Cómo abrir un mundo

Entrevista al pibe preso que pintó su propio cielo porque no alcanzaba a verlo desde la ventana de la celda

 

Siempre me impresionó que un centro de encierro de adolescentes en la provincia de Buenos Aires llevase el nombre de un poeta. ¿Qué diría Pedro Bonifacio Palacios, más conocido como “Almafuerte”, si se enterase que su nombre se asocia con un lugar de encierro? Creo, por sus poemas, que hubiera preferido la libertad, a la que le canta mirando el cielo: (…) Como del fondo mismo de los cielos / el sol eterno rutilante se alza, / como el seno turgente de una virgen / al fuego de la vida se dilata.

Pero la reja a veces sorprende, porque de golpe algo se descoloca y no sabemos de qué lado está la realidad: de adentro, de afuera, en la reja misma… Resulta que por estos días una educadora del Centro Almafuerte me escribe por las redes y me cuenta que un pibe allí encerrado leyó el libro que publiqué hace poco (Diario de un defensor de pibes chorros). Allí, entre otras cosas, narro la historia de los astrónomos comprometidos que intentan entrar a las cárceles y exigen el cumplimiento del derecho a ver la noche estrellada. También menciono la historia de los presos políticos chilenos durante la dictadura de Pinochet, que viajaban con sus ojos por la inmensidad nocturna del desierto de Atacama, tal como lo cuenta Patricio Guzmán en su película Nostalgia de la luz. Y la inolvidable Ana Diego, estudiante de astronomía, a quien la sobreviviente Emilce Moler vio calcular el día y la hora según la posición de la luz desde un ventanuco de la mazmorra del Pozo de Quilmes, antes de desaparecer para siempre en 1976, y reaparecer bautizada en 2014 como el asteroide “Anadiego N°11.441”.

Claudia, la educadora del centro en cuestión, me escribe: “Hola Julián. Este pibe es el que leyó tu libro y eligió tener su propio cielo. ¡Gracias!”

En la foto que me envía se ve su camastro y la ventana enrejada. Encima, su luna inmensa, y su noche estrellada.

 

La luna de D.

 

 

 

 

 

Tocar su cielo con mis manos

La viralización del suceso hizo que mucha gente me escribiera emocionada y hasta sorprendida, pero especialmente presos en condición semejante a D. que quisieron imitar el gesto y terminaron pintando su celda como señal de protesta antes las terribles condiciones en las que se encuentran, porque no pueden acceder siquiera a una ventana enrejada.

Un pibe con cielo cotiza más que la bala que lo puede matar. No se trata solo de un refrán tumbero. Es una consigna potente que atraviesa las cárceles a toda velocidad y que podría tensionar con el síndrome Bukele que fascina a la derecha de estos tiempos, embelesada con la idea de que las celdas de los delincuentes no tengan ni siquiera aberturas; que la noche y el día sea un completo desconcierto.

Pero D., a los pocos días, me hizo llegar su invitación a través de Claudia, para que lo visite y toque su cielo estrellado.

Y eso hice el último miércoles. Acercarme al Instituto al que ingresaba a diario hace diez años, ahora con el fin de visitar el cielo imaginado de un pibe que defiende el derecho a mirar las estrellas.

 

Mi mano sobre el cielo de D.

 

 

Pintar un cielo estrellado

Celda número 5, pabellón izquierdo. Es la de D. Ahí está su mural, de frente y en el techo, sobre el camastro de cemento. Me recibe con su gorrita, me abraza. La breve entrevista que sigue es el resultado de ese encuentro y con la presencia de Claudia López Lombardi como testigo, la docente que tejió este puente.

–Fue una sorpresa para mí haber recibido la foto de tu cielo, acá, en el techo de esta celda. Contame un poco de dónde sos.

–Me llamo D., soy del Conurbano, zona norte. Tengo 18 años, los cumplí hace dos meses. Caí en cana a los 16, desde el año 2020. Estuve en alcaldía, después pasé por el Centro Pablo Nogués un año, y ahora hace 10 meses acá en el Almafuerte.

–¿Y cómo te conociste con Claudia?

–Ella vino hace unos meses, me dio materiales para pintar, libros, revistas. Enseguida que empezamos a trabajar, pero yo ya sabía lo que quería hacer…

–¿Qué querías hacer?

–Quería pintar un cielo estrellado en la celda. Hubo otros que también lo querían hacer, pero yo salí sorteado primero. Tuve suerte. (Risas.) En realidad fue a partir del texto del libro tuyo, ese de mirar las estrellas, lo estuvimos hablando en el taller con los pibes…

–¿El libro también lo dibujaste todo?

–Sí, está re bueno tu libro, mientras lo leía le iba haciéndole esos dibujitos en las páginas…

–¿Y en cuánto pintaste la pared y el techo?

–Tardé una hora y media, más o menos… (Se ríe.) Con azules, blancos y amarillos.

–¿Y te basaste en algo que miraste antes o se te ocurrió así?

–Yo me siento todas las noches y miro por la ventana de esta celda, y por ahí no se ve nada… Mirá, fijate. (Señala y me hace mirar por la ventana con barrotes.) Ves que no se ve el cielo. A la noche se ve todo muy oscuro. Pero mirá que no se ve nada de nada. También tomé como referencia ese cuadro de Van Gogh…

–La noche estrellada…

–Ese mismo. Me lo mostraron.

(La docente presente interviene.)

–También pintaste una frase…

(Entonces D. corre el colchón del camastro en el que estamos sentados, y aparece allí pintada en azul una frase.)

–La frase dice: “¿Cómo abrir un mundo? Lo que no se ve por la noche”.

–¿Es como un grafiti?

–Sí. (Risas).

–¿Vas a salir en libertad pronto?

–Ya firmé un abreviado de tres años de cumplimiento efectivo. Tendría que salir en 2024.

–¿Qué vas a hacer cuando salgas de acá?

–Quiero terminar la escuela, estoy ya en cuarto año. Quiero estar con mi papá, mi mamá y mis hermanos. Quiero trabajar también.

–¿Novia tenés?

–No tengo. (Se ríe.)

 

Fragmento de la pared y techo de la celda de D.

 

 

 

 

La celda más hermosa

–¿Le mandaste la foto del cielo a tu vieja?

–Sí, estaba re emocionada. ¡Le encantó!

–¿Y tus compañeros de encierro, qué te dicen?

–Que está re buena, que es la más linda del pabellón...

–¿Y cómo es a la noche dormir con tu cielo?

–Acá nos cierran tipo 9 o 10 de la noche, y ya no se abre la celda hasta el otro día. Me quedo solo, se apaga la luz, veo el techo y me imagino cosas. Veo esas estrellas, hasta que me duermo.

–¿Y qué te pasa mirando las estrellas?

–No sé… Me trae nostalgia, ganas de estar con mi familia, estar en una noche de verano tomando tereré hasta tarde en la vereda con ellos.

–¿Qué te gustaría estudiar después de que termines la escuela? ¿Querés ser pintor?

–Noooo, prefiero ser astrónomo. (Risas.)

–¿Astrónomo? Genial.

–Sí, por eso miro el cielo todo el tiempo. Me imagino hasta los planetas… En Pablo Nogués también lo hacía, en aquella celda tampoco se veía nada.

 

 

Foto del Diario de un Defensor… intervenido por D.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí