Clarificaciones

No sólo los cipayos explícitos son el problema

 

Hay que agradecerle al nominado embajador de Estados Unidos en Argentina, Peter Lamelas, su gran contribución a la comprensión colectiva sobre la situación de nuestro país en el mundo.

La claridad de las expresiones de Lamelas, en el marco de una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores de Senado estadounidense, no sólo se deben a su condición de inexperto diplomático, a su pertenencia a un ambiente intelectual reaccionario, sino también a su designación por una gestión trumpista marcada por el desborde y la desmesura.

Cada día que pasa conocemos más de las características del trumpismo, una modalidad política que grafica la descomposición de una potencia que sigue siendo temible, pero cada día menos respetada.

Una de las novedades que trajo el trumpismo, que es vista con horror por la diplomacia norteamericana tradicional, es la forma brutal, pendenciera, de expresarse en relación a otros países y la forma salvaje de zarandear al orden internacional laboriosamente tallado por la diplomacia norteamericana en los últimos 80 años.

El discurso norteamericano post Segunda Guerra insistió en el multilateralismo y en el valor de las instituciones internacionales supuestamente encargadas de mantener la paz y velar por las garantías democráticas y los derechos humanos, aunque cuando se revisa la historia los hechos muestran que los criterios subyacentes del comportamiento global de Estados Unidos fueron otros: el combate contra el comunismo y contra todos los gobiernos que no se subordinaran, de una u otra forma, a su diseño internacional. Trump se aparta de ese libreto liberal-democrático.

Este segundo Trump ha llegado a la presidencia más desafiante que en su primer mandato, rodeado de funcionarios serviles y/o incompetentes, y generando destrozos tanto en las propias instituciones norteamericanas, como en los acuerdos internacionales y en la imagen hegemónica global construida por todos sus predecesores.

Ya hemos comentado cómo Trump ha instado al sistema judicial israelí a amnistiar al Primer Ministro Netanyahu, por cargos internos –muy fundamentados en la Justicia– de fraude, abuso de confianza y cobro de sobornos en sus gestiones anteriores, y ha amenazado a Brasil con fuertes castigos arancelarios si no se eliminan los cargos –también comprobados– de intento de golpe de Estado al ex Presidente Jair Bolsonaro.

El hombre parece no entender qué es un sistema judicial, o qué son las instituciones de países que él considera de segunda o tercer categoría. En realidad apenas tolera el propio ordenamiento legal norteamericano, y es evidente su tentación de pasar por encima de todas esas instituciones que limitan su poder.

Su encargado de relaciones exteriores, Marco Rubio, tiene una foja de servicios enraizada en la guerra fría anti cubana, y es quien tiene a su cargo la implementación de la simpática agenda norteamericana trumpista: o subordinarse a los dictados norteamericanos, o ser arruinado –al menos en lo económico– por los Estados Unidos. De vuelta: la novedad es lo explícito del mensaje, cuando antes era cuestión de sonrisas y sobreentendidos.

Lamelas fue definido por el diario La Nación como “millonario donante de Trump, anticastrista y fan de Milei”, es decir, todo un identikit de torpeza diplomática, ignorancia de cuestiones elementales y sesgo ideológico extremista.

Sus declaraciones ante el Senado de su país, ante el que expuso cuales serían las líneas centrales de su misión en Argentina, no ocultaron su intención intervencionista. Tiene una misión política, que es apoyar a Milei y mantener a raya al peronismo y kirchnerismo (que son de izquierda), incluido en esto garantizar la prisión permanente de Cristina Kirchner, evitar que se hagan negocios y acuerdos con China y otras potencias que molestan a su país, y abrir oportunidades para las empresas y necesidades de los Estados Unidos.

Para citar sólo unas de sus expresiones, Lamelas trabajará para “prioritize America first” (priorizar América Primero) y “align Argentina’s and U.S. interests” (alinear los intereses argentinos y los de Estados Unidos). Hay que decir que parte de la tarea ya está hecha.

 

Bruto pero transparente.

 

El actual gobierno argentino es literalmente una alfombra de los norteamericanos. Lo llamativo es la preocupación de Lamelas por las provincias. Si la Argentina fuera un estado unitario, ya estaría todo cocinado: tienen al gobierno central en el bolsillo y desde ahí se establecerían las líneas norteamericanas de las políticas públicas argentinas.

Pero resulta que hay provincias y son como 23, y va a haber que seguir muy de cerca que estos pícaros gobernadores no hagan algún convenio con algún país maligno, tentados por señuelos corruptos. Por suerte Lamelas va a alinear a los gobernadores con los intereses estadounidenses, para que ninguna desgracia nos pueda pasar…

Es interesante observar que en el Congreso norteamericano, donde formuló estas declaraciones, no se hayan escuchado voces que impugnaran su relato fuertemente injerencista. A pesar de lo grosero del intervencionismo expresado, seguramente Lamelas será confirmado para el cargo, porque básicamente sigue una orientación que está completamente naturalizada en la política exterior estadounidense. Los propios legisladores no prestan atención a lo que se dice sobre los países latinoamericanos, y las implicancias insultantes de sus pretensiones.

 

Un test de densidad nacional

Aldo Ferrer, un economista que dedicó buena parte de su vida a buscar formas de impulsar a la Argentina por la senda del desarrollo económico y social, acuñó en sus últimos años el concepto de densidad nacional, tratando de encontrar una explicación satisfactoria de por qué algunas naciones del mundo habían alcanzado un status económico y político que les permitía gobernar su destino, mientras que otras, que carecían de ciertos atributos, encontraban dificultades para hacerlo.

Por supuesto, Ferrer no desconocía las restricciones que imponía el orden mundial sobre la soberanía de las regiones periféricas, pero prefería poner el acento en lo que sí se podía hacer para salir, con los propios recursos, del atraso.

Entre los atributos que pensaba como necesarios para plantearse un despegue de la condición subdesarrollada –junto a requisitos económicos, tecnológicos e institucionales–, señaló uno sorprendente por provenir de un economista: contar con una lectura propia del orden internacional, que permitiera formular una estrategia propia de inserción en ese orden, de acuerdo a los propios intereses.

No cabe duda de que la Argentina atraviesa una profunda crisis en ese sentido. Carece de un consenso nacional –que en otras naciones ha sido impuesto por sectores de la elite económica, o por elites militares o partidarias– y se ha producido una completa deserción de la burguesía local de cualquier objetivo de proyección nacional en el orden global.

Una parte significativa de los partidos políticos nacionales reflejan esa situación de carencia de una elite dispuesta a proponer un proyecto nacional al país, y formular a partir del mismo una lectura del orden global y una estrategia colectiva.

El mileísmo, si bien ha sido votado por múltiples razones por un público diverso y heterogéneo, está llevando adelante una política interna y externa completamente alineada y dependiente de los Estados Unidos. El programa de LLA no es producto de una larga elaboración partidaria sino de las ocurrencias de su cúpula más estrecha, habitada por una mezcla de ignorancia con ideas sorprendentemente antinacionales, tomadas de otros sectores dirigenciales.

Las declaraciones de Lamelas convergen completamente con las intenciones de este gobierno, que responde abiertamente a la potencia del norte y se ofrece sistemáticamente a servirla en lo que necesite. Eso Lamelas lo reconoce y por eso se compromete –como ya la hace su gobierno– a sostener a Milei para que cumpla con las necesidades norteamericanas.

 

 

Probablemente parte del público libertario no concuerde con muchas de las cosas que dice Milei, o no le importen las relaciones exteriores. En todo caso, no incide en el rumbo del gobierno, que está definido por el puñado de personas que mencionó Lamelas como sus referentes: los hermanos Milei, los Caputos y Werthein.

En la otra punta del arco político están la izquierda y el kirchnersimo como expresión del peronismo. Ambos espacios recibieron con profundo rechazo las expresiones de Lamelas, y denunciaron con claridad su carácter abiertamente imperialista. Así lo manifestaron sin pelos en la lengua Cristina, Axel, Grabois y Bregman. Unión por la Patria propuso a nivel parlamentario la declaración de “persona no grata” de Lamelas.

 

 

 

Eran previsibles estas actitudes firmes, tanto porque son convicciones tradicionales de esos espacios, como por la declarada intención del futuro embajador de venir a controlarlos y usar su cargo diplomático para embanderarse en la política interna argentina para combatir a los enemigos del ajuste, del desmantelamiento nacional y de la entrega de los recursos estratégicos que ejecuta Milei.

Pero lo que nos resulta más significativo desde el punto sociológico y político es el silencio de la “ancha avenida del medio”.

Salvo los socialistas como Mónica Fein y Esteban Paulón, que se expresaron claramente condenando las declaraciones, y escasos diputados radicales, no hubo expresiones de ningún tipo en un amplio espectro que se mantuvo silencioso. Fueron muy pocos los gobernadores, esos que van a ser controlados por el próximo embajador, que se sintieron incómodos con sus afirmaciones. En este caso, no tienen nada para decir sobre expresiones injerencistas tan groseras. Que una potencia extranjera defina nuestras políticas internas no parece ser un tema que les incumba.

Entre los argumentos escuchados en estos días a favor de minimizar las reacciones ante los dichos de Lamelas, dos nos parecen interesantes, porque vienen revestidos de “moderación”. Unos dicen que reaccionar desde una posición de defensa soberana sería una cosa del pasado, una reacción “sesentista”; otros, que creen que se trata de una reacción desmesurada, producto de mentalidades que ven “conspiraciones” por todas partes.

Sobre el sesentismo, vale un recuerdo sobre la década del ‘90. Durante el menemismo, fue habitual –y bastante exitosa– la expresión “te quedaste en el ‘45” para despreciar toda postura de defensa del Estado y de la industria nacional. Lo “nuevo” resultó que era desindustrializarse, empobrecerse y perder soberanía. Claramente no era eso lo que estaba haciendo el Primer Mundo. Desde los argumentos que tratan de dar un marco “doctrinario” a la subordinación neocolonial, se plantea que lo nuevo, lo moderno, es la extranjerización, la jibarización del Estado, la falta de proyecto estratégico. Mientras que el sesentismo sería seguir insistiendo con la soberanía, la cohesión social, la autonomía internacional, lo “nuevo” sería aceptar la subordinación, la pasividad, las líneas maestras diseñadas desde el norte sin siquiera intentar un leve tironeo.

En cuanto al “conspiracionismo”, que vería intenciones imperialistas y poderes ocultos manejando los hilos, en el caso Lamelas hay muy poco para discutir. Si fuera un diplomático más sutil, sería algo más difícil mostrar sus verdaderas intenciones, pero en este caso no: la “conspiración” es expuesta públicamente por el potencial conspirador. No hay conspiración, sino intención manifiesta.

Las declaraciones de Lamelas han sido como un marcador social del estado de la dignidad nacional: hay una minoría, importante, que no acepta el vasallaje.

Pero hay una masa dirigencial muy grande que no se siente concernida por el problema nacional. El destino de la nación, el destino colectivo, para ellos no es muy importante, o se puede postergar para mejor oportunidad, o no viene a cuento.

Una dirigencia así es el elemento necesario para garantizar una configuración política semi-colonial: están hundidos en sus propios negocios, en sus propias cuestiones partidocráticas, o en el mejor de los casos, navegan en una visión municipal del mundo.

Es ese el estado de las ideas políticas hoy en nuestro país y es lo que permite explicar por qué tenemos un gobierno que arrasa con nuestros mejores logros, y por qué los Estados Unidos se plantean una intervención tan explícita sobre nuestras decisiones soberanas.

Es más: se atreven a elegir cuál es la dirigencia potable para sus intereses.

Las declaraciones de Lamelas, en ese sentido, arrojan una luz enorme sobre el devenir persecutorio de las últimas décadas del sistema judicial argentino, que actuó en consonancia con la formación política pro norteamericana Cambiemos/Juntos por el Cambio, y los medios de comunicación que ayudaron a armar el expediente para intentar expulsar del espacio público a las fuerzas que defienden la existencia de la Argentina como nación soberana.

 

El nuevo Consenso de Washington para la colonia

Como para terminar de entender el proyecto norteamericano en la Argentina, veamos un informe publicado esta semana por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham).

En el mismo se da por consolidada la política proteccionista norteamericana, y los efectos disruptivos que tendrá sobre la economía mundial. A partir de esa premisa, consideran que la Argentina cuenta con cuatro sectores con potencial de crecimiento exportador (con algo hay que pagar la deuda): agroindustria, minería, petróleo y gas, y actividades digitales.

Según AmCham, el resto de los sectores deberá “reinventarse”, eufemismo gracioso si los hay. Pero para que los sectores con potencial crezcan, deberá lograrse a) la estabilidad macroeconómica, b) fortalecer la institucionalidad, c) garantizar la seguridad jurídica, d) lograr el acceso fluido al mercado de capitales, y e) promover la reducción del riesgo país.

Y cuando AmCham va a los bifes, propone:

1) “Libre acceso al mercado de cambios para el giro de dividendos, regalías o la cancelación de deudas comerciales o financieras”, que es el “cepo” que Milei jamás abrió, para que no se vaya al demonio el tipo de cambio. Mientras que Lamelas lo quiere bien a Milei, la gente de AmCham le pide que se suicide.

2) Reducir los impuestos (al capital).

3) Que las dirigencias locales relevantes se pongan de acuerdo en un modelo de país, para evitar los vaivenes regulatorios (es el “consenso” que también están pidiendo los financistas internacionales). Por eso el problema con el peronismo y la izquierda: para armar un consenso del subdesarrollo y la entrega, están de más esos actores.

4) Desarrollar infraestructura y logística (tema inexistente en la agenda libertaria).

5) Avanzar con la flexibilización laboral (tema universal e invariable del capital).

El problema que tienen estos sectores de negocios es que si algo no hay en la Argentina son equilibrios macroeconómicos sostenibles sobre los cuales se puedan asentar consensos políticos estables.

Por lo tanto, es urgente que desde los espacios no colonizados por estas fantasías insostenibles,se formule una propuesta alternativa, clara, popular y comprensible.

 

Colonia modelo 2025

La condición colonial, o más precisamente neocolonial, no consiste en ser “el estado número 51” de los Estados Unidos, como con frecuencia se dice, sugiriendo que sería lo peor que nos puede ocurrir. Hay cosas peores.

Ser el Estado 51 significaría que los ex ciudadanos argentinos tendrían ahora la ciudadanía norteamericana, y por lo tanto podrían votar a sus representantes, tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

Eso le daría a los ex argentinos mucho más poder sobre su destino que el que tienen hoy en día con el tipo de gobierno neocolonial que está a cargo de los principales asuntos del país. Pero jamás la gran potencia del norte anexaría políticamente al “patio trasero”.

Hoy los argentinos votan y los gobierna otra potencia de acuerdo a sus intereses, a través de interpósito Presidente. Sus demandas y necesidades no tienen ninguna importancia, mientras los poderes Ejecutivo y Judicial están completamente autonomizados de los problemas sociales. Cualquiera puede venir a proponer planes económicos que directamente no consideran la existencia concreta de la gente, sin siquiera disimular.

La nuestra es hoy una condición de neocolonia, que mantiene la formalidad de la soberanía, reducida a que los argentinos cantemos un himno local y votemos a nuestros gobernantes.

Gracias a Lamelas hoy sabemos con mucha claridad que nuestros representantes sólo podrán serlo en la medida en que no nos representen.

Y también sabemos que esta condición neocolonial está asentada en la deserción de importantes fracciones de las dirigencias políticas, económicas y sindicales, resignadas a la chatura y a la trivialidad. No son sólo los cipayos explícitos el problema.

En ciertos momentos bisagra de la historia, ver las cosas con claridad puede constituir un enorme paso hacia adelante.

 

 

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