Cinco años igual

El 3 de junio Ni Una Menos cumple 5 años

 

El 3 de junio se cumplen cinco años de uno de los acontecimientos políticos más importantes de las últimas décadas. Amasado durante décadas, el movimiento Ni Una Menos hizo su aparición pública en 2015. Colmó las plazas de todo el país y el discurso social, impregnando todo con una frase chiquita, rara, consistente: ni una menos. Desde entonces cambiaron muchas cosas, pero el quejido se mantiene actual y necesario, en estos cinco años contamos cerca de 1.500 femicidios y un número similar de niños, niñas y adolescentes que se quedaron sin madre y en muchos casos fue su padre el que les causó esa falta. El derrotero de la potencia del movimiento fue en múltiples direcciones, hacia comprender la complejidad del tejido de violencias sociales, hacia los reclamos al Estado para que garantice derechos sexuales y reproductivos (el aborto en particular), hacia mitigar la desigualdad económica en los hogares, reclamando más penas y políticas contra la violencia física, asimilando cierto feminismo con la crítica al neoliberalismo y a favor de la construcción popular, buscando correr del centro del feminismo a la mujer blanca, heterosexual y burguesa, etcétera. Todas las derivas que tienen a ni una menos como carozo, no impiden (no deben impedir) focalizar en lo que llevó a millones de personas en 2015 a poner el grito en el cielo: los femicidios aun existen.

El primer Encuentro Nacional de Mujeres luego de del primer Ni Una Menos fue en Mar del Plata, apenas semanas antes de la primera vuelta de las elecciones generales. Cristina Fernández era la Presidenta y bajo su órbita existía el Consejo Nacional de las Mujeres, comandado por Mariana Gras. La discusión acerca de si el Estado era responsable de resolver la violencia machista había llevado el tema a los principales medios de comunicación y Ni Una Menos podía usarse para pegarle a Cristina. “Si el patriarcado es cultural, el Estado no puede hacer nada en lo inmediato para que deje de haber femicidios, sólo apostar a la educación y el cambio cultural”, era más o menos la posición de los sectores afines al kirchnerismo que tomaron la palabra en el taller sobre violencia de género en el patio de una escuela marplatense. Del otro lado, la furia contra el Estado y quienes lo gobiernan, la idea arrebatada de los '70 de que todo Estado es patriarcal, y la propuesta de un feminismo siempre opositor (hasta que gobierne nuestro partido). 

El cierre de ese Encuentro, el número 30, fue premonitorio de lo que iban a atravesar los movimientos sociales, con el feminismo entre ellos, durante el gobierno que finalmente ganaría en noviembre de ese año. La policía reprimió a las manifestantes que fueron a protestar a la Catedral y dejó un tendal de heridas. Los medios de comunicación retrataron el vandalismo y no la organización, ni la represión ni la provocación que una veintena de católicos, entre ellos referentes de partidos nacionalistas locales, ejercían sobre las feministas. Quizás en esta escena, con 4 víctimas de femicidio durante el fin de semana, una policía con la bala fácil, mujeres y las feministas unidas en la calle y el poder político y el religioso asociados contra el avance de los reclamos feministas, pueda resumirse lo que fueron los 5 años que siguieron.

El desborde primigenio acompañó durante algunos años las populosas asambleas feministas convocadas por las organizaciones, en las que era posible sentar en el mismo suelo a radicales con chinas, troscas con viejas y nuevas peronistas, oenegeistas con anarcas, indígenas y aborteras, sindicalistas y trabajadoras de la economía popular, putas, madres protectoras, estudiantes secundarias, mujeres con bastón, gordas, no binaries, piqueteras... una madeja despareja que sostenía una unidad al menos aparente, para la galería. Y aunque hecho de vínculos frágiles, ese movimiento, que tenía al Gobierno de Macri como principal contrapunto, logró impulsar, promover (también gracias a las feministas y aliadxs dentro de las instituciones del Estado) importantes transformaciones. No hablamos solo de leyes, que las hubo, cambios en las dinámicas de las instituciones escolares, de salud, en las universidades, clubes, sindicatos, en los medios de comunicación, los museos, los escenarios. Ya nada volvería a ser igual, aunque los deslizamientos fueran lentos como la velocidad con la que se mueven las plantas.

Son cinco años en los que Ni Una Menos logró desintegrarse y expandirse en miles de partículas que sobrevuelan desde los presupuestos del Estado hasta las organizaciones de base. Tal es la diseminación de aquel virus inicial que ya es absurdo pensar en qué queda de aquella plaza del 3 de junio de 2015, qué hay de Ni Una Menos en todo lo que el feminismo ha tocado. ¿Hay algo del 3 de junio de 2015 en Ramona? ¿Hay Ni Una Menos en las legisladoras que en 2015 iban al secundario? ¿Hay algo de aquella chispa en las trabajadoras sexuales organizadas para llevar cuidados donde el Estado no llega? ¿Hay Ni Una Menos en los ministerios, secretarías, direcciones que ponen al género en el centro? ¿Qué de esa potencia y frescura política todavía queda? ¿Qué de Ni Una Menos sigue pensando cómo evitar y evita femicidios?

La Ley Micaela, la Ley de Paridad, la marea verde, la popularización de la ESI, el sindicalismo feminista, No nos callamos más, la visibilidad lésbica, el cupo laboral trans, el fútbol femenino, las editoras de género en los medios, la expansión de la agenda de los cuidados, el pensamiento sobre las masculinidades, la organización comunitaria de mujeres de barrios populares, los encuentros de mujeres indígenas, negras y disidencias. Los cientos de brazos que abrió Ni Una Menos (que es a la vez desprendimiento de otras luchas) han cambiado vidas por completo, sin embargo, no han logrado impedir los más de 300 femicidios y transfemicidios anuales, cerca de 50 en lo que lleva el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. 

Como en la explanada de la Catedral de Mar del Plata, a cada avance de los feminismos, encontramos durante estos años un avance de las organizaciones antigénero. Cada vez se hace más difícil la disputa institucional y el debate público, como en muchos otros temas, se ha polarizado. Desde que el Vaticano descubrió la “Ideología de género”, las organizaciones antiderechos, religiosas y no religiosas, tienen cada vez mayor influencia en la vida comunitaria, los parlamentos, los organismos internacionales. Al mismo tiempo, el feminismo liberal (también año a año más fornido desde los años '90) ocupa sillas en los grandes consorcios de países ricos y empresas globales. Arremolinadas, revueltas entre el juego de espejos, crecen los feminismos, a veces no llamados así, en las barriadas populares. Las organizadoras de la vida, de reproducirla y cuidarla, son mujeres; son mujeres las que sostienen los comedores, las escuelas, los hogares. Son mujeres, lesbianas, trans, travestís quienes reciben los subsidios estatales que con inteligencia convierten en organización comunitaria y en trabajo. 

A cinco años del primer Ni Una Menos, cuando un millón de personas se reunieron en las plazas del país bajo un solo paraguas, con el feminismo arriba, abajo, a través, a favor, en contra y fuera del Estado, seguimos masticando la frase con espanto: ni una menos. Con 1.500 menos en estos cinco años, con la imposibilidad sanitaria de reunirnos en las plazas y en las calles, y con toda la incógnita puesta en el futuro posible, una vez más preguntamos: ¿cómo vamos a hacer un futuro en el que haya ni una menos?

 

 

 

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