, que han creído esto durante al menos 70 años y que —a medida que envejecen— atribuyen esta disminución tanto al declive de la moralidad de las otras personas más jóvenes, como a la moralidad decreciente de las generaciones sucesivas.

 

 

La percepción del declive moral es una ilusión en tanto la moralidad de los contemporáneos no ha disminuido a lo largo de los 70 años que abarca el estudio. Según Mastroianni y Gilbert esto se debe a un mecanismo simple basado en dos fenómenos psicológicos bien establecidos:

  • exposición sesgada a la información;
  • memoria sesgada por la información.

A renglón seguido los investigadores reportan estudios que confirman las circunstancias bajo las cuales la percepción de decadencia moral se atenúa, o se elimina o se invierte. La investigación de Mastroianni y Gilbert muestra que la percepción del declive moral es omnipresente, perdurable, infundada y fácil de producir.

Branko Milanovic, el economista afamado por sus estudios de la distribución del ingreso, publicó en Foreign Affairs un artículo titulado: “La gran convergencia. La igualdad global y sus descontentos” (14/6/2023). La desigualdad en la distribución de los ingresos se mide utilizando el coeficiente de Gini que va de cero a uno. Cero es igualdad perfecta. Uno: una persona tendría todos los ingresos del mundo. Milanovic informa que se observa una reversión completa de lo que sucedió durante la mayor parte de la Guerra Fría, cuando la desigualdad entre países aumentaba pero la desigualdad dentro de los países se reducía drásticamente. El techo subía más que el piso, pero los dos subían. La desigualdad entre países cayó de 69 en 2000 a 60 en 2018, y es casi seguro que sea más baja hoy. Eso significa que el mundo es más igualitario ahora que en cualquier otro momento desde alrededor de 1875.

 

 

 

Junto al avance de China se tiene que “en la década de 1970, la participación de India en el PIB mundial era inferior al 3%, mientras que la de Alemania, una gran potencia industrial, era del 7%”, señala Milanovic y puntualiza que "para 2021, esas proporciones se habían cambiado". Para que el coeficiente global de Gini siga cayendo, África tendría que volverse sustancialmente más rica en las próximas décadas, y "eso sigue siendo poco probable", dice Milanovic.

Para Milanovic, “debido a las grandes diferencias en los salarios mundiales, los occidentales pobres se han clasificado durante décadas entre las personas con mayores ingresos del mundo. Ese ya no será el caso, ya que los no occidentales con ingresos crecientes desplazarán a los occidentales pobres y de clase media de sus elevadas posiciones. Tal cambio subrayará la polarización en los países ricos”, de suerte tal que “los países occidentales están compuestos cada vez más por personas que pertenecen a partes muy diferentes de la distribución global del ingreso. Diferentes posiciones de ingresos globales corresponden a diferentes patrones de consumo, y estos patrones están influenciados por modas globales. Como resultado, la sensación de desigualdad cada vez mayor en los países occidentales puede agudizarse a medida que sus poblaciones pertenecen cada vez más, según los niveles de ingresos, a partes muy diferentes de una jerarquía global de ingresos. La polarización social que se produciría haría que las sociedades occidentales se parecieran a las de muchos países latinoamericanos, donde las brechas en la riqueza y el estilo de vida son increíblemente pronunciadas”.

El horizonte de poblaciones envejecidas y empobrecidas es el pasto ideal para las salidas autoritarias basadas en la falta de moral. Del compromiso histórico que alcancemos en pos de la integración nacional depende que no nos ganen la partida.

 

 

 

 

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