CLIMA RECESIVO MUNDIAL

En unos años, el cambio climático puede volver más costosa la deuda soberana argentina

 

Los escenarios que se van perfilando en la economía mundial son ríspidos. Más dificultadas para una Argentina –como si le faltara— que se debate en una fuerte encrucijada, para encontrar en el proceso de acumulación mundial el o los senderos por donde ir para mejor servir al interés nacional. Ese oscurecido sol sale para todos, cualquiera sea el destino que deparen las urnas de la compulsa presidencial.

En la principal economía del mundo, la de los Estados Unidos, está en pleno debate un asunto que hace directamente a la deuda externa argentina: si la tasa de interés de referencia que fija la Reserva Federal (la Fed) va a seguir subiendo o hasta acá llegamos. A eso se adiciona una cuestión delicada: la de la solvencia de los deudores del sistema financiero global, que todo aumento de tasa de interés –si esa es finalmente la decisión de la Fed— tensiona, máxime cuando hay en danza cambios estructurales que horadan la capacidad de repago.

Para que suceda la baja de la tasa de interés, tiene que haber señales claras de que volvió a instalarse el clima deflacionario que campeó en los países del G-7 en las últimas cuatro décadas. De acuerdo a los objetivos desde hace años de la Fed: 2% de inflación anual. Los choques de oferta de la pandemia, desde los cortes y demoras en las cadenas de producción globales hasta el aumento –ahora apaciguado y en baja— de los fletes, fueron los principales impulsores del incremento de costos que, tras ser controlada la calamidad, se normalizaron. En consecuencia, no habría motivo para seguir subiendo la tasa de interés pues las presiones inflacionarias se disiparon tanto en manufacturas como en servicios.

En el tercer trimestre de 2022 el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de los Estados Unidos aumentaba a una tasa anual del 3%. En el primer semestre de este año esa tasa anualizada bajó a 2,6 %. A partir de julio, los precios se alzaron anualmente solo un 1,9 %, tomando como referencia promedio los tres meses anteriores. La Fed se fija especialmente en los gastos de consumo. Los precios que cobran las empresas estadounidenses según se informa en el Índice de Precios al Productor (PPI, por sus siglas en inglés) están aumentando aún menos. No hay que perder de vista que el PPI no se alinea perfectamente con el IPC, porque miden cosas diferentes. Las empresas estadounidenses venden bienes y servicios a otras empresas, a extranjeros y al gobierno, mientras que el IPC solo rastrea las compras de los consumidores.

Pero así como hay argumentos a favor de la inflación transitoria, hay otros que van en sentido contrario y alertan sobre una desinflación transitoria, en cuyo caso las tasas de interés deberían seguir aumentando. Ese parece ser la percepción que alimenta las cuitas de la mayoría del directorio que está al mando de la Fed, según se desprende de las minutas de la reunión de política monetaria de la Fed del 25 al 26 de julio, dadas a conocer hace unos días, con indicios de que el banco central podría aumentar aún más su tasa clave.

 

 

En tales minutas se consigna que la mayoría de los funcionarios de la Fed "siguieron viendo riesgos significativos al alza para la inflación, lo que podría requerir un mayor endurecimiento de la política monetaria", eso en función de que lo que está ocurriendo con las "tendencias favorables en los precios de los productos básicos", y con la posibilidad de que la demanda agregada no se desacelerara "en una cantidad suficiente para restaurar la estabilidad de precios con el tiempo", todo lo cual podría conducir a una "inflación elevada más persistente o que se suelten amarras las expectativas de inflación".

 

Factores subyacentes

Las autoridades de la Fed y los partidarios de generar una recesión, a favor de sus argumentos coyunturales de la inflación aún por encima de su objetivo del 2% y el mercado laboral en tensión, le adosan la presión sobre los precios de fuerzas subyacentes de tipo estructurales, que están agazapadas y se afirmarían y dictarían el camino de la inflación en el futuro. Es por eso que no ven cómo se podría obtener una mayor desinflación si no media algún tipo de impulso real del lado de la demanda, que lleve a una recesión o una fuerte desaceleración de la rentabilidad; una u otra.

Las fuerzas de índole inflacionaria subyacentes que enumeran son el cambio climático, la evolución del costo de la fuerza laboral, las materias primas y los problemas relacionados con el desacoplamiento de la producción. La reversión demográfica, esto es el envejecimiento, hace que haya menos trabajadores, lo que aumenta su poder de negociación. Más aumentos de salarios, más inflación, en esta lógica. El desacople está conectado con la salida de empresas de China y cómo se tejerán las nuevas cadenas productivas. Sería medio iluso suponer que eso se hará sin aumento de costos por un largo tiempo. La imbricación de cambio climático y materias primas pega especialmente en el porvenir argentino, por eso conviene observar el nudo con algún detalle.

Respecto del cambio climático, hay que considerar su impacto no sólo en los precios si no también en la financiación de las empresas y en la deuda soberana. Los gastos en que las empresas deben incurrir para protegerse de las consecuencias del calor extremo, las inundaciones, las sequías, los incendios, le pegan a los costos y de ahí a los precios.

 

Más calor menos calificación

El periódico académico Management Science (Ciencia de la Administración) publicó (07/08/2023) un paper titulado “Temperaturas en aumento, calificaciones en descenso: el efecto del cambio climático en la solvencia soberana”, cuyos autores de la Universidad de Cambridge son Patrycja Klusak, Mateo Agarwala, Mate Burke, Moritz Kramer y Kamiar Mohaddes. En el trabajo los autores, tras afirmar la obviedad de que no es suficiente saber que el cambio climático es malo, entienden que los mercados necesitan información creíble y digerible sobre cómo el cambio climático se traduce en riesgos materiales.

Para cerrar la brecha entre la ciencia del clima y los indicadores financieros del mundo real, Klusak & Co. simularon el efecto del cambio climático en las calificaciones crediticias soberanas de 109 países, creando la primera calificación crediticia soberana ajustada al cambio climático del mundo. Los autores afirman que “la observación clave es que la alta precisión predictiva no parece estar concentrada en ninguna región, clima, tamaño, estado de desarrollo o sistema político en particular. Aparecen coincidencias exactas para países tan diversos como Brasil, Finlandia, Uganda, Alemania, Honduras y Mongolia”. También aplica para “la mayoría de los países del G20”, aunque “Argentina, Colombia, Ecuador e Irak son los peor predichos por nuestro modelo, lo que puede esperarse debido a la historia de crisis de deuda, incumplimientos, disturbios civiles, guerra e inestabilidad gubernamental en estos países”.

Bajo varios escenarios de calentamiento global, el quinteto encabezado por Klusak encontró evidencia de rebajas soberanas inducidas por el clima ya en 2030, aumentando en intensidad y en más países a lo largo del siglo. Para los autores hay evidencia sólida de que una política climática estricta consistente con limitar el calentamiento a menos de 2 °C, honrar el Acuerdo Climático de París y seguir la vía de concentración representativa (RCP) 2,6, podría eliminar casi por completo el efecto del cambio climático en las calificaciones. Los RCP son—en jerga— indicadores de escenarios que abarcan series temporales de emisiones y concentraciones de la gama completa de gases de efecto invernadero, así como el uso del suelo y la superficie terrestre.

En contraste, bajo escenarios de emisiones más altas (es decir, RCP 8,5), 59 bonos soberanos experimentan rebajas de calificación inducidas por el clima para 2030, con una reducción promedio de 0,68 grados de calificación, aumentando a 81 bonos soberanos afectados enfrentando una rebaja promedio de 2,18 grados de calificación crediticia para 2100. Calcularon también el impacto del aumento del riesgo país en los bonos soberanos inducido por el clima en el costo de la deuda corporativa y soberana. En toda la muestra, el cambio climático podría aumentar los pagos de intereses anuales de la deuda soberana entre 45.000 y 67.000 millones de dólares con la RCP 2,6, y llegar a 135.000/203.000 millones de dólares con la RCP 8,5. China e India se encuentran entre los que enfrentan las mayores reducciones en la solvencia. El costo adicional para las corporaciones privadas es de 10.000 a 17.000 millones de dólares con arreglo a la RCP 2,6 y de 35.000 a 61.000 millones de dólares con arreglo a la RCP 8,5.

El FMI también sostiene que los bonos soberanos ya están registrando las consecuencias financieras de estas tendencias en el cambio climático, puesto que los países pagan márgenes más bajos o más altos para el financiamiento de deuda a largo plazo, en la medida que son menos o más alcanzados por las consecuencias del efecto invernadero. Esto que es cierto para todos los activos de infraestructura, se pone más denso aún con la agricultura. Un estudio de Morgan Stanley del año pasado alerta que en áreas en riesgo se siembra al menos el 44 % del trigo, el 43 % del arroz, el 32 % del maíz y el 17 % de la soja que consume el mundo. Los cálculos de la institución financiera indican que el cambio climático podría afectar en estos cuatro cereales en el orden de los 314.000 millones de dólares.

A la par hay que considerar que para 2030 se prevé que la demanda de agua dulce supere la oferta en un 40 %, en tanto que la agricultura consume cerca del 70 % del agua dulce disponible a nivel mundial, aunque en regiones como Asia puede ser mayor. En este mundo tan robotizado y preocupado por la IA, hay actualmente 2.000 millones de personas que carecen de acceso a agua potable limpia y segura. El agua de mar desalinizada tiene el potencial de hacer coincidir la oferta con la demanda, pero de momento a un costo de no menos que el doble del actual.

 

Tasa en alza

Que los bonos del Tesoro de los Estados Unidos sigan subiendo su rendimiento es una señal complicada. Son de renta fija (rinden una cantidad de dólares anuales fijados de antemano) implica que un aumento de su rendimiento baja su valor. Digamos 3 dólares por año, cuando un bono vale 100 dólares es una tasa del 3% anual. Una tasa del 6 % anual significa que ese bono sigue pagando 3 dólares pero su valor se derrumbó a 50 dólares: o sea perdió la mitad de su valor. (3 dólares es el 6% de 50 dólares). En el clima deflacionario de las últimas cuatro décadas y la nada de la tasa de referencia que fijaba la Fed desde la crisis de 2008, unido al hecho estructural que el dólar es la moneda mundial, hizo de los bonos del Tesoro el mercado de activos financieros más grande del mundo. Los bancos chicos norteamericanos comenzaron a tambalear en marzo porque el aumento de la tasa ordenado por la Fed bajó su capital (que estaba en bonos del Tesoro) y empezaron las dificultades para combrar los préstamos.

Ese enorme mercado de bonos del Tesoro creo un mercado de préstamos privados también en bonos pero emitidos por los privados, que ocuparon el lugar de los bancos y los expertos dicen estar en ascuas respecto de su regulación o de cómo sortearán una economía recesiva. Por shadow banking se los conoce: banca en la sombra. Los analistas apuntan que un mercado de crédito privado de este tamaño no ha sido probado en una recesión y los reguladores tienen poca visibilidad de los riesgos que podría representar para los mercados. Es que la explosión de la deuda privada en los Estados Unidos ha sobrealimentado la capacidad de las empresas para obtener financiamiento, y eso es especialmente cierto para las empresas que anteriormente dependían de bancos más pequeños.

Por lo pronto, empiezan a ser más los que creen que se viene la recesión y otra suba de la tasa de la Fed. Síntomas: aumentó otra vez al máximo de los últimos tres lustros el rendimiento de los bonos del Tesoro y el mercado accionario parece ir perdiendo entusiasmo, aunque esto se demore un año a lo sumo. Pocos inversores, si es que hay alguno, ve la rebaja de la calificación crediticia de Fitch Ratings como una razón, por sí sola, para vender bonos del Tesoro. Para más, China —que según el FMI explica el 35% del crecimiento mundial anual— está bien para atrás.

Ni las ganancias de productividad latentes y sin explotar, ni que prácticamente no hay diferencias entre una inflación del 2% y del 4% anual, parece disuadir a los heraldos de la idea de recesión en el mundo desarrollado, donde el sector financiero clave está con las barbas bien en remojo. El cambio climático hace el resto para indicarle a la Argentina cuál es la impronta que debe ser la marca en el orillo de su clase dirigente. It’s up to you, como dicen los gringos.

 

 

 

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